Los poemas que forman el Libro de la cántiga de pasión, inéditos hasta ahora y posiblemente escritos entre 1952 y 1962, fueron seleccionados por el propio Jacobo Fijman para una edición que nunca llegó a publicarse. El Libro de la cántiga de pasión (Editorial Duino, 2019) está acompañado de reproducciones de los manuscritos y de pinturas y dibujos del poeta. Compartimos, como adelanto, tres de los treinta y ocho poemas, y fragmentos de los dos textos que abren el libro (uno explica las circunstancias de su escritura y publicación, y el otro es una aproximación crítica a la poesía de Fijman).
TRES POEMAS DEL LIBRO DE LA CÁNTIGA DE PASIÓN (Jacobo Fijman)
PSICOMOTORA
¿Por qué crecen las manos
y la luna creciente?
También crecen los ríos
y la luna creciente.
Aquí crecen las rosas
y se fijan los vientos.
El país de los niños
es de luna creciente.
Crecen los dientes y los labios
de los nombres divinos,
tú que quieres hablar
con tus ríos, tus manos,
con las rosas, los vientos,
el país de los niños
y la luna creciente.
CAMPESINA
Vamos de soledad,
campesina la sierva,
campesina la muerta.
Vamos de soledad.
A las sierras las sierras
y la fría tristeza de los pinos;
y a la luz sobre luz
por ser de estrella
algunos de los pinos entre sierras.
Vamos de soledad
en esa luz
que duerme en la remota aldea
cuyo nombre es de flor
y de manzana.
Vamos de soledad, campesina la muerta,
con las sierras,
los pinos,
vamos de soledad campesina la muerta.
CANCIÓN DE MAR
Cuántos sueños profundos
queremos en el mar
con sus nombres de estrellas,
de estrellas y de mar
con sus tardes ausentes
de estrellas y de mar.
Cuántos sueños profundos
queremos en el mar.
Balarán las ovejas
los vestigios celestes;
y mudarán las lluvias
en las tardes de mar
en los sueños profundos
con sus nombres de estrellas,
de estrellas y de mar.
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PRESENTACIÓN (por María Teresa Dondo)
Después de muchos años se hace realidad la edición del Libro de la cántiga de pasión de Jacobo Fijman. Los originales se los había confiado a mi padre, Osvaldo Horacio Dondo, poco tiempo antes de su muerte en noviembre de 1962 y desde entonces los conservamos en la familia.
Fijman y mi padre tenían el proyecto de editarlo. El trabajo estaba avanzado. Junto a los poemas abrochados estaba la portada y un índice, manuscritos y firmados por su autor. Muy pocos están fechados pero creo no equivocarme al decir que están escritos entre 1952 y 1962. Observando el material, me doy cuenta de que al índice manuscrito por Fijman se le agregaron ocho poemas. Deduzco una selección hecha por los dos, ya que tenían planeado seguir editando otros volúmenes con ilustraciones del poeta e incluirlos dentro de las publicaciones de las Bibliotecas Municipales que entonces dirigía Osvaldo Horacio Dondo.
Se habían conocido en los años 30 en ese grupo activo de jóvenes de los Cursos de Cultura Católica, aquellos a los que Borges alguna vez llamó “los católicos de la calle Alsina”, quienes dejaron una impronta interesante en la historia de la Iglesia argentina y también en la literatura con obras fundamentales como Adán Buenosayres de Marechal, las jitanjáforas de Anzoátegui o los poemas de Bernárdez, por nombrar sólo algunas. Fijman fue parte de ese grupo y es personaje central de Adán Buenosayres, además de haber sido colaborador de las revistas Criterio y Número.
En esos años intensos de búsquedas espirituales y artísticas, como fueron los años 30 en nuestro país y en el mundo, se convierte al catolicismo. Al tiempo entra en nuevas crisis hasta alejarse del ambiente literario y en total desamparo es internado nuevamente en el hospicio como ya lo había estado a principios de la década del 20. Era tema de conversación entre amigos y les inquietaba saber dónde y cómo estaba. Incluso, en un comentario sobre su obra publicado en el diario Crítica, firmado por R. M., el autor se pregunta si no estaría muerto. Es lo que pensaban algunos. Preguntando por él, mi padre se conectó con el Dr. Jorge Saurí, Jefe de Servicios del hoy llamado Hospital Nacional de Neuropsiquiatría Dr. José T. Borda y juntos lo rescataron de otro hospital neuropsiquiátrico, el “Open Door” en General Rodríguez, lo subieron al auto y lo llevaron directamente al Borda, ese mismo día de finales del año 1952.[1] En el Borda, el mismo doctor le asignó un espacio propio, donde Fijman estuvo hasta su muerte con la libertad de entrar y salir del Hospital. Desde entonces, mi padre lo frecuentó mucho y al poco tiempo logró que la Sociedad Argentina de Escritores (s.a.d.e.) le diera una pensión, que no debió ser abultada pero que lo ayudó hasta el final de sus días.
(…)
Volviendo a esos días en que iniciaban este proyecto, los percibo a los dos alentados por una gran ilusión. Como hija, creo interpretar ese momento al leer estos versos que Fijman le dedicó:
La noche se ha extendido en la paz infinita
que compone volúmenes austeros…[2]
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AHORA VIVO DETRÁS DE MÍ MISMO (por Ariel Pérez Guzmán)
Acercarse a Jacobo Fijman como a uno de los más grandes poetas argentinos implica entrever las columnas de su pensamiento y de su canto. Rozar los símbolos que Fijman dejó detrás del Libro de la cántiga de pasión (hasta ahora inédito y muy posiblemente escrito entre 1952 y 1962)[3] significa recorrer su historia como lector y buscador constante, como poeta que recolectó los materiales para su trabajo no sólo en su alma sino también en la música, la historia, la mística y la mitología de sus pueblos (el judío, el cristiano y el porteño). Otros caminos para leer a Fijman, que se centraron en la locura y en la internación en el Hospicio de las Mercedes, ya fueron suficientemente transitados.
Fijman nació el 25 de enero de 1898 en Orhei, pueblo de la Bessarabia, en ese momento parte de la Rusia zarista y hoy territorio de Moldavia. En 1904 llegó a la Argentina con sus padres y sus dos hermanas. La familia pasó por distintas ciudades como Choele Choel, Mendoza y Lobos, y Fijman terminó haciendo el colegio secundario en el Instituto Lenguas Vivas de Buenos Aires. Ahí estudió filosofía y adquirió los rudimentos de griego y latín que después desarrollaría en la década de 1930 con la lectura apasionada de los escolásticos. Aprendió francés, también a tocar el violín y amó la sonata La Follia de Arcangelo Corelli. De familia judía, el problema de Dios y del cuerpo ya aparecía en sus Poemas de juventud (de 1923, pero publicados recién en 2002 al ser encontrados entre los papeles de su amigo Carlos M. Grünberg), donde se lee: “Señor: / Todo se angustia en mí y en mí padece; / En mí es noche de sol tu primavera; / Pero mi vida canta, y es grave y es severa, / Y en tus noches mi espíritu amanece”.
En 1921 fue detenido, golpeado e internado por primera vez en el Hospicio de las Mercedes (hoy Hospital Borda), donde pasó seis meses. Después comenzaron sus viajes: en Montevideo trabajó para una editorial, vivió precariamente en el Chaco como músico ambulante y también en Paraguay y Brasil. En Buenos Aires se acercó al grupo de la revista Martín Fierro, a Girondo, Marechal, Xul Xolar, Mastronardi, Borges. Participó de los debates literarios porteños a su manera sarcástica, belicosa (Mastronardi relata en sus memorias cómo debió convencerlo para que no le tajeara la cara a un hombre). En 1926 publicó su primer poemario, Molino Rojo, libro genial nacido del ardor y la angustia, donde Buenos Aires se le metía en el cuerpo y en las palabras: “Se acerca Dios en pilchas de loquero, / y ahorca mi gañote / con sus enormes manos sarmentosas; / y mi canto se enrosca en el desierto”.
En París conoció a los surrealistas, a Artaud, Bretón, Éluard, y a Paul Valéry. Su cuerpo conservaba el ansia en la bohemia de los bares de Montparnasse… Vivió en Europa como pudo (se ofreció como secretario privado en los clasificados del diario Le Journal, el 23 de marzo de 1927: “Secrétaire, hom. lettres argentin, désire place. Fijman. 27, bd. Victor, Paris”) y con la ayuda de Girondo. De vuelta en Buenos Aires publicó Hecho de estampas (1929), empezó a concurrir a la abadía de San Benito y se acercó al grupo de intelectuales católicos de la revista Número. El 7 de abril de 1930 fue bautizado y se convirtió al catolicismo (aunque nunca dejó de ser judío, diría mucho después). Viajó otra vez a Europa con lo poco que había ahorrado enseñando francés. En Bélgica intentó ser ordenado como sacerdote benedictino pero no lo aceptaron. A su vuelta, editó Estrella de la mañana (1931) y así fue llegando al fin del largo viaje, al principio de la quietud, en una retirada interior absoluta: “De 1930 a 1940. Diez años. Días y noches de estudiar la escolástica. A todos los doctores de la patrística griega y de la patrística latina. Escribí libros, poesía. Hice conducta de poesía. Pagué por todo. Hasta por las ediciones. Sentí de pronto que tenía que cambiar de vida. Alejarme del mundo. Y me aislé. Me fui de todos, aun de mí…”.[4]
Durante esos años Fijman iba todos los días a distintas bibliotecas públicas de la Ciudad de Buenos Aires, en especial a la Biblioteca Nacional, ubicada en la calle México. En mayo de 1942, el director de la Biblioteca Nacional, Gustavo Martínez Zuviría, después de un confuso episodio, firmó una nota prohibiendo la entrada de Fijman al edificio. Cinco meses después la policía lo detuvo en la calle y fue enviado por segunda vez al Hospicio de las Mercedes, donde le aplicaron electroshock: comenzaba la internación que duraría hasta su muerte en 1970. Entrados los años 50 se le permitieron salidas del hospital; visitó y recibió a amigos como Osvaldo H. Dondo, Lisandro Z. D. Galtier y Juan-Jacobo Bajarlía. Desde 1968 entró en contacto regular con Vicente Zito Lema, quien volvería a hacer pública la figura de Fijman dedicándole íntegramente el primer número de la revista Talismán y editando un libro de entrevistas con el poeta.[5]
(…)
Para Fijman, la poesía es elemento esencial del sistema divino pensado por la cábala judía y desarrollado en el Zohar (El libro del Esplendor), el texto cabalístico fundacional: “La creación poética es análoga a la palabra interior de Dios, es su Verbo, en el cual y por el cual el artesano del verso ve cómo se hace su obra (…) El estado profético le devuelve al artesano, en cierto modo, el conocimiento original que hemos perdido (…) El poeta toma a la naturaleza como ejemplo, no como madre, saca a la luz sus versos delante de los símbolos. Su cielo y tierra descubren el cielo y la tierra de todas las cosas criadas del universo”[6] (…) Para Fijman el poeta es un artesano. Así califica a Mallarmé y a su amigo pintor Héctor Basaldúa. “Conforme a la etimología de la palabra poeta, que es hacer, o el que hace, poeta es un hacedor. Integran entonces los poetas la categoría de los hacedores. Y esa es la categoría de Dios. Pero no confundamos a los poetas con los que hacen libros por vanidad. Ellos no pueden considerarse realizadores de obra, creadores en el real sentido de la palabra. Así como lo explican todos los antiguos gramáticos, como Donatus. El poema como concreción necesita una intuición poética. Y la intuición creadora presupone un estado del alma”. Así como el origen de la palabra poeta está en el griego poietés, el que hace o el que crea, el de la palabra trovador está en el provenzal trouvère, el descubridor, el inventor. Y en Dante esto se transforma en fabbro, el forjador. Il miglior fabbro, como se llama a Arnaut Daniel en la Divina Comedia.
Además de Mallarmé, entre los poetas amados de Fijman estaban San Juan de la Cruz, Dante y John Donne. Jorge Calvetti dijo una vez que entre las claves para la comprensión del alma de Fijman podría estar la obra de John Donne, a quien Fijman leía con pasión una de las tardes en que fue a visitarlo al Borda. De los Holy Sonnets hay uno que parece especialmente escrito para Fijman, el que comienza con “I am a little world made cunningly / Of elements, and an angelic sprite; / But black sin hath betray’d to endless night / My world’s both parts, and, O, both parts must die”.[7]
“La poesía es ciencia”, decía Fijman. “Algunos la consideran una categoría inferior. Y sin embargo, ella fundamenta todas las ciencias. La química sin poesía se convierte en nada. Y el mismo ejemplo se extiende a todas las disciplinas. La ciencia es de Dios. Y se la cuenta como uno de los dones del Espíritu Santo. Pero el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son poetas”.
Los versos de Fijman nacen como canto y permanecen así. Ante la pregunta de Vicente Zito Lema sobre cómo se relaciona su poesía con el hecho de haber sido violinista, Fijman responde: “En la medida. Mi poesía es toda medida. De una manera que la acerca a lo musical”.
(…)
En el Libro de la cántiga de pasión, la mayoría de los poemas están hilvanados con firmeza métrica pero también con libertad. Endecasílabos se entrecruzan con alejandrinos, y el alejandrino a veces se suelta las manos para repartirse en dos versos. La repetición rítmica y de ciertas palabras recorre el libro como un mantra, repetición como elemento central de la liturgia y medio para acercarse a lo divino (destrucción del lenguaje que en distintas tradiciones místicas parece la condición para las experiencias posteriores, parafraseando a Mircea Eliade).
(…)
Algunos poetas suben muy alto, escalan montañas, se acomodan en la cima, y desde ahí miran. Otros escarban y escarban hasta lograr un pozo profundo donde acurrucarse, y desde ahí miran. Pero hay algunos que se van sin irse a ninguna parte, aprenden a ver detrás de las cosas. A esos últimos, a los que permanecen y no permanecen entre las reglas de la ciudad, caminan por sus calles, toman sus colectivos y compran su comida, la vida se les hace cada día más difícil. “Los molinos de imágenes; caminos sin puntos de vista. / Ahora vivo detrás de mí mismo”, escribió en Molino Rojo. Ellos ya no ven hombres y cosas.
[1] Entrevista de Alberto A. Arias al Dr. Saurí, Revista Psicoanálisis y el hospital, número 21, marzo de 2002.
[2] Problema de Osvaldo Horacio Dondo, inédito de J. Fijman. El poema completo se publica en las Notas al Libro de la cántiga de pasión.
[3] Conservados en el archivo que perteneció a Osvaldo Horacio Dondo, los 38 poemas manuscritos del Libro de la cántiga de pasión fueron escritos por Fijman en hojas tamaño carta de un solo lado, en tinta azul. En relación al orden: los poemas manuscritos estaban abrochados con el ordenamiento en que se publican en esta edición. Esta organización difiere del índice manuscrito de Fijman (ver Apéndice I, pág. 86). Al encontrarse, en el libro abrochado, ocho poemas más no apuntados en el índice de Fijman, estimamos que quizás éste correspondía a una versión anterior en el armado del libro, y respetamos el orden en que se encontraron.
[4] Vicente Zito Lema, El pensamiento de Jacobo Fijman o el viaje hacia otra realidad. Rodolfo Alonso Editor, 1970, página 24.
[5] Muchos de los poemas no editados por el propio Fijman fueron recolectados por Alberto A. Arias: Jacobo Fijman, Obras 1 (1923-1969), Buenos Aires: Araucaria editora, 2005. Además, el libro Romance del vértigo perfecto (Descierto, 2012) recoge otros poemas inéditos, escritos entre 1957 y 1958.
[6] J. Fijman, Mallarmé, lector de símbolos, revista Número 14, febrero de 1931. Las cursivas son de Fijman.
[7] “Soy un ínfimo mundo creado tan hábilmente / De elementos y de espíritu angélico; / Pero el pecado negro traicionó a la noche eterna / Mi mundo son dos partes, y las dos deben morir”. John Donne, Soneto V.