Introducción y traducción de Francisco Acosta Joerges y Víctor Ibarra B.
Poco puede hacer esta nota salvo introducir de manera muy general y descriptiva los problemas que aquejan el quehacer poético de Hölderlin en la escritura de estos dos textos breves: de un lado, “Reflexion” (“Reflexión”), del otro, “Hälfte des Lebens” (“Mitad de la vida”).
El primero es una meditación en prosa en torno al problema tradicional del entusiasmo poético. Largamente emparentada con el genio, la medida del entusiasmo preocupó no solo a la estética que nacía también en el siglo XVIII, sino a toda una tradición retórica antigua, de la que Hölderlin viene a ser parte. El entusiasmo del sentimiento, y esta parece ser la hipótesis del texto, debe entablar una relación armónica con la conciencia que el poeta posee de los recursos de su ánimo para que el poema sea posible. La palabra armónico, sin embargo, no aparece en el fragmento. Y es que no se trata de lo que contemporánea y cotidianamente entendemos por armonía: no es una concordia entre los elementos, una amistad o una unificación como contrapartida de la disputa, pues la relación entre entusiasmo y conciencia se plantea en el fragmento de Hölderlin en términos agonales.
Dos parecen ser las preocupaciones que delinean esta relación en pugna que, de manera curiosa, encuentra en la figura del poeta expresión adecuada: por un lado, la consideración de la alteridad, por otro, el tópico clásico de la sobria ebrietas. Sobre lo primero, hacia el final de “Reflexion” se plantea la necesidad, para la teoría del conocimiento, de un profundo estudio de lo bello. Pero la belleza no ha de expulsar demasiado de sí “lo barbárico”, ni la excelencia lo inferior, a saber, la justa intimidad entre la belleza y su otro es lo que hace posible la eficacia del poema, pues todo aislamiento de lo bello resultaría en una soledad que no sería otra cosa que imposibilidad de comunicación y, entonces, imposibilidad de figura, de poema. Estas notas parecen referirse a lo que adopta forma más clara en la carta del 4 de diciembre de 1801 que escribiera Hölderlin a su amigo Böhlendorff: para hacer libre uso de lo propio hace falta el medio de lo ajeno. Solo su estancia en Burdeos le permitirá, como señala en su carta de 1802, encontrar la naturaleza del hogar “más poderosa” a su regreso.
La segunda de las cuestiones en juego, la sobria ebrietas, permite explicar la razón por la cual hemos decidido acompañar “Reflexion” de “Hälfte des Lebens”. Esta es también una idea tradicional: la articulación entre physis y téchne, “ingenium und ars”, como la llama Jochen Schmidt en “Sobria ebrietas. Hölderlins «Hälfte des Lebens»”. O, como diría Silvio Mattoni en su recién publicado Qué hay en escribir, el arte “no se identifica totalmente con la sobriedad (…) [t]ampoco lo genial, lo involuntario o espontáneo habrá de coincidir con la inspiración y el olvido de la técnica”. La justa medida entre ebriedad y sobriedad caracterizaría una suerte de estado a partir del cual el poeta sería capaz de componer poesía –y esta afirmación es a la vez una licencia nuestra– sublime. En su lectura de Pseudo-Longino, Hölderlin parece coincidir con la opinión que hace de la esencia de lo poético precisamente la reunión entre entusiasmo y conciencia clara. Y una poderosa imagen de esta reunión, prefigurada en “Reflexion”, la compone de hecho “Hälfte des Lebens”. En la contraposición de una estrofa dedicada al verano y una segunda orientada al invierno de la vida, la vinculación entre embriaguez y sobriedad aparece al final de la primera como manifestación de la sobria ebrietas. Los cisnes se presentan, asimismo, como la tradicional alusión al poeta, consignada, por ejemplo, en la República platónica mediante el mito de Orfeo cuya alma elegía convertirse en cisne en los reinos subterráneos, imagen que se extiende hasta el Baudelaire de Las flores del mal, como nos lo recuerda el editor de la versión alemana que usamos como fuente para la traducción. El entusiasmo, en “Reflexion”, se vuelve aquello de lo que la conciencia toma control, porque sin ello el resultado es pura técnica vacía. En “Hälfte des Lebens”, los cisnes se besan y solo entonces se hunden en el agua de la sobriedad, pues únicamente a través de la pérdida de concordia que el cisne encarna al cierre de la primera estrofa el “yo” puede tener lugar en la segunda. Casi nos atreveríamos a decir que las condiciones del haber poema no son las mismas que las del haber poeta; y que la queja del poeta consignada en el yo del poema constituye la pérdida de una escena que lo empujó a tomar la palabra en primer término.
REFLEXIÓN
Hay grados del entusiasmo. Desde el buen humor, probablemente el más bajo, hasta el entusiasmo del comandante que, en medio de la batalla, conserva poderosamente el genio con prudencia, hay una escala infinita. En este subir y bajar están el oficio y el deleite del poeta.
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Hay inversiones de palabras en el periodo. Pero entonces la inversión de los propios periodos debe ser también mayor y más efectiva. La posición lógica de los periodos, donde al fundamento (al periodo fundamental) le sigue el devenir, al devenir la meta, a la meta el fin, y donde las oraciones subordinadas siempre se unen solo al final a las principales, a las que se refieren primero, es ciertamente rara vez útil para el poeta.
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Esta es la medida del entusiasmo dada a cada individuo, que uno junto al fuego más grande, otro junto al fuego más débil conserve la conciencia en grado necesario. Donde te abandona la sobriedad, allí está el límite de tu entusiasmo. El gran poeta nunca se abandona a sí mismo, puede elevarse sobre sí mismo tanto como quiera. Se puede caer también en la altura, tanto como en la profundidad. Esto último lo impide el espíritu elástico, lo primero la gravedad que reside en el reflexionar sobrio. Pero el sentimiento es probablemente la mejor sobriedad y juicio del poeta si es recto y cálido y claro y fuerte. Es rienda y acicate para el espíritu. Con calor empuja al espíritu, con ternura y rectitud y claridad le prescribe el límite y lo sostiene para que no pierda el rumbo; y de este modo entendimiento y voluntad coinciden. Pero si es demasiado tierno y blando, entonces se vuelve letal, un gusano que roe. Él siente, si el espíritu se limita a sí mismo, la barrera momentánea con demasiada angustia, se calienta, pierde la claridad y arrastra al espíritu con una incomprensible inquietud a lo ilimitado; si el espíritu es más libre y se eleva un instante por sobre regla y materia, entonces el sentimiento teme con tanta angustia el peligro de que el espíritu se pierda como antes temía la restricción, que se enfría y se vuelve vago y debilita al espíritu que se hunde y se ahoga y se agota en la duda superflua. Una vez que el sentimiento se enferma, el poeta no puede hacer nada mejor que no dejarse amedrentar por él en ningún caso, porque lo conoce, y respetarlo solo en la medida que se conduzca más contenidamente y que se sirva del entendimiento con tanta facilidad como le sea posible para rectificar el sentimiento de inmediato, ya sea limitativo o liberador, y cuando el poeta se ha ayudado varias veces de este modo, devolver al sentimiento la seguridad natural y la consistencia. Para nada debe el poeta acostumbrarse a querer alcanzar el todo que se ha propuesto en los momentos singulares y a soportar lo momentáneamente incompleto; su placer debe ser superarse a sí mismo de un momento a otro, en la medida y forma que el asunto lo requiera, hasta que al final triunfe el tono principal de su todo. Pero no debe pensar que puede superarse solo in crescendo desde lo débil hasta lo fuerte, de este modo se volverá falso y se tensará demasiado; debe sentir que gana en ligereza lo que pierde en relevancia, que la quietud reemplaza bellamente la vehemencia y la sensatez al ímpetu y así no habrá un solo tono necesario en el progreso de su obra que no supere en cierto sentido al anterior, y el tono predominante solo lo será porque el todo está compuesto de esta y de ninguna otra manera.
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Solo esta es la verdad más verdadera, en la que incluso el error, porque ella lo pone en el todo de su sistema, en su tiempo y en su lugar, se convierte en verdad. Es la luz que se ilumina a sí misma y también a la noche. Esta es también la poesía más alta, en la que asimismo lo no poético se convierte en poético, porque es dicho en el momento y lugar adecuados en el todo de la obra de arte. Pero a tal efecto lo más necesario es un concepto rápido. Cómo puedes requerir de la cosa en el lugar adecuado si permaneces todavía tímido sobre ella sin saber cuánto hay en ella, si puedes hacer de ella mucho o poco. Eso es alegría eterna, es gozo divino, que se ponga todo singular en el lugar del todo, donde pertenece; por lo tanto, sin entendimiento o sin un sentimiento cabalmente organizado, no hay excelencia, no hay vida.
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¿Debe entonces el ser humano perder en habilidad de fuerza y sentido lo que gana en espíritu abarcador? ¡Porque uno no es nada sin lo otro!
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Por gozo debes entender lo puro en general, a los humanos y otros seres, captar “todo lo esencial y característico” de ellos y conocer una tras otra todas las relaciones, y debes repetirte sus elementos en su vínculo hasta que emane de nuevo la intuición viviente más objetivamente del pensamiento, del gozo, antes de que la necesidad surja; el entendimiento que viene meramente de la necesidad se inclina siempre hacia uno de los lados.
Como por otra parte el amor descubre con gusto y ternura (si ánimo y sentidos no se han vuelto tímidos y embotados por los duros destinos y la moral monacal) y no quiere pasar nada por alto, y donde encuentra los así llamados errores o faltas (partes que se desvían momentáneamente en lo que son o por su posición y movimiento del tono del todo), solo siente e intuye el todo de modo más íntimo. Por eso, todo conocer tiene que comenzar con el estudio de lo bello. Pues ha ganado mucho quien puede entender la vida sin padecer duelo. Por cierto, también son buenos el arrebato y la pasión, devoción que no quiere tocar la vida ni conocerla, y luego desesperar cuando la vida misma emana de su infinitud. El profundo sentimiento de la mortalidad, del cambio, de sus limitaciones temporales enardece al ser humano para que se esfuerce mucho, ejercite todas sus facultades, y no lo deja caer en el ocio, y se lucha tanto con quimeras hasta que por fin se vuelve a encontrar algo verdadero y real para el conocimiento y la ocupación. En los buenos tiempos rara vez hay entusiastas. Pero cuando el ser humano carece de grandes objetos puros, crea algún fantasma de esto y aquello y hace la vista gorda, de manera que puede interesarse y vivir por ello.
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Todo depende de que los excelentes no excluyan de sí demasiado lo inferior ni los bellos lo barbárico, pero de que tampoco se mezclen demasiado con ello, de que reconozcan la distancia que hay entre ellos y los demás de forma decidida y desapasionada y de que obren y toleren a partir de este conocimiento. Si se aíslan demasiado, la eficacia se pierde y se hunden en su soledad. Si se mezclan demasiado, tampoco es posible una eficacia apropiada, pues o bien hablan y actúan contra los demás como contra los de su propia especie y pasan por alto el punto en que estos están en falta y que debe haberlos conmovido en primer lugar, o bien se dirigen demasiado hacia ellos y repiten el vicio que deberían purgar; en ambos casos no tienen efecto y deben desaparecer, pues o se expresan siempre al día sin eco y permanecen solitarios con toda lucha y súplica o bien porque asimilan lo ajeno, lo más vulgar, con demasiada sumisión y con ello se asfixian.
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MITAD DE LA VIDA
Con peras amarillas pende
y llena de rosas salvajes
la tierra sobre el lago,
y ustedes, dulces cisnes,
embriagados de besos
hunden la cabeza
en agua sobria y santa.
¡Ay de mí! ¿Dónde recogeré, cuando
sea invierno, las flores, y dónde
los rayos del sol
y las sombras de la tierra?
Los muros se levantan
callados y fríos, en el viento
vibran veletas.
HÄLFTE DES LEBENS // Mit gelben Birnen hänget / Und voll mit wilden Rosen / Das Land in den See, / Ihr holden Schwäne, / Und trunken von Küssen / Tunkt ihr das Haupt / Ins heilignüchterne Wasser. // Weh mir, wo nehm’ ich, wenn / Es Winter ist, die Blumen, und wo / Den Sonnenschein, / Und Schatten der Erde? / Die Mauern stehn / Sprachlos und kalt, im Winde / Klirren die Fahnen.