Caza de aves en ultratumba

por Rose-Marie & Rainer Hagen en Los secretos de las obras de arte -100 obras maestras en detalle. Taschen Bibliotheca Universalis; 2016.          

 

Este fragmento de mural, que tan vivo parece, se encuentra en la soledad de una tumba. En él aparece el difunto cazando. Con la mano izquierda blande una madera arrojadiza y en la derecha sostiene tres aves. Está de pie en un bote plano de tallos de papiro reforzado con tablas de madera que en conjunto es poco mayor que una tabla de surf. En la proa hay un ganso del Nilo, detrás del difunto está su esposa y su hija acuclillada entre sus piernas. Delante de él las aves llenan el aire y el bosquecillo, asustadas unas y protegiendo los huevos de sus nidos otras. Esta “Caza de aves entre papiros”, pintada antes de 1350 a.C., no era en sí mismo un tema nuevo, pero ninguno de los casi 200 ejemplos que se conocen ofrecen tal variedad de especies de aves de colores tan diferentes. En otras representaciones, además de cazando aves, el titular de la tumba aparece normalmente pescando. En este fragmento la pesca no existe, pero en la parte inferior izquierda se observa un fragmento de lanza y la parte posterior del pez capturado por el arma.

            Los egipcios creían en una vida después de la muerte, por lo que usaban sus técnicas de momificación para conservar el cuerpo, ofrecían alimentos todos los días en ceremonias cultuales a las estatuas del difunto y decoraban sus tumbas con escenas de la vida: mesas bien surtidas, parras, paseos en barcas, caza entre los papiros. Los jeroglíficos situados bajo el hombro izquierdo indican la finalidad de imágenes tales como la de este fragmento: “Disfrutar, contemplar la belleza en el lugar del eterno retorno de la vida”. Las escenas de la vida acompañan a los muertos y las fuerzas mágicas contribuirán a que a los muertos les vaya tan bien como en su existencia terrenal. Tales fuerzas eran mucho más importantes que el nivel estético de la representación. Lo mismo cabe decir de todos los espacios cultuales, tanto templos como tumbas. Para que los titulares de las tumbas encuentren en sus mesas montañas de piernas de vacuno y de patos asados, las provisiones pintadas propiciarán que el muerto no tenga hambre en toda la eternidad. De ahí que los artistas y los artesanos pronunciaran durante su trabajo fórmulas mágicas cuyo conocimiento, junto con las habilidades manuales, era trasmitido de padres a hijos. “Soy el dueño del secreto”, proclama exultante un tal Iriirusen, del Reino Medio (hacia 2040 hasta 1785 a.C). “He utilizado todas las fuerzas mágicas” para que puedan “vivir” las obras plásticas creadas de acuerdo con las normas precisas.

 

El titular de la tumba será eternamente joven

Entre las normas de la pintura y de los relieves del antiguo Egipto estaba la representación del cuerpo humano desde dos perspectivas: lateral para la cabeza y el tronco con las piernas y frontal para los ojos y los hombros. Lo que más interesaba a los egipcios tenía que ser visto de una manera perfecta. Por ejemplo, la visión frontal permitía apreciar mejor la anchura de la espalda y los símbolos de poder que el faraón llevaba en su pecho. Por el contrario, los egipcios no podían representar formalmente un paso decidido, pues desconocían la perspectiva que permite expresar la profundidad. Las diferentes partes del cuerpo están pintadas sin profundidad y tampoco están modeladas, sino que están dispuestas como superficies de un solo color. La renuncia a la tercera dimensión determina que el arte egipcio tenga la claridad que todavía admiramos en él.

            La renuncia a lo individual favorece asimismo la concisión y la simplicidad. El titular de la tumba es Nebamun, pero su rostro no refleja en absoluto su edad, ni su manera de ser, ni siquiera su afición a la caza. Tampoco se busca la semejanza y únicamente se pinta lo que se podría llamar el núcleo o la esencia de un hombre, que es lo que queda una vez eliminado lo accidental y efímero. Las pequeñas trenzas de la peluca y la gran anchura de la espalda no reflejan en absoluto los gustos personales del representado. Forman parte de la norma representativa de los varones de las clases superiores de la jerarquía social egipcia, que se identifican únicamente por los nombre escritos y los títulos. Nebamun era un alto funcionario y administrador de un género real de la XVIII dinastía.

            Hay otra tumba con una representación más exacta de este tipo de caza; se trata de un modelo de barco pequeño (del Reino Medio) con remeros, con hombres que arrojan dardos sujetos con cuerdas, es decir, arpones, con personas ociosas alrededor y con una mujer joven que controla las aves atadas. Según diversas informaciones, normalmente las barcas eran de mayor tamaño que las de Nebamun, disponían de camarotes para una travesía más larga y de almacenes para las capturas, las provisiones o los equipos de caza. Cazar en los pantanos o en el desierto era una de las diversiones deportivas de la alta sociedad. Requería cierto entrenamiento, por ejemplo, manejar las maderas arrojadizas, que eran ligeramente curvas y tenían un extremo grueso tallado con frecuencia en forma de cabeza de serpiente. Nebamun sostiene en su otra mano tres reclamos.

 

Campo fértil para su dueño

De acuerdo con la disposición tradicional de las imágenes, la mujer es de menor estatura que el hombre. Aunque de hecho fuera más alta, en las imágenes aparece más pequeña: no cuenta la realidad sino el rango social. El funcionario y administrador del granero real era más importante que su esposa, la cual, a su vez, lo era más que su hija, que abraza las piernas de su padre. Estas diferencias existían no sólo en el ámbito familiar, sino también en los casos en que el faraón o los altos funcionarios coincidían con personajes menos importantes. Sería un error pensar que las relaciones jerárquicas en la familia derivasen en una subordinación estricta. La mujer casada era la “dueña de la casa” y, a diferencia de otras sociedades antiguas en las que estaba considerada como no emancipada y tenía que estar representada en los juicios por un familiar varón, la egipcia podía presentar directamente sus demandas, al menos en el Reino Nuevo (hacia 1550-1075 a.C). Pero esto solo era una parte. Posiblemente se acercaba más a la realidad el consejo que el sabio Ptahhotep (hacia 2300 a.C) dio a un marido: “Llena su barriga y viste su espalda, pues es un campo fértil para su dueño. Pero no permitas que decida, mantenla alejada del poder y dómala.”

            La esposa del alto funcionario lleva ropa de fiesta; así la recordaría el muerto y así debía acompañarle ella en la eternidad. Lleva un vestido plisado de mangas anchas que transparenta las líneas de su esbelto cuerpo. Todas las mujeres de las representaciones de las tumbas tienen figuras ideales. Lleva en los dos brazos flores de loto y en la cabellera un cono de ungüento. Esta compacta masa de grasa y perfume se colocaba en la peluca en las celebraciones festivas y al irse fundiendo perfumaba y daba brillo al pelo. En las clases superiores llevaban peluca tanto los hombres como las mujeres. La cabellera era uno de los atractivos femeninos más importantes, aunque no fuera propia. La protagonista de un cuento dice refiriéndose a su admirador: “Me encontró sola, me dijo: «Ven, pasemos un ratito juntos. Vamos a la cama, ponte la peluca.»”

            También los aromas desempeñaban una función muy importante entre los egipcios; es posible que hace varios miles de años la gente oliese de forma más diferenciada que nosotros hoy. La cercanía de los dioses de hacía notar por un aroma especial, llamado “sudor de dios”. Como jeroglífico, una nariz significaba alegría y el sabio Ptahhotep aconsejaba al esposo proporcionar también a su esposa ungüentos aromáticos “como remedio para los miembros” y para que “su corazón disfrute durante toda su vida”.

            La representación de los matrimonios no sólo se caracteriza por su diferente grado de importancia, sino también por su disposición. La mujer está o camina detrás de su esposo, como todavía sucede en muchas regiones orientales o africanas.

 

El gato como auxiliar de caza

Dos pájaros el gato sujeta con sus zarpas y otro con los dientes. Como en el caso de las personas, aquí también el pintor ofrece una visión idealizada; es un gato singularmente bello, grande y hábil. Es difícil saber si acarrea desde la espesura animales ya abatidos o si los ha cazado él mismo.

            Los gatos eran muy apreciados en la caza y en el hogar; los favoritos eran los de rayas de color pardo amarillento. Por ejemplo, en una tumba aparece un gato amarillento pintado bajo el asiento de su dueño devorando un pez. Bajo el trono de una reina están tres de sus animales favoritos: un mono y un gato abrazando a una oca. También Nebamun tiene una oca además del gato. En la vieja capital de Menfis se ha descubierto la tumba de un gato profusamente decorada con relieves que, con las divinidades protectoras y sentencias habituales, parece el sarcófago de un hombre de baja estatura. El animal momificado de su interior se llamaba Tamiat y perteneció al hermano mayor de Akhenatón, muerto antes de ocupar el trono. En una de las paredes exteriores que está llena de relieves, Tamiat aparece ante una mesa con alimentos por toda la eternidad.

            Todas estas muestras proceden del Reino Nuevo; son pocas comparadas con las de la época tardía, en dónde la zoolatría dejó un incontable número de toros, perros, aves y gatos momificados, además de excelentes esculturas de gatos, que hacen pensar en que el sentido de la línea elegante entre los egipcios encontró en ellos un tema muy agradecido. Generalmente están fundidos en bronce y en muchos casos están ricamente adornados, como la existente en el British Museum de Londres, que lleva aros de oro en la nariz y en las orejas, además de un ancho collar y un amuleto de ojos delante del pecho.

            La extendida zoolatría se basaba en la creencia de que los animales encarnaban a los dioses o al menos poseían fuerzas divinas. Herodoto, historiador griego que visitó Egipto hacia el año 450 a.C., escribía acerca de los animales: “Estaban considerados como sagrados, tanto los domésticos como los salvajes. ¿Por qué los tenían por sagrados? De haberlo intentado explicar, habría profundizado en mi narración en las cosas divinas, algo de lo que me he guardado mucho de hacer”.

            La diosa que los egipcios representaban en forma de gato se llamaba Bastet. En el Reino Antiguo (hacia 2660-2190 a.C) tenía forma de león; después adquirió la de gato y finalmente se unificaron la diosa león y la diosa gato. Los dioses egipcios cambiaban de atributos a lo largo de los siglos y personificaban fuerzas diferentes en cada ciudad, hasta el punto de que muchos de ellos sólo admitían una caracterización contradictoria, lo cual no molestaba a los egipcios, pues, independientemente de todos los cambios, para ellos la verdadera imagen de un dios era un misterio eterno. Bastet, la divinidad gato, era alegre y retozona; en su honor se celebraban fiestas en las que abundaba el alcohol, sobre todo en la época tardía. No obstante, compartió atributos con la diosa león, que personificaba el valor y la afición a luchar y a cazar. En cuanto cazador salvaje y feliz, el gato favorito de Nebamun acompañó a su eternamente joven dueño.

           

El pantano como lugar mítico

La tumba de Nebamun estaba en la necrópolis de Tebas, en la ribera occidental del Nilo. Generalmente los muertos reposaban al oeste de las ciudades, donde se ponía al anochecer la barca del dios del Sol, que por la mañana se alzaba por el este y cruzaba el cielo durante el día. En ultratumba retorna al este por las aguas primordiales o Nun. Los vivos mantenían la esperanza de que los muertos pudiesen acompañar la barca de los dioses y ascender con ella otra vez a la luz. Según una de las hipótesis explicativas de nuestro motivo plástico, lo que se representa en clave es precisamente este viaje de los muertos; la captura de peces en el agua corresponde a la travesía nocturna sobre Nun y las aves volando representan la subida al cielo.

            No obstante, este motivo plástico tantas veces pintado sugiere asociaciones totalmente distintas relacionadas con las experiencias del Nilo. Antes de construir los diques de contención, los egipcios contemplaban año tras año la crecida de las aguas, la inundación de extensas zonas de sus terrenos fértiles; la tierra desaparecía y únicamente emergía al término de la gran inundación. Este fenómeno de la naturaleza evocaba a los egipcios los mitos del origen del mundo. La tierra surgió como una novedad absoluta de una materia similar al lodo de las orillas. De ahí que para los egipcios la espesura de las márgenes estuviese rodeada de un aura de fecundidad y reproducción, cuyo símbolo sería la planta de loto de los pantanos, que cerraba de noche sus pétalos para abrirlos por la mañana. El pantano desempeña asimismo una función destacada en la historia de los dioses. Cuando el violento Set descuartizó a Osiris, Isis reunió las diversas partes del cadáver de su esposo, se refugió en las zonas pantanosas del delta y, gracias a sus poderes mágicos, consiguió que el muerto la fecundara. Protegiéndose en el pantano crió a su hijo Horus hasta que este pudo reemprender la lucha dando muerte al asesino de su padre.      

            Por tanto, además de la subida al cielo y las aves, los egipcios relacionaban también la zona ribereña con la idea de la renovación. De ahí que el pintor destaque tanto en el cuadro los huevos de las aves y que acompañen al titular de la tumba tanto su esposa como su hija, la primera con ropa de fiesta, inadecuada para una cacería pero muy propia para celebrar la regeneración eterna. Los tres personajes presentan plantas de loto: el titular las lleva colgadas de sus hombros, la esposa las tiene en la mano y en la peluca y la hija las arranca del agua en forma de ramillete.

            Un poeta anónimo habla asimismo de la posibilidad de que la espesura sea un lugar secreto de placeres eróticos: “Amado mío, he llegado al puesto de las aves, con la trampa en una mano y la red y la madera arrojadiza en otra, para estar contigo a solas”. En las pinturas fúnebres todo es alusivo. Entre otras cosas porque en virtud de los conjuros del pintor las figuras podrían llegar a estar vivas.

            En la época de Nebamun sólo los familiares y los amigos podían disfrutar de esta obra de arte del anónimo pintor. Las escenas que supuestamente acompañarían al difunto se pintaron en el interior de la cámara cultual, la cual únicamente se abría en determinadas festividades y con finalidad ritual. Siglos después las tumbas cayeron en el olvido y estuvieron cerradas. Sólo los ladrones intentaron penetrar en ellas. En el British Museum se conservan fragmentos de la tumba de Nebamun, que sin duda fueron arrancados de la pared sin ningún tipo de conocimiento técnico. El hecho que durante miles de años hayan permanecido a oscuras ha hecho posible la conservación de sus delicados colores.


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