El templo del poema

por Alejandro Méndez

(…)[1]

Vayamos al poema, en la traducción de Teresa Arijón y Sandra Almeida:

 

MIRO MUCHO TIEMPO EL CUERPO DE UN POEMA…

miro mucho tiempo el cuerpo de un poema
hasta perder de vista lo que no sea cuerpo
y sentir separado entre los dientes
un hilo de sangre
en las encías

 

OLHO MUITO TEMPO O CORPO DE UM POEMA…

olho muito tempo o corpo de um poema
até perder de vista o que não seja corpo
e sentir separado dentre os dentes
um filete de sangue
nas gengivas

(…)

 

Ana Cristina Cesar (Río de Janeiro, 1952–1983) comenzó a publicar sus poemas en la década del 70, durante la última dictadura militar brasileña. Aunque en un principio sus obras circularon en editoriales independientes y luego apareció en la antología 26 poetas hoje (en la que figuraban poetas como Francisco Alvim, Roberto Piva y Torquato Neto), ella misma se despegó del realismo propio de la Poesía marginal y la Generación mimeógrafo. Esta generación recibió su nombre porque, para sortear la censura, fue difundida por los propios poetas a partir de tiradas reducidas en folletos mimeografiados. La poesía marginal se componía mayoritariamente de textos breves, algunos de atractivo visual (fotos, cómics, etc.), con un lenguaje coloquial (trazos de oralidad y espontaneidad). El tema cotidiano y erótico estaba impregnado de sarcasmo e ironía.

            El estilo de Ana Cristina Cesar, en cambio, está más caracterizado por una gran introspección, un tono íntimo que se articula a través de una sintaxis entrecortada. Se nota la influencia de poetas como Emily Dickinson o Sylvia Plath (a quien Ana Cristina César tradujo), y busca diferenciarse de cierta imagen de la poesía femenina brasilera, signada por el sentimentalismo y la contención.

            En 1983, a los 31 años, Ana C. (como le gustaba firmar sus poemas) se suicidó arrojándose desde la ventana del séptimo piso, en el departamento de sus padres. La rua Tonelero, en Copacabana, no recibió el cuerpo del poema sino algo más terrenal. Ahora sí, lo que se mantuvo idéntico –primero como escritura y luego como perfomance– fue el hilo de sangre en las encías y en el asfalto.

            Ana C., como un ave intrépida y fugaz, nos legó la posibilidad de leer en y desde sus entrañas el poema incesante de su escritura infinita. Todos nos convertimos en arúspices, antropófagos retroactivos, leyendo hoy los restos, esas esquirlas poéticas que llegan certeras a nuestro umbral de lectores.

            Es verdad, el poema hace lo que dice. Ana C. también lo hizo.

 

 

[1] Esta entrada del Portal Web está constituida por un fragmento del comienzo y el final del artículo que con el mismo título fue publicado en las páginas 107 a 111 del número #44 en papel de Hablar de Poesía. Es un ensayo sobre el poema “Miro mucho tiempo el cuerpo de un poema” de la poeta brasilera Ana Cristina Cesar.


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