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Conocer a Edward Lear es muy agradable…

Conocer a Edward Lear es muy agradable…

(AC)

Hubo alguien que la noche del 2 de enero de 1865 fue a cenar a lo de unas vecinas, Lady Duncan y su hija Ana, que vivían a unos pocos kilómetros de distancia. Volvió tarde en la noche, y al otro día recibió una amable notita de la vecina, en la que le preguntaba si había llegado bien, etc. Ese alguien (que se llamaba Edward Lear) les respondió con una breve carta dirigida a la hija, que decía así:

3 de enero de 1865

Querida Señorita Duncan:  

        Anoche llegué a casa perfectamente bien y en parte se debió a los cuidados que me prestaron dos Ranas notablemente grandes & amistosas, que me tomaron del brazo & me acompañaron por el sendero. (Podrá ver una representación fiel de este hecho en esta misma página.) Nada podía superar la gentil & inteligente expresión de sus rostros, salvo la urbanidad de su comportamiento y la melancólica y remota dulzura de sus voces. Me informaron que eran padres de 49 renacuajos de diversas edades y talentos, algunos de los cuales esperaban emigrar a Malvern y Mesopotamia a corto plazo.

        Créame,

                    sinceramente suyo

                                                Edward Lear

Pocos días después las vecinas devolvieron la visita, y evidentemente hicieron referencia a la cuestión de las ranas, porque al día siguiente Lear volvió, en otra breve carta, al tema:

7 de enero, 1865

Mi querida Lady Duncan:

        Tanto a usted como a la señorita Duncan les complacerá enterarse de lo ocurrido en cuanto ustedes se fueron ayer, & lamento mucho que no se hayan quedado un rato más. Imagínese cuán sorprendido y gratificado me encontré por la visita de las dos Ranas amables, que trajeron a visitarme a sus dos Renacuajos Mayores. En la otra página podrá ver un correcto dibujo de esa visita. Estas dos amistosas personas se sintieron muy complacidas por mis 2 Lámparas, que lamento no haberles mostrado a ustedes & una de ellas fue tan amable de decirme que, de haber podido, hubiera hecho el intento de llevar una de las lámparas hasta la Maison Carabucel para que ustedes la vieran. No se quedaron más de 20 minutos, ya que tenían un largo camino hasta su casa, & lamenté no tener en la casa más que un pedazo de cordero frio & un poco de Marsala, que ellas rechazaron diciéndome que hubieran preferido unos berros o algunos bichitos pero que en cualquier caso no tenían hambre. Al principio no supe cómo ser cortés con los Renacuajos, ya que debido a sus largas colas no podían sentarse en las sillas como sus padres; por lo tanto los puse en un aguamanil & parecieron contentos.

        Tanta amabilidad y atención por parte de personas extrañas, de raza & podría decir naturaleza tan diferente de la nuestra es un verdadero deleite, y más aún por ser inesperada. Las Ranas fueron tan amables de agregar que si yo hubiera tenido alguna pintura al óleo les hubiera encantado comprarla… pero que la humedad de su residencia seguramente borraría mis acuarelas.

        Créame,

              sinceramente suyo

                                      Edward Lear

Estas dos cartas breves pueden ser una buena manera de presentar a uno de los artistas (poeta y dibujante y acuarelista) más entrañables del siglo XIX, y por lo tanto de hoy y de mañana: el inglés Edward Lear. Las he sacado a las dos de un libro verdaderamente admirable, que publicó Daniel Samoilovich en la editorial Bajo la Luna en 2003: El hombre que se arrojó al mar en el más improbable de los navíos. Sin dudas quienes fuimos entusiastas lectores de Diario de Poesía recordaremos el dossier del número 64, dedicado a Lear, y en el que está basado el libro: un prólogo, una excelente semblanza biográfica, varios limericks y poemas, varios artículos o fragmentos de artículos sobre Lear, selecciones de su epistolario y sus diarios de viaje, etc.

            A continuación de esta breve presentación compartimos, como si se hojeara el libro, un fragmento del prólogo de Daniel Samoilovich, el final de la semblanza biográfica que escribió Mirta Rosenberg, y un poema que tradujeron Rosenberg y Samoilovich juntos.

            Giuseppe Tomasi di Lampedusa dice, refiriéndose a los italianos de su época, que no cree que puedan apreciar la poesía de Lear. El problema, básicamente, es que “somos más serios que los asnos”. Abrirnos, dejarnos tocar por el infinito encanto de Edward Lear sin dudas será un paso en la dirección correcta.

[FRAGMENTO DEL PRÓLOGO]

…¿Una obra magistral del nonsense? ¿Del desatino, como se solía traducir al castellano en un tiempo? No me parece. Como cada siglo, generando su propio concepto de cordura, fabrica sus locos, el XIX inglés confinó al nonsense lo que no entraba en su sense, su ideología media transformada en única medida de lo razonable; o, peor aún, cernidor universal de lo que tiene sentido. No resulta obvio que sea un desatino el azoro metafísico del pollito de un poema de Lear que mira el cascarón del que acaba de salir y pide a sus hermanos que le expliquen, si pueden, qué es lo que ha pasado. El nonsense de Lear no es la pesadilla de la razón que campea en la obra de Lewis Carroll, sino más bien un impulso emocional que se traduce en poesía sin más, con todas las singularidades formales de ese arte, con su extrema condensación y visibilidad, su particular trabajo rítmico y gramático, y esa imposibilidad de glosa y dificultad de traducción que también caracterizan, Freud dixit, al chiste y al trabajo del inconsciente…

 

[FRAGMENTO FINAL DE LA SEMBLANZA BIOGRÁFICA]

….Su salud, que increíblemente había resistido los viajes en condiciones a veces muy duras, se resiente, y empieza a padecer bronquitis recurrente y reumatismo. En cama se dedicó a completar su propio obituario, que ya había comenzado en 1884; pese a todas las dificultades y la entrevista proximidad de la muerte, es un autorretrato carente de resentimiento y no exento de sutil humor. Lo tituló “Incidentes de la vida de mi tío Arly” y, cuando en febrero de 1886 John Ruskin lo colocó a la cabeza de su lista de autores favoritos en un artículo publicado en la Pall Mall Gazette, Lear le envió una copia firmada en señal de gratitud. En 1887, Gussie Bethell (ahora viuda) fue a visitarlo: “No sé si pedirle o no que se case conmigo. Ella me demuestra claramente que le importo… Pero nada ocurrió… y creo que ahora ya han muerto todas mis esperanzas”. También abandonó su idea de ilustrar los poemas de Tennyson, sobre los que había trabajado durante más de veinte años, realizando más de 200 dibujos para esa soñada edición. En septiembre, murió su gato Foss, el último fiel compañero que le quedaba, y lo hizo enterrar en el jardín, con una lápida dedicada. Lear lo sobreviviría unas pocas semanas: el 29 de enero de 1888, murió pacíficamente, tras haberle dictado a su criado Giuseppe Orsini estas últimas palabras: “Siento que muero. Diles a mis amigos y relaciones que mis últimos pensamientos fueron para ellos. No encuentro palabras suficientes para agradecerles todo el bien que me han hecho.”

[UN POEMA]

EL BÚHO Y LA GATITA

I

El Búho y la Gatita fueron a navegar
en un botecito color verdemar;
llevaban mucha miel y formando un paquete
un montón de dinero envuelto en un billete.
Rasgando su vihuela en la noche estrellada
el Búho se largó con su guitarreada:
“¡Oh, mi amada Gata! ¡Oh, Gata, mi amor!
¡Qué bella que sos,
sos,
sos!
¡Qué bella que sos!”

II

La Gata le dijo: “¡Hermoso tu canto!
¡Qué verso elegante! Vayamos al grano:
casémonos pronto, eso es muy sencillo,
lo que no sé es dónde comprar un anillo.”
Así navegaron, medio a la deriva,
por puertos lejanos un año y un día
hasta hallar el país donde crecía
el árbol del Bong,
y un chancho había en ese país
¡que tenía un anillo en su chanchinariz,
nariz,
nariz!
¡que tenía un anillo en su chanchinariz!

III

“Estimado Chancho, ¿acepta un chelín
por su anillo?” “Bueno -dijo el Chancho-, sí”.
Munidos de anillo, al día siguiente,
casólos un Pavo. ¡Estuvo increíble!
Hubo picadillo, dulce de membrillo,
de cubiertos usaron cucharas runcibles,
y al borde del mar, en la playa lejana,
bailaron muy juntos a la luz de la luna,
la luna,
la luna,
muy juntos a la luz de la luna.

THE OWL AND THE PUSSY-CAT 

I

The Owl and the Pussy-cat went to sea
   In a beautiful pea-green boat,
They took some honey, and plenty of money,
   Wrapped up in a five-pound note.
The Owl looked up to the stars above,
   And sang to a small guitar,
“O lovely Pussy! O Pussy, my love,
    What a beautiful Pussy you are,
         You are,
         You are!
What a beautiful Pussy you are!”

 

II

Pussy said to the Owl, “You elegant fowl!
   How charmingly sweet you sing!
O let us be married! too long we have tarried:
   But what shall we do for a ring?”
They sailed away, for a year and a day,
   To the land where the Bong-Tree grows
And there in a wood a Piggy-wig stood
   With a ring at the end of his nose,
             His nose,
             His nose,
   With a ring at the end of his nose.

 

III

“Dear Pig, are you willing to sell for one shilling
   Your ring?” Said the Piggy, “I will.”
So they took it away, and were married next day
   By the Turkey who lives on the hill.
They dined on mince, and slices of quince,
   Which they ate with a runcible spoon;
And hand in hand, on the edge of the sand,
   They danced by the light of the moon,
             The moon,
             The moon,
They danced by the light of the moon.


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