Emily Dickinson: Traducir a tientas

Esta entrada del Portal Web es un fragmento del artículo “Cuando la luz nos deja: Traducir a tientas”, de Renata Prati, publicado en el número 46 en papel de Hablar de Poesía (diciembre 2022). El artículo utiliza un poema de Emily Dickinson para pensar la traducción de poesía. Compartimos el comienzo.

La historia de la poesía está llena de oscuridades; noches cerradas, cavernas, abismos, selvas oscuras. Y es que la oscuridad es una metáfora tan fundamental como versátil en la literatura y la vida cotidiana: sirve para el sufrimiento, para la ignorancia y lo desconocido, para las pérdidas, las dificultades y las frustraciones, para el miedo, para el mal. Tengo la impresión, sin embargo, de que las más de las veces la oscuridad se presenta como algo a superar, un momento transitorio a la espera de la luz o en el viaje hacia la luz. En este poema que traduzco a continuación, creo que Emily Dickinson, con su acostumbrada sutileza, su oblicua lucidez, hace algo más arrojado: nos invita a amigarnos con las oscuridades.

 

*

Nos habituamos a la Oscuridad —
Cuando la Luz nos deja —
Como cuando el Vecino con su Lámpara
La mira Despedirse —

Por un Momento — incierto es Nuestro paso
Porque es nueva la noche —
Luego — a lo Oscuro ajustamos la Vista —
Y encontramos la Calle — erguidos —

Y es así con más vastas — Oscuridades —
Esos Ocasos del Cerebro —
Sin Luna alguna que revele un signo —
Ni Estrella — que aparezca — adentro —

Los más Valientes — van a tientas —
Y hasta a veces se dan
La Frente contra un Árbol —
Pero a medida que aprenden a ver —

O bien la Oscuridad se altera —
O hay algo en la mirada
Que a la Noche total se adapta —
Y el paso de la Vida casi se endereza.

We grow accustomed to the Dark / When light is put away — / As when the Neighbor holds the Lamp / To witness her Good bye — // A Moment — We uncertain step / For newness of the night — / Then — fit our Vision to the Dark — / And meet the Road — erect — // And so of larger — Darknesses — / Those Evenings of the Brain — / When not a Moon disclose a sign — / Or Star — come out — within — // The Bravest — grope a little — / And sometimes hit a Tree / Directly in the Forehead — / But as they learn to see — // Either the Darkness alters — / Or something in the sight / Adjusts itself to Midnight — / And Life steps almost straight.

 

El poema[1] está fechado en el otoño de 1862, en el medio de los años más fecundos de su producción poética. Se sabe muy poco de la vida de Dickinson; algo, sin embargo, que parece fuera de duda es que, entre mediados y finales de la década de 1850, justo antes y hasta pisando ya esos años de producción madura y abundante, parece haber atravesado un período de gran oscuridad. Sobrevive a esa crisis, claro: están de testigos todos estos magníficos poemas. Pero de alguna manera, se intuye, la oscuridad que llegó a conocer en las postrimerías de su juventud nunca la abandona del todo.

Por supuesto, la pena y el dolor son el primer referente de la metáfora de la oscuridad, el más evidente y universal: leyendo los versos sobre esas oscuridades “más vastas” todo el mundo sabe, en carne propia, en un nivel callado y visceral, de qué está hablando Dickinson. Ese es a todas luces el marco más potente del poema; es el marco último también de mi lectura, pero no es sobre eso que quiero hablar. Hay, como sugiere ese verso, oscuridades de distintos tamaños, de tonos y pesos diferentes. Mientras traducía este y otros poemas de Dickinson sobre el dolor, se me fue apareciendo otra clave de lectura para este poema o, más bien (porque no lo sentí como un descubrimiento mío: ¿lo habré leído en algún lado?), el poema mismo se me fue imponiendo como una metáfora para la tarea en la que estaba empeñada. La tarea tan difícil, para muchos casi imposible, de traducir poesía, la poesía paradigmáticamente difícil de traducir de Emily Dickinson. Es una oscuridad más chiquita, tal vez, que preocupa a menos gente: los traductores literarios, esa especie curiosa, solitaria, obsesiva. Pero no es menos vital (la poesía no es un lujo, reclamaba Audre Lorde: la poesía traducida tampoco).

(…)

[1]  Se trata del poema 419 en la edición de T. H. Johnson y el 428 en la de R. W. Franklin.


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