por Anahí Mallol[1]
(…)
El libro [Cuaderno de Oficio] tiene tres partes. En la primera hay poemas que se despliegan como escrituras en verso de los elementos adelantados en la prosa del prólogo, en que había dicho: “Siempre me imaginé la poesía como un territorio. Mejor aún, una isla”; “La poesía no sirve para quejarse”; “La poesía nos ayuda”; “La poesía crece cuando la historia es adversa a la humanidad”; la poesía es una reserva “para consolar de lo inconsolable”; “La poesía no sirve para nada”; “La poesía convierte la apariencia en realidad”; y “El secreto es que también hay belleza”.
Reescribe en los poemas, ahora en verso y de maneras diversas, las ideas acerca de la poesía, de su lugar en la vida de la autora, de la soledad, de la isla, de la verdad, del consuelo, de la belleza, que había presentado en el prólogo en prosa. Con humor, con rimas aleatorias siempre cuidadosamente elegidas para efecto de sorpresa y también de risa, el poema dice de la poesía y del oficio lo que puede ser dicho, sin evitar las paradojas ni los cambios de sentido, pero lejos de la mistificación, de la infatuación y aún del sentimentalismo. Como si fuera una simple constatación de datos puros, el valor, y la utilidad, de la poesía, que no sirve para quejarse, se revelan así: “Si no viene la poesía, no habrá nada”.
Con los ojos abiertos en la oscuridad
Pienso rimas: de silencio
Todo lo que reverencio;
de naturaleza su delicadeza
o su fortaleza, aunque nada
me da. La hora está vacía.
El ahora está vacío.
Si no viene la poesía,
no habrá nada.
El miedo vendrá.
La presencia de la poesía, entre realidad y verdad, como la idea de mirar en lugar de la televisión comercial la cámara de seguridad de un edificio, con la monotonía, lo intempestivo, el tedio y el anhelo de la vida misma, muestra su momento de verdad como una presencia, pero también como una búsqueda de algo que reside en las palabras mismas. Entre sonido y sentido, en el ensayo de la musiquita de la rima que puede tener tal vez una función de consuelo, se abre ese árbol de palabras, que llevan siempre a otra rama, y otra, y otra.
(…)
Si la poesía se abre, se abre con ella la posibilidad de decir algo, de conjurar la soledad, de hacer pasar el tiempo hasta la próxima primavera, de salir de la isla que se es. Pero no de una manera edénica: hay una búsqueda que puede ser difícil, hay un trabajo y un riesgo, porque la poesía no es lo dado sino lo que se persigue con anhelo.
En este sentido, resulta una condensación ejemplar el siguiente poema
Como dije: soy una isla
y la poesía es un camino
entre montañas y árboles
que por dentro me recorre
como sangre. Me alimenta
de mi hambre.
Sutil, conceptual, pero a la vez muy concreto y preciso en la elección de las imágenes, el lenguaje siempre contundente de la poesía de Rosenberg se aplica en este caso para hablar de su oficio de una manera única; es un dato de la vida, sin autoelogios pero sin falsas modestias, que da en el centro de lo que importa: se es poeta, parece decir, porque eso corre como verdad entre el cuerpo y la mente, porque las palabras persiguen y caen como una lluvia que se recibe y se hace correr, porque esas palabras permiten quebrar el silencio, abrirse a lo otro y trascender el encierro para arriesgarse a los pasajes, los peregrinajes, la contemplación. También porque esa pérdida, la pérdida de sí al tornarse quien lee, quien traduce y quien escribe en receptáculo de algo ajeno, nos hace vivir la vida del capullo del durazno y el ciruelo, que solo cuando caen adquieren su mayor belleza y se completan, en un círculo de recomienzo perpetuo.
(…)
De estos diálogos, nos dice, de estos cruces entre lo que el otro dice y lo que digo yo, está hecha la materia misma de la poesía, su verdad, como moneda que circula y cuyo valor la poética de Rosenberg acrecienta y lega. Ahí también está su fe, como lo dice en “Pequeño diccionario personal”:
La poesía es tener la convicción
de que transformando el lenguaje
es posible transformar la realidad.
Lograrlo sería entonces alcanzar la maestría suprema en el oficio. Mientras tanto, la poesía de Rosenberg reverbera, rima, va y viene, construye paisajes, invita a seguir leyendo y escribiendo, y no se queja: consuela de lo inconsolable.
[1] Esta entrada del Portal Web está formada por tres fragmentos del artículo “Cuaderno de Oficio – Poesía y verdad: entre lo que el otro dice y lo que digo yo” publicado en el número papel Hablar de Poesía 47 (julio 2023). En el artículo la poeta Anahí Mallol analiza el que fuera el último libro de Mirta Rosenberg (1951 – 2019): Cuaderno de Oficio.