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La Divina Comedia de Dante – Claudia Fernández Speier

De la multitud de acontecimientos que buscan celebrar a Dante con motivo de cumplirse los 700 años de su entrada a la eternidad, uno de los más felices es sin dudas la aparición de esta versión de Claudia Fernández Speier.

Publicada por Colihue, en tres tomos de aproximadamente 600 páginas cada uno, esta Divina Comedia de Dante Alighieri trae tantas cosas buenas que es importante ordenarse para dejar entrever algo de todo lo que significa este libro.

La edición se abre con una excelente introducción de 70 páginas donde se explica de manera clara quién era Dante, cuál era su mundo y cómo se articula en esa vida y en ese mundo una obra como la Divina Comedia; las páginas finales se refieren a la presente edición: a la traducción, las notas y los comentarios.

El texto viene en versión bilingüe, la página de la izquierda de quien lee es para el texto italiano y la página de la derecha para la traducción. Son por lo general cinco o seis tercetos por página, separados como estrofas, y al pie de ambas páginas pueden leerse los comentarios de Speier a los versos. Los comentarios son muy disfrutables, dan información pero no se demoran en una erudición hueca, sino que procuran siempre integrarla al funcionamiento de la obra. Al final de cada canto viene una de las cosas más lindas del libro, una excelente mezcla de paráfrasis narrativa y ensayo literario, referida el canto que se acaba de leer, de dos a siete páginas.

Sobre la traducción en sí, el objetivo planteado por Fernández Speier en la introducción está plenamente cumplido: el texto en castellano está siempre muy atento sobre todo a la fidelidad del sentido, pero sin descuidar la articulación rítmica. El resultado es un texto amable para la lectura pero que da cuenta de la complejidad de la Comedia de Dante. Un texto abordable y al mismo tiempo exigente, como lo es el original para sus lectores italianos contemporáneos.

Pero mejor que este breve comentario es asomarse y leer un poco el libro, directamente. Compartimos entonces el célebre Canto X del Infierno, con las anotaciones a los versos y el ensayo final.

 

INFIERNO, X

Vamos ahora por un sendero oculto,
entre el muro de esa tierra y los martirios,
mi maestro y yo siguiéndolo detrás.                  3

“Oh alta virtud, que por círculos impíos
me llevas”, comencé, “como te agrada,
háblame, y satisface mis deseos.                                    6

La gente que por los sepulcros yace
¿podría verse? Ya están levantadas
las tapas, y no hay nadie haciendo guardia”.    9

Y él a mí: “Serán cerrados todos
cuando de Josafat aquí regresen
trayendo el cuerpo que han dejado arriba.      12

Su cementerio en esta zona tienen
con Epicuro todos sus secuaces
que el alma con el cuerpo creen que muere.    15

Por eso la pregunta que me haces
será aquí adentro satisfecha pronto
y también el deseo que me callas”.                    18

 

v. 2 Como se dijo al final del canto anterior, Dante y Virgilio caminan entre los muros de la ciudad (esa tierra) y los sepulcros calentados por el fuego.

v. 11 Después del Juicio Final; Josafat es el valle donde éste tendrá lugar (cfr. Mateo 25, 31). Se anuncia aquí la resurrección de los cuerpos, que parece estar implicada en la culpa de estos pecadores.

vv. 13-15 La única zona en la que se detienen los peregrinos es la de los epicúreos, entendidos como aquellos que negaron la inmortalidad del alma (y, ya en el seno del cristianismo, la del cuerpo), idea que Dante condena con vehemencia en el Convivio: “Digo que entre todas las bestialidades, la más estulta, la más vil y la más dañina es aquella que cree que después de esta vida no hay otra” (II viii 8). Acerca del problema de la inclusión de Epicuro, filósofo griego que vivió antes de Cristo y por ende del dogma, entre los heresiarcas, cfr. Comentario al canto.

v. 18 Dado que Dante preguntó por el destino eterno de Farinata degli Uberti (Inf VI 79), y que este había sufrido un juicio póstumo por herejía, Virgilio intuye que Dante muestra interés por saber si su adversario político está en ese sector del Infierno.

 

Y yo: “Buen guía, no te tengo oculto
mi corazón sino por hablar poco:
más de una vez tú me has dispuesto a hacerlo”. 21

“Toscano que por la ciudad del fuego
vas vivo, conversando cortésmente,
quédate, si te agrada, en este sitio.                    24

Por tu modo de hablar es evidente
que naciste en esa noble patria
a la que demasiado daño tal vez hice”.              27

Salió súbitamente este sonido
de una tumba, por eso me acerqué
asustado a mí guía un poco más.                                   30

Y él me dijo: “¡Vuélvete! ¿Qué haces?
Mira allí a Farinata que se ha erguido:
lo verás de la cintura para arriba”.                    33

Yo había fijado ya en la suya mi mirada;
y él se erguía con el pecho y con la frente
como si aquel infierno despreciara.                   36

Y las manos premurosas de mi guía
me empujaron hacia él entre las tumbas,
diciendo: “Que tu hablar sea adecuado”.                      39

 

vv. 22-24 Con una técnica dramática, se introduce abruptamente la voz del personaje, que reconoce que Dante es oriundo de Toscana, y que habla de manera educada.

v. 32 Farinata: degli Uberti (muerto en 1264); jefe político y militar de los gibelinos, perteneciente a la generación anterior a la de Dante. Exiliado de Florencia, organizó el ejército de Siena y con el apoyo de Manfredi, venció al ejército florentino güelfo en la sangrienta batalla de Montaperti (1260), de la que Toscana tenía un vivo recuerdo. Acerca de la situación política de Florencia en estos años, cfr. «Introducción: La Italia de Dante».

v. 39 Nótese cómo Virgilio, que hace poco ha celebrado el desdén con el que Dante trató a Filippo Argenti, este caso le indica que Farinata merece respeto. De este modo, legitima la opinión que Dante expresó sobre él en su diálogo con Ciacco (Inf VI 79-81).

 

Ni bien estuve al pie de su sepulcro,
me miró un poco y casi desdeñoso
me dijo luego: “¿Quiénes fueron tus mayores?”          42

Y yo, deseoso ya de obedecerle,
no lo oculté, sino que lo abrí todo;
él entonces levantó un poco las cejas,                45

y después dijo: “Ferozmente se opusieron
a mí y a mis mayores y a mi parte,
de modo que los dispersé dos veces.”               48

“Si ellos fueron echados, regresaron
de todas partes las dos veces,” dije yo
“pero los suyos no aprendieron bien tal arte”. 51

Entonces a la vista descubierta
surgió una sombra, esta hasta el mentón:
se había puesto, creo, de rodillas.                       54

Miró a mi alrededor, como queriendo
ver si alguien conmigo se encontraba;
y al apagarse del todo su sospecha,                   57

llorando dijo: “Si por esta ciega
cárcel vas por la altura de tu ingenio,
¿mi hijo dónde está? ¿por qué no está contigo?” 60

 

v. 48 Dado que los Alighieri eran güelfos, Farinata refiere a Dante que en dos ocasiones (en 1248 y en 1260, ambas con el apoyo de la casa de Suabia), los gibelinos tomaron el poder enviando al exilio a la facción de Dante; el verbo dispersar es un tecnicismo bélico que significa llevar a un ejército a la destrucción.

v. 49 fueron echados: Dante replica corrigiendo el término de Farinata.

vv. 50-51 Los güelfos volvieron, en efecto, en 1251 y 1266; pero los gibelinos, dice Dante (que en 1300, mientras tiene lugar el diálogo, siguen en el exilio) no aprendieron el arte de volver.

vv. 53-54 Como el peregrino reconocerá (y explicitará en el v. 64), la sombra es la de Cavalcante de Cavalcanti, padre de Guido, excelente poeta y «primer amigo» de Dante (VN XXIV 6, XXV 10, XXX 3).

vv. 58-60 Las ansiosas palabras de Cavalcante son una cita de sentido invertido del episodio de la Eneida en que Andrómaca, creyendo que Eneas viene del Averno, le pregunta dónde está Héctor (En III 306-313).

 

Le respondí: “No vengo por mí mismo:
el que me espera allí, me está llevando
quizás a lo que despreció su Guido”.                 63

Las palabras y el modo de la pena
me habían permitido leer su nombre;
por eso fue tan plena la respuesta.                    66

De pronto levantado gritó: “¿Cómo
dijiste? ¿Él despreció? ¿No vive él todavía?
¿La dulce luz no hiere más sus ojos?”                69

Al darse cuenta de que yo en silencio
antes de responderle demoraba,
cayó de nuevo y no apareció más.                      72

Pero aquel otro magnánimo, por quien
me había quedado, no cambió su aspecto,
ni movió el cuello, ni plegó el costado;               75

y continuando con su primer dicho,
“Si ellos tal arte”, dijo, “no aprendieron,
eso me duele más que este sarcófago.               78

 

v. 61 Con una cita escritural (Juan 7, 28) Dante corrige la afirmación de Cavalcante, según la cual su viaje al más allá se debe a la altura de su inteligencia; en los versos que siguen, Dante explicitará el carácter providencial del auxilio de Virgilio, que lo está llevando hasta la salvación.

vv. 62-63 Versos controversiales, a causa de la difícil atribución de un referente para el colui (el que) del v. 62 y el cui (invariable en género y número, traducido como lo) del v. 63; parece razonable que el primero se refiera a Virgilio, que espera apartado a Dante, y el segundo a la salvación o la trascendencia. En ese caso, el desprecio de Guido consistiría en la misma culpa del padre y de Farinata.

vv. 67-69 En versos de un ritmo que enfatizan la ansiedad de Cavalcante, el personaje expresa un equívoco, ya que al oír que Dante habló de su hijo en pretérito (desdeñó), cree que ya murió.

v. 73 magnánimo: Farinata, que mientras Dante hablaba con Cavalcante había estado callado, es nombrado con un epíteto elogioso (típico incluso de Virgilio).

vv. 76-78 Expresando una vez más la intensidad de su pasión política, Farinata manifiesta el desconocimiento que tiene del presente del mundo, desconocimiento que, como se verá en los versos 92-99, Dante ignoraba.

 

Pero no se encenderá cincuenta veces
la cara de la dama que aquí reina,
antes que sepas cuánto pesa ese arte.              81

Y así puedas volver tú al dulce mundo,
dime: ¿por qué ese pueblo es tan impío
en contra de los míos en sus leyes?”                  84

Entonces yo: “El estrago y la masacre
que hizo que el Arbia se volviera rojo
tal plegaria hace hacer en nuestro templo”.     87

Tras mover la cabeza suspirando,
“No fui el único”, dijo, “ni por cierto
sin razón con los demás me habría movido.     90

Pero fui el único, cuando todos aceptaron
que Florencia quedara destruida
el que la defendió a cara abierta”.                     93

“Así pueda reposar su descendencia”,
le rogué a él, “resuélvame aquel nudo
en que aquí se enredó mi pensamiento.                       96

 

vv. 79-81 Con la oscuridad típica de las profecías, Farinata le anuncia a Dante su futuro exilio; la dama que aquí reina: Proserpina, la luna; ese arte: el de volver del exilio. Los cincuenta meses lunares que pasarán desde la primavera del 1300 llevan al año 1304, en que Dante se aleja de los demás exiliados blancos.

vv. 82-84 «En nombre de que puedas volver al mundo, dime: ¿a qué se deben las leyes que todavía hacen los florentinos en contra de mis descendientes?». Farinata se refiere, probablemente, a la exclusión de los Uberti de todas las amnistías florentinas.

vv. 85-87 Dante responde que su memoria sigue asociada a los efectos terribles de la batalla de Montaperti, cuyos numerosos muertos y heridos tiñeron de sangre el río Arbia.

vv. 89-90 La gestualidad de Farinata demuestra tristeza ante el recuerdo de la batalla; la razón que lo movió a atacar Florencia es el exilio, que a pesar de ser el tema central del episodio nunca es nombrado directamente. Se ve aquí cómo él y Dante, rivales políticos, se igualan en tanto víctimas del odio partidario y en el amor por su patria.

vv. 91-93 En efecto, según la crónica de Villani, en el Consejo de Émpoli que siguió a la batalla, se propuso y aceptó la destrucción de Florencia para que «de su estado no hubiera jamás recuerdo, fama ni poder», y Farinata se opuso a esto, solo, arriesgando su vida. Con esta declaración se cierra la discusión política: el Dante escritor le deja la última palabra al adversario, permitiéndole que renueve su memoria en el mundo.

 

Ustedes ven, parece, si bien oigo,
lo que trae consigo el tiempo, antes,
pero con el presente es de otro modo.              99

“Nosotros vemos, como ve el de mala vista,
las cosas”, dijo, “que nos están lejos;
el sumo guía sólo eso aún nos muestra.                        102

Cuando se acercan o son, nuestro intelecto
del todo es vano; y si otro no nos cuenta,
nada sabemos de su estado humano.                105

Puedes así entender que morirá
todo nuestro saber desde aquel punto
que cerrará la puerta del futuro”.                     108

Como afligido por la culpa, entonces
dije: “Aclárele ahora a aquel caído
que aún junto a los vivos está el hijo;                111

y si yo antes fui mudo en la respuesta,
lo hice –dígale– porque ya pensaba
en la duda que usted me resolvió”.                   114

Ya me estaba llamando mi maestro,
por lo que rápido rogué al espíritu
que me dijera quién con él estaba                     117

 

vv. 97-99 Tanto el temor de Cavalcante de que su hijo ya estuviera muerto, como la sorpresa de Farinata ante la información de que en la actualidad Florencia es gobernada por los güelfos, le dan la idea a Dante de que, contrariamente a lo que pensaba, las almas de los muertos no conocen el presente.

v. 100 el de mala vista: quien tiene presbicia.

v. 108 Después del Juicio Final, en que no habrá más futuro.

 

Y él: “Más de mil están aquí conmigo;
yace aquí adentro el segundo Federico,
y el cardinal, y de los otros callo”.                       120

Se escondió entonces; y yo volví los pasos
hacia el poeta antiguo, meditando
en ese hablar que hostil me parecía.                 123

Él se movió, y después, ya caminando,
me preguntó: “¿Por qué estás tan perdido?”
Entonces contesté yo su pregunta.                    126

“Que tu memoria conserve lo que oíste
contra ti”, me recomendó aquel sabio.
“Y ahora espera aquí”, y levantó el dedo;         129

“cuando adelante estés del dulce rayo
de aquella cuyos ojos todo ven,
sabrás por ella el viaje de tu vida”.                    132

A la izquierda movió después el pie
dejamos la pared y fuimos hacia el medio
por un sendero que divide un valle:                
su tufo se sentía hasta allí arriba.                                  136

 

v. 118 Enfatizando lo que había dicho Virgilio en Inf IX 129, Farinata informa que en las tumbas hay muchísimas almas de condenados.

v. 119 el segundo Federico: Federico II de Suabia, emperador germánico muerto en 1250, de enorme influencia política y cultural en Italia. Para Dante, se trata del último emperador que se ocupó de reunificar el imperio; en su corte vio la luz la primera producción de poesía lírica en un italiano vernáculo.

v. 120 el cardinal: Octaviano degli Ubaldini, muerto en 1273, fue arzobispo de Bolonia entre 1240 y 1244 y luego cardinal. Tenía fama de gibelino.

v. 123 La profecía de Farinata (vv. 79-81).

v. 128 Virgilio, que en general habla con Dante mientras camina, en este momento se detiene y hace un gesto con el dedo para anunciar la importancia de lo que le dirá.

v. 130-132 Dante sabrá en el Paraíso, a través de Beatrice que lo induce a interrogar a Cacciaguida, qué le espera al volver al mundo (Par XVII, 46-99).

 

COMENTARIO A INFIERNO X

Los cantos décimos son, en toda la Comedia, el comienzo de algo nuevo. En este décimo del Infierno, célebre por su belleza y novedad, entramos en contacto con la parte inferior del abismo. Dante conversará aquí con los primeros habitantes de la ciudad de Dite, que yacen en sarcófagos abiertos; se trata de una suerte de pieza teatral en medio de la narración: en ningún otro episodio hay tanto diálogo, y tan pocos verbos que lo introducen.

            Caminando por el cementerio de espíritus, Dante le pregunta al maestro si podrá hablar con ellos, probablemente ocultando que su verdadera intención es ver a Farinata degli Uberti, el gran jefe gibelino de la generación anterior, elegante y audaz, que había sido condenado por herejía en un juicio póstumo; Farinata es uno de los que al bien obrar dieron su ingenio (Inf VI 79-81): el viajero ya sabe que la grandeza no implica la salvación.

            Además de responder afirmativamente, Virgilio introduce el tema del Jucio Final que volverá más adelante, y le informa que en esa zona se encuentran quienes consideraron que el alma muere con el cuerpo. La presencia de Epicuro entre aquellos que Virgilio definió como herejes es un anacronismo (cfr. nota a vv. 13-15) problemático para la crítica; como también es problemático el distinto juicio que a Dante le merecen los epicúreos en el Convivio: allí, citando el De Finibus bonorum et malorum de Cicerón, se los define, en contraste con los estoicos, como aquellos que consideran que el fin humano es la voluptuosidad, concebida como “delectación sin dolor” (Cv IV vi 11-12). Al problema han sido dadas distintas respuestas: según algunos estudiosos, la divergencia entre esta perspectiva y la de la Comedia deriva de un distinto estadio de conocimiento, por parte de Dante, del epicureísmo. Según otros, las comunes condenas medie vales de Epicuro como impío llevaron a Dante a subrayar ese aspecto en el poema sacro, aun reconociéndole valores civiles en el tratado filosófico. Subsiste el problema de la inclusión del filósofo griego entre los negadores de la inmortalidad del alma –y probablemente también del cuerpo, dada la relevancia del tema del Juicio Final en el episodio– de época cristiana: tal vez, como ha sido observado, las únicas almas con las que habla Dante en el sexto círculo son no creyentes, categoría que Tomás trata en contigüidad con los heresiarcas, pero más digna de respeto que estos: en efecto, el peregrino manifestará una innegable estima por su rival político.

            Desde su tumba, Farinata oye la llegada de un compatriota y le ruega que se detenga a hablar con él. Ya de cerca, lo observa con desdén, quizá decepcionado por su juventud: claramente, lo que quiere es tener noticias de Florencia, y no cree que Dante pueda dárselas. Pero Dante no es un joven cualquiera. Actúa en política, conoce la historia y conoce el presente, que, como sabremos al final del episodio, los muertos no pueden ver: a través de una nueva mención al Juicio Final, Farinata explicará que ellos sólo conocen el futuro, y que cuando no exista el futuro, no conocerán nada.

            El diálogo entre el joven güelfo y el magnánimo gibelino es de una intensidad infrecuente, y una entrañable nobleza. Cada uno defiende la posición de su parte, con común pasión política y retórica análoga. Cuando Dante acaba de referirse al actual gobierno güelfo, sin saber que Farinata desconoce el presente, la conversación se interrumpe abruptamente: entra en escena Cavalcante, consuegro de Farinata, castigado con él en la misma tumba, con una actitud que la tradición crítica siempre opuso a la de su compatriota. Otra vez, Dante nos recuerda que en medio de clasificaciones y sectas, el mismo escenario del más allá está poblado por individuos. Cavalcante pregunta por qué su hijo no acompaña a Dante, si él viene por la altura de su ingenio. En efecto, si fuera así, el brillante poeta Guido habría merecido sin duda hacer el viaje. A través de esta formulación, que contrasta con el carácter providencial del viaje de Dante, la escena alude a los debates filosóficos que agitaban las universidades (cfr. “Introducción: La filosofía en Italia en la Baja Edad Media”): en consonancia con el gibelinismo y con esta concepción del epicureísmo, los averroístas sostenían que la razón era suficiente para conocer las verdades últimas. Dante corrige esta opinión, que suena en la frase de Cavalcante, con una cita evangélica (Juan 7, 28): él no viene solo; su guía Virgilio le fue mandado por Dios, para conducirlo hasta una salvación que Guido desdeñó. Si en el diálogo con Farinata flota constantemente, no nombrado, el tema del exilio, en el diálogo con Cavalcante oímos el llanto atroz por el “primer amigo” de Dante (cfr. “Cronología”). Conmueve advertir que el escritor, que podría haber excluido a Guido de la Comedia, lo recuerda a través del dolor de su padre. El peregrino habla con él en la primavera del 1300, y le aclara que su hijo está vivo; ninguno de los personajes lo sabe aún, pero el poeta y más de un lector sí: Guido morirá en el verano, a causa de la malaria contraída en el exilio al que Dante mismo, terminado el viaje ultraterreno, lo enviará en una de sus primeras medidas como prior de Florencia (cfr. “Cronología”). Al atribuirle un desdén por la trascendencia, es Guido el otro personaje del episodio: Farinata y él, además de su padre, el alma con el cuerpo creen que muere.

            Confundido por un uso verbal, Cavalcante cae desesperado en el sarcófago. Y Farinata retoma su discurso como si nada hubiera pasado. En esta última parte del diálogo, sucede algo extraordinario: el Dante escritor, a través de la derrota su propio personaje, le deja al rival la última palabra sobre los hechos que siguieron a la terrible batalla de Montaperti. Es el amor a Florencia el que los une, más allá de toda diferencia. Y es la experiencia del exilio, anunciado en este episodio de manera oscura pero definitiva, la que los desgarra a ambos: fue para volver a la patria que Farinata usó las armas; es este anhelo de regreso el que hace callar al personaje Dante, que ya parece intuir a qué extremos puede llegar ese anhelo.

            Concluida la escena de materia florentina, Dante le augura a Farinata la paz de sus descendientes, y luego de interrogarlo acerca del conocimiento del mundo que tienen los muertos, le envía una aclaración al padre de su amigo. Después se aleja, cabizbajo a causa de su futuro destierro. Destierro que, si con inusual solemnidad Virgilio desiste de profetizar con precisión (vv. 127-132), significa más que lo que la razón humana puede ver en él. En relación con su propio límite, el maestro envuelve la desazón del discípulo en palabras que prometen luz y verdad. En efecto, como el lector intuirá a mitad del Paraíso (XVII 46-142), es probable que Dante percibiera su exilio como un hecho trascendente, ligado al exilio que todos los hombres viven en el mundo, y a su misión profética de escritor (cfr. “Introducción: Dante scriba Dei, exul inmeritus”). La altura de la propia inteligencia, cuyos riesgos aprenderá en pocas horas (Inf XXVI), encuentra su destino en el dolor del destierro: destino que sonará en el poema como grito inspirado de denuncia y esperanza.


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