LEYENDO

Poetas del #44 I

Poetas del #44 I

Compartimos una selección de algunos poemas de cuatro de los poetas publicados en el número papel Hablar de Poesía #44: Violeta González Santos, Pedro Mairal, Belén Zavallo y Marcelo Díaz.

 

VIOLETA GONZÁLEZ SANTOS nació en Bogotá, Colombia, en 1992. Es Licenciada  en Artes Visuales. Publicó Golpe de agua (2017) y La tierra que nos falta (2021).  Es co-creadora del proyecto “Hipersensible”. Vive y trabaja en Buenos Aires.

*

Algo que está todo el tiempo quebrándose pero no se rompe.
Algo que se quema pero no desaparece. 
Algo que se derrumba. 

Dije que no quería que te fueras
pero sí quería.  

 

Hace días que trato de escapar 
a un espacio intermedio, 
alejarme de este gris. 

Digo  
que doy cosas a cambio 
de no existir más, de no elegir más. 

Pido 
no ser un trauma para nadie,  
que nadie me recuerde  

apenas una flor efímera, 
primavera fugaz 

¿un eclipse? 

Es miércoles, 
febrero siempre igual, 
días largos, 
trabajo acumulado, 
tanta lluvia. 

*

Una vez vi por horas  
un arroyo transparente,
después todo se fue, 
me dejó, acá, 
con este cielo que me aplasta…  

Me cubro con el acolchado  
que uso siempre en junio, 
escucho que mataron a una rata.
Está lleno el barrio, dicen 
mis vecinas. 

Son las nueve, 
nadie sabe que sigo acá, 
que hace días no limpio el piso  
que mi casa huele a grasa 
y a polenta.

***********

 

PEDRO MAIRAL nació en Buenos Aires en 1970. Ha publicado numerosos libros,  entre ellos, de poesía: Tigre como los pájaros (1996), Consumidor final (2003), El  gran surubí (2013) y Pornosonetos (2018).

NO ALCANZÓ EL OBJETIVO

Basta.  
Escuchá cómo aúlla  
el viento de la noche en la ventana.  
El mundo ya es cruel sin tu escenario.  
No hace falta tanto flagelo.  
La empresa lamenta no haber cumplido 
con las expectativas de quién sabe qué fantasma.  Ya está. 
Tratate bien, 
y sostenete fuerte en brazos 
como si acabaras de nacer. 

 

CUSTODIO TRASPARENTE

Al fantasma invisible que me cuida 
a veces se le notan los zapatos.  
Son igual a los míos.  
A veces lo sorprendo: 
¡Custodio trasparente, se te ven los zapatos!,  
le digo y no contesta. 
Muchas gracias por hacer guardia en mi sueño,  
por cuidar al descalzo, al distraído,  
al tumbado desnudo que soy toda la noche.  
Le hablo así en la luz de la mañana.  
Cuando calzo mis pies,  
cuando me ato de nuevo los cordones, 
mi ángel ya se fue y me quedo solo.

 

UN BARRILETE ROJO

Mi abuelo me enseñó a hacer 
barriletes con cañas verdes de 
bambú,  
cortadas a lo largo, 
y un papel finito, de colores.  
Los armábamos juntos 
en la mesa de la cocina.  
Un pincel con cola, hilo 
y nada más.  
La nada más liviana.  
Había que esperar que se secara.  
Después venía lo difícil.  
Corré, corré que así levanta.  
Pero yo no corría rápido, o había poco
viento  y a veces se enredaba entre los 
árboles, los cables de la calle suburbana.  
La cosa terminaba en el 
cansancio, en un fastidio de hilos, 
cercos, postes.  No existe el 
paraíso, pero existe  
este poema donde vos y yo, Ernesto,
abuelo, embajador del aire,  
un día de buen viento 
en el espacio abierto 
remontamos hasta las nubes
un barrilete rojo.

 

***********

 

BELÉN ZAVALLO (Paraná, 1982) es poeta y narradora. Publicó Todos tenemos un  jardín (2019) y Lengua montaraz (2021). Es docente y editora.

AHORA TIENEN PÉTALOS AZULES

*

Una enredadera puede invadir todo. 
Cuando cortaron la hiedra de mi casa 
cayeron nidos 
un panal de abejas y otros bichos. 
La pared quedó tatuada con su forma. 
Otra planta fina hecha de patas como de arañas 
impresa en el revoque. 
La permanencia de la infancia 
crece como una enredadera. 
Todos los días un hachazo en las patas. 
La intención de la poda 
la herida de la rama seca 
y el asombro de seguir intacta. 

*

La infancia perdura como en las niñas-momias
que vi en un museo de Salta. 
Para entrar a casa, nuestros padres nos colgaban 
la llave en la canilla escondida 
entre la enredadera 
metíamos la mano con pericia 
pelusas o dientes de la planta 
que mordía el muro nos pinchaban la piel 
del llavero colgaba una cola de liebre. 
Siempre me pregunté cuál era la suerte 
que daba arrastrar un pedazo de la muerte. 
Entrábamos siguiendo el camino 
de las plantas. 

 

***********

 

MARCELO DÍAZ nació en 1981 en Villa Mercedes, San Luis. Es Licenciado en Letras. Publicó Newton y yo (2011) y Bildungsroman (2018). Es colaborador de las revistas Op. Cit. y Otra parte.

¿IRNOS DÓNDE?

Hace frío, una vez me preguntaste cómo duermen los 
peces,  voy a cumplir años, vas a cumplir años  
¿salimos y volvemos para cuando ya no hay 
más nada? ¿qué imaginaste? Yo dibujo animales 
con la mente perdiéndose en un canal 
cualquiera,  
para qué seguir el recorrido de los animales  
suspendidos por un entrenamiento tensado 
entre las formas sentimentales 
y esta otra manera de decir 
se irá el frío, la helada, el invierno, sí, 
yo tampoco me distraigo en el lenguaje 
por más que me desenvuelva en el aire. 
Sería el pez en el terreno hundiéndose 
en la claridad cuando  
parece anunciar: es la precisión del vacío 
nada puede salvarse ya a no ser  
la voluntad del ramaje, de la sombra repetida  
cuando te alcanza así.  
¿Dónde estuviste? ¿Atrapando peces mentales?  
¿Qué te detiene entonces? ¿Irnos? 
Si el que ama las formas imaginarias 
tendría que llevar su tristeza ardida  
mientras los restos de tu corazón 
aún te queman por dentro 

 

EL CIELO DE LOS ANIMALES

Anoche soñé con el fin del 
mundo grabé una canción 
para ese día, mi perro 
ladraba y del otro lado 
alguien decía: 
“más allá de la fila del 
supermercado había una puerta, 
un corredor a otro mundo 
yo lo vi, y lo crucé en nombre 
tuyo y de tus seres queridos” 
Un grafiti: vamos a cruzar el mismo
 túnel si todo se detiene de nuevo. 
Mi perro me despierta 
temprano salimos a caminar, 
el césped parece un campo 
minado por la tristeza. 
Le quito la correa y sale 
corriendo detrás de los 
edificios 
lo llamo una y otra vez 
hasta que todo se oscurece. 
Hay mucha información 
en la memoria del frío; 
cuando regresa desorientado 
apoyo mi cabeza en su frente 
“nubecita hueca” –me digo– 
a lo mejor no es nada


RELACIONADAS