Mastronardi –La provincia del poeta

por Alejandro Bekes [1]

 (…)

       En la poesía erótica de Mastronardi la efusividad queda oculta, vive “oculta en comarca de signos y de fábulas”, como él dijo de sí mismo, completando la máxima de Epicuro: Lathe biosas. Poemas como “Romance con lejanías” y “Música nocturna” aventuran el elogio de la mujer ausente o presente, con notas de sensualidad y de serena ternura:

La rosa de mirarte arde en silencio…

       Pero si hay un texto de pasmosa originalidad en Mastronardi, ese texto es “Algo que te concierne”. Después de muchos años y de muchas lecturas, pienso ahora que este poema es algo así como el reverso (no la negación ni el rechazo) de todo petrarquismo; es como si en él viéramos el otro lado del tapiz que tejió toda una tradición de la poesía occidental: la tradición de la amada lejana, die ferne Geliebte. Al compás irregular de un verso más bien libre, el poeta empieza por evocar para ella una fiesta; una fiesta ya apagada y remota, casi irreal, una fiesta que sin duda es la cifra de todo lo que en nuestra vida es exterior y momentáneo: un encuentro de sombras corteses, dice,

tan incierto que ya no recuerdo su lugar ni su tiempo,
y cuya condición menguante
es la de todo aquello que se funda en las formas,
en los acuerdos exteriores,
y no en la intensidad que nos construye…

       De esa ocasión casi olvidada, continúa el poeta, nada queda, salvo tu pensado rostro; un rostro que vive, dice, en la sensible música que engendras, y que salva del callado naufragio aquel encuentro: porque la realidad con tu recuerdo empieza. Ahora, el poeta parece hojear, repasar en su noche solitaria el arquetipo del pensamiento erótico, el manantial del amor filosófico, el Banquete de Platón. Fijémonos en el desparpajo con que el poeta nos muestra su oficina, la escena original donde ha de nacer el dios alado. ¿Cómo es posible que ese gesto de mostrar, casi al descuido, cómo nace la mitología amorosa, no rompa el encanto, no desdibuje la ilusión? Y es todo lo contrario: la ilusión es tan firme que nada pierde con que la veamos nacer. Mejor dicho, la ilusión es tan cierta, la poesía es tan verdadera, que la realidad sensible colabora con ella, la sostiene y la nutre:

Dejo el antiguo texto. Es tarde. Me devuelven al mundo
el poder inmediato de la noche
y el viento que en los árboles insiste.
Ya han de andar las abejas sobre jardines jónicos.
El tiempo se remansa bajo la intensa lámpara.
Yo escribo que te quiero.

Semejante a una ternura antigua
regresa el habitual carro del alba,
como si fuera el eslabón que salva
la persistencia, el orden de este mundo.
La ciudad duerme bajo la lenta lluvia.
Suena un vago reloj en el piso de arriba.
Vuelvo a mí mismo, a verte.

            La voluntad constructiva ha logrado el milagro de recobrar una esencia que está a salvo del tiempo; que es inmune a la erosión de los días y a las costumbres de los pájaros; la provincia y la mujer evocadas se alzan ante la fantasía del lector, serenas, inmortales, sonrientes. La gratitud final a la vida vivida se resuelve en un amor que se escribe. Yo escribo que te quiero. En este verso mágico se cifra el secreto último y más preciado; está a la vista y sin embargo permanece inviolable.     

(…)

[1] Esta entrada del Portal Web es un fragmento del artículo “La provincia del poeta” publicado en el número papel Hablar de Poesía 48 (diciembre 2023). En él, Alejandro Bekes reflexiona sobre la poesía de Carlos Mastronardi.


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