Escribir poesía

por Alejandro Crotto

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Recordar, una vez más, la imposibilidad de definir la poesía puede parecer una forma un poco desalentadora de empezar, ¿cómo escribirla si no sabemos qué es? Pero el razonamiento es falso: aunque no seamos capaces de definirla, sí sabemos qué es. Lo sabemos con todo el cuerpo, con un saber que funde pensamiento y emoción. Como dijo Baldomero Fernández Moreno: “Ante la poesía, tanto da temblar como comprender”.

            En mi experiencia, escribir poesía tiene dos dimensiones. Una ligada a la propia sensibilidad, y otra más técnica, ligada a la escritura en sí. Eckerman registra en una de sus conversaciones con Goethe: “Hablábamos de los filósofos de estética, que pretenden expresar la esencia de la poesía y del poeta por medio de definiciones abstractas, sin llegar a un resultado claro. «¡Qué tanto hay para definir!» dijo de pronto Goethe: «Sentir vivamente la circunstancia y ser capaz de expresarla: eso hace a un poeta»”. O sea, la capacidad de sentir, por un lado, y por el otro una habilidad retórica, expresiva. El poeta inglés Philip Larkin, en un artículo en el que analiza el proceso de escritura de un poema, llama “obsesionarse con un concepto emotivo” a una primera etapa, y “construir un dispositivo verbal” a la etapa siguiente[2].

            De esas dos dimensiones, la esencial es la primera. Esa dimensión no se puede enseñar ni aprender. Al menos, no como una técnica Si le preguntáramos a Matsuo Bashō qué es lo más importante para escribir poesía, no se detendría ni en la métrica, ni en el conocimiento detallado de los kigo, ni en el estar entroncado vivamente en la tradición (aunque las tres le parecerían indispensables), sino en el estar atentos al aquí y al ahora. Y es que las primeras tres, por necesarias que sean, pertenecen más o menos directamente a la dimensión técnica, mientras que la que yo conjeturo que sería su respuesta tiene que ver con una manera de mirar, de vivir. Esta verdad de la poesía ha sido formulada muchas veces: “La sensibilidad de cada quien es su talento”, escribe Baudelaire en su diario, o Graves: “La poesía empieza donde termina la artesanía”.

            Ahora bien, que existan esas dos dimensiones no debe distraernos de otra verdad esencial: la formación del poeta consiste en articularlas en sí lo más íntimamente que pueda.

            Es bueno recordar que al hablar de poesía dos afirmaciones contrarias pueden ser verdaderas al mismo tiempo. Por ejemplo: es muy fácil escribir poesía y escribir poesía es imposible; quien lo probó lo sabe. Otro ejemplo: las palabras en poesía no son muy importantes, porque su rol es desvanecerse abriéndonos a una intensidad, y al mismo tiempo cada sílaba y cada sonido tienen una importancia decisiva, a punto tal que la poesía puede ser definida como el género literario cuya unidad de composición es la sílaba y el fonema.

            Así también: la técnica en poesía no es nada y la técnica en poesía lo es todo.

 

(…)

[1] Esta entrada del Portal Web está constituida por los primeros párrafos del artículo que con el mismo título fue publicado en las páginas 7 a 14 del número impreso Hablar de Poesía 44.

[2] Detengámonos en la formulación “concepto emotivo”: a la fusión del intelecto y la emoción se vuelve una y otra vez al hablar de poesía. Larkin agrega, a ese obsesionarse con un concepto emotivo y construir un dispositivo verbal, una tercera etapa: la activación de ese dispositivo en la lectura. Volveremos a esto de considerar la lectura como parte integral del proceso de escribir un poema.


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