por Eugenia Santana Goitia
Emily Dickinson fue una gran poeta, y también una gran cocinera. Su afición por la cocina estaba lejos de ser un secreto para sus contemporáneos. Incluso podría decirse que, en vida, fue más famosa por sus habilidades en la cocina que por su poesía. Su padre únicamente comía el pan que ella amasaba, y en una ocasión una de sus hogazas le valió el segundo premio de cocina en una feria local. Varios de los obituarios publicados después de su muerte hablan de los dulces que preparaba para alegrar a los demás en tiempos de enfermedad. Muchos de sus vecinos de Amherst no la conocían personalmente, pero recibían siempre estos obsequios caseros.
Dickinson vivió siempre en la casa paterna y en sus últimos se convirtió prácticamente en una reclusa: apenas salía de su cuarto y prefería comunicarse con su familia a través de cartas y notas. Pero uno de sus únicos contactos con el mundo exterior era a través de la cocina. Desde su ventana, hacía descender una canasta llena de galletitas de jengibre que ella misma horneaba y decoraba con glaseados y flores comestibles, y los niños del vecindario se llevaban cuántas querían. Lo curioso es que su labor culinaria y poética a veces se superponían: Dickinson enviaba tanto poemas como recetas en sus cartas, y algunos de sus poemas fueron garabateados en la parte de atrás de sus recetas y listas de compras, e incluso, algunos escritos en los envoltorios del chocolate que compraba la familia.
Varias de estas recetas sobreviven, y hasta pueden prepararse con alteraciones minúsculas. Este es el caso de su budín de coco. El coco era un ingrediente bastante exótico y sólo se conseguía fresco; Dickinson lo rallaba a mano. La combinación de exotismo y familiaridad de una receta que también incluye manteca y leche parece haber inspirado un poema (el 1515) sobre los viajes:
Las Cosas que jamás volverán son diversas —
La niñez — ciertas formas de Esperanza — los Muertos —
Aunque las Alegrías — como los Hombres —a veces Viajan lejos—
Y aún así perduran —
No sufrimos por el Viajero, o el Navegante,
Sus Caminos son bellos —
Más bien pensamos sin descanso en lo que nos contarán
cuando estén de vuelta aquí —
¡“Aquí”! Hay “aquís” típicos —
Lugares profetizados—
que el Espíritu no soporta—
Solo — cualquiera sea la Profundidad
De su Tierra Natal —
The Things that never can come back, are several —
Childhood — some forms of Hope — the Dead —
Though Joys — like Men — may sometimes make a Journey —
And still abide —
We do not mourn for Traveler, or Sailor,
Their Routes are fair —
But think enlarged of all that they will tell us
Returning here —
“Here!” There are typic “Heres” —
Foretold Locations —
The Spirit does not stand —
Himself — at whatsoever Fathom
His Native Land —
Compartimos también la receta adaptada y certificada por el equipo de Hablar de Poesía. Cocinen, compartan y, si pueden, escriban algún poema.
RECETA BUDÍN DE COCO
2 tazas (250 g) de harina
1 cucharadita y media de polvo de hornear
1 taza (200 g) )de azúcar
½ taza (110 g) de manteca blanda
2 huevos grandes, a temperatura ambiente
1/2 taza (125 ml) de leche entera
1 taza (80 g) de coco rallado
- Precalentar el horno a 160 grados. Enmantecar y enharinar una budinera.
- Tamizar la harina y el polvo de hornear en un bowl pequeño.
- En un bowl mediano, batir la manteca con el azúcar hasta lograr una crema pálida.
- Agregar los huevos de a uno (no está en la receta original, pero se puede agregar una cucharadita de extracto de vainilla) y la leche.
- Incorporar los ingredientes secos a los húmedos junto con el coco. La masa queda espesa: no hay que mezclar de más porque se activa el gluten, y el budín sale seco y pesado.
- Transferir la preparación a la budinera. Llevar al horno por 50-60 minutos, hasta que el budín esté dorado en los bordes. Al clavar un escarbadientes en el medio, tiene que salir seco.
- Dejar enfriar y desmoldar.