por María Gabriela Raidé [1]
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Leer “De marzo del 79”, del sueco Tomas Tranströmer (1931-2015, ganador del Premio Nobel en 2011), es entrar a un país extranjero. El poema retrata el paisaje nevado de Estocolmo y su archipiélago: esa periferia insular a donde los locales van a pasar el fin de semana. Sin embargo, lejos está de ser un texto meramente impresionista, ya que el entorno se pone en relación con algo más grande y humano. El poema postula una pregunta común: la pregunta por el sentido. Probablemente, la misma de cualquiera que haya tratado de usar las palabras a consciencia, que haya meditado sobre ellas, que haya dudado en su elección.
Dice el poema:
Från Mars -79
Trött på alla som kommer med ord, ord men inget språk
for jag till den snötäckta ön.
Det vilda har inga ord.
De oskrivna sidorna breder ut sig åt alla håll!
Jag stöter på spåren av rådjursklövar i snön.
Språk men inga ord.
Acá intento una traducción posible:
DE MARZO DEL 79
Cansado de quienes vienen con palabras, palabras sin lenguaje
me marché a la isla cubierta de nieve.
Lo salvaje no tiene palabras.
¡Páginas en blanco desplegadas por todos lados!
Encuentro la huella de un ciervo en la nieve.
Lenguaje, pero sin palabras.
Tranströmer –que era psicólogo de profesión y que trabajaba en cárceles y hospitales– lo sabía bien; esa unidad gramatical, fonética y semántica que llamamos “palabra” (ord, en sueco) no siempre compone un sistema inteligible. Llega un momento en que tanto la falta como el exceso de sentido que hay en las palabras se nos hacen insoportable.
¿La solución? Huir a lo salvaje, allí donde ya no hay mediación, donde el lenguaje ya no requiere esfuerzos. Esta idea forma parte –también– de la fantasía neurótica de escaparse, de crear una existencia diferente cuando la realidad actual resulta abrumadora. ¿Quién no lo ha pensado? Exiliarse de las palabras, llevar una vida en contacto estrecho con la naturaleza, en el campo, el mar o la montaña; una vida donde el acceso al sentido fuese inmediato. Últimamente yo lo imagino con bastante frecuencia.
En el poema parece habitar una epifanía. En 1990, siete años después de que se publicara, Transtömer sufrió una apoplejía que lo dejó afásico. Después de este episodio, transcurrieron seis años hasta que volviera a editar un libro (Sorgegondolen: góndola fúnebre). Como un canto de sirena, una melodía macabra que dijera: “quien quede fascinado con el silencio, llegará a conocerlo”.
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[1] Esta entrada del Portal Web es un fragmento del artículo “Una isla cubierta de nieve” publicado en el número papel Hablar de Poesía 48 (diciembre 2023). En él, María Gabriela Raidé traduce y comenta un poema del sueco Tomas Tranströmer.