LEYENDO

Sylvia Plath – Una vida

Sylvia Plath – Una vida

Traducción y nota introductoria de Renata Prati

 

El poema “Una vida”, escrito a fines de 1960, no es uno de los más conocidos de Sylvia Plath. No llegó a incluirlo en El coloso, publicado poco antes, ni tampoco formó parte del póstumo y revolucionario Ariel. Pero tal vez contenga –como en voz baja o en miniatura– una llave para entrar en la poética de esta autora enorme.

            En un ensayo corto de 1962, reflexionando sobre la diferencia entre prosa y poesía, Plath nos transporta al escenario mismo de este poema:

 

Pienso en esos redondos pisapapeles victorianos de cristal que recuerdo, pero no encuentro nunca; nada que ver con las producciones industriales que recubren los mostradores de juguetes de Woolworths. Ese tipo de pisapapeles es una esfera transparente, completa en sí misma, muy pura, con un bosque o un pueblo o un grupo familiar adentro. Lo das vuelta, una, dos veces. Nieva. Todo ha cambiado en un minuto. Nunca nada será igual ahí adentro: ni los pinos, ni los techos, ni las caras.

Así sucede el poema.[1]

 

            La imagen es hipnótica, y a la vez inquietante. Como el poema “Una vida”, como la vida de la poeta. No puedo dejar de ver, en la imagen que le da título a su novela, La campana de cristal, una pariente lejana de este pisapapeles. Eso, parece, es una vida para Plath: un encierro en un huevo de vidrio, en una campana de cristal, “como un feto en un frasco”. El encierro en vida, en el paisaje silencioso, pesadillesco –pero también franco, por momentos– de su propio adentro.

            Todo el mundo lo sabe, es parte del mito: Plath sufría terribles depresiones e intentó suicidarse más de una vez. Un frío 11 de febrero lo logró. Como buena depresiva, alimentaba enormes dudas sobre su propia capacidad como escritora; las alimentaba incluso con su enorme ambición. Pero la inseguridad de a ratos le daba respiros, y en una de esas treguas tal vez fuera capaz de atisbar lo que, a través de sus poemas, llegaría a significar tantos años después de su muerte. Creo que, para el mundo en que le tocó vivir, probablemente le sobraran dimensiones: esas dimensiones se abrieron paso hasta nosotras.

            Hay, en otro de sus ensayos de 1962, unas líneas de una fe conmovedora en el poder misterioso de la literatura: “No me preocupa que los poemas lleguen a relativamente poca gente. En realidad, lo sorprendente es lo lejos que van: entre desconocidos, incluso alrededor del mundo. Más lejos que las palabras de un maestro de escuela o que las recetas de un médico; si tienen suerte, más allá de una vida”.[2]

 

UNA VIDA

Tocala: no se va a achicar como el globo de un ojo,
esta franja en forma de huevo, clara como una lágrima.
Acá está el ayer, el año pasado…
un lirio y una hoja de palmera, definidos como flora
en la trama vasta y sin viento de un tapiz.

Dale unos golpecitos con la uña:
repicará el cristal como un carrillón chino a la menor brisa
aunque nadie ahí adentro mire o se moleste en responder.
Sus habitantes son livianos como corchos,
y cada uno está todo el tiempo ocupado.

Las olas a sus pies van inclinándose en fila,
y nunca se desbordan irritadas:
se demoran en el aire,
patalean, las riendas cortas como caballos de desfile.
En lo alto, las nubes se asientan pomposas

y finas como almohadas victorianas. Esta familia
de caras de San Valentín podría gustarle a un coleccionista:
suenan reales, como buena porcelana.

En otras partes el paisaje es más honesto.
La luz cae sin tregua, cegadora.

Una mujer arrastra su sombra haciendo un círculo
en torno a un plato liso de hospital
que recuerda a la luna, o a una hoja de papel en blanco
y parece haber sufrido algún blitzkrieg personal.
Ella vive en silencio

sin ataduras, como un feto en un frasco,
la casa obsoleta, el mar, aplanados para un cuadro
en el que ella no puede entrar; le sobran dimensiones.
La pena y el enojo, exorcizados,
la dejan sola ahora.

El futuro es una gaviota gris
que parlotea con su voz felina de partidas, partidas.
El horror y la edad la cuidan, como enfermeras,
y un ahogado, quejándose del frío,
sale a rastras del mar.

 

A LIFE

Touch it: it won’t shrink like an eyeball,
This egg-shaped bailiwick, clear as a tear.
Here’s yesterday, last year—
Palm-spear and lily distinct as flora in the vast
Windless threadwork of a tapestry. 

Flick the glass with your fingernail:
It will ping like a Chinese chime in the slightest air stir
Though nobody in there looks up or bothers to answer.
The inhabitants are light as cork,
Every one of them permanently busy. 

At their feet, the sea waves bow in single file,
Never trespassing in bad temper:
Stalling in midair,
Short-reined, pawing like paradeground horses.
Overhead, the clouds sit tasseled and fancy 

As Victorian cushions. This family
Of valentine-faces might please a collector:
They ring true, like good china. 

Elsewhere the landscape is more frank.
The light falls without letup, blindingly.

A woman is dragging her shadow in a circle
About a bald, hospital saucer.
It resembles the moon, or a sheet of blank paper
And appears to have suffered a sort of private blitzkrieg.
She lives quietly 

With no attachments, like a foetus in a bottle,
The obsolete house, the sea, flattened to a picture
She has one too many dimensions to enter.
Grief and anger, exorcized,
Leave her alone now. 

The future is a gray seagull
Tattling in its cat-voice of departure, departure.
Age and terror, like nurses, attend her,
And a drowned man, complaining of the great cold,
Crawls up out of the sea.

 

[1] Sylvia Plath, “Comparación”, en La caja de los deseos, trad. Guillermo López Gallego, Madrid, Nórdica, 2017, p. 82 (trad. levemente modificada).

[2] Sylvia Plath, “Contexto”, en La caja de los deseos, p. 86.


RELACIONADAS