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Gonzalo Rojas & San Juan de la Cruz

Gonzalo Rojas & San Juan de la Cruz

Hace unos años, en 2015 y por el Fondo de Cultura Económica, salió publicado Todavía, una recopilación de la obra en prosa del gran poeta chileno Gonzalo Rojas. El libro, excelentemente editado por Fabienne Bradu, tiene unas 700 páginas que reúnen: (i) poemas en prosa; (ii) cuentos; (iii) prólogos; (iv) ensayos; (v) reseñas; (vi) enseñanzas y diálogos; (vii) diarios de viaje; (viii) poética; (ix) historia y política; (x) elegías; (xi) páginas autobiográficas; (xii) notas; (xiii) preliminares a lecturas públicas; (xiv) discursos de recepción de premios; y (xv) autoentrevistas.

       El libro, como se ve, es amplio y complejo, y estamos empezando de a poco a recorrerlo. Pero no queríamos de dejar de compartir unas páginas de la sección intitulada “Revelación del pensamiento (poética)”. Se trata de un fragmento del texto que lleva por título “El alma debe ir quitándose quereres”, y que, consigna la editora, “parece ser el borrador de una conferencia más extensa, de origen y destino desconocido. Se conserva en el archivo del poeta y las dos páginas finales son manuscritas, con numerosas correcciones”. Es un fragmento en el que Rojas habla de San Juan de la Cruz, uno de sus poetas preferidísimos.

 

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Sin más explicación y para mostrar el alma en concreto entraré en la palabra de Juan de Yepes o san Juan de la Cruz, el rey de los poetas del idioma, aunque escribiera apenas siete poemas, en cuyas visiones destella su alma única con extrema libertad. Y paralelamente, y desde ahora excusen el descaro, me asomaré con mi propio ejercicio poético desde algunos textos menesterosos para dar fe hasta donde pueda de cómo me funciona el alma en relación con ellos. Pude haber entrado en diálogo con otras almas, de escritores del alma como Dostoievski, Kafka o Juan Rulfo, exponentes mayores de los que Georg Lukács llama El alma y las formas (1912), pero preferí la búsqueda de absoluto con los dos mencionados.

       Es muy conocida la historia externa de san Juan de la Cruz, por lo que me eximo de mostrarla. Aunque escribió con profundidad sobre la ruta interior hacia Dios, lo hizo de manera impersonal. Nunca habla de sí mismo; va estrictamente a lo principal suyo; sólo le importa comunicar lo que sabe sobre el camino que debe seguir el alma para llegar a lo incomunicable. Antes quiero recordar que no estamos en presencia de un intelectual que expone ideas y cuya existencia transcurre en un plano mental. En san Juan no hay una sola palabra que no corresponda a una realidad vivida, y esa realidad no deja de causar asombro: está más allá y nos exige una postura reverente ante él.

       Dice Jorge Guillén que entre los grandes poetas de la literatura universal san Juan de la Cruz es probablemente el de obra más parca. De esas siete poesías sobresalen Noche oscura del alma, Cántico espiritual y Llama de amor viva. Especialmente éstas le sirven de punto de partida para su exposición sobre cómo ha de proceder el alma que se encamina hacia la experiencia mística. Tras la belleza soberana, sin par, de esos poemas se oculta la mayor exigencia que puede hacérsele al ser humano: la negación absoluta de sí. Esto no lo sabe el lector que se deleita con sus versos pero se detiene en eso. La otra cara del mistertum tremendum de su poesía es su prosa exegética. San Juan describe minuciosamente el itinerario que se ha de seguir para acceder a la unión mística.

       La vía es estrechísima, para pocos, y él lo sabe; se dirige a algunas personas que necesitan guía, es decir, ni siquiera a todas, solo a las que se inician en el camino de la contemplación. Es lo que hoy se conoce como meditación en cuanto cese de la actividad mental. Tal empeño exige dejación total, mortificación de los sentidos y pobreza, no sólo en lo material sino también en lo propiamente espiritual. Por eso fustiga la avaricia que se manifiesta con mucha frecuencia en este terreno y que le parece tan censurable como la otra. Vía extrema la de san Juan. No lea sus escritos en prosa quien ande en busca de gratificaciones, consuelos, dulzuras. Lo que él pide es un despojamiento total. El alma debe abandonarlo todo, quedar desnuda, completamente vaca para que pueda tomar posesión de ella y habitarla quien es lo opuesto a cuanto los sentidos perciben y el pensamiento puede concebir: Dios, palabra que, por serlo, remite a un ente y lo que designamos con ella no es un ente en realidad. Hasta podría decirse que carece de referente, siendo a la vez el referente absoluto. De ahí que se parezca a la nada y la proposición de san Juan en el fondo se asemeja, descontadas las diferencias propias del marco religioso y cultural, a lo que postulan casi todas las corrientes místicas o de liberación orientales: el vacío de la mente, la extinción del yo, ser como si fuera nada.

       Recordemos unos versos muy conocidos de san Juan:

Para venir a gustarlo todo,
no quieras tener gusto en nada.
Para venir a poseerlo todo,
no quieras poseer algo en nada. 

Para venir a serlo todo,
no quieras ser algo en nada.
Para venir a saberlo todo,
no quieras saber algo en nada. 

Porque para venir del todo al todo
has de negarte del todo en todo
y cuando lo vengas del todo a tener,
has de tenerlo sin nada tener.

 

       San Juan le exige al que está en camino que sea humilde, y humilde para él es “el que se esconde en su propia nada y se sabe abandonar a Dios”, es decir, entregársele, ponerse en sus manos o, en términos más modernos, propiciar la abdicación del yo. También pide al alma que “se desnude de quereres y no quereres” como preparación para el logro final, aunque el vocablo logro resulta irrisorio y fuera de altura.

       El místico auténtico es vida vivida, no vida pensada. No es un ser nebuloso como muchos se lo imaginan, sino muy concreto, muy entero, muy plantado Como Buda, el místico rechaza toda especulación y aunque se le considera corrientemente fuera de la realidad, tal vez sea el más asentado en ella. Sólo que la entiende de manera diferente, como algo que tiene más que ver con la vida desnuda que con el ruido del mundo, sin que esto implique aislamiento.

       Desprenderse para ser libre, tal es la exigencia capital de los místicos. Han de romperse las ataduras. El alma debe efectivamente irse quitando quereres. Después quien obra es Dios. El vacío que se hace en el alma desnuda lo ocupa una presencia desconocida. O tal vez el vacío sea esa presencia. La palabra Dios designa lo que no tiene nombre. Transforma en ente lo que no es tal, como dijimos. Esto lo sabía Lao-Tsé: el Tao que puede ser nombrado no es el verdadero.

       En nuestro siglo hay escritores, no necesariamente de la vertiente mística, que postulan la abolición del yo como el mismo Borges, pero ese empeño se convierte en mecanismo retórico y de todas maneras sigue funcionando el odiado pronombre, lo que no implica que el gran Borges sea un falsario, el desasimiento es otra cosa y hay que leer por dentro “El Aleph”. Un maestro de nuestros días en cuanto a desasimiento es el poeta italo-argentino Antonio Porchia, casi desconocido en nuestro país. Escribió una sola obra: Voces, de resonancia universal. André Breton reconoce grandeza única y libérrima en su pensamiento –el más dúctil de la prosa en español de hoy, según él– vertido en aforismos tan notables como los mejores de Novalis o Hebbel, o Kierkegaard, o Kafka, o el mismo Nietzsche. Se ha dicho que Rimbaud –uno de los perdedores más geniales– es un místico en estado salvaje, quien dijo “Yo es otro”. Porchia es un poeta de máxima jerarquía, que jamás escribió un verso sin embargo. No es un místico orientado por ninguna ortodoxia, ni búdica ni cristiana, sino más bien un pensador, pero no un pensador profesional, sino un hombre que piensa lo sagrado sin techo ni protección alguna. Me estremece este apotegma suyo por sacro y paradojo. “Dios mío, casi nunca he creído en ti, pero siempre te he amado”.

(…)

 

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Hasta aquí, el fragmento de Rojas. Va como coda el poema “Llama de amor viva”, de San Juan de la Cruz, el encuentro del alma con su creador, en cinco liras directas de sabor plenamente erótico.

 

CANCIONES DEL ALMA EN LA ÍNTIMA COMUNICACIÓN, DE UNIÓN DE AMOR DE DIOS

1. ¡Oh llama de amor viva,
que tiernamente hieres
de mi alma en el más profundo centro!
Pues ya no eres esquiva,
acaba ya, si quieres;
¡rompe la tela de este dulce encuentro!

2. ¡Oh cauterio suave!
¡Oh regalada llaga!
¡Oh mano blanda! ¡Oh toque delicado,
que a vida eterna sabe,
y toda deuda paga!
Matando. Muerte en vida la has trocado.

3. ¡Oh lámparas de fuego,
en cuyos resplandores
las profundas cavernas del sentido,
que estaba oscuro y ciego,
con extraños primores
calor y luz dan junto a su Querido!

4. ¡Cuán manso y amoroso
recuerdas en mi seno,
donde secretamente solo moras
y en tu aspirar sabroso,
de bien y gloria lleno,
cuán delicadamente me enamoras!


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