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Rilke – Saltimbanquis y otros poemas en prosa

por Jorge Esquinca

Rilke vivió en Francia durante distintos periodos de su vida. Hacia 1905 lo encontramos en París, como un discreto –y efímero– secretario de Auguste Rodin, sobre quien redactó una luminosa monografía. Muchas de sus cartas, parte fundamental de su legado, fueron escritas en francés y a lo largo de su vida Rilke tradujo a numerosos poetas franceses: Maurice de Guérin, Louise Labé y Paul Valéry, entre otros. En México es conocida su secuencia de poemas en francés titulada Les roses, en las traducciones de poetas notables como Tomás Segovia y Eduardo Lizalde. Aquí estos poco conocidos “Saltimbanquis” que ofrezco en compañía de otros poemas en prosa. Sobre ellos, W.D. Snodgrass dice con acierto: “nos entregan la acostumbrada elegancia de Rilke, la gracia de su dicción y la generosidad de su invención”. Son también mucho más ligeros y lúdicos –cercanos a un aire de música– que sus poemas alemanes. Como si en la lengua francesa Rilke hubiese podido establecer un contacto a la vez estrecho y delicado con la zona menos severa de su alma, tan cavilosa, tan huérfana siempre. En ellos se encuentra ya esbozada la frase que, un poco más adelante y en alemán, Rilke habría de escoger para su epitafio y que tiene como motivo principal precisamente a una rosa.

 

SALTIMBANQUIS

1

Nuestro camino no es más largo que el tuyo. Nosotros, con frecuencia, caemos también desde muy alto y nos rompemos. Pero esa falta de cuidado no nos obliga a caminar nuevamente por la cuerda. A ti, el menor descuido puede matarte. Nuestras múltiples fallas distraen a la muerte, esa espectadora que ocupa el mejor lugar en el circo de nuestro infortunio.

2

Hagamos como ellos: no caigamos nunca sin morir. Qué aglomeración en torno a nuestra caída. Pero un niño, un poco aparte, mira la cuerda vacía y, detrás, la noche intacta.

3

La cuerda estaba tan alta que todo sucedió por encima de los reflectores. Súbitamente, ella estaba de regreso entre nosotros, en su leotardo color de rosa. Allá arriba había otra rosa que contaba a la noche inmensa el despropósito de su puro peligro en movimiento.

4

Qué perfección. Si sucediera en el alma, los santificaría. Y es en el alma, aunque sólo la tocan por azar, en los raros momentos de una imperceptible torpeza.

 

LA HORA DEL TÉ

 Bebo de una taza en la que, al cobijo de cierta lengua desconocida, están inscritos signos, tal vez de bendición y felicidad; la sostengo en esta mano a su vez cubierta de líneas que no sabría explicar. ¿Coincidirán ambas escrituras? Y, ya que están a solas y secretas bajo la cúpula de mi mirada, ¿hablarán entre ellas a su manera y se reconciliarán estas dos escrituras milenarias que un gesto de bebedor aproxima?

 

ERMITA

Escuchemos la calma de esta casa. Pero, allá arriba, en la capilla blanca, ¿de dónde viene este silencio creciente? ¿De todos aquellos que desde hace más de un siglo entraron sólo por no quedarse afuera y al arrodillarse se asustaron con su propio ruido? ¿De las monedas que al caer en el receptáculo perdieron su voz y no harán más que un pequeño murmullo de grillo al ser recogidas? ¿O de la dulce ausencia de Santa Ana, patrona del santuario, que no se atreve a acercarse para no estropear la distancia pura que supone una llamada?

 

FARFALLETINA

Estremecida, llega a la lámpara y su vértigo le da un último respiro antes de arder. Ha caído en el verde mantel y en ese fondo propicio extiende por un instante –una duración tan suya que no sabríamos medir– el lujo de su inconcebible esplendor. Se diría una dama pequeñita que ha sufrido un contratiempo en su camino al teatro. Nunca llegará. Y, además, ¿dónde está el Teatro para tan frágiles espectadores? Sus alas, donde se perciben minúsculos hilos de oro, se agitan como un doble abanico frente a ningún rostro y, entre ellas, ese cuerpecito de juguete en el que han caído dos redondos ojos de esmeralda. Es en ti, querida, que Dios se ha consumido. Es él quien te arroja a la llama para reponer su fuerza, como un niño que rompe su alcancía.

 

LA MANDARINA

Qué previsión, esta liebre entre las frutas. Consideremos: en un solo ejemplar hay treinta y siete pequeñas semillas listas a caer en cualquier parte y esparcir su progenie. Hemos debido corregirla. Esta pequeña y tenaz mandarina, que luce un vestido demasiado grande como si hubiese de crecer todavía, es capaz de poblar la tierra. Mal vestida, es verdad, su tarea consiste en la multiplicación y no en seguir la moda. Mostrémosle la granada en su armadura de cuero cordobés: ella estalla de futuro, se contiene, desdeña… Y permitiéndonos entrever su posible linaje, lo constriñe en una cuna carmesí. La tierra le parece demasiado evasiva para establecer con ella un pacto de abundancia.

 

PAISAJE

Bello paisaje, bordado de verdor, se extiende esta tarde como la hermosa tela que el mercader dispone para su valoración. Pequeña diosa que se oculta siempre bajo su manto de agua. Pájaros que pasan como un pensamiento. País de figura trágica, las sombras de las nubes se mezclan para crearlo. Pero es la verde luz de la hierba quien les hace pertenecer más al cielo que a la áspera montaña donde forman laderas entre la oscuridad de los pinos. Y en ese cielo, los lampos de un azul sublime y distante, un azul infinito. Hacia el oeste, tras las nubes, la puesta de un sol violento que parece romperse en su brusca partida. Y siempre, frente a mí, la pequeña diosa de agua que se deshace y renace tras su caída. La espuma de su pudor y la onda de su espalda innumerable. Sobre ella, la grisalla de un chopo y el espléndido gesto de un rosal silvestre que ha florecido durante mucho tiempo.

 

MELÓN

¿Cómo haces, bello melón, para ser tan fresco por dentro luego de haber tomado todo el sol para madurar? Me recuerdas a la amante deliciosa cuyos labios eran una fuente, aun en el más intenso verano del amor.

 

MELANCOLÍA

 Todo parece estar seco y quemado en el comienzo de este día que, sin duda, habrá de ser gris y tórrido. Sólo las hojas muertas del verano, enrolladas sobre la tierra, han conservado el rocío.

 

CEMENTERIO

¿Habrá un gusto postrero de la vida en estas tumbas? Y las abejas, ¿encuentran en la boca de las flores el asomo de una palabra que se calla? Flores, prisioneras de nuestro instinto de felicidad, ¿acaso vuelven con nuestros muertos en las venas? ¿Cómo podrían, flores, escapar a nuestro dominio? ¿Cómo podrían no ser nuestras flores? ¿Será que la rosa emplea todos sus pétalos para alejarse de nosotros? ¿Quisiera ser ella la sola rosa, la nada más que rosa? ¿Sueño de nadie bajo tantos párpados?


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