Ulises en Auschwitz

En 1944, cuando tenía 24 años, el italiano Primo Levi fue detenido por una milicia fascista y enviado a Auschwitz. Liberado con la caída del nazismo, escribió en 1946 un libro sobre lo que había vivido en el Lager, que se llamó Si esto es un hombre y expone con crudeza los extremos de horror a los que puede llegar el corazón humano. Uno de los capítulos más conmovedores del libro es el undécimo, intitulado “El Canto de Ulises”; en él, Primo Levi cuenta que se había hecho amigo de un joven estudiante alsaciano, Jean, y cómo hablaron sobre el Canto XXVI del Infierno de Dante, en particular sobre el famoso parlamento de Ulises, en el que cuenta cómo fue su muerte. Esa chispa de poesía en medio del horror resulta particularmente iluminadora: muestra a la poesía en el acto de ser la depositaria y a la vez la engendradora de lo más íntimo y sagrado nuestro.

            Compartimos los versos correspondientes de ese Canto XXVI (en la reciente y excelente traducción de José María Micó, y en el original) y el capítulo de Primo Levi (traducción de Pilar Gómez Bedate).

 

 

INFIERNO, XXVI (85-142)

(Traducción de José María Micó en: Dante Alighieri; Comedia –Prólogo, comentarios y traducción de José María Micó; Acantilado 2018, Barcelona)

 

         …El mayor cuerno del antiguo fuego
empezó a sacudirse murmurando
como llama agitada por el viento;
         después moviendo aquí y allá su punta,
cual si fuese la lengua la que hablaba,
pudo al fin expulsar su voz y dijo:
         «Cuando a Circe dejé, que me retuvo
más de un año allá cerca de Gaeta
(que este nombre le dio después Eneas),
         ni el cariño de un hijo, ni el afecto
de un padre anciano, ni el amor debido
a la devota dicha de Penélope
         vencer pudieron mi deseo ardiente
de conocer el mundo y ser experto
de los humanos vicios y virtudes:
         me aventuré por la alta mar llevando
una nave tan solo y unos pocos
compañeros que no me abandonaron.
         De una costa a la otra, fui hasta España
y Marruecos, y la isla de los sardos
y las otras que el mar rodea y baña.
         Cuando ellos y yo ya éramos viejos,
llegamos al estrecho en el que Hércules
señalizó los límites del mundo
         para que el hombre no los traspasase:
allí quedaba a mi derecha mano
Sevilla, y a la izquierda Ceuta.
         “Oh, hermanos”, dije, “que tras mil peligros
estáis en el confín del Occidente,
no renunciéis, en el escaso tiempo
         que nos queda de vida, a la experiencia
de conocer el mundo no habitado
que a la espalda del sol está esperando.
         Pensad en vuestro que no fuisteis
hechos para vivir como animales,
sino para seguir virtud y ciencia”.
         Mis compañeros, al oír mi arenga,
desearon partir con tal vehemencia
que no hubiera podido detenerlos;
         y con la popa vuelta hacia la aurora,
los remos, hechos alas, nos llevaron
con loco vuelo siempre hacia la izquierda.
         Se divisaban todas las estrellas
del otro polo, el nuestro, ya invisible,
se escondía debajo de las aguas.
         Se encendió cinco veces y otras tantas
se apagó el resplandor bajo la luna
desde que comenzó nuestro periplo,
         cuando en penumbra vimos a lo lejos
una montaña que me parecía
la más alta que había visto nunca.
         Nos alegramos, pero la alegría
se volvió llanto, pues de aquella tierra
se alzó un turbión que golpeó la nave.
         La hizo girar tres veces, y la cuarta
le levanto la popa el remolino
y hundió la proa por deseo ajeno.
         Luego el mar se cerró sobre nosotros».

 

 

INFERNO, XXVI

…Lo maggior corno de la fiamma antica 
cominciò a crollarsi mormorando, 
pur come quella cui vento affatica;

indi la cima qua e là menando, 
come fosse la lingua che parlasse, 
gittò voce di fuori e disse: «Quando
 

mi diparti’ da Circe, che sottrasse 
me più d’un anno là presso a Gaeta, 
prima che sì Enëa la nomasse,

né dolcezza di figlio, né la pieta 
del vecchio padre, né ‘l debito amore 
lo qual dovea Penelopè far lieta,
 

vincer potero dentro a me l’ardore 
ch’i’ ebbi a divenir del mondo esperto 
e de li vizi umani e del valore;

ma misi me per l’alto mare aperto 
sol con un legno e con quella compagna 
picciola da la qual non fui diserto.

L’un lito e l’altro vidi infin la Spagna, 
fin nel Morrocco, e l’isola d’i Sardi, 
e l’altre che quel mare intorno bagna.

Io e ‘ compagni eravam vecchi e tardi 
quando venimmo a quella foce stretta 
dov’ Ercule segnò li suoi riguardi

acciò che l’uom più oltre non si metta; 
da la man destra mi lasciai Sibilia, 
da l’altra già m’avea lasciata Setta.

“O frati”, dissi “che per cento milia 
perigli siete giunti a l’occidente, 
a questa tanto picciola vigilia

d’i nostri sensi ch’è del rimanente 
non vogliate negar l’esperïenza, 
di retro al sol, del mondo sanza gente.

Considerate la vostra semenza: 
fatti non foste a viver come bruti, 
ma per seguir virtute e canoscenza”.

Li miei compagni fec’ io sì aguti, 
con questa orazion picciola, al cammino, 
che a pena poscia li avrei ritenuti;

e volta nostra poppa nel mattino, 
de’ remi facemmo ali al folle volo, 
sempre acquistando dal lato mancino.

Tutte le stelle già de l’altro polo 
vedea la notte, e ‘l nostro tanto basso, 
che non surgëa fuor del marin suolo.

 Cinque volte racceso e tante casso 
lo lume era di sotto da la luna, 
poi che ‘ntrati eravam ne l’alto passo,
 

quando n’apparve una montagna, bruna 
per la distanza, e parvemi alta tanto 
quanto veduta non avëa alcuna.
 

Noi ci allegrammo, e tosto tornò in pianto; 
ché de la nova terra un turbo nacque 
e percosse del legno il primo canto.

Tre volte il fé girar con tutte l’acque; 
a la quarta levar la poppa in suso 
e la prora ire in giù, com’ altrui piacque,
 

infin che ‘l mar fu sovra noi richiuso».

 

 

“EL CANTO DE ULISES”

(En: Primo Levi; Si esto es un hombre (traducción de Pilar Gómez Bedate); El Alpeh Ediciones, 2009)

 

Estábamos seis raspando y limpiando el interior de una cisterna subterránea; la luz del día nos llegaba únicamente a través de la pequeña portezuela de entrada. Era un trabajo de lujo, porque nadie nos vigilaba; pero hacía frío y estaba húmedo. El polvo de la herrumbre nos quemaba debajo de los párpados y nos empastaba la garganta y la boca con un sabor casi a sangre.

         Osciló la escalerilla de cuerda que colgaba de la portezuela: alguien llegaba. Deutsch apagó el cigarrillo, Goldner despertó a Sivadjan; todos nos pusimos a rascar vigorosamente la sonora pared de planchas.

         No era el Vorarbeiter, no era más que Jean, el Pikolo del Kommando. Jean era un estudiante alsaciano; aunque tenía veinticuatro años, era el Häftling más joven del Kommando Químico. Por eso le había tocado el cargo de Pikolo, es decir de pinche letrado, afecto a la limpieza de la barraca, a la entrega de las herramientas, al lavado de las escudillas, a la contabilidad de las horas de trabajo del Kommando.

         Jean hablaba fluidamente francés y alemán: apenas se reconocieron sus zapatos en el peldaño más alto, todos dejaron de raspar.

Also, Pikolo, was gibt es Neues?
—Que´est-ce qu´il y a comme soupe aujourd d´hui?… ¿y de qué humor estaba el Kapo? ¿Y el asunto de los veinticinco latigazos a Stern? ¿Qué tal tiempo hacía fuera? ¿Había leído el periódico? ¿A qué olía la cocina civil? ¿Qué hora era?

         A Jean lo querían mucho en el Kommando. Hay que saber que el cargo de Pikolo es un grado bastante elevado en la jerarquía de las Prominencias: el Pikolo (que generalmente no tiene más de diecisiete años) no trabaja manualmente, tiene carta blanca en los fondos de la marmita del rancho y puede estar todo el día junto a la estufa: «por eso» tiene derecho a media ración suplementaria y tiene grandes probabilidades de convertirse en amigo y confidente del Kapo, del que recibe oficialmente la ropa y los zapatos usados.

         Ahora bien, Jean era un Pikolo excepcional. Era despabilado y físicamente robusto, y al mismo tiempo pacífico y amigable: aun conduciendo con tenacidad y coraje su secreta lucha individual contra el campo y contra la muerte, no se olvidaba de mantener relaciones humanas con los compañeros menos privilegiados; por otra parte, había sido tan hábil y perseverante que se había ganado la confianza de Alex, el Kapo.

         Alex había cumplido todas sus promesas. Se había mostrado como bicho violento y traidor, acorazado en su sólida y compacta ignorancia y estupidez, excepción hecha de su olfato y su técnica de cómitre experto y consumado.

         No perdía ocasión de proclamarse orgulloso de su sangre pura y de su triángulo verde, y mostraba un altanero desprecio por sus químicos andrajosos y hambrientos: «Ihr Doktoren! Ihr Intelligenten!», se carcajeaba todos los días al verlos amontonarse con las escudillas tendidas durante la distribución del rancho. Con los Meister civiles era extremadamente dúctil y servil, y con los SS mantenía vínculos de cordial amistad. Se sentía manifiestamente intimidado por el registro del Kommando y por el informe diario de las prestaciones, y éste era el camino que el Pikolo había escogido para hacérsele necesario. Había sido una faena lenta, cauta y sutil que todo el Kommando había observado durante un mes con el aliento entrecortado; pero, al final, el reducto del puercoespín fue penetrado, y Pikolo confirmado en el cargo, con satisfacción de todos los interesados.

         Aun cuando Jean no abusase de su posición, ya habíamos podido comprobar que una palabra suya, dicha con el tono oportuno y en el momento oportuno, surtía gran efecto; ya había servido muchas veces para salvar a alguno de nosotros del látigo o de la denuncia a los SS. Hacía una semana que éramos amigos: nos habíamos encontrado en la excepcional ocasión de una alarma aérea, pero después, víctimas del ritmo feroz, del Lager, no habíamos podido más que saludarnos de pasada, en las letrinas, en el lavadero.

         Colgado con una mano de la escala oscilante, me indicó:

—Aujourd´hui c´est Primo qui viendra avec moi chercher la soupe.

         Hasta la fecha había sido Stern, el transilvano bizco; ahora, éste había caído en desgracia por no sé qué historia de escobas robadas en el almacén, y Pikolo había conseguido hacer triunfar mi candidatura como ayuda en el Essenholen, en la corvée cotidiana del rancho.

         Trepó afuera, y yo lo seguí, batiendo los párpados en el esplendor del día. Estaba templado, el sol levantaba de la tierra grasienta un ligero color a barniz y a alquitrán que me recordaba a una playa cualquiera de mi infancia. Pikolo me dio uno de los dos palos y echamos a andar bajo un claro cielo de junio.

         Empezaba a darle las gracias, pero me interrumpió, no hacía falta. Se veían los Cárpatos cubiertos de nieve. Respiré el aire fresco, me sentía insólitamente ligero.

—Tu es fou de marcher si vite. On a le temps, tu sais.

         El rancho se retiraba a un kilómetro de distancia; había que volver después con la marmita de cincuenta kilos enfilada en los palos. Era un trabajo bastante pesado pero suponía una agradable marcha de ida sin carga, y la ocasión, siempre deseable, de acercarse a las cocinas.

         Acortamos el paso. Pikolo, hábil, había elegido diestramente el camino de modo que tendríamos que dar una vuelta larga, caminando por lo menos una hora, sin levantar sospechas. Hablábamos de nuestras casas, de Estrasburgo y de Turín, de nuestras lecturas, de nuestros estudios. De nuestras madres: ¡cuánto se parecen todas las madres! También su madre le reprochaba que no supiese nunca cuánto dinero llevaba en el bolsillo; también su madre se habría asombrado si hubiese sabido que se las arreglaba, que día tras día se las arreglaba.

         Pasó un SS en bicicleta. Es Rudi, el Blockführer. Parada, firmes, quitarse la gorra.

—Sale brute, celui-lá. Ein ganz gemeiner Hund.

         ¿Le resulta indiferente hablar francés o alemán? Le resulta indiferente, puede pensar en ambas lenguas. Ha estado un mes en la Liguria, le gusta Italia, querría aprender italiano. Me alegrará enseñarle italiano: ¿no podemos arreglarlo? Podemos. En seguida, una cosa vale tanto como otra, lo importante es no perder tiempo, no desperdiciar esta hora.

         Pasa Limentani, el romano, arrastrando los pies, con una escudilla escondida bajo la chaqueta. Pikolo está atento, coge cualquier palabra de nuestro diálogo y la repite riendo:

—Zup-pa, cam-po, ac-qua.

         Pasa Frenkel, el espía. Aceleremos el paso, nunca se sabe, ése hace el mal por gusto.

         … El canto de Ulises. Quién sabe por qué me he acordado de él: pero no tenemos tiempo de escoger, esta hora ya no es una hora. Si Jean es inteligente, lo entenderá. Lo entenderá: hoy me siento capaz de todo.

         … Quién es Dante. Qué es la Comedia. Qué sensación curiosa de novedad se siente si se procura explicar brevemente lo que es la Divina Comedia. Cómo está dividido el Infierno, qué es el contrapaso. Virgilio es la Razón, Beatriz la Teología.

         Jean está atentísimo, y yo empiezo, lento y con cuidado:

Y de la antigua llama el más saliente
de los cuernos torcióse murmurando
cual llama que del viento se resiente; 

luego se fue la punta meneando
como si fuese lengua y así hablara
y echó fuera la voz y dijo: «Cuando…

         Me paro aquí y trato de traducir. Desastroso: ¡pobre Dante y pobre francés! Sin embargo, parece que el experimento promete: Jean admira la rara similitud de la lengua y me sugiere el término apropiado para traducir antica.

         ¿Y después de «Cuando»? La nada. Un agujero en la memoria. Prima che si Enea la nominasse. Otro agujero. Sale a flote un fragmento no utilizable:

         …la piéta / Del vecchio padre, ne ´l debito amore / Che doveva Penelope             far lieta… ¿será exacto?

         …quise por alta mar aventurarme.

De éste sí, de éste estoy seguro, estoy en condiciones de explicárselo a Pikolo, de distinguir por qué misi me no es je me mis, es mucho más fuerte y más audaz, es una atadura rota, es lanzarse a sí mismo más allá de una barrera, nosotros conocemos bien este impulso. La altamar abierta: Pikolo ha viajado por mar y sabe lo que quiere decir, es cuando el horizonte se cierra sobre sí mismo, libre, recto y simple, y no hay más que olor a mar: dulce cosa ferozmente lejana.

         Hemos llegado al Kraftwerk, donde trabaja el Kommando de los tendidos eléctricos. Aquí debe de estar el ingeniero Levi. Míralo, se ve sólo la cabeza fuera de la zanja. Me saluda con la mano, es un hombre en forma, no lo he visto nunca bajo de moral, no habla nunca de comidas.

        Mare aperto. Mare aperto. Sé que rima con diserto:… quella compagna / Picciola, dalla qual non fui diserto, pero no recuerdo si viene antes o después…

         Y también el viaje, el temerario viaje más allá de las columnas de Hércules, qué tristeza, no tengo más remedio que contarlo en prosa: un sacrilegio. No he salvado más que un verso, pero vale la pena detenerse en él:

…para que el hombre no las traspasase

         Si metta, en italiano: tenía que venir al Lager para darme cuenta de que es la misma expresión de antes e misi me. Pero no se lo digo a Jean, no estoy seguro de que sea una observación importante. Cuántas otras cosas habría que decir, y el sol ya está alto, pronto será mediodía. Tengo prisa, una prisa furibunda.

        Mira, atento Pikolo, abre los oídos y la mente, necesito que entiendas:

«Considerad», seguí, «vuestra ascendencia:
para vida animal no habéis nacido,
sino para adquirir virtud y ciencia»,

         Como si yo lo sintiese también por vez primera: como un toque de clarín, como la voz de Dios. Por un momento, he olvidado quién soy y dónde estoy.

         Pikolo me pide que lo repita. Qué buena persona es Pikolo, se ha dado cuenta de que me está haciendo el bien. O quizás se trata de algo más: quizás, a pesar de la traducción floja y el comentario pedestre y presuroso, ha recibido el mensaje, ha sentido que le atañe, que atañe a todos los hombres en apuros, y a nosotros en especial; y que nos atañe a nosotros dos, que osamos hablar de estas cosas con los palos de la sopa en los hombros.

         A mis hombres de tal suerte he movido…,

         … y me esfuerzo, pero en vano, por explicar cuántas cosas quiere decir este acuti. Aquí, otra laguna esta vez irreparable. Lo lume era di sotto della luna o algo parecido; ¿y antes? Ninguna idea, keine Ahnungcomo se dice aquí.

         Que me perdone Pikolo, se me han olvidado, por lo menos, cuatro tercetos.

—Ca ne fait rien, vas-y tout de méme.

… cuando mostróse una montaña, bruna
por la distancia; y se elevaba tanto
que tan alta no vi jamás ninguna.

         Sí, sí, alta tanto, no molto alta, proposición consecutiva. Y las montañas, cuando se ven de lejos… las montañas… oh Pikolo, Pikolo, di algo, habla, no me dejes pensar en mis montañas, que se aparecían en el color oscuro de la tarde cuando volvía en tren de Milán a Turín.

         Basta, hay que continuar, éstas son cosas que se piensan pero no se dicen. Pikolo espera y me mira.

         Daría el potaje de hoy por saber juntar non ne avevo alcuna con el final.

         Me esfuerzo en reconstruir por medio de las rimas, cierro los ojos, me muerdo los dedos: pero de nada sirve, lo demás es silencio. Me bailan en la cabeza otros versos: … la terra lagrimosa diede vento…, no, es otra cosa. Es tarde, hemos llegado a la cocina, hay que terminar:

… con las aguas tres veces girar le hace
y a la cuarta la popa es elevada,
se hunde la proa —que a otro así le place—.

         Detengo a Pikolo, es absolutamente necesario y urgente, que escuche, que comprenda este come altrui piacque, antes de que sea demasiado tarde, mañana él o yo podemos estar muertos, o no volver a vernos, debo hablarle, explicarle lo de la Edad Media, del tan humano y necesario y, sin embargo, inesperado, anacronismo, y de algo más, de algo gigantesco que yo mismo sólo he visto ahora, en la intuición de un instante, tal vez el porqué de nuestro destino, de nuestro estar hoy aquí…

         Estamos ya en la cola del potaje, en medio de la masa sórdida y harapienta de los portasopas de los otros Kommandos. Los recién llegados se amontonan a la espalda. Kraut und Rüben?, Kraut und Rüben. Se anuncia oficialmente que el potaje de hoy es de coles y nabos: Choux et navets. Kapotszka és répak.

          … y nos cubre por fin la mar airada.

 


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