Ted Hughes – Capturar animales

por Ted Hughes[1]

(Traducción de Alejandro Crotto y Diego Alfaro Palma)

 

Hay varias formas de capturar animales y pájaros y peces. Pasé gran parte de mi tiempo, cuando tenía quince años o más, probando varias de estas formas y cuando mi entusiasmo comenzó a declinar, como gradualmente lo hizo, empecé a escribir poemas.

                  Se podría llegar a pensar que estos dos intereses, capturar animales y escribir poemas, no tienen mucho en común. Pero cuanto más lo pienso más seguro estoy de que esos dos intereses han sido uno solo. De niño perseguía ratones en los días de trilla y los atrapaba debajo de los fardos y los ponía en mi abrigo hasta tener treinta o cuarenta arrastrándose dentro del forro de mi chaqueta; esto y mi actual persecución de poemas me parecen diferentes etapas de una misma fiebre. Pienso en los poemas como un cierto tipo de animal. Tienen su vida propia, como los animales; es decir, parecen estar separados de cualquier persona, incluso de sus autores, no se les puede adherir ni arrancar nada sin mutilarlos o incluso matarlos. Poseen cierta sabiduría. Saben algo importante… algo que despierta nuestra curiosidad. Tal vez mi preocupación no ha sido exactamente la de capturar animales o poemas, sino antes que nada cosas que posean una vida propia, fuera e independiente de la mía. De cualquier modo, mi interés por los animales estuvo presente desde el comienzo. Mi memoria viaja hasta cuando tenía tres años y por ese entonces tenía un montón de juguetes de animales de molde que se podían comprar en tiendas que estaban justo alrededor de nuestro último piso, de nariz a cola, con un reborde.

                  Disfrutaba modelando y dibujando, así que cuando descubrí la plastilina mi zoológico se volvió infinito, y cuando una tía me trajo un libro de animales para mi cuarto cumpleaños, voluminoso de portadas verdes, comencé a dibujar las brillantes fotografías. Los animales se veían bien en las fotografías, pero se veían incluso mejores en mis dibujos, y además eran míos. Puedo recordar el vívido entusiasmo con el cual solía sentarme a mirar fijamente mis dibujos, y hoy en día siento algo muy parecido frente a los poemas.

                  Mi zoológico no era un asunto a puertas cerradas. En ese entonces vivíamos en un valle en los Pennines en West Yorkshire. Mi hermano, quien tenía mucho más que ver con mi pasión que cualquier otra persona, era un poco mayor que yo y su máximo interés en la vida era arrastrarse por las colinas con un rifle. Él me llevaba como su perro de caza y yo tenía que gatear dentro de todo tipo de lugares recogiendo urracas y búhos y conejos y comadrejas y ratas y zarapitos a los que les disparaba. No podía abatir suficientes para mí. Al mismo tiempo yo salía a pescar diariamente al canal, con una larga malla sostenida por un alambre que hacía las veces de red.

                  Todo eso fue sólo el comienzo. Cuando tenía ocho años, nos mudamos a una ciudad industrial en South Yorkshire. Nuestro gato subía las escaleras y se echaba abatido en mi cama por semanas, hasta tal punto odiaba ese lugar; y por esa misma razón mi hermano dejó la casa y se hizo guardabosques. Pero en cierta forma ese cambio de casa fue una de las mejores cosas que me pudieron haber pasado. Pronto descubrí una granja cercana al campo que suplía todas mis necesidades, y luego una finca privada con bosques y un lago.

Mis amigos eran chicos de la ciudad, hijos de mineros del carbón o de empleados ferroviarios y yo llevaba con ellos una misma forma de vida, pero al mismo tiempo llevaba otra independiente en el campo. Nunca mezclé las dos formas de vida. Aún conservo algunos diarios que escribí en aquellos años: registraba nada más que mis capturas.

                  Por último, como he dicho, cerca de los quince mi vida se fue complicando y mi actitud hacia los animales cambió. Me acusé a mí mismo por haber perturbado sus vidas. Comencé a mirarlos desde otro punto de vista.

                  En esa época empecé a escribir poemas. No poemas de animales. Pasaron varios años para lo que se podría llamar “poemas de animales”, y mucho tiempo más para que me diera cuenta de que mi escritura de poemas debía ser una continuación de mis primeras persecuciones. Ahora no tengo ninguna duda de eso. Esa particular forma de goce, esa leve fascinación y esa especie de concentración involuntaria con la cual uno empieza a percibir la aparición de un nuevo poema en mente, luego el boceto, la forma y el color, y luego la versión final, la singularidad de su vívida realidad en medio de la rutina, todo eso me es demasiado familiar como para equivocarme. Esto es una cacería y el poema una nueva criatura, un nuevo espécimen vivo.

                  Hasta aquí he contado brevemente los orígenes y el nacimiento de mi interés por escribir poesía. Lo he simplificado, pero en definitiva ésta es la historia. Algunas partes habrán parecido un poco oscuras. ¿Cómo puede un poema, por ejemplo, acerca de caminar bajo la lluvia, ser como un animal? Bueno, tal vez no se parece mucho a una jirafa, a un emú o a un pulpo o a nada que se pueda encontrar en un zoológico. Es mejor decir que es un ensamble de partes vivas movidas por un solo espíritu. Las partes vivas son las palabras, las imágenes, los ritmos. El espíritu es la vida que los habita cuando trabajan todas juntas. Es imposible decir cuál viene primero, si las partes o el espíritu. Pero si alguna parte está muerta, si cualquiera de las palabras o imágenes o ritmos no cobra vida al ser leída, entonces la criatura va a estar lisiada y el espíritu enfermo. Por eso, como poeta, uno debe asegurarse de que todas esas partes sobre las que uno tiene control, las palabras, los ritmos y las imágenes, estén vivas. Ahí es donde las cosas se ponen difíciles. No obstante, las reglas para comenzar son bastante simples. Las palabras que están vivas son aquellas en las que podemos oír exactamente lo que nombran, como “chasquido” o “carcajada”; o las que podemos ver, como “moteado” o “venoso”; o las que podemos saborear, como “vinagre” o “azúcar”; o tocar, como “espina” o “aceitoso”; u oler, como “alquitrán” o “cebolla”: palabras que pertenecen directamente a uno de los cinco sentidos. O palabras que actúan o parecen usar sus músculos, como “latigazo” o “balanza”.

                  Pero inmediatamente las cosas se complican. “Chasquido” no solo da un sonido, da también una sensación de que algo puntiagudo se mueve sobre la lengua al decirla. También da la sensación de algo liviano o frágil, como una rama al quebrarse. Las cosas pesadas no chasquean, tampoco las blandas y flexibles. Del mismo modo, “alquitrán” no es sólo una palabra olorosa; también es pegajosa al tacto, con una pegajosidad espesa y asfixiante; y también se mueve, en estado líquido, como una serpiente negra, con un brillo oscuro. Y así sucede con la mayoría de las palabras. Pertenecen a varios sentidos al mismo tiempo, como si cada una tuviera ojos, orejas, lengua o dedos y todo un cuerpo con el que moverse. Hay un pequeño duende dentro de cada palabra, que es su vida y su poesía, y a este duende el poeta debe mantenerlo bajo control.

                  Se dirá que esto es inútil, desesperanzador ¿Cómo controlar todo eso? ¿Cuándo se vierten las palabras, cómo se puede estar seguro de que alguna de las acepciones de la palabra “plumas” no se pegoteará con alguna de las acepciones de la palabra “miel” un poco más allá? Esto es lo que pasa en la mala poesía, las palabras se matan entre ellas. Afortunadamente, no tenemos que preocuparnos por ello mientras tengamos en cuenta una cosa muy importante.

                  Y esa cosa muy importante es la siguiente: imaginar lo que se escribe. Verlo y vivirlo. No se trata de pensar obsesivamente como si se estuviera haciendo aritmética mental. Hay que observar, tocar, oler, meterse adentro. Si uno hace esto las palabras se protegerán entre ellas, como una especie de magia. Si se hace así no habrá que preocuparse por las comas, los puntos aparte y esas cosas. Hay que mantener los ojos, los oídos, la nariz, el gusto, el tacto, todo el ser vuelto hacia las palabras. Apenas uno siente miedo y se desenfoca para empezar a preocuparse por las palabras, enseguida esa preocupación se filtra en las palabras y se empiezan a matar unas a otras. De modo que hay que avanzar lo más que se pueda, luego retroceder y mirar lo que se ha escrito. Tras un poco de práctica, y luego de decirse a uno mismo varias veces que no hay que preocuparse por cómo otras personas han escrito sobre el mismo tema, y que ésta es la manera en que uno cree que puede lograrlo, y luego de decirse a uno mismo que se animará a usar cualquier palabra por antigua que sea si resulta buena al momento de escribirla en el papel, uno llega a sorprenderse de sí mismo. Uno vuelve a leer lo que se ha escrito y siente un impacto tremendo. Se ha capturado un espíritu, una criatura.

                  Después de decir todo esto, es justo que dé algunos ejemplos y muestre algunos de mis más recientes especímenes.

                  Un animal que es muy difícil mantener con vida es el zorro. Siempre se frustraron mis intentos: dos veces por culpa de un granjero que mató unos cachorros que yo había atrapado; y otra vez por un cuidador de un gallinero que soltó mi cachorro mientras su perro lo acechaba. Años después de esos eventos estaba sentado una noche de nieve en un triste hostal en Londres. No había escrito nada por casi un año, pero esa noche tuve una idea y necesité escribirla y escribí en unos minutos el siguiente poema: el primer poema sobre animales que hice. Aquí esta:

 

EL PENSAMIENTO-ZORRO

Imagino este momento del bosque a medianoche:
algo más está vivo
junto a la soledad del reloj
y esta página en blanco que mis dedos recorren. 
A través de la ventana no se ve ninguna estrella:
algo más cercano,
aunque profundamente dentro de lo oscuro,
está entrando en la soledad: 
frío y delicado, como nieve negra,
el hocico del zorro roza una rama, una hoja;
y dos ojos dirigen el movimiento que ahora
y nuevamente ahora, y ahora, ahora 
deja nítidas huellas en la nieve
entre los árboles; con sigilo una delgada
sombra pasa junto a un tocón; y en la cavidad
de un cuerpo que se atreve 
a atravesar los claros, un ojo,
un abierto y profundo verdor,
brillante, concentradamente,
se ocupa de lo suyo. 
Hasta que con un repentino, afilado y caliente olor a zorro
entra al oscuro agujero de la cabeza.
Sigue aún sin estrellas la ventana; suena el tictac del reloj,
está impresa la página.[2]

 

                  Este poema no posee lo que podríamos llamar un sentido obvio. Es acerca de un zorro, claro, pero un zorro que es zorro y al mismo tiempo no lo es. Qué clase de zorro es aquel que puede pararse justo dentro de mi cabeza donde presuntamente aún está sentado, sonriendo para sí cuando los perros ladran. Es un zorro de verdad; cuando leo el poema lo veo moverse, lo veo dejar sus huellas, veo su sombra pasar sobre la irregular superficie de nieve. Las palabras me mostraron todo esto, acercándomelo más y más. Es real para mí. Las palabras han hecho un cuerpo para él y le han dado un espacio sobre el cual caminar.

                  Si hubiera encontrado palabras más vigorosas aún al momento de escribir el poema, palabras que pudieran darme una impresión más vívida de sus movimientos, el alzarse y estirarse de sus orejas, el leve temblor de su lengua colgando y su respiración creando pequeñas nubecitas, sus dientes descubiertos al frío, los trozos de nieve cayendo de sus patas al momento de levantar cada una a su turno; si hubiera encontrado las palabras para todo esto, el zorro probablemente sería más real para mí ahora de lo que lo es en este poema. Aun así, en el poema el zorro está presente. Si no hubiera capturado al verdadero zorro en palabras no habría guardado el poema. Lo habría tirado al basurero como he tirado un montón de otras piezas de cacería en donde no conseguí lo que buscaba. Por ahora, cada vez que leo el poema, así como está, el zorro viene otra vez desde la oscuridad y entra en mi cabeza. Y puedo esperar que mucho después de que yo muera, mientras alguna copia del poema exista, cada vez que alguien lo lea, el zorro se seguirá levantando en la oscuridad para avanzar hacia él.

 

 

APÉNDICE: CINCO POEMAS DE TED HUGHES CON ANIMALES

 

        LOS CABALLOS

        Subí a través del bosque en la hora oscura antes del alba.
        Un aire amenazante, una quietud de hielo; 

        ni una hoja, ni un pájaro:
        un mundo hecho de escarcha. Llegué a lo alto del bosque 

        donde creaba al respirar figuras retorcidas en la luz de hierro.
        Pero drenaban ya la oscuridad los valles 

        y luego –ennegreciendo los vestigios grises– en la linde
        del claro se abrió el cielo. Y vi entonces los caballos. 

        Enormes en la espesa niebla –diez en total–
        quietos como menhires. Respiraban inmóviles, 

        sus crines lacias, sus precisos cascos angulados,
        sin hacer ningún ruido. 

        Pasé a su lado. Ninguno resopló ni giró la cabeza.
        Fragmentos grises, silenciosos 

        de un silencioso mundo gris. 
        Y arriba en la ladera me detuve a escuchar el vacío.

        Y el lamento de un pájaro mostró su filo en el silencio. 
        De a poco era posible percibir detalles. Luego

        brotó naranja, rojo el rojo sol 
        en silencio, y rompiendo desde el centro una rasgada nube,

        sacudió el fondo abierto, hizo ver el azul 
        y los grandes planetas suspendidos.

        Yo volví, 
        tropezando en la fiebre de mi sueño, hacia el bosque

        desde las cimas encendidas, 
        a donde estaban los caballos. Ahí seguían,

        ahora humeando y brillantes en la luz, 
        sus lacias crines pétreas, sus cascos delicados

        conmoviéndose en el deshielo mientras todo alrededor 
        fulguraba en los fuegos de la escarcha. Pero seguían en silencio.

        Ninguno hizo un sonido, 
        con sus cabezas suspendidas, sin apuro, igual que el horizonte,

        muy arriba del valle, bajo los altos rayos rojos. 
        En las calles ruidosas, a través de los años, las personas,

        ojalá pueda siempre recordar este sitio solitario 
        entre los rayos y las nubes rojas, donde escuché los pájaros,
        donde escuché durar los horizontes.

 

 

THE HORSES

I climbed through woods in the hour-before-dawn dark.
Evil air, a frost-making stillness,

Not a leaf, not a bird—
A world cast in frost. I came out above the wood

 Where my breath left tortuous statues in the iron light.
But the valleys were draining the darkness

Till the mooring—blackening dregs of the brightening grey—
Halved the sky ahead. And I saw the horses:

Huge in the dense grey—ten together—
Megalith-still. They breathed, making no move,

with draped manes and tilted hind-hooves,
Making no sound.
 

I passed: not one snorted or jerked its head.
Grey silent fragments

Of a grey silent world.
I listened in emptiness on the moor-ridge.

The curlew’s tear turned its edge on the silence.
Slowly detail leafed from the darkness. Then the sun

Orange, red, red erupted
Silently, and splitting to its core tore and flung cloud,

Shook the gulf open, showed blue,
And the big planets hanging—

I turned
Stumbling in the fever of a dream, down towards

The dark woods, from the kindling tops,
And came to the horses.

There, still they stood,
But now steaming and glistening under the flow of light,

Their draped stone manes, their tilted hind-hooves
Stirring under a thaw while all around them

The frost showed its fires. But still they made no sound.
Not one snorted or stamped,
 

Their hung heads patient as the horizons,
High over valleys in the red levelling rays—
 

In din of crowded streets, going among the years, the faces,
May I still meet my memory in so lonely a place

Between the streams and red clouds, hearing the curlews,
Hearing the horizons endure.

 

***

  

PARA PINTAR UN NENÚFAR

Las hojas verdes del nenúfar techan
el agua del estanque y son el piso 

del coliseo cruel de los insectos. Estudie
los dos aspectos de esta femenina planta. 

Primero observe atento las libélulas
que comen carne y pasan como balas 

o se suspenden en el aire para elegir su blanco;
otros insectos, no menos peligrosos, 

patrullan el zumbido de los árboles. Hay gritos
de batalla y gemidos de muerte en todas partes, 

pero son inaudibles y es por eso que el ojo
se admira al contemplar cómo dibujan 

arcoíris los cuerpos irisados o descansan
como gotas fundidas de metal enfriándose. 

Piense cuánto peor debe de ser
por debajo, en el lecho del estanque: 

una fauna de épocas prehistóricas
avanza por lo oscuro con sus nombres latinos. 

Casi no habido evolución ahí,
mandíbulas atentas por cabeza, 

ajenas a los siglos o las horas. Pinte
ahora la flor esbelta y frágil del nenúfar 

que participa de ambos mundos, pero puede
quedarse casi inmóvil, como un cuadro, 

aunque se posen las libélulas en él
y rocen su raíz esos horrores.

 

 

TO PAINT A WATER LILY 

A green level of lily leaves
Roofs the pond’s chamber and paves

The flies’ furious arena: study
These, the two minds of this lady.
 

First observe the air’s dragonfly
That eats meat, that bullets by

Or stands in space to take aim;
Others as dangerous comb the hum

Under the trees. There are battle-shouts
And death-cries everywhere hereabouts

But inaudible, so the eyes praise
To see the colours of these flies

Rainbow their arcs, spark, or settle
Cooling like beads of molten metal

Through the spectrum. Think what worse
Is the pond-bed’s matter of course;

Prehistoric bedragoned times
Crawl that darkness with Latin names,
 

Have evolved no improvements there,
Jaws for heads, the set stare,
 

Ignorant of age as of hour-
Now paint the long-necked lily-flower

 Which, deep in both worlds, can be still
As a painting, trembling hardly at all

Though the dragonfly alight,
Whatever horror nudge her root.

 

***

 

LUCIOS

Lucios, ocho centímetros de largo, en todo
perfectamente lucios, oro atigrado en verde.
Desde el huevo asesinos, con expresión siniestra.
Se agitan en la superficie entre las moscas. 

O pasan admirados por su propia grandeza
sobre el lecho esmeralda, son siluetas
de un submarino, delicado horror.
Miden trescientos metros en su mundo. 

En los estanques, bajo las hojas del nenúfar
en el calor, la pesadez de su inmovilidad:
disimulados en las hojas muertas, negras del fondo
o en las cavernas ámbar de los juncos, al acecho. 

Los colmillos ganchudos que traban sus mandíbulas
y no serán cambiados a esta altura.
Toda una vida subordinada a ese instrumental.
Sus agallas moviéndose en silencio, sus aletas. 

Pusimos tres en la pecera un día, llena
de juncos; uno de ocho centímetros, los otros dos
de diez y once. Les dábamos de comer mojarritas.
Y de pronto hubo dos. Y después uno solo 

con la panza abombada y su expresión de siempre.
Y en verdad no perdonan a nadie.
Vi dos, de unos sesenta centímetros de largo,
varios kilos, secándose ya muertos en la orilla, 

uno embuchado hasta las branquias en el otro.
Y un ojo que miraba– como te atrapa un vicio.
El mismo hierro en su mirada
a pesar de la córnea reseca por la muerte. 

Yo solía pescar en un estanque de unos cincuenta
metros, cuyos nenúfares y tencas poderosas
habían durado más que cualquier piedra visible
del monasterio que las había sembrado. 

Era de una tranquila y legendaria hondura.
Hondo como Inglaterra. Y albergaba
un lucio tan inmenso y tan antiguo,
que yo no me animaba a ir a pescar si estaba oscuro. 

Pero en silencio comencé a pescar,
erizado el cabello en mi cabeza por eso que quizá
se pudiera mover, por el ojo que quizá se moviera.
El ruido amortiguado de las olas oscuras, 

los búhos ululándoles a las ramas flotantes,
me hablaban al oído sobre el sueño que algo oscuro
debajo de lo oscuro de la noche había liberado
y que emergía hacia mí, lentamente, buscándome.

 

PIKE

(Acá Hughes comenta el poema y lo lee) 

Pike, three inches long, perfect
Pike in all parts, green tigering the gold.
Killers from the egg: the malevolent aged grin.
They dance on the surface among the flies.

Or move, stunned by their own grandeur,
Over a bed of emerald, silhouette
Of submarine delicacy and horror.
A hundred feet long in their world.

In ponds, under the heat-struck lily pads-
Gloom of their stillness:
Logged on last year’s black leaves, watching upwards.
Or hung in an amber cavern of weeds
 

The jaws’ hooked clamp and fangs
Not to be changed at this date:
A life subdued to its instrument;
The gills kneading quietly, and the pectorals.

Three we kept behind glass,
Jungled in weed: three inches, four,
And four and a half: fed fry to them-
Suddenly there were two. Finally one

With a sag belly and the grin it was born with.
And indeed they spare nobody.
Two, six pounds each, over two feet long
High and dry and dead in the willow-herb-
 

One jammed past its gills down the other’s gullet:
The outside eye stared: as a vice locks-
The same iron in this eye
Though its film shrank in death.

A pond I fished, fifty yards across,
Whose lilies and muscular tench
Had outlasted every visible stone
Of the monastery that planted them-

Stilled legendary depth:
It was as deep as England. It held
Pike too immense to stir, so immense and old
That past nightfall I dared not cast
 

But silently cast and fished
With the hair frozen on my head
For what might move, for what eye might move.
The still splashes on the dark pond,
 

Owls hushing the floating woods
Frail on my ear against the dream
Darkness beneath night’s darkness had freed,
That rose slowly toward me, watching.

 

***

 

EL OSO

En el abierto, vasto, dormido ojo de la montaña,
el oso es un destello en la pupila,
listo para despertar
y enfocar al instante. 

El oso está pegando
el principio al final
con pegamento de hueso humano
en su sueño. 

El oso está cavando
en su sueño
a través del muro del universo
con el fémur de un hombre. 

El oso es un pozo
demasiado profundo para brillar,
donde tu grito
está siendo digerido. 

El oso es un río
donde la gente al agacharse a beber
se ve a sí misma muerta. 

El oso duerme
en un reino de muros.
En una red de ríos. 

Es el balsero
al mundo de los muertos. 

Su precio es todo.

 

 

THE BEAR 

In the huge, wide-open, sleeping eye of the mountain
The bear is the gleam in the pupil
Ready to awake 

And instantly focus.
The bear is glueing
Beginning to end
With glue from people’s bones 

In his sleep.
The bear is digging In his sleep
Through the wall of the universe
With a man’s femur. 

The bear is a well
Too deep to glitter
When your shout
Is being digested. 

The bear is a river
Where people bending to drink
See their dead selves. 

The bear sleeps
In a kingdom of walls.
In a web of rivers. 

He is the ferryman
To dead land. 

His price is everything.

 

***

 

CHAUCER

“Whan that Aprille with his shoures soote
The droghte of March hath perced to the roote…”

A viva voz, encaramada encima de la pirca,
los brazos levantados –un poco por el equilibrio, un poco
por sujetar las riendas de la atención del público imaginario–
le recitaste Chaucer a un potrero de vacas. Entre el cielo
primaveral, fragante, y el esmeralda nuevo
de los espinos, los crataegus y endrinos,
un arrebato del champange de tu espíritu puro.
Avanzaba tu voz por los potreros hacia el este,
perdiéndose. Pero las vacas te miraban
y se acercaron, les gustaba Chaucer.
Seguiste recitando y recitando. Te parecía
muy bien recitar Chaucer en el campo. Y llegaste
a la Viuda de Bath, tu personaje preferido
de toda la literatura. Estabas como en éxtasis.
Las vacas te rodearon arrobadas, empujándose,
para mirar tu cara, con bufidos
de admiración, atónitas, atentas,
moviendo las orejas para captar mejor
los mínimos matices, a dos metros,
con temor reverente. No podías creerlo. Y no podías
dejar de recitar. ¿Qué iba a pasar
si te callabas? ¿Te atacarían asustadas
por el silencio súbito, pidiendo más? Seguiste.
Y te miraban veinte vacas hipnotizadas.
¿Cuándo fue que dejaste de recitar? No lo recuerdo.
Supongo que las vacas se fueron tambaleándose,
los ojos dando vueltas, como si las atrajesen
con su ración de comida. Quizá
las alejé yo mismo. Pero
tu alta interpretación de Chaucer
era ya eterna. Lo que pasó después
encontró mi atención demasiado ocupada
y cayó en el olvido.

 

 

CHAUCER 

‘Whan that Aprille with his shoures soote
The droghte of March hath perced to the roote…’
At the top of your voice, where you swayed on the top of a stile,
Your arms raised – somewhat for balance, somewhat
To hold the reins of the straining attention
Of your imagined audience – you declaimed Chaucer
To a field of cows. And the Spring sky had done it
With its flying laundry, and the new emerald
Of the thorns, the hawthorn, the blackthorn,
And one of those bumpers of champagne
You snatched unpredictably from pure spirit.
Your voice went over the fields towards Granchester.
It must have sounded lost. But the cows
Watched, then approached: they appreciated Chaucer.
You went on and on. Here were reasons
To recite Chaucer. Then came the Wyf of Bath,
Your favourite character in all literature.
You were rapt. And the cows were enthralled.
They shoved and jostled shoulders, making a ring,
To gaze into your face, with occasional snorts
Of exclamation, renewed their astounded attention,
Ears angling to catch every inflection,
Keeping their awed six feet of reverence
Away from you. You just could not believe it.
And you could not stop. What would happen
If you were to stop? Would they attack you,
Scared by the shock of silence, or wanting more –?
So you had to go on. You went on –
And twenty cows stayed with you hypnotized.
How did you stop? I can’t remember
You stopping. I imagine they reeled away –
Rolling eyes, as if driven from their fodder.
I imagine I shooed them away. But
Your sostenuto rendering of Chaucer
Was already perpetual. What followed
Found my attention too full
And had to go back into oblivion.

 

 

[1] El ensayo –“Capturing Animals”– pertenece al libro Poetry in the Making (1967), y fue editado por primera vez en castellano en el número papel N° 31 de Hablar de Poesía. Marcadamente autobiográfico, se detiene en la relación entre poesía y mundo animal, e incluye valiosos consejos para quienes empiezan a escribir versos. El ensayo nació a partir de un encargo de la BBC para un programa de educación a distancia dirigido a alumnos del secundario inglés; eso explica que los consejos apunten a los aspectos más inmediatos del arte de escribir poesía, pero es justo consignar que Hughes fue también un eficacísimo orfebre: repárese en el trabajo con las rimas en “The Thought-Fox” (que cita a continuación de esos consejos) o en “To Paint a Water-Lily”, por ejemplo. Tras el comienzo del ensayo, se agregan cinco poemas de Hughes centrados en animales: “The Horses”, “To Paint a Water-Lily”, “Pike”, “The Bear” y “Chaucer”. (N. de los T.)

 

[2] The Thought-Fox// I imagine this midnight moment’s forest: / Something else is alive/ Beside the clock’s loneliness/ And this blank page where my fingers move.// Through the window I see no star:/ Something more near/ Though deeper within darkness/ Is entering the loneliness:// Cold, delicately as the dark snow,/ A fox’s nose touches twig, leaf;/ Two eyes serve a movement, that now/ And again now, and now, and now/ Sets neat prints into the snow/ Between trees, and warily a lame/ Shadow lags by stump and in hollow/ Of a body that is bold to come//Across clearings, an eye,/ A widening deepening greenness,/ Brilliantly, concentratedly,/ Coming about its own business// Till, with a sudden sharp hot stink of fox/ It enters the dark hole of the head.// The window is starless still; the clock ticks,// The page is printed.


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