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La selva oscura del sentido: “Via” de Caroline Ber...

La selva oscura del sentido: “Via” de Caroline Bergvall

por María Negroni

 

El audio dura exactamente diez minutos. Con voz neutra, Caroline Bergvall[1] lee su poema “Via” que, en realidad, es un catálogo de las 48 traducciones al inglés del primer terceto de la Divina Comedia de Dante –realizadas entre 1800 y 2000–, que pudo localizar en la British Library.

Puede escuchárselo acá.

 

Nel mezzo del cammin di nostra vita
mi ritrovai per una selva oscura,
ché la diritta via era smarrita.

The Divine Comedy – Inferno – Canto I – (1–3)

 

1.

Along the journey of our life half way
I found myself again in a dark wood
wherin the straight road no longer lay.

(Dale, 1996)

 

2.

At the midpoint in the journey of our life
I found myself astray in a dark wood
For the straight path had vanished.
(Creagh and Hollander, 1989)

 

3.

Half way over the faring of our life,
Since missed the right way, through a night-dark wood
Struggling, I found myself.

(Musgrave, 1893)

 

4. 

Half way along the road we have to go,
I found myself obscured in a great forest,
Bewildered, and I knew I had lost the way.

(Sisson, 1980)

 

       5.

Halfway along the journey of our life
I woke in wonder in a sunless wood
For I had wandered from the narrow way.

(Zappula, 1998)

 

        6.

Haflway on our life´s journey, in a wood,
From the right path I found myself astray.

(Heany, 1993)

 

7.

Halfway through our trek in life
I found myself in this dark wood,
miles away from the right road.

(Ellis, 1994)

 

        (…)

 

 

            La lista sigue: allí están Dale (1996), Shaw (1914), Johnson (1915), Rossetti (1865), Fletcher (1931), Arndt (1994), Carlyle (1844), Wilstach (1888), Bickersteth (1955), Pinsky (1994), Longfellow (1867) y tantos otros, colaborando con su dicción y su cadencia propias, al encantamiento rítmico de un conjunto inesperado. Porque, en efecto, lo primero que se percibe (además de la curiosa elección, como criterio organizativo, del orden alfabético del primer verso) es que, en ese coro, no hay dos versiones iguales.

            Una empresa similar llevó a cabo Borges en su famoso ensayo “Las versiones homéricas”, aunque allí el registro de la diferencias (“Marte confusamente delira”, “Ares se enloquece confusamente”, “Marte no suele contender: se enloquece”, etcétera) está puesto, me parece, al servicio de la definición de una estética: entre las singularidades verbales y las noticias serenas, entre los motivos lujosos y lo perezoso de lo literal, Borges encuentra el camino hacia su propio estilo que quiere menos visible, menos intranquilo.

            También para Bergvall, la traducción es terreno de altas consecuencias. Un microscopio excepcional para exponer cómo funciona la máquina del lenguaje, para acceder a una constatación incómoda: no existe entre palabra y mundo (o entre texto y texto, da igual) algo parecido a la fidelidad. Siempre hay un real que se escapa, una oscilación irresuelta, una persecución lingüística del sentido que queda indefectiblemente diferida.

            Demás está decir que tampoco hay progreso en estas lides (eso explicaría la falta de orden cronológico). ¿De qué progreso podría hablarse? A lo sumo, habría un registro de complejidades, un abismo abierto a todas las repeticiones y desviaciones de la norma, caminos (vías) donde perderse mejor, fugaces entendimientos del modo en que el lenguaje opera en el mundo. Borges (otra vez) exacerbó la ecuación al incorporar la figura del lector a la escena de producción del sentido, en su Pierre Menard, autor del Quijote.

            Como sea, es obvio que la traducción le sirve a Bergvall para iluminar el tembladeral epistemológico que subyace a todo acto de escritura. Porque, en efecto, algo subrepticio tiene lugar en este matorral ordenado de versiones. Algo que sólo la yuxtaposición, el énfasis en el procedimiento, y la furibunda materialidad de los textos logra transparentar. Algo que Bergvall consigue, transformando el acto de copiar –desdeñoso, por naturaleza, de la expresión subjetiva—en una poética, una forma extrema de la desnudez, un deseo de que el acto supuestamente mecánico de reproducir se vuelva escribir y escribir, tal vez, ser.

            Como Gertrude Stein en sus poemas fractales, Bergvall busca que todo ocurra a la vez: la copia, el sonido, el uso del archivo, los infinitos círculos de repetición y diferencia, la conciencia de que toda lectura representa tan solo una interpretación dentro de un mosaico de interpretaciones posibles. Tal vez por eso su función como creadora radique más en la acumulación que en la generación. No sólo la posición subalterna no le resulta una traba; la elige como estrategia para construir, con fragmentos de material preexistente, un texto que antes no existía.

            No hay aquí, quiero decir, afirmación de la noción autoral. Por el contrario, la autoría –la autoridad—se diluye en los textos de Via, revelando la errática serialidad de la traducción y, al mismo tiempo, el collar de influencias y modelos que subyace a todo texto escrito.

            Nacemos y vivimos, podría decirse, como el poeta de la Comedia, in media res, “en el medio del camino”, en el seno de una tradición –y de un contexto político y social—y nos hallamos al filo del infierno deleitoso del poema, sin tener adónde ir.

            Calasso lo expresó así: “Toda la historia de la literatura puede verse como una sinuosa guirnalda de plagios. Habría un proceso de asimilación fisiológico que es uno de los misterios mejor guardados de la literatura. Escribir es aquello que, como el Eros, hace oscilar y vuelve porosos los límites del yo. Todo estilo se forma por sucesivas campañas –con pelotones de incursores o con ejércitos enteros—en territorio ajeno.”

            Marjorie Perloff detectó, en la poeta inglesa, reminiscencias del OULIPO (y es cierto que comparte con ese movimiento el recurso lúdico de la restricción), Kenneth Goldsmith la incluyó en su “Galería de Escritura Conceptual”, y no han faltado quienes, como Brian Reed, leen Via como found poetry o, incluso, como instalación artística.

            Me inclino a pensar que los textos de Bergvall –lejos de toda categorización– apuntan más allá del juego, el concepto o la performance, a promover un desconcierto lúcido.

            En lo oscuro de lo oscuro, en la selva de la selva, presa del mismo pánico y la misma necesidad que el poeta medieval, aferrada a la promesa, siempre vacilante, de una estructura musical del sentido, lanza al mundo una pregunta antiquísima (y por eso mismo, actual): qué es en realidad un texto, cuántas aglutinaciones y concatenaciones lo hacen posible, qué recursos auditivos, verbales y retóricos se copian y pegan en él, cuánta intimidad y qué distancia, cuáles grafías visuales y qué respiración.

            Ya se sabe. Las respuestas no importan. Importa, en cambio, que a través del palimpsesto de la escritura podamos acceder a algunas tentativas de discernimiento de la existencia. Via es una de esas tentativas. Es también un manifiesto involuntario sobre el lenguaje, la traducción, y la experiencia de eso que todavía llamamos lo humano.

 

[1] Caroline Bergvall nació en 1962 en Alemania, de padre alemán y madre francesa. Estudió en la Sorbonne, la Universidad de Warwick y el Dartington College of Arts. Ha expuesto su trabajo, a menudo vinculado a proyectos sonoros y performances, en el MoMA, la Tate Modern y el Museum of Contemporary Arts de Antwerp. Sus libros de poesía y escritura híbrida incluyen: Strange Passage: A Choral Poem (1993), Goan Atom (2001), Fig (2005), Alyson Singes (2008) y Meddle English (2010). También incluyen la adaptación de textos de Old English y Old Norse a arte sonoro y textos de audio. Enseñó en Cardiff University y Bard College. Actualmente vive en Londres.

 


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