por Alejandro Crotto[1]
(…)
“Todo se ha perfeccionado desde Homero, pero no la poesía”. Lo escribió Leopardi en su cuaderno de anotaciones. No era una boutade, era una constatación. Lo que veía en 1820: los caminos, los relojes, las casas, las carretas, los arados, eran definitivamente mejores. En cambio, si leía a cualquier poeta que había logrado escribir poesía (quizá cuando leía lo que él mismo estaba escribiendo) notaba que podía haber nuevas modulaciones, pero no propiamente un perfeccionamiento de lo que él leía en el griego de Homero. Escribo estas líneas como una especie de invocación antes de traducir uno de los poemas suyos que más me gustan.
L´INFINITO
Sempre caro mi fu quest’ermo colle,
e questa siepe, che da tanta parte
dell’ultimo orizzonte il guardo esclude.
Ma sedendo e mirando, interminati
spazi di là da quella, e sovrumani
silenzi, e profondissima quiete
io nel pensier mi fingo, ove per poco
il cor non si spaura. E come il vento
odo stormir tra queste piante, io quello
infinito silenzio a questa voce
vo comparando: e mi sovvien l’eterno,
e le morte stagioni, e la presente
e viva, e il suon di lei. Così tra questa
immensità s’annega il pensier mio:
e il naufragar m’è dolce in questo mare.
Leopardi lo escribió cuando tenía 20 años (en general averiguo, si puedo, qué edad tenía quien escribió un poema cuando lo escribió). Es un poema sencillo, lineal en su desarrollo: la afectividad elevada y sola (el solitario monte querido), y el límite (unos arbustos, que ocultan buena parte del horizonte) aparecen en los primeros versos. Afecto y límite, entonces: amor y técnica. Y enseguida la sensorialidad y la imaginación, juntas, se tensan. Y llega ese viento en las ramas que hace que la conciencia del presente se abisme, y se abra esa especie de pura finalidad sin fin que es la belleza, según la definición de Simone Weil.
EL INFINITO
Siempre vuelvo a este monte solitario,
y a estos arbustos, que una buena parte
del horizonte ocultan a mis ojos.
Pero sentándome, admirado, amplísimos
espacios más allá, y sobrehumanos
silencios, y la más perfecta calma
empiezo a imaginar, y el corazón
por poco se me espanta. Y mientras oigo
que el viento cruza entra las ramas, ese
infinito silencio yo a esta voz
voy comparando, y me llega lo eterno,
las estaciones muertas, y esta, viva,
presente, con sus ruidos. Así en esta
inmensidad se ahoga el pensamiento,
y naufragar en este mar me es dulce.
[1] Este artículo es un fragmento del artículo “Anotaciones”, que fue publicado en el número 49 en papel de Hablar de poesía (agosto 2024). Un ensayo misceláneo, que consiste en entradas independientes de un diario de lecturas.