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Edgar Bayley – Es infinita esta riqueza aban...

Edgar Bayley – Es infinita esta riqueza abandonada

por Santiago Craig

 

(…)[1]

 

Yo era un chico. Todavía. Pongamos trece. Catorce años. Empezaba a saber que había en las cosas, otras cosas. Leía a Rimbaud, porque era un chico, también. Para siempre. Leía a Baudelaire, porque era oscuro y yo quería que hubiera una verdad en lo oscuro. Leía a Lautreamont, porque no lo entendía y me mostraba dientes afilados en las sílabas, cielos derriténdose en los bloques negros de texto que escribía. Yo estaba ahí en el aburrimiento sostenido de la escuela, con esos libros siempre debajo del escritorio de aglomerado, apoyados en la chapa fría, leyéndolos de reojo. Desde ahí abajo, crecía un resplandor, una calidez, un fuego.

 

            Esta mano, dijo Edgard Bayley, uno de esos días iguales, en ese hueco iluminado, no es la mano ni la piel de tu alegría.

            Y no fue. De golpe no era. Mi mano, ni esa mano, la mano que había sido hasta ahí. Era otra cosa.

 

            Yo no sabía, yo no sé, yo no quiero saber nunca quién era Edgard Bayley. No averigüé entonces, no supe, no voy a saber. No había Internet, no había un consuelo inmediato para la curiosidad. No conocíamos y así estábamos bien. Sin saber, igual lo escuché, lo leí, desde ahí, siempre. Estuve en el poema. Al fondo de las cosas: los pupitres, los libros, las calles, crecía siempre otro cielo. Un cielo nuevo.

 

 (…)

 

ES INFINITA ESTA RIQUEZA ABANDONADA

esta mano no es la mano ni la piel de tu alegría
al fondo de las calles encuentras siempre otro cielo
tras el cielo hay siempre otra hierba playas distintas
nunca terminará es infinita esta riqueza abandonada
nunca supongas que la espuma del alba se ha extinguido
después del rostro hay otro rostro
tras la marcha de tu amante hay otra marcha
tras el canto un nuevo roce se prolonga
y las madrugadas esconden abecedarios inauditos islas remotas
siempre será así
algunas veces tu sueño cree haberlo dicho todo
pero otro sueño se levanta y no es el mismo
entonces tú vuelves a las manos al corazón de todos de cualquiera
no eres el mismo no son los mismos
otros saben la palabra tú la ignoras
otros saben olvidar los hechos innecesarios
y levantan su pulgar han olvidado
tú has de volver no importa tu fracaso
nunca terminará es infinita esta riqueza abandonada
y cada gesto cada forma de amor o de reproche
entre las últimas risas el dolor y los comienzos
encontrará el agrio viento y las estrellas vencidas
una máscara de abedul presagia la visión
has querido ver
en el fondo del día lo has conseguido algunas veces
el río llega a los dioses
sube murmullos lejanos a la claridad del sol
amenazas
resplandor en frío
no esperas nada
sino la ruta del sol y de la pena
nunca terminará es infinita esta riqueza abandonada.

 

[1] Esta entrada del Portal Web está constituida por el comienzo y el final del artículo que con el mismo título fue publicado en las páginas 27  31 del número #44 en papel de Hablar de Poesía. Es una especie de ensayo personalísimo sobre el descubrimiento fascinado de uno de los mejores poemas Edgar Bayley.


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