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Tres poemas de Horacio Castillo

Tres poemas de Horacio Castillo

“Ves: el río de los muertos lleno de mariposas. / Ves: la vida liberada de la cárcel de la Necesidad.” 

Uno de los mejores poetas argentinos es Horacio Castillo (1934-2010). Un poeta de pocos y fieles lectores hasta ahora, pero día a día son más y más. Compartimos aquí tres de sus mejores poemas.

 

TREN DE GANADO (HORACIO CASTILLO)

Somos inocentes, gritábamos desde los trenes. 
¿Era de noche o de día? ¿Estábamos vivos o muertos? 
Asomados por el tragaluz mirábamos la inmensa llanura. 
De pronto un mugido nos traía el recuerdo de Ifigenia 
y volviéndonos hacia nuestros hijos los apretábamos contra el pecho. 
¿Qué es aquello? El sol. ¿Qué es aquello? Una nube. 
Habíamos olvidado el color del mar, el olor de la lluvia. 
Los que sabían de estrellas habían olvidado sus nombres 
y les dábamos los nombres de nuestros hijos para orientarnos al regreso. 
¿Qué es aquello? Un árbol. ¿Qué es aquello? Un río. 
Y un canto gregoriano se elevaba a nuestro alrededor, 
hablaba por todos los destinados al sacrificio. 
Somos inocentes, gritábamos desde los trenes. 
¿Era de noche o de día? ¿Estábamos vivos o muertos? 
La leche se había agriado en los pechos de las madres, 
peinábamos nuestro cabello y se convertía en ceniza. 
¿Qué es aquello? Un pájaro. ¿Qué es aquello? Una piedra. 
Y bajando la cabeza ocultábamos nuestro rubor, 
cortábamos en silencio las uñas de los muertos. 
Somos inocentes, gritábamos desde los trenes. 
¿Era de noche o de día? ¿Estábamos vivos o muertos? 
Bebíamos al atardecer el vino de los ciegos, 
soñábamos todavía con un bosque de orquídeas. 
¿Qué es aquello? Arena. ¿Qué es aquello? Niebla. 
Y la vida escapaba como un murciélago entre las sombras 
y nos dormíamos con una inusitada mansedumbre en la mirada. 
Después nuestros ojos se volvieron como los ojos de las estatuas, 
miramos nuestras manos y había desaparecido la línea de la vida, 
y desde la estiba se elevó el ronco yambo 
gimiendo por ti, por mí, por todos nuestros compañeros. 
Sólo quedaron detrás nuestro líneas etruscas, 
cantos de cera navegando hacia el sol, 
y a nuestro lado siempre tú, piadoso coro, 
tú, alma mía, vaca coronada de nardos y violetas.

 

SPHAIRON

Frag. 1

Este leve sudor que cubre todo el cuerpo -rocío secreto- denuncia la vecindad de lo siniestro, el merodeo de lo absoluto, y el alma, en embrión.

Frag. 2

porque un alma debe estar madura para volar a las regiones superiores, un alma debe ser robusta para soportar lo desconocido.

Frag. 3

¿Cómo evitar que sea prematura?

Frag. 4

pues pierden sus alas y caen, se pudren como un insecto en la tierra.

Frag. 5

Otras suben la escarpada ladera, contemplan -dicen- la llanura de la verdad.

Frag. 6

Algunas llegan a la cima y ven la fiesta de los bienaventurados, oyen su risa inextinguible.

Frag. 7

pero más allá, en la tierra que nadie vio ni cantó

Frag. 8

y ahora tú, padre, madre y hermana de ti misma, has sentido el temblor

Frag. 9

¿Cómo, desprendida del ojo, sobrevivirá la mirada?

Frag. 10

Respiras y se riza la superficie de la sombra,
sonríes y la nada ondea como un trigal.

Frag. 11

y arrebatada, de pronto, por la tempestad giras y giras

Frag. 12

adherida todavía a miríadas de sensaciones plumaje dorado-

Frag. 13

clamando por una segunda oportunidad

Frag. 14

giras y giras

Frag. 15

que arranca de raíz los cabellos y los sueños, toda escama mortal.

Frag. 16

y una gran dulzura

Frag. 17

como una inefable sensación de gratitud

Frag. 18

una libertad desconocida, no albedrío: libertad.

Frag. 19

Por donde la muerte entró en la vida en la vida la vida entrará en la muerte dijo-

Frag. 20

habiendo aprendido a reír, entre enjambres de almas por nacer,

Frag. 21

Ves: el río de los muertos lleno de mariposas.
Ves: la vida liberada de la cárcel de la Necesidad.

Frag. 22

y eliges para reencarnar el ave que los hombres llaman pelícano y los dioses Salvador.

 

PARA SER RECITADO EN LA BARCA DE CARONTE

El paisaje es más hermoso de lo que habíamos imaginado: 
estas murallas que caen a pico sobre nosotros, 
aquel sol negro descendiendo sobre la laguna, 
allá, a estribor, un arco iris que refracta la niebla. 
Pero esta moneda de hierro entre los dientes, 
este óbolo que debemos morder hasta el término del viaje, 
cierra la boca que desea cantar. 
Cantar para estas almas tristes sentadas en el banco, 
mientras el cómitre marca con el látigo el compás, 
mientras ordena remar sin interrupción, 
cada vez más fuerte, cada vez más rápido, más lejos de la luz.


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