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La poesía encarnada de Christine Lavant

La poesía encarnada de Christine Lavant

Presentación y traducción de Celia Caturelli[1]

  

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Novena hija de una familia muy pobre de la zona del valle del río Lavant (de allí toma ella su seudónimo), Christine Lavant nace el 4 de julio de 1915 en la región de Kärnten, Austria. Desde muy temprana edad padece de tuberculosis, pérdida del oído y de una incipiente ceguera, limitaciones extremas que le impiden asistir a la escuela de manera regular. Sin embargo, dueña de una inteligencia aguda y mordaz, demuestra desde niña un gran interés por la escritura y un deseo voraz de conocimiento que la llevan a superar tanto sus limitaciones físicas como la estrechez de un pueblo austríaco en los años 30 del siglo pasado. Siendo adolescente, durante una estancia en un hospital de Klagenfurt, en donde se había sometido a un largo tratamiento por los graves problemas de la vista, recibe como obsequio del médico que la atendía una edición de poemas de Rainer Maria Rilke. Después de leerlos, la joven recorre a pie los sesenta kilómetros de regreso a la casa familiar llevando consigo el ejemplar en su mochila y vive, según palabras, su epifanía. A partir de este momento Christine Lavant se considera poeta y comienza a escribir, su única razón de vida: “mientras escribo soy feliz, aunque también esto va siempre unido a muchos problemas (…), pero escribir es lo único que tengo” (carta a Paula Purtschar, 1946). Esta afirmación nos habla de una realidad existencial marcada por el sufrimiento en la que solo la palabra poética hace posible una vida verdadera. Toda la poesía de Lavant está traspasada por esta paradoja: el cuerpo es el campo del dolor, y sin embargo las constantes imágenes de su poesía se caracterizan por una gran plasticidad sensual. Se ha hablado mucho de la religiosidad en la poesía de Lavant: indudablemente las Sagradas Escrituras y el imaginario popular del campesinado católico del siglo XIX sustentan su mundo lírico. Muchos de los poemas están estructurados como plegarias. Sin embargo, muchas de estas plegarias son también reclamos contra ese Dios arbitrario y sordo, un grito iracundo y por momentos irónico y feroz. No hay en los poemas de Christine Lavant ningún arrebato místico, si bien hay resonancias propias de una poesía de la naturaleza en donde se evidencia una mirada clara y amante en profunda comunión con ella. En esta mirada se manifiestan también elementos del pensamiento mágico: todas las cosas y los seres vivos están habitados por una fuerza trascendente que los unifica. Desde esta perspectiva el poema puede funcionar también como un exorcismo o conjuro. Por último, se podría añadir que la iconografía católica de origen popular presente a lo largo de toda la poesía de Christine Lavant, más allá de sus connotaciones metafóricas o de sentido, funciona como un registro o requisito escenográfico dentro del escenario del cuerpo, lugar en donde se sucede la pérdida, el dolor, la noche.

 

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[…TÚ, PARA MÍ, CON LA BOCA TRABADA…]

Tú, para mí, con la boca trabada.
Tú, para mí, con los oídos tapiados
y yo solo nacida para eso,
durante toda la vida ante eso
como un perro encantado hace tiempo,
al que los ángeles miran
escarbar con las pezuñas enamoradas,
mirar fijamente la luna
aún cuando no brilla.
¡Un perro que de verdad llora,
un perro casi humano!
Y así de impía (olvidada de Dios)
ante tus oídos tapiados,
ante tu boca trabada.

 

Du mit, für mich, verriegelten Mund, /du mit, für mich, vernagelten Ohren / und ich gewiß nur dafür geboren, / zeitlebens davor zu stehen / als ein längst schon verwunschener Hund, / den nur Engel noch sehen, / mit dem Herzpfote scharren, / den Mond anstarren, / auch wenn es nicht scheint. / oh, Hund, der echt weint, ein fast menschlicher Hund! / Und so gottverloren / von deiner vernagelten Ohren, / vor deinem verriegelten Mund.

 

[1] La presente entrada está basada en el artículo que se publicó en las páginas 85 a 91 del numero impreso Hablar de Poesía #42 (Diciembre 2020). Presentamos un fragmento de la presentación, y un poema.

Celia Caturelli nació en Córdoba en 1953. Estudió Literatura y Artes Plásticas en su país natal. Premiada con la Beca Alberto Durero en 1986 viajó a Berlín, ciudad en donde se radicó y vive. Ha realizado una reconocida carrera internacional como artista plástica. Hasta 2019 fue profesora titular de la cátedra Introducción a la Pintura en la University Peter Behrens School of Arts en Düsseldorf. Publicó Cantos del carnicero (2013), 91 meditaciones (2017) y Conversaciones chinas (2018). www.celiacaturelli.de


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