En el número 45 en papel de Hablar de Poesía (agosto 2022) se publicaron en la sección “Dentro del poema”, entre otros, tres artículos en donde se traducen y analizan poemas de Wallace Stevens. Esos artículos son “Dos poemas de Wallace Stevens” de Gervasio Fierro, “Peter Quince al clavecín – una cima en el arte de Wallace Stevens” de Ricardo H. Herrera, y “Solitario bajo los robles” de Laura Crespi.
En esta entrada compartimos fragmentos de cada uno de esos artículos:
DOS POEMAS DE WALLACE STEVENS
por Gervasio Fierro
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“Los acantilados irlandeses de Moher” pertenece al último libro de Stevens, de 1954, La roca y otros poemas, y es un poema corto, mientras “Tumbas holandesas en el condado de Bucks” forma parte de Transporte al verano, de 1947 y, aunque no puede ser agrupado con los poemas más largos de Stevens, tiene cierto desarrollo y las estrofas están separadas por pareados que repiten la misma invocación generando una suerte de estribillo, propio de los poemas extensos. Ambos poemas contienen el nombre propio de un lugar en su título y los dos exploran a su modo los interrogantes de la filiación, el origen, el pasado. En “Los acantilados…” la búsqueda que abre la pregunta del primer verso, “¿Quién es mi padre en este mundo, en esta casa, / en la base del espíritu?” es individual y comienza con un punto inmediato del origen. A medida que avanza el poema, esa indagación se desdibuja y se fusiona con una mucho más antigua, desprendida de las evocaciones de temporalidades planetarias, e irradiada por las imágenes del paso del tiempo que da un acantilado y su erosión ostensible. Sabemos que Stevens nunca estuvo en Irlanda y que el poema, según cuenta en una carta, se forjó ante una foto remitida por Jack Sweeney.
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LOS ACANTILADOS IRLANDESES DE MOHER
¿Quién es mi padre en este mundo, en esta casa,
en la base del espíritu?
El padre de mi padre, el padre de su padre, su…
sombras como vientos
vuelven a un pariente anterior al pensamiento, antes del habla,
a la cabeza del pasado.
Vuelven a los acantilados de Moher que se alzan en la bruma,
por sobre lo real,
se alzan sobre el tiempo y el lugar presentes, sobre
el pasto verde, húmedo.
Este no es paisaje, pleno de las sonambulaciones
de la poesía
y el mar. Este es mi padre, o tal vez,
es como él era,
un parecido, uno de la raza de los padres: tierra
y mar y aire.
THE IRISH CLIFFS OF MOHER // Who is my father in this world, in this house, / At the spirit’s base? // My father’s father, his father’s father, his – / Shadows like winds // Go back to a parent before thought, before speech, / At the head of the past. // They go to the cliffs of Moher rising out of the mist, / Above the real, / Rising out of present time and place, above / The wet, green grass. // This is not landscape, full of the somnambulations / Of poetry / And the sea. This is my father or, maybe, / It is as he was, // A likeness, one of the race of fathers: earth / And sea and air.
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PETER QUINCE AL CLAVECÍN – UNA CIMA DEL ARTE DE WALLACE STEVENS
por Ricardo H. Herrera
“Peter Quince al clavecín”, poema de Harmonium (1923), imita en sus cuatro partes el esquema de una forma musical. Se trata de una serie de variaciones sobre un mismo tema, pero con distinto ritmo. El diseño de la composición es tripartito: reflexión (andante) – representación (adagietto, scherzo) – reflexión (andante); vale decir apunta alternativamente a conmover el intelecto y la imaginación, la mente y los sentidos. La imaginería, el vocabulario, las rimas y el ritmo, nos sitúan dentro de un mundo hedonista, de exquisito refinamiento rococó, que se diría nacido de la regocijada imaginación musical del Stravinsky neoclásico. El argumento está tomado del bíblico libro de Daniel (13, 15-27) donde se relata la historia de Susana, una mujer judía “bella y temerosa de Dios”, que fue sorprendida mientras se bañaba por dos ancianos que pretendieron abusar de ella; en defensa de la virtud de la mujer sale el profeta mismo, quien desenmascara a los viejos y los condena a muerte. Stevens sigue el pasaje bíblico en apretada síntesis, dejando testimonio de la virtud de Susana en la estrofa final del poema. El tema ha sido llevado al arte más de una vez: los óleos que Rembrandt y Tintoretto le dedicaron son bien conocidos, y es más que probable que la sensual irradiación estética de esos cuadros soberbios gravitara sobre la imaginación de Wallace Stevens al afrontar la trama. Peter Quince, por su parte, es un personaje menor de Sueño de una noche de verano, de Shakespeare; una comedia sobre el deseo, como es sabido. Se trata de un carpintero con inclinaciones literarias, un aficionado que ha preparado una pieza teatral (“La muy dolorosa comedia y cruelísima muerte de Píramo y Tisbe”) para ser representada el día de la boda entre Teseo e Hipólita; todo lo cual, evidentemente, le da un tenue matiz irónico al contenido del poema, al presentarlo Stevens como el ejercicio de un amateur.
(….)
PETER QUINCE AL CLAVECÍN
I
Así como mis dedos en las teclas
hacen música, así logra el sonido
hacer también su música en mi espíritu.
Música es sentimiento, no sonido;
y eso es exactamente lo que siento
en este cuarto, mientras te deseo
pensando en tu sombría seda azul:
la música. Como la melodía
que despertó Susana en los ancianos.
En una noche verde, tenue y cálida,
cuando ella se bañaba en su jardín,
los ancianos la espiaron y sintieron
latir las graves cuerdas de su ser,
embrujados acordes, y en su sangre
pulsar los pizzicatos de un Hosanna.
II
En aguas verdes, tibias, cristalinas,
Susana, recostada,
buscaba la delicia
del torrente,
y halló tan sólo
fantasías oscuras.
Suspiraba
por tanta melodía.
Se irguió en la orilla,
sintiendo un frío
desaliento,
sintiendo entre las hojas
el rocío
de un viejo sentimiento.
Caminó sobre el césped
temblando todavía.
La brisa parecía una doncella
de pies ligeros,
envolviéndola en lienzos
con ciertos titubeos.
Un suspiro en su mano
silenció las tinieblas.
Se volvió:
un címbalo estalló
y bramó el corno.
III
Con un rumor como el del tamboril
corrieron sus doncellas al jardín.
Se extrañaron del grito que había dado
por los viejos que estaban a su lado.
Y, en tanto susurraban, fue su acento
un sauce sacudido por el viento.
A la luz que la lámpara dispensa
hallaron a Susana y su vergüenza.
Risueñas apagaron el candil
y huyeron como el son de un tamboril.
IV
La belleza es efímera en la mente:
el confuso bosquejo de un portal;
en la carne, no obstante, es inmortal.
El cuerpo muere; la belleza del cuerpo sobrevive;
así mueren las tardes, en su verde agonía:
un oleaje, que fluye todavía.
Así muere el jardín: consumado el pesar,
su apacible perfume da contento al capuz invernal.
Mueren así las doncellas,
para el naciente fasto de un coro virginal.
El aria de Susana rozó el teclado obsceno
de esos viejos canosos; pero ella, al escapar,
dejo al irónico rasguño de la Muerte su lugar;
en su inmortalidad, ahora, el aria suena
en la viola ideal de la memoria,
y hace un constante rito de la gloria
PETER QUINCE AT THE CLAVIER // I // Just as my fingers on these keys / Make music, so the selfsame sounds / On my spirit make a music, too. // Music is feeling, then, not sound; / And thus it is that what I feel, / Here in this room, desiring you, // Thinking of your blue-shadowed silk, / Is music. It is like the strain / Waked in the elders by Susanna: // Of a green evening, clear and warm, / She bathed in her still garden, while / The red-eyed elders, watching, felt / The basses of their beings throb / In witching chords, and their thin blood / Pulse pizzicati of Hosanna. // II // In the green water, clear and warm, / Susanna lay. / She searched / The touch of springs, / And found / Concealed imaginings. / She sighed, / For so much melody. / Upon the bank, she stood / In the cool / Of spent emotions. / She felt, among the leaves, / The dew / Of old devotions. // She walked upon the grass, / Still quavering. / The winds were like her maids, / On timid feet, / Fetching her woven scarves, / Yet wavering. // A breath upon her hand / Muted the night. / She turned– / A cymbal crashed, / And roaring horns. // III // Soon, with a noise like tambourines, / Came her attendant Byzantines. // They wondered why Susanna cried / Against the elders by her side; // And as they whispered, the refrain / Was like a willow swept by rain. // Anon, their lamps’ uplifted flame / Revealed Susanna and her shame. // And then, the simpering Byzantines / Fled, with a noise like tambourines. // IV // Beauty is momentary in the mind– / The fitful tracing of a portal; / But in the flesh it is immortal. // The body dies; the body’s beauty lives. / So evenings die, in their green going, / A wave, interminably flowing. / So gardens die, their meek breath scenting / The cowl of winter, done repenting. / So maidens die, to the auroral / Celebration of a maiden’s choral. // Susanna’s music touched the bawdy strings / Of those white elders; but, escaping, / Left only Death’s ironic scraping. / Now, in its immortality, it plays / On the clear viol of her memory, / And makes a constant sacrament of praise.
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SOLITARIO BAJO LOS ROBLES
por Laura Crespi
SOLITARIO BAJO LOS ROBLES
En el olvido de las cartas
uno existe entre principios puros.
Ni las cartas ni los árboles ni el aire
persisten como hechos. Este es un escape
al principium, a la meditación.
Al final uno sabe en qué pensar
y piensa en eso sin conciencia,
bajo el roble, completamente liberado.
SOLITAIRE UNDER THE OAKS / In the oblivion of cards / One exists among pure principles. // Neither the cards nor the trees nor the air / Persist as facts. This is an escape // To principium, to meditation. / One knows at last what to think about // And thinks about it without consciousness, / Under the oak tree, completely released.
Este poema de Wallace Stevens fue publicado por primera vez en la Opus Posthumous de 1957. Pertenece al periodo final de su producción, fue escrito algunos meses antes de su muerte en 1955. Traduje varios poemas de este volumen que luego edité en mi sello Cuadernos de traducción, en dos plaquetas donde reuní unos treinta poemas en total. Recuerdo que había dejado “Solitario bajo los robles” para el final de una de ellas, con el propósito de que quedaran flotando, con la lectura de este último poema tan breve y expansivo a la vez, dos de los motivos que me impactaron siempre en la experiencia de leer a Stevens: una imagen que se abre y que queda flotando descubierta a la meditación, y también una liberación: certeza en que cualquiera fuera ese vehículo que pueda trasladar un pensamiento (percepción, meditación, principium) hacia una configuración distinta de la realidad (poema, observación, imagen), estará ahí no sólo para ser visualizada sino también para reconocer esa liberación… bajo los robles, sin conciencia, sumergido en ese elemento irracional de la poesía, y aún sabiendo en qué pensar.
(…)