por Daniel Lipara[1]
“No pienso escribir mucho hasta el otoño. Es el momento del año para hacer ejercicio y estar alegre; sentarse a comer a las ocho y a las nueve irse a la cama. Anoche, al subir a mi cuarto, cambié todo de lugar para que mi familia quedara atónita al llegar. Lo único que tengo al lado de la cama son un par de ventanas; no veo más que árboles cuando me acuesto. Pero hay un conejo desenterrando bulbos: por las mañanas, en lugar de quedarme recostado y escuchar lo que sucede a mi alrededor, me paso el tiempo preocupado por el conejo y preguntándome qué cosa concreta estará desayunando.” Wallace Stevens escribió esta carta a los cincuenta y ocho años. La envió a su amigo y ex editor Ronald Lane Latimer, por entonces monje budista. Está fechada en mayo. En octubre, en el número cincuenta y uno de la revista Poetry, apareció este poema:
UN CONEJO COMO EL REY DE LOS FANTASMAS
Qué difícil pensar hacia el final del día,
cuando la sombra amorfa cubre el sol
y queda nada más la luz en tu pelaje.
El gato estuvo salpicando su leche todo el día,
gato gordo, lengua roja, mente verde, leche blanca
y agosto, el mes tranquilo.
Estar, sobre la hierba, a la hora más tranquila,
sin ese monumento al gato,
ese gato olvidado en la luna.
Y sentir que la luz es una luz conejo,
en la que todo fue hecho para vos
y nada necesita explicaciones;
no hay nada en que pensar. Viene de sí;
y el este corre hacia el oeste, y el oeste, hacia abajo,
no importa. La hierba está
y está llena de vos. Son para vos los árboles,
lo ancho de la noche es para vos,
un ser que roza cada límite.
Ahora tu ser llena las cuatro esquinas de la noche.
Se oculta el gato rojo en esa luz pelaje;
vos te encorvás, te alzás,
negro como una piedra, cada vez más arriba.
Te sentás, la cabeza tallada en el espacio,
y ese gatito verde es un bicho en la hierba.
A RABBIT AS KING OF THE GHOST
The difficulty to think at the end of day,
When the shapeless shadow covers the sun
And nothing is left except light on your fur—
There was the cat slopping its milk all day,
Fat cat, red tongue, green mind, white milk
And August the most peaceful month.
To be, in the grass, in the peacefullest time,
Without that monument of cat,
The cat forgotten in the moon;
And to feel that the light is a rabbit-light,
In which everything is meant for you
And nothing need be explained;
Then there is nothing to think of. It comes of itself;
And east rushes west and west rushes down,
No matter. The grass is full
And full of yourself. The trees around are for you,
The whole of the wideness of night is for you,
A self that touches all edges,
You become a self that fills the four corners of night.
The red cat hides away in the fur-light
And there you are humped high, humped up,
You are humped higher and higher, black as stone—
You sit with your head like a carving in space
And the little green cat is a bug in the grass.
Qué hacemos con lo que está delante de los ojos. “La poesía –dice Stevens en otra carta– es una pasión que se alimenta a sí misma de la realidad. La única fuente de la imaginación es la realidad, y deja de tener valor cuando se aparta de la realidad. He aquí un principio fundamental de la imaginación: no crea sino al transformar.” Esta transformación, explica, “se resume a que le agregue a la vida aquello sin lo cual la vida no puede vivirse, o no vale la pena vivirla, o es insípida; o, en cualquier caso, sería totalmente diferente de lo que es hoy”. (…) La poesía, sus maneras concretas de captar procesos vitales, nos permite vivir de otra forma. Más vívida, más presente, más vinculada. Me acerco al poema de Stevens desde esa creencia. Y me pregunto: ¿a quién le habla? Es decir, ese vos que se expande hasta llenar la hierba y el espacio. Que se convierte en nada para estar en todo. El vos que reaparece más y más acelerando la respiración de las últimas estrofas. ¿Será un yo desdoblado hablándose a sí mismo, un intermediario autorreflexivo entre la realidad exterior y la imaginación del yo? ¿O será ese conejo que se funde en la noche, o ambas cosas?
(…)
[1] Este artículo es un fragmento del artículo que con el mismo título se publicó en el número 45 en papel de Hablar de Poesía.