El camino

(AC)

Hace pocas semanas, publicado por el proyecto-editorial Como un lugar, apareció un libro muy original: El camino. Es una versión en castellano del Tao Te Ching, realizada a partir de otras traducciones en distintas lenguas occidentales por el poeta porteño Ezequiel Zaidenwerg (n. 1981).

       El Tao Te Ching (que traducido significa algo así como “Libro del Camino y la Virtud” o también “Libro del Camino de la Virtud”) es uno de los más conocidos textos de la espiritualidad oriental. Según la tradición, fue escrito alrededor del siglo VI a. C. por el sabio Lao-Tse.

       El libro se abre con un epígrafe que puede parecer un tanto misterioso: “A Nicanor, que lo soñó primero”. Imagino que se refiere a Nicanor Parra, que habrá dejado dicho en alguna entrevista o escrito en algún lado que quería versionar el Tao. En seguida viene la introducción, en la que Zaidenwerg nos cuenta su lectura del Tao, lectura íntima, personal (nacida de una crisis de la que nada se nos dice, salvo que fue intensa), lectura que obviamente es la que fundamenta su traducción de sobrios endecasílabos y versos afines que ayudan a generar –junto con las repetidas paradojas al nivel del sentido– una sensación de continuidad a lo largo de las páginas, una sensación de totalidad, de conjunto homogéneo de la obra.

       Más allá de la evidente libertad con la que Zaidenwerg versiona (aparecen de pronto unos versos incrustados de Góngora, aparecen de pronto unas anacrónicas máquinas fotográficas en los versos, etc), hay una fidelidad radical a su experiencia de lectura. El libro es el evidente fruto de una necesidad auténtica. No hay otro criterio, dice Rilke, para determinar el mérito de una obra de arte.

       Compartimos unos párrafos de la introducción y tres de sus 81 poemas:

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(…)

       Decir que estos poemas son una traducción sería inexacto, al menos si se entiende “traducir” en su sentido más tradicional: ser garante y artífice de un puente provisorio entre dos lenguas. Dado que no sé chino, mis versiones no ofrecen garantías –ni pretensiones– de autenticidad. Aun así, las considero auténticas: además del registro de una crisis, son fruto del deseo que a veces llaman fe.

       Compuse estas versiones a partir de muchas otras –todas, curiosamente muy distintas– apoyándome en una que ofrecía en inglés, palabra por palabra, un renglón más abajo, los diversos sentidos y matices del chino. Como una especie de collage coral, elegí y recorté interpretaciones; y añadí algunas más de mi cosecha, caprichosas a veces pero nunca arbitrarias, buscando traducir menos la melodía que el movimiento armónico, esa suave tensión de las ideas que escuchaba en el Tao. Con toda nitidez, a pesar de los filtros de tantas traducciones diferentes, que más que compartir un mismo original tenían en común una serie de gestos y maneras, una especie de estilo involuntariamente impersonal, que se parece mucho al propio “autor” Lao-Tse, de quien no hay testimonios nítidos de existencia ni consenso respecto de su autoría del libro. (Lao-Tse es un autor más virtual que concreto, como el sabio en el Tao. Un arquetipo metafórico al que aspirar no por erudición sino por experiencia: porque aprendió a vivir de manera sencilla y solidaria.)

       Si la fe es un deseo que persigue “la gran silueta que no tiene forma”, del Tao me sedujo esa compleja sencillez fractal: todo está contenido en cada poema y, a la vez, de ninguno se puede deducir la clave del conjunto, eso que los poemas se dicen entre sí, especialmente si se contradicen. Esta complejidad también se advierte en la trama sutil que dibujan los saltos asociativos y los huecos lógicos, a los que añadiría el humor y los juegos de palabras. Lo anterior es el fondo y contrapunto de un sistema en apariencia silogístico, tejido con sentencias y proverbios que, en su gran mayoría, ponen en discusión los lugares comunes recibidos. Esto se lleva a cabo casi siempre mediante paradojas, reduciendo al absurdo de ese modo no las proposiciones, que suelen ser “verdades” evidentes, sino la forma de relacionarlas: las maneras usuales de asociarlas y cómo deducimos unas de otras. Es llamativo que el sistema funcione con lógica implacable, a pesar de advertir (“tampoco te enamores de estas máximas”) que convendría no tomarlo en serio (“Claro: sin risas no hay ningún camino”).

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       Tampoco estoy seguro de que sea, principalmente, un libro. Según creo entender, el Tao es, en primer lugar, un algoritmo que actualiza y transforma el pensamiento, y a veces, la conducta. Me refiero a un proceso de percepción, un modo de observar que se va incorporando con la práctica. Este algoritmo puede deducirse del libro, aunque en verdad no lo precise más que como soporte y transmisor; por lo tanto, que el Tao sea un libro que está en chino no implica de manera necesaria que el Tao esté escrito en chino; de hecho, ni siquiera que esté escrito. Pero que ese soporte sea un libro de poemas tampoco es arbitrario: la suspensión de la incredulidad y, en especial, del principio de no contradicción que llamamos “poesía” –donde se abre otra lógica que hace de las reglas libertades– son justamente lo que enseña el Tao, que incluso va más lejos.

(…)

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VIII

El bien es como el agua. No se esfuerza.
Fluye por los parajes más inhóspitos.
Por eso es compañía en el camino.

Lo llano es lo mejor para una casa;
y, para las ideas, lo profundo.

Si te entregás, mejor con alegría;
si vas a hablar, mejor con la verdad.

Para la autoridad, mejor el orden.
El trabajo es mejor cuando hay destreza
y el ritmo es lo mejor del movimiento.

El bien es impecable. Es sin esfuerzo.

 

XXI

El camino es abrirse a la virtud,
aunque parezca que se cierra, esquivo.

Aunque parezca abstracto, tiene forma.
Todo lo abarca, aunque parezca opaco.
Y, oscuro y todo, tiene corazón:
un corazón abierto a la experiencia.

          Ahí está su verdad y, ahí, su fe.

Desde siempre le están poniendo nombres.
Desde el principio se lo vive así.

 

XL

El camino es un verso, porque vuelve;
y así también el mundo, porque cede.

Todas las cosas son de su existencia;
y, en cambio, la existencia no es de nada.


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