por Martín Caamaño
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En 2004, durante un reportaje a propósito de la salida de su álbum de covers norteamericanos A foreign sound, Caetano Veloso arriesgó una suerte de podio personal con rockeros de la década del 60: “De los artistas de lengua inglesa de esa generación, creo que me identifico con la entrevista de Lennon en Rolling Stone cuando rompió con McCartney; con el leonino narcisismo de Jagger sobre el escenario; la dulzura del canto de Paul McCartney; y la fama de conocedor de literatura de Bob Dylan”. Lo primero que llama la atención es que lo que Veloso denomina “artistas” en realidad sean solo un par de gestos bien definidos, atributos precisos, porciones parciales de esos músicos y que, muchos de aquellos atributos (el despliegue escénico de Jagger o el modo de cantar de McCartney) no guarden ninguna relación con el conjunto en el que los artistas fueron previamente englobados: “la lengua inglesa”. Es como si Veloso armara un único artista-Frankenstein con lo mejor de cada uno. Pero lo que llama todavía más la atención –y acá sí la lengua es primordial– es que una de esas preferencias sea justamente una entrevista, sobre todo teniendo en cuenta la trascendencia de la obra de alguien como John Lennon. Pero para Caetano, que antes de dedicarse a la música estudió Filosofía en la Universidad de Bahía, lo conceptual es algo tan importante como puede serlo una gran canción o una interpretación excelsa. Basta asistir a cualquiera de sus conciertos o analizar un poco la forma en la que están urdidos sus discos para entender que en Caetano jamás hay música sin concepto.
La entrevista en cuestión es la que Lennon le da a Janne Wenner en 1970, antes de la salida de Plastic ono band, su debut solista después de la separación de los Beatles y, que tal como lo entiende Caetano, es mucho más que un reportaje: es un manifiesto. Un manifiesto sobre el rock, en el momento justo en que el rock alcanza edad suficiente para poder pensarse a sí mismo. En un tramo de la conversación con Wenner, Lennon también arriesga un podio –el de sus canciones preferidas entre todas las que compuso– y propone un criterio inquietante: “Las canciones que me gustan son las que se sostienen solas por sus letras, sin necesidad de la melodía. No necesitan melodía. Son poemas. Podría leerlos”. La de Lennon es una concepción posible del vínculo tenso que tienen las letras de canciones con respecto a la literatura o, para ser más precisos, con la poesía. Para él las letras de canciones pueden prescindir de su música y así ser entendidas como poemas. Mientras que otra postura podría ser la de Jarvis Cocker –por citar a otro compositor, rockero e inglés–, que piensa las letras de canciones como un género en sí mismo, en el cual texto y música resultan indivisibles. No es casual que en el sobre interno de This is Hardcore (1998) de Pulp, la banda de Cocker, se solicite lo siguiente: “por favor no lea las letras mientras escucha el disco”.
Hay que tener en cuenta que, al menos desde la aparición de Yoko Ono, Lennon se preocupó en ser algo más que un simple rockero y de ahí tal vez radique su interés por ser considerado como un artista completo y por lo tanto como “un poeta”, además de como uno de los músicos más importantes del siglo XX. Hay cierta ingenuidad en esa idea de Lennon. Como si la poesía fuera un arte mayor, más elevado, más prestigioso, que las canciones; o, peor aún, como si la música misma fuera subsidiaria de las letras, lo que vuelve la postura de Jarvis Cocker por lo menos más sensata. Pero por qué no pensar una tercera posición en la cual el “hecho poético” surja justamente de la amalgama entre música y letra, que en esa sociedad inseparable esté cimentado el poema. Si después de todo muchas de las cualidades de la poesía –ritmo, tono, cadencia, métrica– son también aplicables, cuando no directamente pedidas prestadas, a la música. Sí, pensar las canciones como una forma de poesía por otros medios. Algunas perlas del cancionero popular brasileño pueden ser útiles para ilustrar está idea.
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João Gilberto solía decir que Caetano acompañaba la música con el pensamiento. Es curioso que el artista más importante de la Bossa Nova, y el referente absoluto de Veloso, no haya sido en esencia un compositor. ¿Pero qué es un compositor? ¿O acaso cuando João Gilberto interpreta, cuando rearmoniza, cuando inventa una nueva batida de guitarra, cuando canta casi en susurros, no está también componiendo? Lo cierto es que si nos ceñimos a la definición estricta de composición de canciones populares –la creación de melodía y letra– la producción de João es más bien escasa y se caracteriza por letras onomatopéyicas, casi dadaístas o, como señala Medaglia, “una mezcla de humor, nonsense y economía verbal”.
Medaglia está pensando en “Bim Bom” (“Bim bom bim bim bom bim bim / É só isso o meu baião / E não tem mais nada, não”) y en “Hó–bá–lá–lá” (“Vem ouvir, o ho-ba-lá-lá, ho-ba-lá-lá / Esta canção o ba-lá-lá”). Pero yo les pido que escuchen “Undiú”, composición de Gilberto incluida en su disco de 1973 –apenas dos años antes del single de Caetano y De Campos– conocido como su “Álbum blanco” por el parecido con la portada del de los Beatles. En “Undiú”, João se limita a repetir esa palabra inventada del título como un mantra, acompañado únicamente por su guitarra y una percusión ínfima. En la segunda parte del tema ni siquiera entona la palabra, sino que se pierde en un leve tarareo como si estuviera componiendo la melodía ahí mismo, a medida que la está grabando y ante cada uno que la está escuchando. El efecto es hipnótico e infinito. Provoca la sensación de que la canción no va a terminar nunca o que sigue sonando aún después de haber terminado. ¿No dirías que es un poema?
[1] Esta entrada del Portal Web está constituida por el comienzo y el final del artículo que con el mismo título fue publicado en las páginas 119 a 127 del número #44 en papel de Hablar de Poesía. Es un ensayo sobre las relaciones entre los poemas y las letras de canciones, con especial atención a algunos clásicos de la Bossa Nova.
Agregamos, para cerrar la entrada, el link a la canción que se menciona al final del artículo.