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Leónidas Escudero – Quejas del viento

Leónidas Escudero – Quejas del viento

por Ricardo H. Herrera

Hasta el año pasado, mi conocimiento de la poesía de Jorge Leónidas Escudero (San Juan, 1920-2016) se reducía al conjunto de poemas reunidos en la antología titulada A otro hablar (2001); conocimiento limitado, claro está, que me impidió tener una idea propia de su obra literaria. Guiado por la tendencia preponderante entre los lectores de Escudero, suponía que el tema central de su poesía era una malograda experiencia minera, una infructuosa búsqueda de oro en las serranías sanjuaninas, sublimada luego en el rastreo de la huidiza esencia de la palabra poética, husmeada de cerca por la muerte al acecho. Mucho de eso hay, por cierto, en las páginas de Escudero; pero, tras la lectura de su Poesía completa, puedo proponer sin temor a equivocarme que el tema del mal de amores corre a la par de las excavaciones y exploraciones antes mencionadas.

                  Esa paridad temática puede percibirse en cuanto uno se adentra en el volumen de la obra total: el primer libro se titula La raíz en la roca (1970), el segundo Le dije y me dijo (1978). A la exaltación de la piedra sustentada en el exordio, se contrapone el cotorreo amoroso de la secuencia posterior. Denomino “cotorreo” a ese diálogo entre hombre y mujer porque como tal lo presenta Escudero, al usar como título para el poema de apertura la palabra “Catitero”. Por otra parte, en ese sorprendente complemento erótico la voz del poeta da con su tono, con su “otro hablar”. El conflictivo tema esbozado en los dimes y diretes del segundo libro se ahonda a medida que transcurre el tiempo, alcanzando su clímax en la década del ´90, es decir cuando Escudero andaba entre los setenta y los ochenta años de su edad. He contado más de ciento treinta poemas dedicados al mal de amores en las páginas de su Poesía completa, lo cual da la medida del caudaloso flujo de la inspiración amatoria, que no ceja en ningún momento, sino que se ahonda constantemente, fundiéndose con los otros temas, fecundándolos con su logos spermatikos. El último poema de la secuencia (“Poema de amor”) aparece en Aún a unir (2010), cuando el poeta ya tenía a sus espaldas noventa inviernos.

                  Es en esa centena y media de poemas entregados a la tarea de sobreponer su ánimo de un único –pero definitivo– revés amoroso (al parecer mucho más calamitoso que el de su frustrada aventura minera) donde se templa el humor de Escudero, un humor que se diría resistente a toda prueba, incluso invulnerable, si no fuera porque el husmeo de la muerte no perdona ni a los humoristas más sutiles, y su íntima proximidad anduvo pisándole los talones sin piedad hasta los noventa y seis años cumplidos. Quien quiera comprobar que el dolor del mal de amores puede provocar una hilaridad sostenida y edificante, no tiene más que leer la secuencia de poemas contenidos en los libros de los años maduros; es un viaje que vale la pena llevar a cabo. Son muchos los poemas buenos, se podría hacer una excelente antología con ellos; cuesta sacrificar piezas al presentar una muestra breve como la que hoy realizamos, pero esa es la intención de este convite a la lectura de Escudero, ofrecer un aperitivo que avive el hambre. Los siete poemas elegidos pertenecen a los libros Jugado (1992), Viaje a ir (1996) y Caballazo a la sombra (1998).

AVE PODEROSA DE GARRAS DULCES

Ave poderosa de garras dulces
alzó a un hombre y lo entró a volar,
y le metió la lengua en la boca
para besarlo profundamente
y después librarlo a su suerte. ¿Qué más?

Alas de puro sexo.
Y aquél en sus garras iba embelesado
creyendo era ya aire o nube o rayo de sol.

Hasta que a la reina de las aves le pareció suficiente
el paseo del hombre y lo soltó, sin más trámite,
sobre la arena del desierto.
De manera que no ha muerto el enamorado,
es cierto,
pero camina derrengado y agitando los brazos
en un estúpido intento de volar.

 

ESTO ES TRISTE Y BONITO

Abriste ojos excesivamente para decirle
que tenías el apetito vencido,
que ya no gustabas de él.
Él se arregló el cuello de la camisa
como ante el espejo,
dijo algunas palabras de menos
y abandonó la silla malherido,
rabo entre las piernas.
¡Oh, brava matadora!
Y como éramos amigos fui a preguntarte
mujer por qué hiciste eso con él.
Me contestaste que por ser bueno era,
y por feo;
y que el pulso no te había temblado
al enviarlo al ostracismo.

Es lindo eso es lindo ¿ah?
cuando a la altura de la tetilla izquierda
le dijiste la espada, es bonito eso,
asestar como en la corrida de toros le
la espada.

Y abandonado a su miseria
se le doblaron las patas al bicho,
hocicó en la arena.
Es un final hermoso
para quienes gustan de la fiesta taurina.

 

PALEOZOICO INFERIOR

Cierta vez me hiciste un beso rápido, urgente,
o tal vez lo soñé pero no creo.
Inocente de mí que me entusiasmé
y eché andar calles propalando
que me querías.

Esto ha sido en el Paleozoico, dije.
Ahí se ve que no hubo repetición alguna
por más que atrapé botellas de vino
y me hacía encontradizo a vos.

El caso es que camino todavía
por la cuerda floja de aquel antiguo beso
recibido furtivo de perfil
en la comisura de la boca.

Si lo soñé o no vos lo sabrás;
pero estás muda, porque no te gusta
hacer excavaciones en busca de fósiles.

 

LA HERIDA MÁS MORTAL

La herida más mortal es enteriza,
baja desde la coronilla
hasta las uñas de los pies.
Podés hacer cuanto se te ocurra pero
has fallecido.

E herida mortal que scapa
a todo hablar, asfixia
como si en una bolsa
a un pozo negro te hubieran.

Esto ocurre a enamorados tozudos
que aspiran a recuperar besos perdidos.
La realidad los engancha de atrás como un clavo
los abre en canal y deja colgados
como res en el matadero.

Se les vacían los tuétanos,
gimen lloro inconsolable,
se mean y defecan encima. No,
no es gracioso
ver así a un inocente agregado al olvido
brutalmente por lo que él más quiere.

 

LA VERDAD CRUDA

Te retiraron el amor y ver que regrese es no,
lógico, pasa
porque la naturaleza aborrece
dar pasos a atrás.

Muy sincera ha sido la desamorada
que te dijo no insistas con tu hambre
se acabaron los bocaditos.

De suerte castañetean
de frío tus mandíbulas
y no poder hablar bonito. Arcadas horribles
cuando tragaste la verdad cruda, bien.

Pero como está en desuso llorar penas de amor
componé el gesto,
quedate en un rincón y esperá la visita
del tiempo si es que se digna
ponerte una mano de olvido en la cabeza.

 

DEL AMOR

Todo lo escrito aquí es añejamiento,
de suerte que en mí estaba escondido
y hoy lo saco a la luz. Digo solemnemente:
el amor es una planta que si la cultivo
se seca;
es convivir sin compromiso,
no tiene futuro, es de ya a ya,
son gustos compartidos, actos y es sabido
que la belleza no va con la figura.

Podría seguir con más lindezas
pero se me atraviesa esta verdad de Perogrullo:
todos necesitamos amar y ser amados.

Mas quisiera un final algo florido
ya que el amor es poesía.
Para esto adhiero a una sabiduría antiquísima
y suspiro:
las abejas no saben por qué van a las flores
y las flores no saben por qué atraen a las abejas.

 

CERROS ABAJO

¿Qué te aflige hoy?
¿Qué te arruga las arrugas?
¿Has visto algún mal modo en el aire?
Veo un murciélago en tu cabeza,
¿vas a espantarlo?

Buen amigo me entero qué ¡carajo!
Lo esperado no anduvo. Entiendo:
el tiempo te castigó y la mujer deseada
en vez de incorporarte besos, cariciarte,
agarró distancia de vos.

Y hora no te alcanza la palabra
para decir las uvas están verdes sino
que quisieras morirte.

Y si gritaras eso hacia la Cordillera
los guanacos dispararían asustados;
y acaso algún amigo desos viejos allá,
levantaría las cejas incrédulo: ¿Cómo
sos vos el mismo firme que ayer
buscaba oro nestas piedras? No –diría–, no
puede ser él tienen que ser
quejas del viento.

 

Para quienes aún no lo conozcan, compartimos el link a este excelente documental sobre el poeta sanjuanino: Oro nestas piedras.


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