por Rachel Carson [1]
traducción de Eugenia Santana Goitia [2]
Entre nuestros primeros recuerdos, siempre está la imagen de las nubes flotando sobre nuestras cabezas: las nubes algodonosas, de buen tiempo, que prometen cielos soleados, y las nubes de tormenta que auguran lluvia o nieve.
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Las nubes son tan antiguas como la tierra misma, y tan parte de nuestro mundo como el mar o la tierra.
Son la escritura del viento en el cielo.
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Hoy vamos a observar las nubes como tal vez nunca lo hayamos hecho antes.
Vamos a simular que vivimos en el fondo de un océano (un océano de aire en el que las nubes flotan a la deriva), como las esponjas y el coral y los cangrejos habitan el lecho de los océanos de agua.
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El océano atmosférico es un lugar de movimiento y turbulencia, agitado por el movimiento de olas gigantes, asolado por el pasaje rápido de vientos que son como corrientes oceánicas.
Ahora que estamos aprendiendo a leer el lenguaje del cielo, podemos interpretar gran parte de la estructura de nuestro océano de aire a través de los patrones que dibujan las nubes.
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De nuevo, aquí las nubes escriben la historia de los movimientos violentos de la atmósfera.
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Pero mientras tanto, ¿cuál es el significado primordial de las nubes? ¿Cuál es su papel en la vida de la tierra?
Para nosotros, seres vivos, son solo una de las razones por las que somos humanos y no peces.
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Desde las escorrentías de zonas altas, desde los campos de nieve en deshielo y los glaciares, el agua se abre camino hacia las corrientes: los bulliciosos arroyos de las colinas caen sobre los pedregales, las corrientes silenciosas de los valles y las llanuras se deslizan por valles y llanuras, todo para volver al mar.
A veces este proceso está signado por la violencia de las tormentas, a veces la Naturaleza se deleita con la furia salvaje de las inundaciones.
Pero a veces el ciclo no nos trae nada más problemático que una suave lluvia de abril, y siempre es en esencia un proceso beneficioso, que da vida a los continentes.
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¿Y qué pasa con las nubes propiamente dichas, los agentes aéreos de este proceso cósmico? Alguien dijo alguna vez que sin el don de la vista, uno nunca podría imaginar las nubes: su belleza, su aspecto siempre cambiante, la infinita variedad de su forma.
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Rodando, arremolinándose en el lecho del océano de aire está la nube más baja de todas: la niebla.
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Las más etéreas y frágiles son los hilos de cirrus que flotan en lo alto, justo debajo de la estratósfera.
Si pudiéramos acercarnos a ellos en un avión, nos deslumbrarían con su brillo iridiscente, como de polvo de diamantes.
[1] La presente entrada es una selección del artículo que con el mismo título se publicó en las páginas 7 a 16 del número impreso Hablar de Poesía #42 (diciembre 2020)
Rachel Carson nació en Pennsylvania en 1907. Bióloga marina de profesión, a partir de 1950 se dedicó exclusivamente a la escritura y se convirtió en una de las principales naturalistas contemporáneas. Con The Sea Around Us, ganó en 1951 el National Book Award. También escribió Under The Sea Wind, en 1941, The Edge of the Sea, en 1955; y Silent Spring,en 1962, un libro que causó mucho revuelo ya que abrió la polémica sobre el uso indiscriminado de insecticidas. Murió en 1964. Este artículo es la transcripción levemente intervenida de un guión televisivo que salió al aire el 11 de marzo de 1957 en la CBS, y que se publica por primera vez en castellano. Carson, que confiaba en el valor educativo de la televisión aunque no estaba muy convencida de sus méritos estéticos, fue convocada por la producción del programa Omnibus luego de que un televidente de ocho años sugiriera un programa sobre “las cosas del cielo”. Colaboró con el meteorólogo Vincent Schaefer, que había descubierto el proceso de siembrade nubes y cuyas filmaciones fueron la base cinematográfica del programa.
[2] Eugenia Santana Goitia nació en Buenos Aires en 1990. Es Licenciada en Letras (UBA) y se dedica a la poesía y a la traducción literaria.
