Despedir una idea

por Marie Borroff
Traducción de Paz Busquet[1]

 

Marie Borroff: Hola, muy buenos días. Quisiera empezar esta mañana con un pequeño poema de Wallace Stevens, “Gubbinal”. 

 

La extraña flor, el sol, es lo que ustedes digan.
Tómenlo como quieran.

El mundo es feo,
y la gente está triste.

Ese manojo selvático de plumas, ese ojo animal,
es solo lo que ustedes digan.

Al salvaje de fuego, a esa semilla,
tómenlos como quieran.

El mundo es feo,
y la gente está triste.

 

En este poema habla la Imaginación, la imaginación con mayúsculas, el concepto de Stevens de la imaginación. La Imaginación habla a un “ustedes”, el ustedes del poema (un “ustedes” que también es un “tú”), un “ustedes” que mira el mundo sin los ojos de la imaginación: “ustedes” consideran que el sol está garantizado, “ustedes” no se emocionan al verlo, al pensarlo, no se emocionan porque sale hoy, en este día en particular, dan por descontado que volverá a salir mañana. “Ustedes” no sienten, como escribe Stevens en otro poema, que “el sol sale como una novedad desde África”, que es como se siente el sol cuando lo vemos con la Imaginación encendida.

La Imaginación, tal como Stevens la concibe, es el río incesante del lenguaje emanando de la conciencia humana a lo largo de nuestras vidas y expresando el estado del mundo, y el tiempo presente, y su propio estado, ambos, en permanente cambio. Nuestro clima interior cambia como cambia el clima exterior y como cambian, también, las estaciones. El trabajo de la Imaginación, tal cómo se representa en este poema breve, es la generación de metáforas. El sol es una “extraña flor”, un “manojo selvático de plumas”, un “salvaje de fuego”, un “ojo animal”, una “semilla”. 

Quiero destacar la rapidez con la que en Stevens una metáfora da lugar a otra metáfora, es imposible quedarse con una, no hay una definitiva. Se sigue hacia adelante. Y si el poema fuera más largo, habría más metáforas, la mente está en movimiento como lo está el mundo. También está implícito en este poema, el particular concepto de “felicidad” que tiene Wallace Stevens. Sin Imaginación, dice el poema, “el mundo es feo / y la gente está triste”. Y podríamos dar vuelta esta afirmación y decir, con igual validez, desde el punto de vista de Stevens, que cuando la Imaginación hace lo suyo, el mundo es espléndido, excitante y las personas son felices. Noten que la felicidad, así concebida, no tiene nada que ver con la suerte personal, o con el hecho de ser aceptado en Harvard o con la performance en un deporte, o con conseguir la cita que anhelábamos. La felicidad es interna, independiente, se origina en sí misma y también es compartida, comunitaria, humana.

Para Stevens el trabajo de la Imaginación es parecido a escribir poesía. Ya sea escribir poesía menor, como “Gubbinal” y poemas del estilo, o escribir poesía de mayor escala, tal como lo hace en “Las auroras de otoño”, crear poesía mítica.

Stevens llamó a muchos de sus primeros poemas “anécdotas”. Si vamos a la etimología de la palabra, anécdota es algo “no publicable”, algo así como un borrador. 

Stevens, como muchos sabrán, vivía en Hartford y trabajaba en una importante compañía de seguros, era muy exitoso. Todas las mañanas, Stevens caminaba desde su casa, al oeste de Hartford, hasta su oficina, en el centro de Hartford, y mientras caminaba, escribía mentalmente los poemas que le iban llegando. Una vez en la oficina, llamaba a su secretaria y le dictaba los poemas en hojas separadas. Después, la secretaría guardaba los poemas en un cajón del escritorio de Stevens y, más o menos un mes más tarde, lo abría y se encontraba con esos viejos poemas que más tarde o más temprano, irían a parar a cualquiera fuere el libro que estuviera escribiendo en ese momento. Y también tenía su tacho de basura… o por lo menos eso pienso yo.

Me atrevo a pensar que a Stevens le hubiera gustado, o por lo menos hubiera aprobado, la idea de la primera estrofa de un poema que escribí hace años, cuando me levantaba suficientemente temprano, en marzo, como para ver la salida del sol:

 

Límite negro, pálido amanecer ahora, 
como un redoble de tambores, 
tu gran señal me saluda,
y me hace una propuesta.

 

Stevens escribió esto, mejor y menos pretenciosamente:

 

El sol, ese hombre intrépido,
llega entra ramas caídas que esperan, ese hombre intrépido. (…)

Mis terrores nocturnos,
terrores de la vida y de la muerte, váyanse.

Ya llega el hombre intrépido,
llega por sorpresa y avanza sin dudar, ese hombre intrépido.

 

Y si logramos ver que el sol es un hombre intrépido, es porque estamos dentro de Stevens. 

Estoy segura de que a Stevens le hubiera gustado esta historia que estoy a punto de contarles. Años atrás, mientras enseñaba Stevens, entre otros poetas, en el curso de Poesía del Siglo XX, iba caminando por el campus cuando me crucé con uno de mis estudiantes y le pregunté cómo estaba, cómo venía con la lectura de Wallace Stevens. Y él me contestó “yo estoy bien, pero todos mis amigos están deprimidos”. Y me dijo que cuando los veía tan deprimidos entonces pensaba “el mundo es feo / y la gente está triste”. Digo que a Stevens le hubiera gustado esa historia porque él creía que, de alguna extraña forma, la poesía debería hacernos felices o, por lo menos, nos debería ayudar a ser felices. Él también decía –quizás esto sea más difícil de asimilar para alguien que está luchando con Las auroras de otoño o con Notas para una ficción suprema o con otro de sus grandes libros– que la gente debería disfrutar de la poesía como los niños disfrutan de la nieve. Y eso es verdad.

 

(…)

 

[1] Esta entrada es el comienzo del artículo que con el mismo título se publicó en el número 45 en papel de Hablar de Poesía, y que consiste en la conferencia sobre “Las auroras de otoño” de Wallace Stevens que Marie Borroff dictó en la Universidad de Yale el día 6 de diciembre de 2012.


RELACIONADAS