Poesía mundo animal

Uno de los artículos del número #38 que más nos gusta es de la sección “Zonas”. En este caso, el artículo lleva por título “Poesía mundo animal”, es de Alejandro Crotto y explora entre otras cosas la relación entre las morfologías animales y las morfologías del poema. El artículo tiene cuatro partes. Compartimos la tercera.

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Contemporáneo casi exacto de Jakob von Uexküll, el filólogo y zoólogo escocés D´Arcy Wentworth Thompson (1860-1948) fue otro admirable objetor del darwinismo. No es que negara las pruebas de la acción mecánica de la selección natural, claro; lo que le molestaba era que alguien creyera que la musaraña que medró cuando cayeron los dinosaurios es en algún sentido menos evolucionada que una jirafa, por ejemplo. En el fondo, al igual que von Uexküll, rechazaba a Darwin desde una visión de eternidad. Es como dice Wittgenstein: “La obra de arte es el objeto visto sub specie aeternitatis”, y el universo –objeto por excelencia– visto desde la eternidad es un todo integrado: nuestra teoría de un desarrollo regido por el azar se debe a nuestra imposibilidad de ver desde afuera del tiempo –en un solo, glorioso instante continuo– el desenvolvimiento de lo Uno según la secreta ley de sus leyes.  

       En 1917, D´Arcy Thompson publicó un monumental tratado de ochocientas páginas: Sobre el crecimiento y la forma, que ampliaría en una reedición de 1942. No era su primera publicación, si bien sí su primera obra científica: antes había publicado una traducción de la Historia de los animales, de Aristóteles, y dos volúmenes con comentarios sobre todos los peces y las aves que aparecen en los textos clásicos griegos. El libro es desmesurado, mansamente genial. En su capítulo más famoso, el noveno –“Sobre la teoría de las transformaciones o la comparación de las formas relacionadas”–, se explica que si tomamos un constituyente de una especie animal (por ejemplo la pelvis de un ave), lo disponemos sobre un eje cartesiano y realizamos sobre ese eje algunas alteraciones azarosas, se obtiene un hueso que ya existe o existió, un hueso ya modulado en otras especies de aves. Esas formas, esas diversas expresiones de lo mismo, son las llamadas “formas relacionadas”.

       En algunos casos, la relación de las formas abarca los cuerpos completos, así por ejemplo, en algunos peces:  

O esta otra, donde la variación es más compleja, siempre dentro de una sencillez esencial:

       Hay muchos otros ejemplos de estas felices formas relacionadas en el capítulo: huesos de reptiles, cráneos de distintos mamíferos… La participación de la poesía en el mundo animal trasciende desde esta luz la identidad entre animal y poema para proyectarse en una especie de “árbol de la vida” poético. Los poemas son ahora algo así como variadas encarnaciones de una misma fuerza que actúa según leyes determinadas. Una fuerza operante que no está en ninguna de ellas en particular, sino en todas y en cada una.

           Así, Pedro Soto de Rojas escribe en el siglo XVII una égloga. Al comienzo el pastor invita tópicamente a su amada a que se vaya a vivir con él en la naturaleza (“vente, hermosa pastora, / vente a los anchos horizontes míos…”), y –después de la esperable promesa sobre la abundancia de frutas, miel y leche que tendrá a su disposición–, comienza a prometer también distintos animales, primero domésticos, luego salvajes y quiméricos, y dice, en un momento de esa extravagante enumeración, que él le traerá “de mi venablo herido”:

        al colmilludo jabalí cerdoso.

       Detengámonos unos segundos en la espléndida inmediatez de ese verso, en su concreto espesor material, en su animalidad. Se trata ahora también de comprender y sentir cómo la fuerza operante de su concreción es la misma que, dentro de las variaciones de su ley, engendra la criatura livianísima que escribe Neruda muchos siglos después al principio de su “Oda al picaflor”:

        Al colibrí 
        volante 
        chispa de agua, 
        incandescente gota 
        de fuego 
        americano, 
        resumen 
        encendido 
        de la selva…

          No se trata solamente de que el pulso rítmico de ambas criaturas sea el mismo: ambas son formas relacionadas de una misma sorpresa feliz, de una misma intensidad admirada.

(…)


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