por Jennifer Croft[1]
(Traducción Eugenia Santana Goitia[2])
NO CREO EN LOS FANTASMAS, pero este año, sin tanta gente con la que charlar, me encontré a mí misma conversando con mi abuela, que murió hace una década.
Cuando era chica, era miedosa y nunca encajaba en ninguna parte, pero me tranquilizaba la promesa de un mundo más grande, lleno de escondites emocionantes, que mis abuelos, a diferencia de mis padres, ya habían conocido. La primera vez que me fui del país, mi abuela me acompañó hasta la puerta de su casa en el centro de Tulsa. Para ese entonces, eran demasiado ancianos para viajar y cuando me di vuelta para recorrer el camino de entrada, mi abuela dijo, como en broma, pero no en broma, “Nos dejás acá a morirnos solos”.
Por supuesto, no los dejé morir solos. Pero si los dejé varias veces después de ese primer viaje. En la década que abarca mi primer viaje y el último viaje de mi abuela, 2000-2010, también les mandé postales. Cada vez que me quedaba bastante tiempo en lugar, yo también recibía postales. Lenta pero segura, configuré mi adultez sobre la base de esas postales, apoyándome en la forma poliédrica que creaban las conexiones que hacía entre los lugares interesantes del mundo por medio de las personas que me importaban, y a las que yo les importaba.
Pero 2020 difuminó cada punto luminoso de esa constelación de tinta, y me dejó sola. No es que quiera que estés acá, le digo a mi abuela. Me responde como puede, esto es, en silencio, con un revoltijo de postales viejas en la lata navideña que es lo único que me queda de ella.
Todas las postales ilustradas tienen ciertos rasgos que las unen (los que las hacen postales) pero que, al mismo tiempo, las distinguen de cualquier otro tipo de correspondencia. Estos rasgos son tan esenciales para una postal como el amor tenaz y el sarcasmo (del griego antiguo sarkazein, rechinar los dientes, desgarrar carne) lo eran para mi abuela, y lo son para mí. Por el momento, en lo que respecta tanto a las personas como a las postales, no voy a distinguir entre las virtudes y los defectos.
Los rasgos esenciales de las postales (he descubierto ocho hasta el momento) dan origen a un diminuto todo rectangular que es al mismo tiempo robusto y delicado, anticuado y atemporal, revelador e íntimo, representativo y no representativo.
En otras palabras, como las palabras, que evolucionan y pueden tener significados opuestos, las postales son tan contradictorias como la gente que conectan.
ES EN APARIENCIA UNA PARADOJA que los primeros rasgos esenciales de las postales, brevedad y exposición, sean garantes de cercanía (pese a la distancia), emblemas de intimidad, cada cual a su manera.
La postal, que tiene la brevedad de un tweet, un imán o una calcomanía, pero que, a diferencia de estas otras formas breves, está dirigida a una sola persona, debe abrazar los adornos de la exhibición pública y al mismo tiempo repensar y refuncionalizar estas trampas para que no arriben como exhibición, si no como aura (del Latín, vía el griego, “aliento” o “brisa”). Este aura, sutil como el perfume que solía flotar por mi vecindario en Los Ángeles, cubierto de jazmines, le comunica al destinatario de la postal lo que dicen las palabras, sí, pero también lo que ella, con todas sus contradicciones, significa… al menos para la persona que le mandó la postal.
La brevedad es la razón de ser de las postales. Cuando Heinrich von Stephan propuso por primera vez la idea de la tarjeta postal en la Conferencia Postal Austro-Germana de 1865, destacó que las cartas eran complejas hasta lo prohibitivo, llevaban demasiado tiempo y eran costosas. En particular, observó, las cartas “no son lo suficientemente breves, porque, cuando se escribe una carta, la convención demanda algo más que la mera comunicación. Esto es molesto tanto para el remitente como para el destinatario”[3].
Stephan seguro pensó que las postales servirían para mensajes urgentes como “Donald dio positivo” o “Regístrese para votar”, y es cierto que sirvieron a este propósito. “Si te viene bien, nos encontramos el viernes”, dice una postal de 1910, con relieve y detalles dorados, mientras que la esfera del reloj encomienda “PONER LAS MANECILLAS AQUÍ PARA INDICAR LA HORA”. Como observa Nancy Stiever, “en una época en la que tres envíos postales diarios permitían el rápido intercambio de información, la postal se desempeñó en las comunicaciones cotidianas como un precursor del aún menos difundido teléfono”[4]. Para personas como Franz Kafka, para quien el teléfono siguió siendo una experiencia inquietante y a veces aterradora, las postales eran el medio para ocuparse de cuestiones como los planes para el fin de semana.[5]
Pero hay mucho más en la “comunicación desnuda” que actualizaciones y logística y pedidos. Stephan también estaba abogando por una nueva tecnología que pudiera revitalizar los lazos humanos a través del desnudamiento de sus medios. ¿Cómo puede el remitente dejar el lenguaje al desnudo, despojar las oraciones todo salvo las palabras clave?
LA EXPOSICIÓN DE LAS POSTALES ha producido códigos de postales, como en “T.L.P.M.B”, de Hildegarde Flanner, una poeta californiana que vivió entre 1899 y 1987:
No hay por qué para las tumbas, pero existen,
¿Qué te parece esto? Un mensaje que es común,
pero también una pizca de dinamita.
Lo eligió mi hermana Janet
para las postales familiares. Incluía todo lo cualquier
postal emitida, honesta y cariñosa, debe incluir.
Diseñado para vacaciones normales, pero ¿por qué no
para toda la eternidad, y los picnics?
Era, y te lo puedo mostrar en muchas tarjetas
T.L.P.M.B.
Incluía toda nuestra vida de verano, todos los lagos
Squally a los que fuimos y
los hoteles de madera con olor a citronela,
los conciertos Chattaqua en sabbats húmedos.
Incluía la vida. Esculpilo en la muerte. Dejá que la lluvia lo lave. Dejá que la nieve lo limpie.
TODOS LA PASAMOS MUY BIEN.
Me pregunto si mi abuela leyó este poema. Sé que le hubiera gustado: es justo su estilo, con los lagos de verano y los conciertos, la aplicación sensata de la postal a la tumba. Formada como enfermera a principios de la década de 1940, mientras mi abuelo se desempeñaba como tambor en el Pacífico del Sur (hasta que la marina lo reemplazó por Buddy Rich), mi abuela siempre se mantenía impávida ante la muerte, de ella o de cualquier otra persona.
LA RECETA TRADICIONAL para una postal ilustrada moderna: una mitad para la imagen, un cuarto para el mensaje y otro cuarto para la dirección, la estampilla y los sellos del correo. Esto convierte a la postal en una criatura quimérica, como un león con plumas o una cabra que escupe fuego y tiene cola de serpiente. Cada uno de estos ingredientes transmite un significado. El significado que transmite su lado ilustrado puede ser igual o completamente diferente al que transmite el lado que contiene el mensaje. Por ejemplo, un cuadro bucólico en los Pirineos puede ir acompañado del anuncio de algún desastre o falta de diversión. Algunas personas hasta dejan a sus parejas a través de postales (me pasó); es raro que estas postales retraten un deceso.
Por tanto, la postal tiene necesariamente dos caras, y su atmósfera ambigua suscitó aforismos y clichés, dobles sentidos y hasta mentiras descaradas.
LAS POSTALES PREDIJERON en los siglos XIX y XX la constructibilidad de una realidad que llegaría a caracterizar nuestro siglo XXI, nunca tan evidente como ahora, en 2020. Edward Curtis, cuyas fotografías de indígenas dieron lugar a postales especialmente populares de los Estados Unidos, “realzaba la autenticidad de sus fotografías eliminando mediante retoques las huellas de la cultura blanca moderna (como los autos y los relojes despertadores)”.[6]
Si no fuera por el atractivo del arte y del artificio, tal vez no hubiéramos destruido nuestro ambiente sin mejoras, la única cosa auténtica que alguna vez tuvimos. Podríamos haber conservado nuestros bosques chamuscados, los pececitos, los pericos, el alca. Podríamos haber resistido los genocidios y la homogeneización de todas las culturas en una única naturaleza muerta recortada.
“Otra manera de manipular negativos”, escribe Peter de Smet, “consistía en revelar solamente una parte cuidadosamente seleccionada del negativo completo. Esto se hacía a veces para eliminar a los colonialistas blancos o a las asistentes indígenas de la foto, creando así la falsa ilusión de un entorno natural prístino, todavía no profanado por opresores extranjeros”
¿Cuántas postales suministran la ilusión del todavía?
LA IMAGEN EN UNA POSTAL es un implante geográfico, un injerto de un lugar o una versión de un lugar arrojado a la vida de quien reside en cualquier otro lugar. La persona de vacaciones que estudia los exhibidores en la vereda debe estar atenta a establecer la compatibilidad entre la toma y el stock; casi siempre, no obstante, la relación y el mutuo entendimiento entre remitente y destinatario anulará cualquier discordia entre extranjero y doméstico, rural y urbano, desbordado y seco.
LA CUALIDAD “GEOINJERTADA” de una postal depende de su serendipia (una palabra acuñada por el escritor inglés Horace Walpole en una carta a un amigo), la posibilidad de su descubrimiento en sitio particular o el riesgoso misterio de su arribo en otro. El itinerario de una postal está lleno de fascinaciones; cada paso de su derrotero es un pequeño milagro en sí mismo. Lo que adquiere en el camino son arrugas, a veces rasgaduras, casi siempre sellos de correo, y estos indicios de su experiencia se vuelven parte de lo que es.
Tal vez su identidad también se forja a través del contacto con avisos, revistas, la ocasional carta de amor (cada vez menos común), libros envueltos en papel madera, facturas, y siempre me pregunto, mientras una postal mía se abre camino hacia Tulsa desde Tashkent, qué manos la tomarán con delicadeza, qué manos con brusquedad, mientras se apresuran a enviarla.
El lenguaje es un poco aprensivo con el tacto. Hay cosas que pueden tocarse aunque estén muy lejos; sólo podemos seguir en contacto cuando no estamos juntos. Incluso cuando hablamos de cercanía, las palabras necesitan espacio.
La palabra polaca para “tocar”, “dotykać” significa tanto “entrar en contacto” como “molestar a alguien”. “Touché”, la palabra francesa para tocar, acusa recibo de un golpe. Guardar algo (“tuck something away”), lo que hace mucha gente con las postales, implica poner algo en un lugar seguro, pero “tuck” también viene de “toucher” y antes significaba “tormento”.
TAL VEZ “TOCAR” es una forma de “comunicación desnuda”, una palabra clave porque les abre la puerta a muchos tipos de sensaciones.
“Tenía una enorme fortaleza y les transmitió a sus hijos la importancia de ser fieles a sus convicciones”, escribió mi madre en el obituario de mi abuela. “Ella tocó a muchísima gente, pero nunca terminó de darse cuenta de lo querida que era y de cuánto vamos a extrañarla”.
EN UNA OCASIÓN, pasó un mes entre que escribí una postal llena de deslumbramiento (¡la Plaza roja y las discotecas!) y mi abuela anotó diligentemente su recepción. Durante ese tiempo, el cartón se descascaró por algún motivo, y yo regresé a casa. Seguro caminé por la entrada y toqué su timbre desgastado. Y cuando mi abuela me abrió la puerta, seguro abracé su cuerpito frágil, sentí sus manos nudosas y manchadas alrededor de mi cintura.
Es difícil viajar en 2020, pero visitar abuelos es casi imposible. No dejan que nadie entre a los geriátricos, y muchos mueren solos. Los que sobreviven están meses sin contacto, sin que nadie los abrace y sin postales que guardar en un lugar seguro.
CUANDO MI ABUELA ESTABA VIVA, yo no sabía de la existencia de la lata. Después de su muerte, empecé a ampliar su colección con antiguas nuevas postales que compraba en la venta de garage que ocurría en frente de mi casa todos los domingos. La lata no tiene un lugar fijo en mi departamento, va del dormitorio al living, del living a la cocina y viceversa.
Me pregunto dónde la guardaba. Me pregunto si terminó cerca de las cenizas de mi abuelo, en la mesa que está junto a su cama de una plaza.
“IGUALITARIAS ES LA PALABRA CRUCIAL RESPECTO A LAS POSTALES”[7], escribe Jeremy Cooper, y esto siempre ha sido así. Heinrich von Stephan estipuló en su propuesta inicial que “los cargos de franqueo deben ser tan bajos como sea posible, digamos aproximadamente un groschen, independientemente de la distancia a la que se envíe”. No obstante, las ideas de Stephan fueron consideradas, con razón, radicales, y en un comienzo, su moción fue rechazada.
EL COLLAGE EN UNA POSTAL PUEDE SER camp, o puede ser político. Durante la Primera Guerra Mundial, George Grosz y John Heartfield hacían fotomontajes para enviar al frente mensajes de protesta que no pudieran ser interceptados por los censores, que sólo analizaban texto[8]. Más adelante, en la República Popular de Polonia, la poeta Wisława Szymborska empleó técnicas similares para comunicarse con sus amigos, sumando a los cuatro niños de una reproducción postal del Retrato de Anthony Reyniers y su familia una caricatura de un gato disfrazado de infanta. De hecho, Szymborska empleó técnicas similares en su poesía: “Primera fotografía de Hitler” yuxtapone “el aullido de los perros” y “pasos del destino” con “barriguita llena de leche” y “angelito”[9].
Me uno a “Postcards to Voters” y hago una postal con una vieja National Geographic y una postal de otra persona, comprada en la venta de garage de los domingos. Me arrepiento de los libros y amo el vinilo. Quiero una postal que refleje, que contenga mi cara y estas palmeras, y la cara de la persona que vive en Louisville, Kentucky, 40291, y su hogar.
A LAS POSTALES LES VA BIEN en tiempos de turbulencia. “A principios del siglo XX”, escribe Tobie Mathew sobre Rusia, “los adversarios del Zar idearon una nueva e ingeniosa forma para eludir la censura y difundir mensajes de rebelión: postales ilustradas”. En 1910, la Asociación Nacional pro Sufragio de la Mujer lanzó una campaña de escritura de postales. Varias series de postales trataron de captar los discursos de Hitler, con sus inflexiones de ceño fruncido y su puño en el aire[10], para un público alemán ansioso por poseer un poco de su carisma.
Desde el comienzo, el poder de las postales fue aprovechado para avanzar intereses nacionales e imperialistas a través de la propagación de estereotipos, desde tarjetas francesas que mostraban argelinos “primitivos y misteriosos”[11] o vilificaban a Dreyfus hasta tarjetas israelíes que destacaban al “judío fuerte” frente al beduino “menos arraigado”[12] ; durante el siglo XX, “las postales generaron una tensión productiva entre lo público y lo personal, forjando una conexión con lo individual a la que otros medios de propaganda no podían acceder”. La cualidad “guardable” de la postal siempre hizo que persistieran más que un cartel o un anuncio en la radio, o incluso un correo electrónico.
DE ACUERDO CON MUCHAS TRADICIONES, las personas fueron creadas a partir de polvo o arcilla, pero en ninguna de ellas la arcilla no hace a la persona; siempre se necesita que alguna fuerza insufle vida a figuras de otro modo inertes.
Los escasos contenidos del mensaje de una postal dependen de interacciones pasadas, que son las que dan vida; siempre que le mandaba una postal a mi abuela, cada una de las palabras que escribía evocaba alguna memoria de la infancia, y en mi cabeza siempre escuchaba su pronunciación particular de las palabras, con su voz ronca y su tos de fumadora, de modo tal que hasta la oración más simple (“Moscú es muy hermosa”) adquiere proporciones sinfónicas, ya que incorpora muchas de las imágenes y los sonidos de nuestra larga historia.
LAS POSTALES SON POSIBLES POR LA INSPIRACIÓN (del latín in- “en”, spirare, “respirar”) procedente de una cercanía previa que es capaz de sortear la distancia espacial entre el origen de la postal y su destino, así como la distancia temporal entre su redacción (desde el presente de una persona hasta el futuro de la otra) y su lectura (desde el presente de la otra persona hacia el pasado de la primera persona).
Puede ser que cuanto más cerca de alguien esté, la necesidad de palabras sea aún menor. En estos casos, el único momento del mensaje que importa es el último: la firma del remitente, con sus espacios abiertos conocidos y curvas entrañables.
LA POSTAL ES EN APARIENCIA UNA REPRODUCCIÓN, no una obra de arte. Sin embargo, la postal es también un híbrido entre una reproducción y un original, como una edición bilingüe de poemas traducidos. Aunque se considera que la postal es efímera, tiene la resistencia suficiente para viajar a través de océanos y continentes y sobrevivir. No tiene un “aquí y ahora” como una pintura y una escultura; más bien, tiene dos “aquís y ahoras”, el del remitente y el del destinatario, que tal vez vuelve a toparse con una postal, escondida dentro de algún libro, veinte años más tarde, y puede reconstruir a partir de su visión ese primer ahora, cuando estuvo junto al buzón escudriñandola y sosteniéndola cerca de sí,y la caligrafía de un amigo que ya no está ahora traerá de vuelta su voz. De esta manera, los dos ahoras de la postal podrían producir un caleidoscopio de aquís.
La postal puede causar inmunidad a ciertos lugares (Las Vegas, París, Tokyo) pero también forjar nuevas nociones de nacionalidad o lucha revolucionaria compartida. Su tendencia inherente al ridículo refuerza nuestra reacción y conexión con la postal: ¿hay algo más humano que la debilidad vuelta risible, una vulnerabilidad que, nos aseguran, está bien?
Así que la postal es en esencia breve, expuesta, híbrida, serendípica, guardable, kitsch e injerto geográfico revolucionario.
TAL VEZ TODOS LOS SOUVENIRS ESTÁN EMBRUJADOS ; tal vez la nostalgia es la historia de fantasmas que nos contamos a nosotros mismos para sentir que nuestras vidas errantes e irreversibles no están tan perdidas ni son tan solitarias, pese a saber que, necesariamente, nuestro lugar de origen ha desaparecido.
En su último día de vida, mi abuela me dijo “Perdón por estar muriéndome”. Yo le dije “No te preocupes”.
Hice este ensayo-álbum para vos, le digo ahora a mi abuela. Quería contarte cuanto te extraño. Hay un silencio, pero también está el peso y el desgaste alegre de nuestras postales, postales que han viajado alrededor de este vibrante mundo en extinción.
[1] El presente artículo se publicó en el número impreso Hablar de Poesía #42 (diciembre 2020), con una selección de las postales a las que se refiere el texto, y en esta versión se reproducen todas. Jennifer Croft es una escritora y traductora estadounidense. Traduce del polaco, el ucraniano y el castellano rioplantese. Completó una maestría en la Universidad de Iowa y un doctorado en Northwestern.En 2018, su traducción de Flights de Olga Tokarczuk ganó el Man Booker Prize. Puhlicó Homesick (Unnamed Press, 2019), memoir que escribió originalmente en español y que será publicado por la editorial Entropía en 2021 con el título Serpientes y escaleras. Ha contribuido con diferentes medios, tales como The New York Times, VICE, ,Lit Hub y The Guardian. Este artículo, cuyas imágenes de postales reproducimos solo parcialmente, escrito en tiempos de pandemia, se publicó originalmente en LA Review of Books y pronto formará parte de un libro.
[2] Eugenia Santana Goitia nació en Buenos Aires en 1990. Es Licenciada en Letras (UBA) y se dedica a la poesía y a la traducción literaria.
[3] Staff, Frank. The Picture Postcard & Its Origins (New York: Frederick A. Praeger), 1966, 44.
[4] Stiever, Nancy. “Postcards and the Invention of Old Amsterdam Around 1900″. Postcards: Ephemeral Histories of Modernity. Eds. Jordana Mendelson y David Prochaska (University Park, PA: The Pennsylvania State University Press, 2010), 25.
[5] Stach, Reiner. Kafka: The Decisive Years. Translated from German by Shelley Frisch (Princeton: Princeton University Press, 2013), 154.
[6] De Smet, Peter A.G.M. Different Truths: Ethnomedicine in Early Postcards (Amsterdam: KIT Publishers, 2010), 39.
[7] Cooper, Jeremy. The World Exists to Be Put on a Postcard: Artists’ postcards from 1960 to now (London: Thames & Hudson, 2019), 8.
[8] Zervigón, Andrés Mario. “Postcards from the Front: John Heartfield, George Grosz, and the Birth of Avant-Garde Photomontage”, Postcards: Ephemeral Histories of Modernity. Eds. Jordana Mendelson y David Prochaska (University Park, PA: The Pennsylvania State University Press, 2010), 55
[9]Szymborska, Wisława. Poesía no completa (México: Fondo de Cultura Económica, 2002)
[10] Jozefacka, Anna, and Lynda Klich, Juliana Kreinik, and Benjamin Weiss. The Propaganda Front: Postcards from the Era of World Wars (Boston: MFA Publications, 2017), 126.
[11] DeRoo, Rebecca J. “Colonial Collecting: French Women and Algerian Cartes Postales”. Postcards: Ephemeral Histories of Modernity. Eds. Jordana Mendelson y David Prochaska (University Park, PA: The Pennsylvania State University Press, 2010), 86.
[12] Moors, Annelies. “Presenting People: The Politics of Picture Postcards of Palestine/Israel”. Postcards: Ephemeral Histories of Modernity. Eds. Jordana Mendelson y David Prochaska (University Park, PA: The Pennsylvania State University Press, 2010), 101-102.