por Javier Foguet
Jacobo Regen murió el 9 de enero pasado; su poesía, sin embargo, había comenzado hace varias décadas la aventura de renovarse con independencia de su creador. No es que el poeta haya dado la espalda a su obra; es que toda ella posee el aura magnética de lo desasido, de lo que nace en despedida.
Regen nació en Salta en 1935. Publicó Canción del Ángel en 1964, Umbroso mundo en 1971 y El vendedor de tierra en 1981. A partir de entonces, cada libro aparecido es prácticamente un reordenamiento de estas tres colecciones. La Antología poética publicada por el Fondo Nacional de las Artes en 1996 es en realidad su obra completa. Un puñado de poemas hasta entonces inéditos aparecieron en Umbroso Mundo, en la edición de 2013. En total 69 poemas. Al comprobar el rigor que el poeta exigió de la poesía (–Se dura oh luz conmigo— dice uno de sus versos) no parece insensato sostener que esos sesenta y nueve poemas existen menos por el autor, que a pesar de él; que escaparon milagrosamente al natural destino de silencio de un programa tan áspero. Quiero un final feliz para esta hazaña. / quiero que nunca empiece, afirma en otro poema que es el remate congruente del primer poema citado. El meollo de la aventura poética de Regen está en la siguiente paradoja: responder con poemas repujados a punta de cuchillo a la falta de ser que una fracción de su espíritu percibe en haber seguido un destino de poesía. Los poemas de Regen son ríspidos sobre todo cuando su destino está en la mira; pero son también el fruto de una apertura, de una pequeña ventana entreabierta a la emoción y entonces su voz fluye hacia sus interlocutores con su mejor tono elegíaco.
Comparto cinco poemas:
UMBROSO MUNDO
Hay jardines que no tienen ya países
Georges Schehadé
Umbroso mundo,
seguiremos siempre
poblando de fantasmas verdaderos
tus países ausentes.
Así, lejos de todo,
crecerá en el olvido un árbol verde
a cuya sombra vamos a dormirnos
hasta que alguna vez el sueño nos despierte.
EL VENDEDOR DE TIERRA
A Teresa Leonardi Herrán
Vuelve del horizonte
cargando tierra negra en sus espaldas.
Cuando llega lo aplauden los jardines
y se emociona el agua.
Y yo le compro tierra, y algún día
me tendrá que vender toda la carga.
A BAICA DÁVALOS
“Quiero que seas mi editor
-dijiste-.
Con los Cinco relatos de a caballo
recibirás un giro
y un diagrama.
Si sobra un resto,
guárdalo;
bébelo a mi memoria.”
Pero nunca llegaron
tus palabras.
¿Alguien,
en el camino,
borró las líneas,
estrujó el papel?
Hijo fui de tu padre
sin renegar del mío.
Y en esta tenebrosa
costumbre de morir a pleno día
te llevo con los dos:
uno me ofrece su nudosa mano
y el otro el arpa cautiva
que el rey David grabó sobre la túnica
de san Juan de la Cruz.
Hoy edito tu muerte
y la promesa
de visitarte alguna vez.
UNA ROSA DE MARTÍ
a Diana Lagomarsino
En un silencioso vuelo
llegaste tú, Diana hermosa,
para ofrecerme la rosa
que Martí dejó en tu cielo.
Siempre canta en mi desvelo
tu voz suave y querenciosa.
Eres, para mí, la diosa
de la luz y del consuelo.
INTEMPERIE
A Santiago Sylvester
Intemperie final o lumbre pródiga,
sólo en tu templo quiero descalzarme
y esparcir las cenizas de este vaso
donde no bebo yo ni bebe nadie.
Haz que el silencio mío, ya de piedra,
recuerde sus oscuros lagrimales
y llore con la música que antaño
se desnudaba, trémula, en un ángel.
Deja que la simiente paridora
de agostados y tímidos cantares
se atreva con la luz estremecida
por las últimas ráfagas de sangre
y con la vida y con la muerte puestas
sea merecedor de tu hospedaje.