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Raúl Gustavo Aguirre – Connotaciones

Raúl Gustavo Aguirre – Connotaciones

Hace algunas semanas, Daniel Freidemberg nos hizo llegar un correo electrónico que traía adjunto un documento con un libro inédito de ensayos del poeta argentino Raúl Gustavo Aguirre (1927-1983): Connotaciones –Ensayos de teoría y crítica literarias. El libro reúne ensayos escritos –y en general publicados, en sus primeras versiones, en revistas de poesía o en suplementos culturales de distintos diarios– entre 1944 y 1975. El libro puede resumirse básicamente como una colección de ensayos: (i) sobre el lugar de la poesía en la sociedad; (ii) sobre temas particulares del arte de la poesía; (iii) sobre poetas en particular. En cada página se siente la pasión de quien escribe por la poesía. Aguirre es uno de los poetas fundamentales de la poesía argentina del siglo XX, además de haber jugado un papel central como divulgador y apasionado defensor de la poesía, desde su rol de fundador y director de la revista Poesía Buenos Aires; sería por lo tanto muy deseable que el libro encuentre editorial a la brevedad. Compartimos aquí para colaborar con ello el índice del libro, tres ensayos, y un poema de Aguirre, a quien siempre vale la pena releer.

 

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ÍNDICE DEL LIBRO INÉDITO CONNOTACIONES –ENSAYOS DE TEORÍA Y CRÍTICA LITERARIAS DE RAÚL GUSTAVO AGUIRRE

NOTA PRELIMINAR

PRIMERA PARTE: ALGUNAS INCERTIDUMBRES

           

I. LOS TRABAJOS DE LA LITERATURA

Literatura moderna y literatura popular    
Literatura de minorías         
Literatura didáctica 
Problemas de la literatura contemporánea
La polémica sobre el realismo          
Dos palabras a los jóvenes    
Los experimentos del profesor Milic
La literatura en el siglo de la tecnología

           

II. LOS MISTERIOS DE LA POESÍA

Introducción a la poesía lírica         
Los asesinos de la poesía     
Los poetas en nuestro tiempo           
Presencia de la realidad en poesía   
Poesía y acción política        
El conocimiento de la poesía
Poesía para vivir       
Mi vecino no sabe      
La ingenuidad del poeta       
Tres notas sobre Heidegger y la esencia de lo poético        
Sobre “buenos” y “malos” poetas      
Los misterios de la poesía     
El silencio      
Territorios     
Función de x  
Liberación y poesía   

 

SEGUNDA PARTE: ALGUNOS ÁMBITOS

I – LITERATURA ARGENTINA      
Poesía argentina del siglo XX
Un movimiento de vanguardia en la poesía argentina: el Invencionismo
Actualidad del poema en prosa        
En el aura de Juan L. Ortiz    
Oliverio Girondo o la palabra en el papel despedazado     
“Demencia, el camino más alto y más desierto”–Jacobo Fijman, el gran olvidado
José Pedroni: la límpida coherencia de un gran canto a la vida
Borges
Recuerdos de un poeta niño: Ricardo E. Pose          
Biografía de una experiencia poética          
Léonidas C. Lamborghini: La poesía como experiencia de la realidad     
Rodolfo Alonso: un claro hablar       

 

II – LITERATURA BELGA     

Fernand Verhesen o la poesía como espacio vital   

 

III – LITERATURA BRASILEÑA    

Carlos Drummond de Andrade, poeta del vasto mundo     
Para entender a Vinicius de Moraes

           

IV – LITERATURA CHILENA

Vicente Huidobro y la vanguardia literaria del continente
El memorial de Isla Negra, autobiografía poética de Pablo Neruda

 

V – LITERATURA ESPAÑOLA        

Un viaje por el libro del buen amor  

 

VI – LITERATURA FRANCESA      

Para encontrar a Lautréamont        
Los últimos sueños de Rimbaud      
Jean Cocteau: del niño terrible a la terrible conciencia      
René Char y la poesía de nuestro tiempo     
La aventura de Ponge

           

VII – LITERATURA INGLESA        

Dylan Thomas: poeta de la furia y el misterio         
Visión de la poesía en un poema de Dylan Thomas 

 

VIII – LITERATURA ITALIANA 

Cinco acotaciones a Dante
Con Ungaretti en Buenos Aires         

 

IX – LITERATURA NORTEAMERICANA

Actualidad de Henry James  
La Bestia en la Jungla

 

X – LITERATURA PERUANA

Los heraldos negros: ¿libro modernista?     
Itinerarios de César Vallejo

           

XI – LITERATURA VENEZOLANA

José Ramón Medina: la palabra como amor combatiente  
Juan Sánchez Peláez: en el misterio y la plenitud de la poesía       
“Los pies de barro”: novela crítica en el horizonte de la narrativa latinoamericana actual
Guillermo Yepes Boscán y el menester inocente

 

NOTA BIBLIOGRÁFICA

 

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TRES ENSAYOS BREVES DEL LIBRO INÉDITO CONNOTACIONES – ENSAYOS DE TEORÍA Y CRÍTICA LITERARIAS DE RAÚL GUSTAVO AGUIRRE

 

DOS PALABRAS A LOS JÓVENES

Cada vez que converso con la gente muy joven sobre este tema de la literatura tengo la satisfacción de comprobar que es muy poco lo que puede enseñar la escasa experiencia que dan los años, y que ella –la gente muy joven– tiene lo principal, es decir, una actitud positiva, comunicativa, constructiva y creadora ante la vida, actitud sin la cual nada es posible y con la cual todo viene solo y se da por añadidura. Fuera de que lean mucho, y mucho a los grandes autores de todos los tiempos, no tengo ningún consejo que darles. Leer es importante, porque lo principal –lo que hace la madurez de un ser humano, hombre o mujer–, es una visión amplia y profunda y rica de la existencia, y para llegar a esto tenemos un solo camino: el de nuestra experiencia personal, camino que se recorre viviendo; pero esta experiencia no sólo está hecha de lo que nos sucede en la vida sino también de aquello que, mediante la lectura de todos los signos de expresión del ser humano –literatura, música, artes visuales, etc.– es comunicación enriquecedora de aquello que les ocurrió a los demás. La conquista del espacio espiritual de cada uno se realiza, así, mediante esa mirada atenta hacia lo otro y hacia los otros. Nuestro diálogo con las obras creadoras del hombre debe ser tan despojado de todo intelectualismo como lo es, por ejemplo, nuestra contemplación de un hermoso atardecer en el campo. Tenemos que abrir nuestro espíritu hacia aquello que lo enriquece y lo mantiene con vida. No hay que olvidar que el arte y la literatura, y la ciencia y la técnica, y todas las conquistas del hombre no son más que un medio, y que el fin primordial es el desarrollo de nuestra libertad interior, la plenitud de nuestra vida. A mí me gusta repetir siempre que si la literatura no sirve para vivir no sirve para nada.

        Los jóvenes tienden a huir siempre de los términos medios, y eso está bien porque es una etapa necesaria al desarrollo de la personalidad. Pero, por lo tanto, o bien caen en el desaliento o bien creen haberlo comenzado todo de nuevo. A los que tengan serias dudas acerca de si poseen ‘’cualidades’’ o ‘’porvenir’’ en cuanto a una actividad artística, desearía decirles que esto de las cualidades o del porvenir no es importante. Las cualidades son consecuencias de una actitud constructiva y creadora ante la vida. Lo demás viene solo o es oficio que se aprende. En cuanto al porvenir, eso depende de factores que están fuera del alcance de uno. Grandes creadores en la historia de la civilización humana permanecieron desconocidos, algunos durante siglos. Lo importante es que ellos, como personas, hayan realizado su vida, haciendo lo que tenían que hacer. Lo demás es casual. 

        En cuanto a los que creen haberlo descubierto todo de una vez para siempre, tenemos que recordar que los más grandes artistas de todos los tiempos han tenido, hasta el fin de sus días, la sencillez del aprendiz. Esta es su mejor enseñanza. Ser alguien que aprende es un hermoso plan de vida, siempre posible de realizar. ‘‘La maravilla –decía Rodin– nace de las manos del trabajador humilde’’. 

        Con mis palabras, trato de transmitirles sobre todo esta noción, que me parece es lo mejor que puedo darles: lo que importa es vivir cotidianamente en una actitud creadora, constructiva, comunicativa con lo otro y con los otros. Creer más en lo que une a los seres humanos que en lo que los separa. Después de todo, una idea es sólo una idea, algo abstracto, y no vale quizá lo que vale una amistad. En nuestros tiempos, en que todo parece ser movido por fines ‘‘prácticos’’, importan mucho los sentimientos que nos unen al prójimo. Tales sentimientos son algo muy valioso y vale la pena pensarlo mucho cuando una idea es contradictoria con ellos. Quiero decir, en resumen, que si ustedes mantienen una actitud creadora en sus vidas, si mantienen ese interés y esa curiosidad por las cosas que hay en el mundo, ese amor por todo lo que existe y se mueve en el mundo, hay muchísimas probabilidades de que lleguen a ser buenos escritores o artistas. O por lo menos, si ello no ocurriera, de que lleguen a ser personas muy valiosas para los demás y contentas de sí mismas, no importa las adversidades por que atraviesen. Y esto, después de todo, ¿no es acaso lo más importante?

(1966)

 

 

UN MOVIMIENTO DE VANGUARDIA EN LA POESÍA ARGENTINA: EL INVENCIONISMO (FRAGMENTO)

(…)

II.

 

¿Qué es la imagen inventada? Es la sistematización de la que Huidobro había llamado alguna vez (aunque luego no volviera a insistir en ella), imagen creada pura. Si liberamos al lenguaje de las leyes que lo condicionan a su función representativa, convencional, queda aún, en cada imagen, una atmósfera, un elemento de intuición, originados en su simple resonancia afectiva, donde reside, poéticamente, su valor esencial.

       Una palabra puede ser rica en significados definibles, pero lo es mucho más, infinitamente, en significados ininteligibles, aquellos que nacen en esferas de la conciencia que no pueden ser encadenadas a los procesos conceptuales, y que es donde verdaderamente la palabra encuentra la totalidad de su valor dentro de un idioma. La poesía se ha sustentado, siempre, sobre esta facultad de las palabras, y ella comienza a existir cuando en cualquier enunciación predomina sobre un elemento convencional.

       Por eso no fue difícil a los surrealistas obtener hallazgos válidos en enunciaciones que resultaba ininteligibles por vías racionales, como el famoso “rocío con cabeza de gata”, al tocar esa zona del yo donde las palabras se despojan de su condición de piezas de engranaje para virtualizarse en un espacio donde hallan sus afinidades según otras leyes, donde son fundamentalmente distintas sus relaciones y su función.

       Los surrealistas se contentaron, por lo menos en teoría, con extraer esos nuevos complejos, tal como se formaban, de manera pasiva, o sea, sin intervención de una conciencia protagónica, vigilante, sintética, que diera integración final a tales elementos.

       Pero es evidente que no todo lo que se forma en la infraconciencia, ni aún en la de un hombre inteligente, como ellos aclaraban, tiene validez poética. Tampoco resultaba convincente una posición que niega a la totalidad del individuo la posibilidad de una participación activa en el mundo, como lo es, en esencia, toda creación, todo arte.

       Para definir la imagen inventada como valor poético, es fundamental insistir en la exigencia de una cualidad de ser conscientemente vivida. El poeta recibe los elementos de la subconciencia como recibe los del mundo físico: como una experiencia única, pero que le es dado seleccionar y modificar.

       La imagen surrealista sería al mundo infraconsciente lo que la imagen simplemente especular sería al mundo físico, en tanto que la imagen inventada se organiza sobre ambos mundos, sobre la totalidad de los elementos posibles. Como proceso sintético por excelencia, no guarda semejanza con ningún hecho anterior: es nueva, no representativa, conforma una realidad inaparente hasta que se produjo. Sin la condición de no responder a una necesidad de concretar esa realidad, sería un mero juego de palabras, una oscura fórmula mágica desprovista de significación.

       Ya Max Jacob había expresado que “significación no implica la presencia de una idea”. Las imágenes de la poesía, como los sonidos de la música, pueden tener significado sin ser “comprensibles”. Ellas representan siempre un alejamiento del lenguaje convencional, y en este sentido, la imagen inventada pertenece a un lenguaje poético donde el elemento convencional ha sido por entero desalojado[1].

       La imagen inventada no esconde tras de sí ninguna representación del mundo preexistente, como ocurre con la imagen común y con la metáfora. Esta representación tampoco se encuentra alterada por la participación del poeta, como en la imagen creada de Huidobro. Como esta última, es un hecho nuevo: la posibilidad de crear hechos nuevos abre a la poesía un inmenso dominio, faculta al poeta para extender, por medio del lenguaje, las fronteras del territorio humano, cuyas verdaderas dimensiones comenzamos a entrever desde los tiempos del surrealismo.

       Por medio de estas imágenes, además, el hombre consigue al fin un instrumento para exponer su propia realidad, sin trasposiciones ni apelación a ejemplos. El poema resulta así la misma experiencia, tal como se produce, tal como se vive. La anécdota desaparece para dejar lugar al ser humano viviente. Poesía y vida se identifican en la imagen, como ya se han identificado en la conducta del poeta. El juego y todas sus reglas desaparecen.

       De manera que, según lo expuesto, podríamos elaborar una lista de los elementos, un catálogo de las imágenes posibles en el poema. Esta lista, muy simplificada, sería la siguiente:

1) La imagen descriptiva, reproductiva, especular: el cielo gris, el árbol junto al río…
2) La imagen comparativa, traslaticia, metafórica: en el río Zambezee de tus ojos…
3) La imagen “creada” (en el sentido de Huidobro): un pájaro picotea el arcoíris
4) La imagen creada pura (Huidobro) o inventada (Bayley): el cobre rojo de la existencia

 

       La imagen “onírica” de los surrealistas puede caer, dentro de este criterio, en cualquiera de los grupos.

       En realidad, todos estos tipos de imágenes se han venido dando en la poesía de todos los tiempos aunque, por supuesto, en menos proporción los últimos que los primeros hasta el advenimiento del surrealismo.

       Algunos poetas llegaron a la imagen inventada por la extrema sublimación de la metáfora. Ya en Góngora –como bien observaba Bayley– es imposible decir sin riesgo que son halcones sobre manos de halconeros los que se esconden detrás de estos versos:

 

Quejándose venían sobre el guante
los raudos torbellinos de Noruega…

 

como así también en García Lorca, en cuya obra el proceso de sutilización de la metáfora se puede seguir con claridad en toda su progresión, ya es imposible descubrir la referencia que esconden imágenes como “la transparente cigüeña del alcohol” o “los caracoles vacíos de los documentos”.

       Lo que distingue a la serie de imágenes que hemos presentado es el grado decreciente de participación del objeto en la imagen, ya que, mientras en la imagen simplemente especular el objeto aparece sin ser alterado, en la metáfora ya se lo ha sustituido por otro con el que guarda una relación asociativa, mientras que en la imagen creada el objeto ha sido alterado, modificado su comportamiento ontológico, y en la imagen inventada, por último, el objeto ha desaparecido completamente: sólo existe la imagen, despojada de toda referencia “objetal”.

       Ahora bien: sería imposible proclamar que la poesía debe escribirse sobre la base de un tipo determinado de imagen. Porque ello supondría una premeditación que falsearía la disponibilidad del poeta[2]. Lo que sí puede afirmarse es que no existe ninguna razón para no considerar a la imagen inventada como uno de los elementos posibles del poema, y quizás uno de los de mayor porvenir para aquellos que posean facultades legítimas para emplearla. Ella amplía considerablemente el territorio de la poesía, permite la posibilidad de expresar en forma directa, intuitiva, experiencias indecibles de otro modo. Por supuesto que el problema poético no consiste sólo ni se resuelve solamente en la imagen. Hoy, como siempre, no existen recetas para la creación. La poesía es siempre algo distinto de cualquier consideración o análisis, y siempre los trasciende.

(1951-1965)

 

 

LA AVENTURA DE PONGE

Lo que intenta Ponge[3] –aquello que siente es tarea del poeta– es, simplemente, mirar. Pero, en seguida, este “simplemente” se convierte en el trabajo más difícil que haya sido encomendado a un hombre. Una piedra, una hierba, el fuego, detenidos en la mirada del poeta, comienzan a mostrar el temible silencio de donde surgen. ¿Dónde están las palabras que los nombran realmente, que dicen algo de ellos? En todas sus lecturas –vastas, sin duda– Ponge sólo descubre unas pocas, muy pocas, por lo demás incidentales referencias a esos objetos que en verdad nos rodean, están allí, constituyen la realidad en que nos movemos, en que vivimos.

       ¿Qué extraña determinación ocurre para que nos rodee semejante mudez, justamente de lo más cercano? Hace siglos que el hombre ha hecho su discurso con los objetos, ha edificado así una literatura, una filosofía, una ciencia. Pero raras veces su mirada se ha detenido en un objeto. He aquí un ladrillo: es parte de un muro, y esto resuelve la cuestión. Pero si observo este ladrillo, si fijo en él mi mirada, si quiero decir algo de él, entonces ocurre algo verdaderamente misterioso: tropiezo con dificultades inesperadas, el ladrillo se vuelve de pronto un objeto de una terca mudez al que no consigo arrancar más que unos pocos lugares comunes.

       Aquí comienza el gran desafío, la gran aventura: el deseo de que el ladrillo hable, de que diga verdaderamente algo. Pero, para lograr esto, se requiere un acto de amor: ponerme de parte del ladrillo, dejarlo existir, acallar mi deseo de utilizarlo, extraerlo de mi desprecio por las cosas “sin importancia”, respetarlo, dejarlo que cobre existencia ante mí, libre y gratuita. Dejar que sea lo que es y que me diga, él, lo que es.

       Así, en esta actitud, Ponge consigue que los objetos le hablen, que el universo tenga voz. Pero las cosas, se dirá, no hablan. Es el poeta el que habla por ellas, el que les da la palabra sin saberlo.

       Aquí, no obstante, tocamos un enigma. Es mi palabra, sin duda, pero no viene de mí el dictado ni tampoco en definitiva del objeto, sino que el objeto trata –y me parece que hasta con desesperación– de suscitar en mí un discurso que de alguna manera lo refleje. Para lo cual apela a todas mis disponibilidades, a la penetración de mi mirada, a la posibilidad que yo tengo de expresarme de manera más o menos perceptible para otros. Porque el objeto, expresado por mí, existirá a través de mis palabras para los otros de una manera que antes no tenía de existir. En suma, yo habré, quizás, hecho a los otros el don de un objeto. Habré, de alguna manera, aumentado la realidad, es decir, la conciencia o la experiencia de la realidad.

       ¿Y cuál es el sentido de todo esto? ¿Lo sabemos? Sólo sabemos que es una de las tareas –y por así decir, una de las fatalidades– humanas. Adquirir conciencia. Salir de los bosques, del torpor, del anonadamiento en la penetración pura y simple del universo en nosotros, del estado animal. Cada palabra es en este sentido un espacio ganado por el hombre, un intruso arrojado de su interior, arrojado allí afuera para ser visto, reconocido, contemplado y, quizás, amado.

       Tal vez, algún día, consiga así arrojar de mí mismo eso que hoy es misterio y me impide verlo todo. O, al nombrar ese misterio –como hasta hoy sólo hemos apenas conseguido– tenerlo también allí, a mano, para oponerlo justamente a aquello que quiere borrarnos como misterio, que quiere nombrarnos prematuramente (a nosotros, que seguimos siendo maravillosamente innombrables, indescriptibles) para poder utilizarnos mejor.

       Al nombrar un guijarro comenzamos una tarea casi sin esperanzas. Pero no nos falseamos el camino. No creemos haber arribado a ninguna cima, como aquellos que ya creen poder nombrarlo todo y tener en sus manos la totalidad del hombre y aun del cosmos.

       Obsérvese que para emprender semejante tarea se requiere una modestia singular. Ponge sabe que “la riqueza de proporciones contenidas en el menor objeto es tan grande que todavía no concibo la posibilidad de dar cuenta de ninguna otra cosa sino de las más simples: una piedra, una hierba, el fuego, un pedazo de madera, un pedazo de carne” (p. 183).

       Para mirar, para nombrar, se requiere tiempo. Jehová, cuando pidió a Adán que diese sus nombres a las cosas, hizo así que las viera por primera vez. Adán tuvo mucho que mirar y poco tiempo para nombrar: pasó de una cosa a otra, sin detenerse casi, y así sigue hasta hoy. Tal vez haya llegado el tiempo de detenerse, de mirar otra vez, de mirar más largamente, de comenzar a ver.

       El tiempo de una modestia penetrante y colmada de solicitud hacia los seres y las cosas. Capaz de descubrir, por ejemplo, como lo hace Ponge, que una flor es una llaga. Quizás una actitud así consiga por lo pronto ayudarnos a continuar un camino que hemos perdido a fuerza de no tener tiempo. A recuperar el verdadero tiempo de la existencia que se cumple en el diálogo con Aquello-que-tiene-todo-el-tiempo, con aquello que podemos extraer del tiempo para que nos hable en un presente sin disolución y sin evanescencia.

       Esa actitud, en todo caso, es la que algunos consideramos como una de las condiciones de cierta posibilidad de vivir que hemos dado en llamar Poesía.

 

(1972)

 

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UN POEMA DE RAÚL GUSTAVO AGUIRRE

 

POR ÚLTIMO

Haber dejado una moneda de fuego en la mano de otro,
haber atado ciertos hilos de amor y resplandor,
haber perdido algo
al salir de la casa vacía.

Haber estado, haber acompañado,
haber estado complicado con el viento que siempre tiene razón,
con la tierra y el agua y con la hierba que siempre tiene razón.

No haber cumplido años lejos de sí mismo,
no importa si de rodillas o en medio del pantano pero cerca de sí,
o entre asuntos pendientes o torcidos desde el comienzo,
pero masticados con tus dientes.

No importa ser interrumpido
si estás al pie del árbol gigante en el día sin fin,
al pie del árbol de piedras preciosas del sueño que sólo pertenece a los hombres,
y si has podido hablar con esas piedras
y acompañar hasta su casa a alguien
en un momento duro de la noche (y vivía tan lejos).

No importa que no haya solución para nadie ni perdón para nadie,
ni si al fin estás solo en las salinas de la madrugada
haciendo todo lo posible para que salga el sol,
para que estos rostros queridos no se hundan en los rápidos de la nada
que acecha tanta maravilla.

 

[1] La objeción que se hace sobre el “intelectualismo” o “deshumanización” de este movimiento no puede ser más absurda. En efecto: ¿qué hay de menos conceptual, de menos intelectual que estas imágenes donde, por el contrario, el ser humano expresa su totalidad?

[2] “El poeta no es un buen hombre que prepara a su antojo manjares perfectos para el género humano. “El poeta no es un hombre que medita esa preparación y que luego la sigue con atención y rigor para entregar el producto final al consumo de todos y en bien de todos. “No, el poeta no hace que en la poesía ocurra lo que él quiere. No se trata de voluntad ni de buena voluntad. El poeta no manda en su propia casa.” (Henri Michaux).

[3] PONGE, Francis: De parte de las cosas. Traducción y notas de Alfredo Silva Estrada. Caracas, Monte Ávila, 1971. Edición bilingüe. 209 p.


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