Hace unos meses publicamos en nuestra página web esta entrada. Era la transcripción de un artículo que originariamente había sido publicado en papel en Hablar de Poesía 5 (junio 2001), en el que Edgardo Dobry comenta uno de los poemas más célebres de Cavafis y ofrece 5 traducciones.
Por esas cosas lindas que tiene internet, a partir de esa publicación nos llegó la noticia de que la poeta uruguaya Circe Maia también tradujo ese mismo poema, que publicó, con una breve presentación, en su libro La casa de polvo sumeria. Lecturas y traducciones. Rebeca Linke editoras. Montevideo, 2011.
La traducción es excelente, y la compartimos entonces junto a la iluminadora nota que la acompaña en el libro, agradeciéndole a Alicia Ferreira el contacto y el envío.
…QUE EL DIOS ABANDONABA A ANTONIO…
El título de este poema de Kavafis [sic, ambas formas de escribir el apellido del poeta están muy difundidas] está extraído de un comentario de Plutarco sobre el extraño hecho ocurrido la noche anterior a la derrota final de Marco Antonio: “En mitad de la noche, cuando la ciudad de Alejandría se encontraba en el mayor silencio y consternación, por temor y expectativa de lo que iba a suceder, se oyeron súbitamente sones como de muchos instrumentos y griterío como de mucha gente, con cantos y bailes, pero no se veía nada. El invisible cortejo atravesó la ciudad y salió por la puerta donde se iba al campo enemigo y por allí desapareció”.
“A muchos les pareció”, agrega Plutarco, “que esto era una señal de que el dios abandonaba a Antonio, aquel dios al cual él hizo siempre ostentación de parecerse y en quien particularmente confiaba”.
El relato de Plutarco sirvió de fuente a Kavafis para uno de sus más admirados poemas:
QUE EL DIOS ABANDONABA A ANTONIO (VERSIÓN DE CIRCE MAIA)
Cuando de pronto, hacia la medianoche
se escuche atravesar un cortejo invisible
y se oiga su música, sus cantos, sus sonidos
no lamentes tu suerte que declina
tus obras fracasadas, los planes de tu vida
que resultaron falsos; no te quejes en vano.
Como desde hace tiempo preparado y valiente
di adiós a Alejandría, que se aleja.
Y no te mientas a ti mismo, no digas
que eso fue como un sueño, que te engañó tu oído
no aceptes esas vanas esperanzas.
Como desde hace tiempo preparado y valiente
como alguien, que de tal ciudad supo ser digno
acércate con firmeza a la ventana
y escucha emocionado, pero no con lamentos
no con ruegos, como hacen los cobardes
escucha como último placer aquellos sones
maravillosos sones del cortejo invisible,
di adiós a Alejandría, a la que pierdes.
¿Por qué este poema resulta tan abarcador, tan universal, apoyándose, sin embargo, en un único personaje y en un único punto del tiempo? No es fácil la respuesta, pues caemos inmediatamente en explicaciones teóricas sobre el sentido de la vida o sobre la dignidad estoica de la aceptación del destino.
Tampoco recurrir al simbolismo nos ayuda mucho. La imagen central, que es la del cortejo la música tocada instrumentos invisibles, ¿es acaso un símbolo? ¿De qué?
En el texto de Plutarco no parece como símbolo sino como un signo, un signo que indica el abandono divino. Subyace aquí la idea –muy de Kavafis– de una especie de traición final que realizan los dioses. Lo vemos en el poema en el que Thetis se queja de la traición de Apolo, quien había pronosticado larga vida a su hijo y luego se encargó, él personalmente de su muerte en plena juventud.
Sin embargo la acusación de perfidia divina no es constante. Existe un curioso poema en el que son los mortales los responsables de interrumpir las buenas obras que están realizando los dioses, con nuestra ansiedad, con nuestra incomprensión.
Este poema se llama “Interrupciones”:
La obra de los dioses la interrumpimos nosotros.
Los precipitados e inexpertos seres de un instante
en los palacios de Eleusina y Ptia
Demeter y Thetis inician obras buenas
con grandes llamas y con humo denso
pero siempre Meteneira se abalanza
desde los aposentos del rey, suelto el cabello
aterrorizada, y siempre Peleo
siente miedo e interviene.
Comenta el traductor, el helenista Castillo Didier: “El hecho de que se unan aquí dos mitos diferentes universaliza su simbología. Este poema afirma lo contrario de lo que se decía en otros sobre la Fatalidad. Demeter había tratado de hacer inmortal al hijo de Meteneira, sosteniéndolo sobre el fuego. Lo mismo había intentado Thetis con su hijo, Aquiles. En ambos casos intervienen los padres, pues no comprenden y se asustan, de modo que sus hijos no logran la inmortalidad”.
Podemos preguntarnos por qué este punto de vista es opuesto al de otros poemas
En realidad la religión griega fluctúa también entre puntos de vista muy diversos sobre la idea de destino, porque no se trataba de un cuerpo cerrado de dogmas, sino de una especie de visión plural, llena de contradicciones y matices, muy cercana a las formas cambiantes de la vida misma
Pero lo más extraordinario del poema es el hecho de que los mitos se presenten como una acción que está ocurriendo siempre, a cada momento. Siempre Meteneira entra aterrorizada, siempre Peleo interrumpe. Esta es, tal vez, la extraña universalidad de los mitos en Kavafis. No están en un punto en la línea del tiempo. Saltan hacia nosotros y se vuelven actuales, propios de toda persona, de toda época. Siempre habrá algún error en nuestro juicio sobre lo que está en verdad ocurriendo. Siempre habrá alguna Alejan- dría a la que perderemos.
Απολείπειν ο θεός Αντώνιον
Σαν έξαφνα, ώρα μεσάνυχτ’, ακουσθεί
αόρατος θίασος να περνά
με μουσικές εξαίσιες, με φωνές
-την τύχη σου που ενδίδει πια, τα έργα σου
που απέτυχαν, τα σχέδια της ζωής σου
που βγήκαν όλα πλάνες, μη ανωφέλετα θρηνήσεις.
Σαν έτοιμος από καιρό, σα θαρραλέος,
αποχαιρέτα την, την Αλεξάνδρεια που φεύγει.
Προ πάντων να μη γελασθείς, μην πεις πως ήταν
ένα όνειρο, πως απατήθηκεν η ακοή σου
μάταιες ελπίδες τέτοιες μην καταδεχθείς.
Σαν έτοιμος από καιρό, σα θαρραλέος,
σαν που ταιριάζει σε που αξιώθηκες μια τέτοια πόλι,
πλησίασε σταθερά προς το παράθυρο,
κι άκουσε με συγκίνησιν, αλλ’ όχι
με των δειλών τα παρακάλια και παράπονα,
ως τελευταία απόλαυσι τους ήχους,
τα εξαίσια όργανα του μυστικού θιάσου,
κι αποχαιρέτα την, την Αλεξάνδρεια που χάνεις