UN TERCER LUGAR DONDE ESTAR
(Ezequiel Zaidenwerg: 50 Estados. Bajo la luna, 2018)
por Liliana García Carril
En “Variaciones sobre el derecho al silencio”, Anne Carson dice que la práctica de traducir es una estrategia, “una gimnasia saludable de la mente”, como la define Hölderlin, y parece dar al traductor un tercer lugar donde estar. Es lo que estaba leyendo cuando me pidieron esta reseña. Subrayo lo saludable de ese ejercicio que con método, obsesión, probada destreza y amor por el traslado lleva a cabo –a diario– el poeta Ezequiel Zaidenwerg desde 2005. Pero no voy a hablar de eso.
En el poema “Doxa”, que da nombre a su primer libro (Vox, 2017), leo: “Tiene que haber alguna cosa en mí que brille más / allá de mí, o vaya a hacerlo alguna vez, o lo haya hecho, / quizás sin darme cuenta yo”; se trata de un largo poema autobiográfico en el que el poeta indaga sobre sus orígenes, la marca de un nombre, la inquietud de saber cómo se construye una identidad (poética). De ahí en más, en cada uno de sus siguientes libros –La lírica está muerta (Vox, 2011); Sinsentidos comunes (Bajo la luna, 2015); Bichos. Sonetos y comentarios, en diálogo con Mirta Rosenberg (Bajo la luna, 2017)–, Zaidenwerg nos sorprenderá con su decidida inmersión a fondo en la forma y el libro como objeto o artefacto (a veces provocativo).
En La lírica está muerta el título ya denota como afirmación irónica una provocación; el poeta logra un raro entrelazamiento entre poesía y política, mayormente en endecasílabos, y arma un relato personal de realidades duras, que culmina con una ¿crítica? ¿llamado de atención? a los poetas de todas las tendencias, incluido el mismo autor: “Lo que el amor les hace a los poetas/ no es trágico: es atroz. Les sobreviene / una luctuosa ruina a los poetas que el amor captura, / sin importar su orientación o identidad / poética”. La ironía, una de las figuras altas de la retórica, me recuerda los versos de Amor a Roma de C.E. Feiling, quien sin duda celebraría estos atrevimientos de Zaidenwerg.
Desde el Zoo Loco, de la entrañable y genial María Elena Walsh, creo que nadie lo había intentado. Como si necesitara tomar un descanso de la realidad y forzar aún más la distancia del yo lírico –“alguna cosa que brille más / allá de mí”, había dicho Zaidenwerg– qué mejor que la forma limerick para lograrlo. Sinsentidos comunes es, además, un libro objeto, cada limerick está acompañado de una delicada ilustración de Raquel Cané.
Pero ¡ay, “Lo que el amor les hace a los poetas”! En Bichos hay amor por todos lados –con sus condimentos ásperos– contenido en la forma cerrada del soneto, con bichos como vehículo. En los tiempos que corren, qué difícil es escribir un soneto sin que la forma se trague el sentido, es decir sin cursilerías o asociaciones facilongas. Zaidenwerg lo logra con belleza y originalidad. “Libres en su jaula”, recuerdo que decía G. Saavedra de la forma soneto. Hay amor también en la construcción a dos voces: los sonetos de Zaidenwerg reciben los comentarios en verso libre de Rosenberg, y como si fuera poco dialogan con las bellas ilustraciones de Valentina Rebasa y Miguel Balaguer. Otro libro objeto.
Ya vemos que a contramano de sus contemporáneos, o más, a contracorriente de lo que se está escribiendo por estos días, Ezequiel Zaidenwerg no es un Robinson arreglándoselas solo, parafraseando a Auden, para poner orden en la desértica arbitrariedad formal del verso libre. Ama las formas cerradas.
Sin embargo, en 50 Estados llama la atención la variedad de registros y formas y personas, y no sólo eso. En lo formal, la obra reúne trece poetas norteamericanos contemporáneos de Estados Unidos –eso se lee en la portada– nacidos entre 1975 y 1995. Cada muestra de poemas va acompañada de una entrevista que va armando hilo a hilo una “novela tenue”: ideas acerca de qué es la poesía, cómo se escribe un poema, tendencias, influencias, métrica sí, métrica no, verso libre como forma, exparejas de poetas, críticas a las maestrías de escritura creativa; chismes del ambiente; rima o no rima; cánones que se cruzan, se confrontan, se cuestionan, se oponen, se celebran; gustos musicales y su influencia en la escritura. Zaidenwerg dialoga con sus alter egos y entrega con generosidad sus reflexiones acerca de la poesía que ha leído, que lo convoca, que cuestiona, que lo interpela o no lo interpela en absoluto, que lee, y que ahora escribe.
Transformado en una especie de Robinson gregario, el poeta se permite una polifonía que amplía y, en varios casos, se despega de algunos recursos formales, fuertes en su obra anterior, y nos hace llegar poemas que “dejan ver” las experiencias vitales de la década en que se hizo adulto –“muertes, separaciones, la política; pasiones duraderas o fugaces”–, traducidas entre dos lugares de residencia, entre dos lenguas, ocupando ese tercer lugar donde estar, al que aludí al comienzo. ¿Acaso escribir un poema no consiste, parafraseando a Tsvietáieva, en traducir sentimientos, pensamientos, imágenes, experiencias, darles palabra?
El poeta da aquí un paso más: valiéndose de nombres propios, apropiándose de sus propias lecturas, le otorga al yo poético un lugar de anclaje más cercano –aunque encubierto–, y construye su autoficción amarrado, esta vez, a la forma libro: 13 Poetas contemporáneos… Selección, traducción… como un intento más de “alguna cosa en mí que brille más / allá de mí…”. En ese juego, de este libro-artefacto, el yo de los poemas se ilumina como visto a través de un prisma: “Ahora me ves, ahora no me ves”. De lo biográfico: huellas borrosas, retazos deshilachados, puntos de fuga que le facilitan no sólo la creación de sus poemas ficcionales, sino también la creación de sus autores e historias. Fundidos esos elementos, que como en un nudo borromeo se entrelazan y se superponen, crean al propio poeta como autor.
Como buen ventrílocuo de sí mismo, Zaidenwerg gesticula trece voces entre mujeres y varones, que se alternan y se complementan como el ying y el yang, y labra un “mapa de [sus] estados de conciencia y de ánimo”, con esa distancia que permite la autoficción. El libro culmina con un extenso poema donde reflexiona y cuestiona la idea de masculinidad, y se hace cargo.
Es interesante leer la serie de poemas atendiendo a la inquietud que Zaidenwerg sugiere en el prólogo: su fantasía de cómo sería Estados Unidos, más precisamente, cuáles serían sus poéticas, qué y cómo escriben los poetas de su generación o cercana, más o menos jóvenes según fueron pasando los años, y descubrir las trece maneras en que el autor ve esas poéticas, las interpreta, las escribe, nos da sus versiones.
¿Y qué fue primero el huevo o la gallina, la versión en castellano o la versión en inglés? ¿Por qué razón, si no, la editorial Bajo la Luna cataloga este libro de poemas en el rubro “novela”?
Por otro lado, 50 Estados es un libro que pone a prueba y en jaque la agudeza del lector: ¿Cómo leemos? En alguna entrevista leí que Zaidenwerg entiende la poesía como una producción colectiva y no individual, leemos poemas, no poetas. Más precisamente, en el prólogo afirma: “…lo que llamamos poesía es una interminable creación conjunta, un mosaico de poemas más que una galería de poetas”. Y además, nos confronta con nuestros prejuicios como lectores. ¿Preferimos la calidad garantizada de los poetas canónicos? ¿Celebramos por jóvenes la poesía de jóvenes? ¿Nos abalanzamos porque son autores extranjeros? ¿Perdemos el interés porque no los son o al contrario? ¿O nos dejamos llevar por nuestra propia intuición y sencillamente leemos poemas?
Comparto dos poemas del libro:
EL LAMENTO DE EVA
que todo es vanidad
y perseguir el viento lo supimos
enseguida: cada día veíamos
reflejada en el arroyo nuestra propia
imagen, y repetidas en el otro
rostro idénticas facciones; una brisa
nos refrescaba el cuerpo
a la mañana y por las noches nos brindaba
abrigo. El nuestro era el amor de dos
hermanos, salvo que en ese entonces no existía
lo que llaman familia: no teníamos padres,
y si teníamos, se habían ido de viaje, en unas
vacaciones eternas; de volver alguna vez
encontrarían todo igual que antes:
inmaculado el baño; los sillones sin manchas;
convenientemente ocultas las botellas
vacías. el deseo nunca nos estorbaba: no
por no desear, sino más bien porque deseábamos
sólo lo que teníamos. ¿y vos, por qué
deseaste de repente otra vanidad
y otro viento? ¿te aburría la textura
arenosa de la fruta, la persistencia
del conocimiento? que te fuiste,
se sabe. y se borró detrás de vos la puerta
que cruzaste. extrañabas el hambre. ¿ahora
comés, o elegiste ayunar? ¿algo te abriga?
¿alguien? yo, si querés saber, aún
vivo en el deslumbramiento de esta zona
sin puertas: el jardín que me dejaste.
EL HIJO ÚNICO
Lo veo chapotear en la pileta
de la infancia, luchando por no hundirse
con flotadores en los brazos flacos–
de vacaciones con su madre, miro
cómo lee de un tirón una novela
en la cama, con sus anteojos gruesos,
mientras afuera brilla el sol & todos
los demás chicos juegan en el patio–
podría imaginármelo recluido
en su cuarto, escapando de la furia
de la madrastra joven– o en la escuela,
comprimiendo la panza en un intento
frustrado por atarse los cordones –
lo contemplo aturdido en la cocina
mientras, en algún lado, carretea
el avión que está a punto de llevarse
para siempre a su padre – lo descubro
precoz, temblando junto al río, mientras
aprende en medio de la noche helada
una gimnasia nueva en otro cuerpo–
vuelvo a encontrarlo sobre el pasto húmedo,
bajo la bruma blanda de las drogas,
borracho, parloteando sin parar,
fumando un cigarrillo tras de otro
con un único amigo – lo sorprendo
atormentado por el sexo, a solas
frente al amor & su atavismo, lúcido
en ser ingenuo sin saberlo – miro
cómo se abren sus músculos & crece
la flor de su estatura – cómo, mientras
se va cubriendo de deseo ajeno,
lo quema como un rayo silencioso
el suyo propio – en la universidad,
lo veo con la mano levantada
hacer una pregunta inconveniente–
lo miro convertirse, en poco tiempo,
en un novio serial, en el marido
más probable– lo encuentro con los ojos
abiertos, en la noche conyugal,
mirando las esquirlas de la luz
que pasan a través de la persiana
entrecerrada & flotan por el techo;
lo veo suspendido por el aire
en su asiento asignado, sin poder
dormir, con el estómago revuelto
por su futura decisión, & un vaso
de plástico en la mano – lo descubro
solo otra vez, perdido entre la música,
con los dientes cubiertos de cemento,
intentando aprender cómo se vive
de un fogonazo cegador a otro–
observo cómo flota entre lo frágil,
de espaldas, mansamente– lo contemplo
recluido en sí mismo, encaramado
al borde de su propia juventud.
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POESÍA REUNIDA de Rubén Jacob
(Ediciones Universidad de Valparaíso, 2017)
por Diego Alfaro Palma
Uno de mis primeros y últimos encuentros con Rubén Jacob, ocurrió luego de que hubiera presentado su libro Granjerías infames, del que nadie –quizás sólo él- sabía era su bajada de telón. En esa oportunidad se encontraban todos o gran parte de los poetas de Valparaíso, la mayoría de ellos admiradores de su obra, una de las más secretas del territorio nacional, pero reconocida y celebrada por nombres como Juan Luis Martínez, Gonzalo Rojas y el director Raúl Ruiz. En esa oportunidad conversamos sobre la foto de la portada, el portón de una casona a un costado de la plaza de San Francisco de Limache. Ahí él aprovechó la oportunidad para contarme que su infancia la había pasado en esos lares, no precisamente en esa imagen, sino a unas cuadras más allá, en un lugar aún rastreable en la frondosa Avenida Urmeneta. “Paredes desconchadas / En la cercana finca de mis padres / No hay rastros Nada se oye”, dice en un poema, para en otro afirmar categóricamente: “Por eso ya no iré más a la estación ferroviaria / De San Francisco de Limache / En esa inolvidable construcción antigua / Las vigas de roble y las vías están podridas / Ya no corren los trenes / Trepidando en la creciente oscuridad”. Ambos fragmentos pertenecen a The Boston Evening Transcript, considerado como uno de los libros fundamentales de su acotada producción de tan sólo 3 libros, y que forma parte de su Poesía completa, actualmente publicada por la Universidad de Valparaíso. ¿Una recuperación? ¿La vuelta de un poeta envuelto por la niebla? Más que nada el resultado de algo que él mismo avizoró: el camino silencioso que hacen los libros.
Pero ¿qué era ese portón que me indicaba Jacob? Y ¿ese pueblo, era el mismo que yo imaginaba, con su avenida poblada de hojas en los otoños? Seguramente no, porque Jacob fue esencialmente un poeta de la duplicidad; sus exploraciones –siguiendo su lógica- lo llevarían a pensar que ese portón era la entrada a la infancia y a la búsqueda de los amigos desaparecidos, y esa calle, seguramente, sería el tiempo, en constante flujo. No es menor mencionar una anécdota a este respecto: el día de su funeral un vecino suyo se acercó al estrado y dio gracias a Rubén por haberse dedicado a reparar con ahínco una de las calles de la ciudad de Quilpué. ¿Era que Jacob hizo las mociones, como un buen ciudadano, de reparar el asfalto, o realmente detrás de esa empresa había una continuación de sus preocupaciones poéticas? Si la calle era el tiempo, como repite el verso en su primer libro, no sería errado pensar que la poesía de Jacob era una reparación de la historia y, por lo tanto, de la memoria de un territorio.
En sí la escritura de Jacob se articula por una suma de elementos dispares, que van desde la alta cultura al pop, de personajes de novelas a jugadores de los mundiales de fútbol, reflexiones contundentes y sólidas sobre la finitud y el espacio, y de variaciones en torno a un tema en expansión, un trabajo de soldar en una sola cadencia una serie de imágenes que se suceden unas a otras, como en La prosa del Transiberiano de Blaise Cendrars o La tierra baldía de T.S. Eliot, pero con un grado de intuición que logra rebasar emocionalmente al poema. Porque estoy seguro que más allá de su laboriosidad, existía en su procedimiento una búsqueda, de buzo, en las zonas abisales del inconsciente y del sueño, lo que hace que sus poemas estén forjados con un material noble, que rompe cualquier tensión por racionalizar totalmente la escritura: en sí ese buzo necesita de los implementos para zambullirse, pero una vez abajo, el mar no se muestra claro y se trabaja tanteando para llegar al fondo arenoso.
The Boston Evening Trascript de 1993, es un proyecto que congrega a los perdedores, a los soldados muertos, a herejes y anarquistas, a las mujeres de la revolución, a “todos los muertos de las guerras sucias”, pero también a los obreros del milagro (la selección de futbol de Uruguay de 1950) y a su vez a los bebedores de vinos, a los actuarios y relojeros de Valparaíso, a los “industriales que fabrican aerosoles / y envases de plástico”. Proyecto que nace de la reescritura del poema T.S. Eliot del mismo nombre y que aparece en su primera obra, La canción de amor de J.A. Prufrock. Asimismo, su coda, es una reescritura de El Aleph de Jorge Luis Borges en donde indaga en esa imposibilidad de ver distintas partes del mundo a un mismo tiempo y en donde el lenguaje no llega a materializarse en una forma similar: lograr la simultaneidad. Es por esto que quizás este libro llamó tanto la atención de Juan Luis Martínez, autor de La nueva novela, quien además de ser su amigo, lo impulsó a finalizarlo. Martínez no alcanzaría a ver la edición realizada por Marcelo Novoa de este, pero entendió que el trabajo de Jacob era similar a las novelas de collages de Max Ernst, que a él tanto le gustaban, es decir, la creación de un collage panorámico, pero que en la lírica enumerativa de Jacob lograba mostrar las fracturas históricas y discursivas de la modernidad, reunir en una serie de variaciones el fracaso humano, el uso de la técnica para la destrucción: vidas tronchadas, proyectos inconclusos, la devastación de la naturaleza y la falsificación del amor. No por nada el órgano que más se nombra en este libro es el del corazón, contraído del dolor y a la vez ensanchado por la reunión tan insólita de ficciones en una misma calle.
Quizás uno de los poemas claves de esta serie es el número XVI que parte enumerando una serie de batallas sangrientas, como los desembarcos de Dieppe y de Anzio de la Segunda Guerra Mundial, la defensa de Leningrado o la batalla de La Concepción en la Guerra del Pacífico. Ahí Jacob lanza como si tuviera un arpón en la mano estás preguntas:
¿Qué voy a hacer ahora? ¿Qué voy a hacer?
¿Qué vamos a hacer mañana?
¿Qué vamos a hacer jamás?
¿Qué fue de tantos combatientes?
¿De qué sirvió su sacrificio?
¿Dónde está la vida que hemos perdido viviendo?
Todas estas nos golpean la cara, como si visitáramos el mar en un día de tormenta. Los románticos –que también sabían de tormentas- entendían que la revolución era un paso para la interrupción del tiempo histórico. La pregunta de Lenin por qué hacer retumba acá como una cuestión antropológica, a la vez que se la sitúa frente al resultado de las avanzadas bélicas, del desgaste. Jacob no juzga, mantiene la contradicción, genera la ironía y nos deja frente a las olas tratando de resolver la cuestión: dónde está la vida que perdimos viviendo. Este es quizás uno de los poemas más imponentes de su producción, y creo que además es un poema que interpela a nuestro tiempo con una severidad difícil de encontrar, no por nada la recepción de este libro, aunque mínima, logró recalcar la dureza de sus versos:
Siempre hemos estado prisioneros
En este erial de asombro vagando nómadas
Desde las dehesas del invierno
A las dehesas del verano
Habiendo publicado el Boston a los 54 años, a los 57 Jacob vuelve con otro proyecto inédito en la poesía chilena. Se trata de Llave de sol, cuya primera edición apareció en Viña del Mar por el sello Altazor. Para esa altura la figura de Jacob había comenzado a emerger de manera muy silenciosa entre los poetas jóvenes que rastreaban en él una propuesta completamente fuera de contexto y ajena al mundillo literario. Diez años después, rastrear cualquiera de estas ediciones se había convertido en una acto semejante al buceo histórico de Jacob, el Boston y Llave de Sol habían hecho su propio camino y no pasó mucho tiempo para que escritores como Marcelo Pellegrini (quien en Poesía completa articula el prólogo), Ismael Gavilán, Gonzalo Gálvez, Jorge Polanco o Eduardo Jeria, entablaran una serie de revisiones y homenajes a su obra: dossiers dedicados a su obra, entrevistas y lecturas.
Existe un poema de Llave de sol que creo que muestra en gran medida esa actitud de Jacob, desinteresada, más dada a la contemplación y a la escucha. Se trata de “Andante”, que ronda alrededor de la sonata de Vinteuil. Al personaje de esta narración le gustaría escucharla interpretada por un conjunto de cámara, sentado en un hotel en frente del mar, “bebiendo impetuosamente”, hasta “que allí permaneciese demudado / en las horas desnudas y cruentas / mientras los garzones apagan las luminarias”, quieto y sosegado, escuchando “el estallido de la bajamar / antes de marcharme”. Y Llave de sol es un poco de esto, un exploración en la música de un corazón en descanso luego de la batalla, un repaso personal a esas experiencias de escucha, relacionadas a una geografía mental y también a una pausa –en estos tiempos- que sólo puede venir de la evocación al sonido.
La edición de Poesía completa cierra con su último libro Granjerías infames, una carta alucinante de Jacob respondiendo a los problemas lógicos y lingüísticos de La Nueva Novela de Juan Luis Martínez, una entrevista muy completa realizada por Alejandro Jeria y un epílogo biográfico escrito por Jorge Polanco. Granjerías está escrito en un tono de despedida, es un pañuelo al viento agitado con una sonrisa en el rostro y un peso en la memoria: el adiós es a las calles, amores, militantes de la idea y de la letra, a los hermanos, mientras la oscuridad avanza:
Y el mar seguirá estallando
Y los hundidos malecones
Se igualarán entonces
Como desde siempre
El día y la noche
Y otra vez nos serviremos el desayuno
Con tostadas eternamente.
Sólo queda para el lector ahondar en este territorio submarino de Rubén Jacob, en una edición que hace justicia y que muestra el trabajo quitado de ruido de un notario y de un poeta: una misma persona en una misma oficina. Seguramente el otro homenaje a su obra está en todos los que lo leyeron y compartieron y descubrieron en ella una casa, con un enorme portón oxidado desde la cual observar la historia de las diagonales y bulevares, de los hombres y mujeres que pasaron por ellas, sus lecturas y sonatas favoritas, sus arrojos, temores e infancias, para preguntarle desde ahí: “¿cómo has tardado tanto en tu venida o / de qué playas remotas vienes?”.
Comparto dos poemas del libro:
I
Los habitantes de la ciudad susurran
Como el agua que cruje bajo el césped
Ya cercana la madrugada
Después del regadío
Cuando se nos viene encima todo el atardecer
Y en las calles humosas
Las mujeres solitarias se pegan a las fachadas
Y se aterran o enloquecen cuando eso ocurre
Cuando la sulfurosa noche que llega
Provoca en algunos el deseo de existir
Y en otros trae la desazón o la muerte
Voy hasta ese lugar escondido
Y me acerco al abandonado inmueble
Donde presiono el timbre pensando esperanzadamente
En estrechar una mano conocida y querida
Como si en la entrada de la casa
En el domicilio nuestro de tantos años
Estuviese mirándome mi padre
Para hablarme otra vez
Desde el fondo de la casa
Y la casa fuera el tiempo y él y mi madre
Estuviesen allí en esa casa
Y mi padre fuera el tiempo
Y se acercara hasta mí
Y después me dijera en voz baja
Hijo mío aquí te traigo el Boston
Con el suplemento literario dominical
Luego de leerlo hablaremos
Yo creo que te amé ¿Qué nos pasó?
¿Por qué nuestro desencuentro? Y allí
Al final de la calle me quedo en silencio
Esperando bajo los árboles temblorosos
Que se desencadene la tempestad
Para regresar a todo caminando
A grandes pasos
Envuelto en mi bufanda de lana
En el inicio del invierno
EQUINOCCIO
Es el primer día del otoño
El sol en el verano avanzó hacia el Sur
Y ahora se devuelve hacia el Norte
Una vez más
Entretanto sobre nosotros
Galopan el viento y el tiempo
Ya finalizó la noche más breve
El solsticio de verano
Y ya el sol no puede descender más
Hacia el Sur
¿Cuándo tendrá entonces
La noche más larga?
Ella vendrá sin duda
En el punto culminante del invierno
En el solsticio de invierno
Pero finalmemte el equinoccio de otoño
Como el de la primavera
Igualarán la noche y el día
¿Habrá cielos despejados en
Nuestras vidas?
¿Cuándo ocurrirá el fin del mundo?
Porque no hay señales
Donde la segunda venida de Cristo
Todas las cadenas y leyendas
Son falsas
Ni cielo nuevo ni tierra nueva
Mentiras son el templo del pueblo
Y la gran tribulación
El tercer secreto de Fátima
No reveló nada
Solamente lo mismo de siempre
Parejas haciendo el amor
Y trenes trepidando
Sobre los viaductos de hierro
Todo indica que así será
Y que el equinoccio de primavera
Y el equinoccio de otoño
Los cambios atmosféricos y las estaciones
Continuarán sobreviniendo
Y que el sol en el estío
Irá hacia el Sur
Y luego retornará al Norte
Y galoparán el viento y el tiempo
Permanecerán allí las estrellas
Y planetas y una vez más
Acabará la noche más fugaz
El solsticio del verano
Y en el centro mismo del invierno
Advendrá una vez más
El solsticio de invierno
Y el mar seguirá estallando
Contra las escolleras
Y los hundidos malecones
Se igualarán entonces
Como desde siempre
El día y la noche
Y otra vez nos serviremos el desayuno
Con tostadas eternamente.
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CUATRO POETAS ESLOVENOS
(Josip Murn: Romance primaveral. Anton Askerc: Baladas y Romances. Srecko Kosovel: La risa del Rey del Dadá. Karel Destonvik-Kajuh: La canción eslovena. Todos ellos editados por la Editorial A pasitos del fin de este mundo en la colección “Biblioteca eslovena”)
por Alan Emilio Ojeda
Si consideramos únicamente su aparición como república independiente en 1991, luego de la división de Yugoslavia, Eslovenia puede ser considerada una nación joven. Sin embargo, sus voces son más antiguas. La nación de la voz es más intensa, extensa y antigua. Como los judíos, la experiencia vital de los eslovenos, entre conquistas y guerras, ha cifrado la patria en la lengua. Dentro de la raza eslava, el pueblo esloveno ha preservado su existencia particular gracias a la palabra, y a su trabajo poético. El mejor testimonio de ese trabajo es el hecho de que en la plaza principal Ljubjana, capital de Eslovenia, en lugar de encontrar un monumento con un hombre a caballo levantando su espada, veamos la de un hombre parado, con un libro en mano. Es un poeta, se llama Preseren y la plaza lleva su nombre. Pero ese no es el único caso. La ciudad recuerda a sus poetas, gracias a los cuales la idea de una nación eslovena no desaparecido a lo largo de los siglos. Incluso, podríamos sostener una hipótesis más descabellada: es tan fuerte la nación de la lengua que, hasta su independencia en 1991, Eslovenia nunca había percibido la dependencia política de otras naciones como un obstáculo para la experimentación del “ser nacional”.
En argentina la idea de “poesía eslava” remite directamente, incluso en el ámbito académico, a la poesía rusa: Pushkin, Tsvietáieva, Mandelstam, Bely, Ajmátova y un sinfín de nombres casi sacros. Sin embargo, la tradición de la poesía eslava es más vasta, y resuena de manera igual de intensa en el resto de las naciones que la componen. Es por eso que la aparición de la Biblioteca Eslovena gracias a la editorial independiente A pasitos del fin de este mundo implica un aporte más que importante a la diversidad y a la profundización del conocimiento de esas otras voces. Los traductores Pablo Arraigada y Julia Sarachu presentan en nuestra lengua a cuatro autores fundamentales para entender la tradición poética eslovena de comienzos siglo XX: Josip Murn, Srecko Kosovel y Karel Destovnik-Kajuh en edición bilingüe, y a Anton Askerc.
ROMANCE PRIMAVERAL, DE JOSIP MURN
El poemario de Murn se construye sobre la tradición bucólica. Todos sus poemas son odas y cantos a la naturaleza, y al vínculo primigenio del esloveno con su entorno rural. Como en la mitología, los poemas de Murn están plagados de fuerzas naturales. El paisaje no es algo que está en el fondo ni el marco donde suceden las cosa, sino el lugar donde la vida se desarrolla plenamente. La naturaleza es, para Murn, el actor principal, es la madre Patria que les da alimento, sombra y agua.
De esta manera Romance primaveral trabaja de manera insistente con esta relación íntima que poseyeron, hasta comienzos del siglo XX, los eslovenos con su tierra. Lejos están el trabajo doloroso, la angustia y el sufrimiento. Sus poemas, cercanos a la tradición de los poemas y leyendas de origen celta de la poesía irlandesa y escocesa, delinean la semblanza de un paraíso terrenal y una naturaleza mágica. Todo su trabajo parece estar atravesado por la intensión de pintar una nación que excede los simples límites geográficos, y que está compuesta por la composición armónica entre la lengua, el trabajo y la tierra.
ROMANCE PRIMAVERAL
Abran las ventanas, abran las puertas,
por delante cabalga el caballero Jorge,
San Jorge en su caballo,
su bello caballo,
¡San Jorge, danos misericordia!
San Jorge es un gran santo,
venció a la serpiente este divino guerrero,
fue esta serpiente: invierno-dragón;
manchas de sangre,
manchas de dragón,
echa botones ya en la floresta.
Abran las ventanas, abran las puertas,
en ella golpea el caballero San Jorge,
San Jorge en tal bellas vestimentas,
mecido en esas bellas vestimentas
hace unos bellos días.
Todos estos días,
los días de Jorge,
en la tierra son ahora.
San Jorge no es sólo el mayo floral,
San Jorge es divina libertad
y vida y fuerza y naturaleza,
y sólo oscuridad fue el dragón invernal…
San Jorge, cuando el sol en ella mira,
San Jorge a través de la ventana nos mira
ábranle todo de par en par.
Y el santo San Jorge
alegre a través de la puerta
¡A nosotros ven de vuelta!
BALADAS Y ROMANCES, DE ANTON ASKERC
Askerc es el más longevo de los poetas de la colección. Su paso por la iglesia -de la que participó durante 20 años como sacerdote-, su posterior ruptura con el clericalismo, su acercamiento al budismo, y su interés por la unificación del sector oeste de los Balcanes, confluyen en una poesía ecléctica, con una perspectiva histórica que indaga en la historia del territorio, reconstruyendo los mitos hasta remontarse al origen de la posibilidad enmancipatoria: El Antiguo derecho o Stara pravda.
Stara pravda es la esencia misma de la relación de los habitantes de los Balcanes (en este caso eslovenos y croatas). Askerc realiza una operación de reactualización de tópicos históricos, como el derecho a la tierra, para cimentar la construcción de la independencia, la unificación y los derechos inalienables de su pueblo. Es por esta razón que gran parte de sus poemas se enfocan en la idea del trabajo de la tierra como constituyente esencial de “lo nacional” y la raza.
ESCUCHÁ, EL VIENTO SOPLA FURIOSO…
Escuchá, el viento sopla furioso
por la llanura florida de la tierra extranjera…
Esto no es una tormenta, no son ráfagas de viento-
¡ésta es la voz de las almas intranquilas!
Son las voces de los antepasados,
son los espíritus de los antepasados…
Suspiran y lloran,
por valle y montaña esto derraman:
“Ahí donde quiera que brilla el sol,
nuestro pueblo en otros tiempo habitó.
Ahora por ahí el extranjero se extiende,
con soberbia se jacta frente a nosotros.
Hemos sido demasiado blandos
porque les entregamos la tierra…
Entonces nuestro déspota
bajo el yugo doblegó nuestra nuca…”
LA RISA DEL REY DEL DADÁ, DE SRECKO KOSOVEL
El poemario de Kosovel es, sin duda, el más vanguardista y experimental de la colección. Su preocupación se enfoca principalmente en la tensión entre la “humanidad” y el desarrollo de la técnica. Influenciado por movimientos como el futurismo, el constructivismo y el impresionismo, Kosovel amplía los límites de la poesía de su época, vinculando a la poesía eslovena con el resto de la poesía europea moderna. Esta relación problemática entre el progreso y la pérdida de “la humanidad”, introduce al poeta esloveno en el stimmung de la época.
La risa del Rey del Dadá es el testimonio de la búsqueda de un autor por modernizar la literatura eslovena en lengua y forma. La “crisis del verso” heredada por los poetas de fines del siglo XIX y que terminó detonando en el proceso de experimentación poética de las vanguardias a comienzos del siglo XX es la base del proyecto de Kosovel, que se siente en la obligación de renovar el lenguaje y la forma. Su compromiso con esta nueva experiencia del mundo que implica el nuevo siglo puede observarse no sólo en la evolución de su poesía a lo largo de los años, sino también en su interés por la exploración con la técnica y las tipografías. Sin embargo, lo suyo no es una entrega plena al espíritu de la época. Hay, en los poemas de Kosovel, una actitud nostálgica. Más allá de la exploración poética (o más acá) encontramos el deseo de una visión adánica, un contacto con la “ley natural”, y una experiencia de tabula rasa que permita a los hombres volver a ver al mundo tal y como es.
LA EVACUACIÓN DEL ESPÍRITU
El espíritu en el espacio.
Un incendio tormentoso carcome la ciudad.
El espíritu arde en el espacio.
Difunde una luz mágica.
Ventanas verdes de un tren expreso
iluminando en el viaducto.
Yo mismo ardo y brillo;
se engaña al sentir sólo la electricidad
de mi luz, no ven el alba.
Pero todos tiemblan como yo,
como la embriaguez de la muerte.
Y no saben qué es el temblor
de las alas que quieren extenderse,
arder como fuego dorado en la noche.
E insultan a los policías del sol
que duermen de noche
como pequeñoburgueses.
Y toda la gente duerme de noche
y no siente las revelaciones mágicas
que brillan en mi hacia afuera.
La gente es la evacuación del espíritu.
Una anomalía psicológica.
LA CANCIÓN ESLOVENA, DE DAREL DESTOVNIK-KAJUH
El poemario de Kajuh se encuentra entre la épica de la guerra, la consciencia de una lucha comunal y la esperanza de escapar, en algún momento, de la sangre de la batalla y vivir en armonía. Sin embargo, esas emociones se corresponden. Sólo la victoria de la lucha contra el fascismo puede asegurar la paz y la vida armónica. Sus poemas están atravesados por el deseo de una construcción colectiva (“y la humanidad/ es un roble,/ que al hombre/ hace crecer”), es por esa razón que a lo largo del poemario nos encontraremos con varias voces, no sólo la de su experiencia como partisano, sino la de los modos de existencia más emblemáticos de la comunidad eslovena: el paisaje, las montañas, los campesinos labradores, el campo. No es sólo él quien habla. Su voz es parte de una enunciación colectiva. Presta su vos al labrador, al rehén, al combatiente en el fragor de la lucha, al herido y al sufriente. Kajuh construye “La canción eslovena” como un coro.
En los poemas se observa como la derrota ante el fascismo será la aniquilación de todos los valores de la comunidad, por lo que muchas veces al leerlos encontramos una reminiscencia de la elegía. Hay algo que puede perderse o que se está perdiendo. La esperanza se superpone con la realidad de la lucha armada y de la presencia diaria de la muerte y el dolor.
VEINTICINCO
Veinticinco nos encontramos aquí encerrados,
veinticinco mejillas hundidas,
veinticinco corazones de hombres,
cincuenta ojos helados.
De la boca, la frente y los dedos nos brota la sangre
como perros la policía nos golpea,
y quien no es como un perro entregado,
sabés, para esos son las bartolinas,
hormigón duro y sin frazada,
morís de hambre y de sed,
por el cuerpo se arrastran los insectos…
Pensamientos, cansados se arrastran hacia adentro de nosotros.
Lejos arrojemos los pensamientos cansados –
no hay muerte sin vida,
ni libertad sin sufrimiento,
todo esto pasará como un rio turbio.
Si la ropa es demasiado apretada, muy lejos la arrojás.
¡Un hombre, un hombre nuevo se levantará del hombre!