Nota preliminar de Marcelo G. Burello
Versiones de Marcelo G. Burello y Ricardo H. Herrera[1]
Como de tantos otros escritores activos fuera del ámbito anglófono (y en menor medida, acaso también del francófono), de Hermann Karl Hesse (1877-1962) bien podría repetirse aquel tópico según el cual la fama de su prosa ha ido en desmedro de su obra versificada. Porque resulta muy fácil constatar que los relatos –e incluso los ensayos– del autor han conocido una difusión a escala mundial apenas comparable con otra pluma en lengua alemana (Demian y El lobo estepario siguen siendo lo que el mercado conoce como “steady-sellers”), mientras que su producción lírica, no abundante pero sí constante durante toda su vida, ha pasado mayormente desapercibida. Y esto, pese a que su narrativa es marcadamente introspectiva y anti-épica, un rasgo que delata ya por sí solo el genuino temple lírico del autor, más dado a los diálogos, las caracterizaciones y las descripciones que al relato de acciones propiamente dichas.
Sin duda, la problemática mediación de la traducción ha de haber jugado un papel crucial para dar cuenta de la asimetría entre el enorme éxito de la narrativa de Hesse y la desconsideración respecto de su poesía. Pero este dato obvio pierde fuerza si se lo proyecta hacia el interior del propio campo germano parlante, pues allí lo que sucede es distinto: allí todo el mundo sabe que Hesse fue un dedicado poeta pues algunos de sus poemas aún circulan oficialmente en los programas escolares, pero prácticamente nadie lo lee por interés propio. De modo que lo que puede excusar el desconocimiento de su obra lírica en el plano internacional difícilmente puede aplicarse donde se lo estudia de memoria y en forma compulsiva. En síntesis, el saldo es que el poeta Hermann Hesse nunca fue leído fuera del suelo alemán, y escasamente lo fue por amor genuino en su propio ámbito. Al retomar su corpus lírico, la inquietud acerca del porqué de su baja estima entre propios y extraños no puede dejar de asaltarnos.
Y la respuesta que emerge como la más atendible es que el joven Hesse, librero y autodidacta, solitario y errante, permaneció deliberadamente aislado como poeta lírico, aspirando siempre a la condición de autor atemporal, ya que no anacrónico, y así, se quedó afuera de las propuestas poéticas que más motorizaban a los apasionados y a los entendidos de la época, a saber: las de las vanguardias (simbolismo, futurismo, expresionismo: a todos les fue indiferente por igual). En rigor de verdad, los círculos a los que pertenecía, o con los que coqueteó, fueron de una índole esotérica o espiritualista, e incluso orientalista, pero en ninguno de los cenáculos y grupúsculos por los que pasó en sus mocedades –siempre con mesura y reserva, por cierto– la escritura era considerada un experimento, una novedad, o un arma flamígera. Y si bien su aislamiento personal no impactó tan hondamente su prosa, de estilo sobrio, seguramente afectó a su obra en verso en tiempos de camarillas vanguardistas y rasgos muy connotados. Por eso, casi con seguridad, su presencia en las antologías más preclaras de poesía alemana del siglo XX es infrecuente, y nula en las selecciones hechas a nivel internacional. Valga un ejemplo, a título ilustrativo: su nombre ni figura en los dos tomos de la célebre compilación de Benno von Wiese Die deutsche Lyrik, una ambiciosa selección crítica realizada poco después de que en 1946 Hesse obtuviera los dos premios más importantes del mundo que puede recibir un escritor en lengua alemana, el Goethe y el Nobel, por lo que dejarlo fuera de la misma necesariamente ha de haber sido una evitación consciente por parte del prestigioso germanista.
Por otro lado, recordemos que Hesse era hijo de misioneros cristianos, con cierta nota pietista, y algo de ese espíritu parece haber impregnado siempre su poesía, incluso mucho más que su prosa. De allí que pueda calificársela –sin ánimo peyorativo– de poesía fuertemente sapiencial (que no es lo mismo que moral, ni mucho menos, moralista): una lírica casi siempre apoyada en formas arquetípicas, antiguas y/o populares, guiada antes por la pretensión de reflexionar o transmitir alguna idea o concepto que por la de deslumbrar formalmente, al servicio de algún tipo de shock estético. Dichas formas, como se sabe, quedaron rápidamente anticuadas conforme avanzaba el siglo XX, y tanto la rima (que en Hesse a menudo es consonante y muy marcada merced al uso de finales monosilábicos o terminaciones agudas) como el verso de arte menor pasaron a ser considerados obsoletos tras los diversos movimientos que se autodenominaron “modernismos” en las principales lenguas europeas. Y así, el bueno de Hermann Hesse quedó estampado casi puramente como el autor de Siddartha o Narciso y Goldmundo (lo que no está nada mal, ciertamente), pero su labor como poeta lírico se fue opacando, incluso pese a que muchos poemas fueran musicalizados famosamente por Richard Strauss (tres de las “Cuatro últimas canciones”), y menos famosamente por K. H. Taubert y otros compositores. (La razón de la copiosa musicalización de la poesía hesseana es clara, desde ya: la forma rimada y metrificada se presta en especial para ello mucho más que los poemas de autores contemporáneos.)
Consta que el propio autor parece haber advertido esa injusticia para con parte de su obra, pues hacia la Segunda Guerra Mundial, que ineludiblemente supuso una cesura en su carrera, comenzó a purgar y seleccionar sus poemas, a la par que redondeaba el proyecto más ambicioso de su vida literaria: la monumental novela El juego de abalorios (que entre tantas otras cosas, a su vez contiene un puñado de poemas). En 1942, de hecho, reordenando sus textos líricos, redactó una pieza específicamente a manera de encabezado (“A un amigo con el libro de poemas”) donde se cuestiona el rol del poeta en tiempos de guerra y concluye afirmando, no sin orgullo: “Cuando se nos haga rendir cuentas / por ocuparnos de tales fruslerías / llevaremos nuestra carga más livianamente / que los aviadores que hoy vuelan por las noches, / que el pobre, sangriento rebaño de las milicias, / que los señores y los grandes de esta Tierra” (el verso “Als der Heere arme, blutige Herde” es todo un paradigma de logro poético y pronunciamiento ideológico al mismo tiempo). Esa paciente tarea de revisión, que acarreó enmiendas y supresiones, al cabo derivó en que sólo quedaran dos grandes compilaciones “autorizadas” por parte del propio autor: Stufen. Gedichte 1895 bis 1941, y Die späten Gedichte. 1944 bis 1962. Ambas fueron recogidas oportunamente en el primer tomo de la edición de obras completas de la editorial Suhrkamp, después de su muerte, y recientemente, una nueva edición crítica de la obra –en la misma casa editorial– ha reeditado los poemas completos con algunos complementos y variantes, reponiendo la inmensa labor de autocorrección del autor, que aún en su lecho de muerte estaba corrigiendo una tercera versión del poema “Crujido de una rama rota” (llevándola, curiosamente, de una versión convencional a una más innovadora, lo que permite contradecir el supuesto monopolio de las formas tradicionales en su escritura).
En la posguerra, Siegfried Unseld, el mítico cerebro al frente de la editorial Suhrkamp, escribió su tesis doctoral sobre Hesse (como lo hiciera también el germanista argentino Nicolás Dornheim), de quien con el tiempo llegó a ser amigo íntimo, y por supuesto, editor oficial. En alguna de las muchas páginas que le dedicó, Unseld supo hablar de la importancia intrínseca de la lírica hesseana y destacó el trabajo plástico del poeta (que también era dibujante y pintor, y de hecho llegó a ilustrar varios de sus propios poemarios), subrayando la voluntad de que cada poema opere como una imagen sensorial, como un símbolo del presente. En efecto, si se prescinde de la engañosa simplicidad de sus formas (producto de una resuelta afiliación en la tradición y no de la inercia o la ignorancia), la lírica de Hesse por momentos alcanza una profunda captación de la realidad sensible, y más aun, sensual. Nacido en los bosques de la Selva Negra, pertenecía a la estirpe de los caminantes, como Robert Walser y Walter Benjamin (que también creyeron ver en la Suiza rural un posible refugio para sus transidas existencias), y ese sano hábito probablemente agudizó sus sentidos y dinamizó su concepción de las cosas y los seres. Aún pocos meses antes de morir, por caso, redactó “Anotado de noche, en abril” (poema también musicalizado en más de una ocasión), donde leemos una rotunda celebración de la sensorialidad, que comienza diciendo: “¡Oh, que haya colores: / azul, amarillo, blanco, rojo y verde! / ¡Oh, que haya sonidos: / soprano, bajo, cuerno, oboe!”, para concluir sugestivamente preguntando: “Cuanto amaste y ambicionaste, / cuanto soñaste y viviste, / ¿aún te resulta seguro / si fue goce o si fue pena?” No es que a este subvalorado lírico del siglo pasado las etiquetas de “vitalismo” o “existencialismo” –que rápidamente vendrían a la mente cuando uno lo lee al pasar– le queden pequeñas, sino que le son ajenas, para mal o para bien; su obra es del todo sui generis, por mucho que les pese a los historiadores de la literatura. Hoy, si uno se detiene lo suficiente en algunas de sus mejores piezas en verso y olvida la acaso excesiva fama del autor como novelista falsamente didáctico, una fama no exenta de ribetes kitsch e incluso infanto-juveniles, las sorpresas no escasean: allí la armonía de la naturaleza aparece como algo más que un mero concepto ecologista, el Oriente es infinitamente más que un concepto turístico o new age, y la fugacidad de la vida se deja ver en su esencia descarnada, sin efectos lacrimógenos. Pues los buenos poemas de Hesse son, como algunos estanques, serenos y profundos; para valorarlos en su justa medida, hay que arrodillarse humildemente ante ellos y contemplarlos. Y quizás, también beber de su agua.
ANTIQUÍSIMA IMAGEN DE BUDA EROSIONÁNDOSE EN EL BARRANCO DE UN BOSQUE JAPONÉS
Templado y demacrado por los dones
de las lluvias y heladas abundantes,
tus piadosas mejillas están verdes de musgo,
tus párpados caídos, silenciosos
se acercan al final, al dócil disolverse,
a la extinción de todo en lo informe sin límites.
Aún anuncian tus gestos derruidos
la nobleza de tu misión real,
y ahora busca en el fango, en la tierra, en la humedad,
el culmen de su significado;
será raíz mañana, rumor de la arboleda,
será agua espejeando el puro cielo,
ondulante en la hiedra, las algas, los helechos:
imagen de los cambios en la unidad eterna.
Uralte Buddha-Figur in einer japanischen Waldschlucht verwitternd // Gesänftigt und gemagert, vieler Regen / Und vieler Fröste Opfer, grün von Moosen / Gehn deine milden Wangen, deine großen / Gesenkten Lider still dem Ziel entgegen, / Dem willigen Zerfalle, dem Entwerden / Im All, im ungestaltet Grenzenlosen. / Noch kündet die zerrinnende Gebärde / Vom Adel deiner königlichen Sendung / Und sucht doch schon in Feuchte, Schlamm und Erde, / Der Formen ledig, ihres Sinns Vollendung, / Wird morgen Wurzel sein und Laubes Säuseln, / Wird Wasser sein, zu spiegeln Himmels Reinheit, / Wird sich zu Efeu, Algen, Farnen kräuseln, – / Bild allen Wandels in der ewigen Einheit.
MARIPOSA AZUL
Revolotea azul y diminuta
la mariposa hurtada por el viento
de un perlado chubasco
que destella, relumbra y se disipa.
Así, cual un destello momentáneo,
un efímero soplo,
vi a la felicidad hacerme señas:
brillante, luminosa, disipándose.
Blauer Schmetterling // Flügelt ein kleiner blauer / Falter vom Wind geweht, / Ein perlmutterner Schauer, / Glitzert, flimmert, vergeht. / So mit Augenblicksblinken, / So im Vorüberwehn / Sah ich das Glück mir winken, / Glitzern, flimmern, vergehn.
NOCHE EN VELA
La borrascosa noche mira exangüe,
la luna palidece entre los bosques.
¿Qué me obliga con tímido pesar
a mirar hacia afuera, a estar en vela?
Me he dormido, he soñado;
¿qué fue eso que en medio de la noche
dejó oír su llamado, afligiéndome
cual si hubiese perdido algo valioso?
Me gustaría abandonar la casa,
el jardín, el poblado, la región,
e ir aun más lejos, hacia el mundo
persiguiendo el hechizo, la voz mágica.
Wache Nacht // Bleich blickt die föhnige Nacht hinein, / Der Mond im Wald will untergehn. / Was zwingt mich doch mit banger Pein / Zu wachen und Hinauszusehn? // Ich hab geschlafen und geträumt; / Was hat mir mitten in der Nacht / Gerufen und so bang gemacht, / Als hätt ich wichtiges versäumt? // Am liebsten liefe ich vom Haus, / Vom Garten, Dorf und Lande fort / Dem Rufe nach, dem Zauberwort, / Und weiter und zur Welt hinaus.
PEQUEÑO CANTO
Poesía arco iris,
agónico destello mágico,
felicidad melódica disuelta,
aflicción en el rostro de la Virgen,
goce amargo de ser…
Flores que el viento barre,
coronas sobre sepulcros,
breve júbilo,
astro precipitándose en lo oscuro:
velo de belleza y luto
sobre el abismo del mundo.
Kleiner Gesang // Regenbogengedicht, / Zauber aus sterbendem Licht, / Glück wie Musik zerronnen, / Schmerz im Madonnengesicht, / Daseins bittere Wonnen… // Blüten vom Sturm gefegt, / Kränze auf Gräber gelegt, / Heiterkeit ohne Dauer, / Stern, der ins Dunkel fällt: / Schleier von Schönheit und Trauer / Über dem Abgrund der Welt.
CRUJIDO DE UNA RAMA ROTA
Primera versión
Rama rota, que aún se balancea
hecha astillas, sin hojas ni corteza.
Año tras año veo cómo ondea,
crujiendo cuando el viento la atraviesa.
Así rechinan y crujen los huesos
del hombre que vivió una larga vida:
al encorvarse no lo quiebra el peso,
y apenas cruje si al viento trepida.
Me demoro escuchando tu tonada,
oh vieja rama reseca y nudosa:
se te escucha algo inquieta y fastidiada,
al crujir igual que yo, nerviosa.
Knarren eines geknickten Astes (1. Fassung) // Geknickter Ast, an Splittersträngen / Noch schaukelnd, ohne Laub noch Rinde, / Ich seh ihn Jahr um Jahr so hängen, / Sein Knarren klagt bei jedem Winde. // So knarrt und klagt es in den Knochen / Von Menschen, die zu lang gelebt, / Man ist geknickt, noch nicht gebrochen, / Man knarrt, sobald ein Windhauch bebt. // Ich lausche deinem Liede lange, / Dem fasrig trocknen, alter Ast, / Verdrossen klingts und etwas bange, / Was du gleich mir zu knarren hast.
CRUJIDO DE UNA RAMA ROTA
Segunda versión
Rota rama astillada,
que pende año tras año.
Seca cruje en el viento su canción,
sin hojas, sin corteza,
raída y mustia, para una larga vida,
para una larga muerte exhausta.
Duro suena su canto montaraz,
terco suena, temeroso a escondidas,
por un verano, por un invierno más.
Knarren eines geknickten Astes (2. Fassung) // Splittrig geknickter Ast, / Hangend schon Jahr um Jahr, / Trocken knarrt er im Winde sein Lied, / Ohne Laub, ohne Rinde, / Kahl, fahl, zu langen Lebens, / Zu langen Sterbens müd. / Hart klingt, rauh sein Gesang, / Klingt trotzig, klingt bang / Noch einen Sommer, noch einen Winter lang.
CRUJIDO DE UNA RAMA ROTA
Tercera versión
Rota rama astillada,
que pende año tras año.
Seca cruje en el viento su canción,
sin hojas, sin corteza,
raída y mustia, para una larga vida,
para una larga muerte exhausta.
Rígido suena su canto tenaz,
terco suena, temeroso a escondidas,
por un verano,
por un invierno más.
Knarren eines geknickten Astes (3. Fassung) // Splittrig geknickter Ast, / Hangend schon Jahr um Jahr, / Trocken knarrt er im Wind sein Lied, / Ohne Laub, ohne Rinde, / Kahl, fahl, zu langen Lebens, / Zu langen Sterbens müd. / Hart klingt und zäh sein Gesang, / Klingt trotzig, klingt heimlich bang / Noch einen Sommer, / Noch einen Winter lang.
[1] La presente entrada del Portal Web está basada en el artículo intitulado “Herman Hesse: crujido de una rama rota y otros poemas”, que fue publicado en el número papel Hablar de Poesía #35 (julio 2015). Se publica íntegra la introducción de ese artículo, y siete de los quince poemas que lo integran.