por Daniel Lipara
(…)[1]
Los símiles de la Ilíada y la Odisea son escenas de la naturaleza. El poeta (alguien como Homero) los heredó de la poesía pastoral y los insertó para iluminar un pasaje de su poema, transmitir una experiencia emocional, sugerir su punto de vista. Nos damos cuenta de que estamos frente a un símil porque, a diferencia de la metáfora, empieza con un como y termina con un así también que nos devuelve a la historia. Las viñetas –agrícolas, meteorológicas, predatorias– son fórmulas que se repiten porque son imágenes tan significativas como sorprendentes para la poesía épica. Los símiles están hechos con la materia de los recuerdos y la imaginación, y son el catálogo implícito de una sensibilidad remota.
Las vacas, el rocío, los chicos jugando en la playa, las amapolas, los amantes conversando, las montañas nevadas, los álamos, un pastor que mira las estrellas y es feliz: esta es la vida que se llevó la guerra. Los símiles son un espejismo nostálgico, una paz que perdura en la memoria y reaviva el dolor del presente. Pero el bucolismo de Homero es ambiguo. El lugar ameno es peligroso, como un reflejo diagonal del campo de batalla: acecha la tormenta, el río se llevó a los niños y los leones entran al corral. Los símiles son hermosos y amargos. La forma en que condensan alegría y sufrimiento cristaliza una mirada sobre la condición humana. En la Ilíada, la vida es traumática y tal vez por eso proyecta un esplendor irrepetible. El placer y la ternura, la brutalidad y la pérdida, son también el tema de estos símiles y el núcleo imaginativo de una conciencia trágica –un “fatalismo feliz”, como dice John Irving–. Todo lo que se pierde es lamentado.
(…)
Cuando Homero dice que una llama sale de la cabeza de Aquiles o que flamea en los ojos de Héctor (o de un jabalí), no es una metáfora. Los dioses soplan y avivan el fuego (ménos) del héroe para llenarlo de impulso y decisión; el organismo humano es un catalizador de la respiración divina. Pero no es el único: el ménos es la cualidad de los vientos y los ríos, el calor del sol, la energía de los animales; es el fuego. Quiero decir, el mismo viento que mueve al hombre empuja las olas, arranca las hojas y esparce los copos de nieve. El fuego que crece en el pecho y lo llena de fuerza es el mismo que avanza en el bosque. Agamenón y Aquiles son el incendio que arrasa el monte. Además de una comparación, el símil homérico es el desplazamiento de esa fuerza orgánica de un escenario al otro, y, quizás, el terreno de la transfiguración.
1
y Apolo vino
como la noche
los ojos de Agamenón
como fuego
la voz de Nestor
como la miel
Tetis llega
como niebla
2
el ejército se mueve
como cuando un denso enjambre de abejas sale del hueco de una piedra racimos acá y allá zumbando sobre las flores
el ágora se agita
como las olas altísimas del mar el mar abierto olas que el viento este y sur levantan cuando se tiran de las nubes de su padre
gritan los argivos
como rompe la ola contra un peñasco el viento sur la levanta ese gran acantilado que nunca descansa de las olas cuando los vientos llegan por todos lados
las tribus aqueas salen de los barcos y las carpas se encuentran en la llanura
como bandadas de aves de gansos y grullas y cisnes de cuello largo volando acá y allá sobre el valle y el río orgullosas de sus alas sueltan un agudo chillido cuando se posan y sus gritos resuenan en el campo
y se reúnen en el prado florido del río Escamandro
como las hojas y las flores que nacen en primavera
como densos enjambres de moscas en el corral del pastor miles de moscas que zumban cuando los baldes rebalsan de leche en primavera
Nastes vino a la guerra adornado con oro
como una chica
3
los aqueos marchan en silencio levantando una nube de polvo
como cuando el viento sur esparce niebla en la cima del monte al pastor no le gusta para el ladrón es mejor que la noche y más allá de un tiro de piedra no se ve
Menelao ve a Paris y se alegra
como un león hambriento que se cruza un cadáver un ciervo con cuernos o una cabra montés y se alegra y lo devora aunque los perros y los muchachos corran tras él
Paris ve a Menelao y retrocede
como un hombre da un paso atrás vio una serpiente en el barranco del monte las piernas tienen miedo retroceden la palidez se aferra a sus mejillas
los viejos príncipes troyanos ya no pelean son buenos oradores y se sientan en la torre
como cigarras en los árboles del bosque soltando su voz de lirio
Priamo dice Ulises recorre las filas
como un carnero parece un carnero de lana gruesa que cruza un rebaño de ovejas blanca
4
Atenea se tira del cielo y cae en medio del campo
como cuando el dios rayo lanza una estrella para los marineros o las tropas de soldados un milagro de chispas en el cielo
y se para delante tuyo Menelao y aparta la flecha que va hacia tu piel
como una madre que ahuyenta una mosca de su hijo mientras duerme tranquilo
Agamenón le dice a los soldados por qué se quedan ahí desorientados y no pelean
como ciervitos que corren por el campo y de golpe se cansan y se quedan parados sin fuerza en el pecho
tropas y tropas de dánaos van hacia combate
como las olas se lanzan a la playa ruidosa una tras otra arrastradas por el viento oeste al principio se encrespan en el mar abierto luego estallan en la tierra en el risco y rugen con fuerza y se doblan en lo alto del aire y escupen espuma salada
los troyanos avanzan también y sus gritos llenan el aire
como muchas ovejas que balan sin parar en el establo de un hombre rico mientras ordeñan su leche blanca y escuchan el llanto de sus corderitos
la lanza de Ayax traspasa el pecho de Simoesio y él que nació en las orillas del río se derrumba en el polvo
como el álamo negro que nace a orillas del pantano el tronco liso ramas en la copa y un constructor de carros las corta y las dobla para hacer las ruedas y el álamo queda secándose a orillas del río
[1] Esta entrada del Portal Web es un fragmento del artículo “Fuerza” publicado en el número #40 en papel de Hablar de Poesía.