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Una nota sobre Elizabeth Bishop: “Correspondencias”

por Nahuel Lardies

 

El poema de Bishop que quiero comentar brevemente se llama “The Bight”, en mi traducción “La Bahía”. Pertenece a su libro A cold spring (Una fría primavera); el conjunto de poemas que lo constituyen se editó a la manera de coda, junto a la reedición de su primer libro, Norte & Sur, para la editorial Houghton Mifflin, el 14 de julio de 1955. En 1956 le fue otorgado el Pulitzer. Bishop estaba en Brasil. Un periodista del diario O Globo me aullaba en el teléfono, le escribe Bishop a Lowell el 7 de junio de 1956, y yo seguía respondiéndole con las maneras frías de Nueva Inglaterra, gracias, muchas pero muchas gracias, y el volvía a ladrarme “pero Doña Elizabeth, ¿acaso usted no entiende, o prémio Pulitzer?”.

        Respecto al libro, Ashbery se sintió desilusionado en relación al logro y al impacto que le produjo Norte & Sur. ¿Por qué puede haberle hecho dudar sobre el rumbo de Bishop la factura de estos poemas? Varios parecían contentarse, dice Ashbery, con exponer una imagen. Y esas imágenes eran maravillosas, afirma, pero no lograba crear lazos que además de seducir al ojo y al oído conquistasen la mente.

        Un poeta siempre lee, al escribir un ensayo, al comentar a un colega, no lo que le gusta, sino las cartografías de lo que está por descubrir en su escritura. Hay que estar ahí, recibir en bruto lo recién producido. La sanción del tiempo aquieta el juicio y confunde, te pone tibio. Uno se ve obligado todo el tiempo a estudiar para desconsagrar. Leer de nuevo para orientarse.

        Más modesto y ecuánime es el juicio de su corresponsal y amiga, Anne Stevenson, quien lee en A cold spring el desplazamiento desde paisajes mentales más alegóricos a una mayor literalidad, a geografías más personales. Dice Stevenson que estas meditaciones asombrosamente logradas de hecho apuntan un espejo hacia la naturaleza (¿la Nature?), si bien la mente que especula y reflexiona a partir de ellos desea también que los paisajes la reflejen. ¿Y qué otra cosa sino es “La Bahía”?:

       

        LA BAHÍA

        [En mi cumpleaños]

        ¡Qué transparente es el agua con la marea baja!
        Blancas costillas de marga desgastada asoman y relucen;
        los barcos están secos, y los pilotes secos como fósforos.
        Más absorbente que absorbida, el agua
        de la bahía no humedece nada,
        tiene el color del fuego con la hornalla al mínimo.
        Una la puede oler evaporarse; si fuese Baudelaire,
        una podría escuchar cómo va transformándose en música de marimba.
        La pequeña draga ocre en las obras del final del muelle
        ya hace sonar los claves de manera perfecta en débiles acentos secos.
        Los pájaros que sobrevuelan, inmensos. Me parece que
        los pelícanos chocan de manera
        innecesariamente abrupta contra este vapor tan peculiar,
        como picas, saliendo a superficie
        muy raras veces con algo que amerite la atención
        y yéndose, con gracia, a los codazos.
        Blancos y negros, pájaros guerreros planean
        sobre corrientes impalpables
        y abren sus colas en las curvas como tijeras
        o las tensionan como espoletas hasta el temblor.
        Botes desaliñados continúan entrando
        con su aire servicial de perros de caza,
        erizados con anzuelos y garfios
        y una ornamentación de esponjas como pompones.
        Hay un cerco de alambre a lo largo del muelle
        donde, reluciendo como pequeñas rejas de arado,
        las colas gris azul de tiburones cuelgan hasta secarse
        para el negocio del Restaurant Chino.
        Algunos de los blancos botecitos siguen amontonados
        el uno contra el otro, o yacen de costado en cúmulos,
        aún no rescatados (si es que alguien alguna vez lo hará) de la última tormenta,
        como cartas rasgadas al abrirlas, que nunca respondimos.
        La bahía está contaminada con antiguas correspondencias.
        Click. Click. La draga sigue,
        y saca una mandíbula llena de marga.
        Toda la desprolija actividad continúa,
        horrible pero alegre. [1]

       

        En principio hay dos cosas que están superpuestas y son las poleas de esta lectura. El poema está, sino dedicado a sí misma, escrito en su cumpleaños. Esa indicación me lleva de inmediato a pensar en una suerte de mini-song of myself. Y por ahí va la cosa. Ahora bien, si lo que el poema celebra es un natalicio, lo que confirma es una sensibilidad, y la modestia de Bishop, que no se caracteriza por su exhibicionismo, se recorta sobre otro poeta y su procedimiento, me refiero, y el lector a esta altura lo deduce, a Charles Baudelaire, cuyo procedimiento (en este subrayado) es la sinestesia, expuesta de manera programática en la segunda cuarteta de su soneto “Correspondances”. Hay que matizar un poco esto. Este poema comenta y encarna las libertades que abre el celebérrimo soneto “Correspondencias”.

        Estamos ante un paisaje de trabajo, árido. ¿Un escritorio? Las máquinas escarban unos acantilados y/o algunas formaciones rocosas (de ahí la marga, una roca sedimentaria compuesta de calcita y arcilla) y dejan expuestas “sus costillas”. El sustrato mineral, la osamenta. Minerales para la tierra, huesos para el cuerpo, estructura para los poemas. Los botecitos van a poblar la zona. Luego ese primer enunciado perturbador, el agua que es absorbida en vez de absorber (y acá Bishop juega con una propiedad de la marga, que es la de ser impermeable como sedimento al efecto del agua; piénsese en una vasija de arcilla). Entonces aparece una apreciación sobre el color del agua que da vuelta el eje de la representación, el transporte de los sentidos. El agua, la marea baja, se asemeja para la poeta (recordemos que está celebrando su sensibilidad) a una hornalla al mínimo, o a la llama azul de la estufa en piloto, por dar otro ejemplo simpatético. ¿Lo esperábamos, a esto, a este giro? No. Y del registro visual, del color y la analogía –podríamos decir que Bishop, a esta altura del poema, se mueve aún en el paralelismo de las correspondencias– pasamos al olfato. Una puede olerla volviéndose gas. Si nos acercamos a la hornalla y escuchamos, cómo la tapita de acero vibra casi de manera imperceptible mientras la llama vela con su brillo azul el canal desde el que emerge, podríamos, me resulta obvio ahora, escuchar, por supuesto, sin ser ni Baudelaire ni Bishop, música de marimba. Es un estado de atención, de evocación de, como apuntó Leo Bersani en su comentario a “Correspondances”, ciertos estímulos (no ya de una experiencia sensorial con otra) que tienen la capacidad de transportar los sentidos más allá de sí mismos. Ya no nos recuerdan nada preciso; se expanden y transportan, convirtiéndose en sus efectos sobre los sentidos. De la marimba, por supuesto, pasamos a otro timbre, al off-beat del clave que no es sino la música que hace la draga al trabajar. Escuchen un clave, ese sonido finísimo de un metal etéreo… Luego, para no ser menos que el albatros baudeleriano, se pasa al pelícano y a su grupo, que en vez tener problemas para caminar por la tierra con sus alas de gigante, se divierte a los codazos con sus colegas. Nos podríamos divertir un rato con las maneras en que un determinado animal se vuelva emblema del poeta, en una dimensión que opera con la imaginación alegórica. Y el pelícano es todo un blasón. Que se arranca pedazos de sí mismo para alimentar a sus hijos, que en el bestiario cristiano es figura de Cristo… hay mucho para comentar al respecto. Por ahora solo lo señalo.

        En una carta extensa a Lowell del 15 de enero de 1948, enviada desde Key West, Florida, aparece un boceto de algunos momentos del poema. Escribe Bishop que “el agua se asemeja al gas azul –el muelle es siempre caótico, por acá, botecitos maltrechos parecen haber quedado astillados y a la intemperie después del huracán. Me recuerda un poco a mi escritorio”. Hablé de sensibilidad. Quizá suene esotérico querer traducir algo como la “sensibilidad”. Pero vaya un esquema sencillo para sentar las bases. Bishop, como sus contemporáneos más relevantes, por adscripción o por oposición, escriben y piensan la poesía en la estela de Eliot, sobre todo de su ensayo “La tradición y el talento individual”. Eliot habla de una emoción estructural y de sentimientos flotantes, también de la disociación de la sensibilidad y del poeta como medio, es decir, como instrumento aglutinador. Lo que quiero señalar a los fines de esta nota, es que esa emoción estructural es el origen indecible del poema, supeditado al campo de la experiencia, cuya síntesis es lo que a la hora de decir algo respecto a los contenidos lo englobamos bajo la idea de un tema, un tópico, el material, “lo que quiero decir”. La emoción estructural es aquello que genera una necesidad, a partir de un núcleo de aglutinación, de un conjunto de cosas que se asocian en la mente del poeta, los “ecos confusos”. Los sentimientos flotantes son la textura mediante la que esa emoción se manifiesta: ante esto me siento así, a esto lo siento de esto modo, a esta hora el aire me parece que, la noche me pone “X”. En la etimología de la emoción está el movimiento, y ese sentimiento que surge y se deja llevar hacia el registro es un instante en que la sensibilidad es cristalizada en una observación, un color, un adjetivo, una metáfora. Corro el riesgo de instalar una dicotomía, pero todo comentario debe ser combustible, está escrito para ser consumido por el texto que comenta, por lo que puede ser (y debe serlo) olvidado al haber cumplido su papel indicador. Como el boceto es devorado por la composición mayor. Así, esos sentimientos flotantes, leyendo el término de Eliot, bien podrían ser las operaciones mentales, de percepción y sensación que el poema contiene y organiza; sus procedimientos, la metáfora, el símbolo, la analogía, en el orden de la retórica, y la sinestesia, como procedimiento y como estado de sensación son la signatura visible en la que ese origen, o para no ser tan mistificantes, esa instancia que empujó a escribir, se manifiesta. Después hay que ver qué hay detrás, o si el poema es un principio o un final. Acá Baudelaire, en la versión de Antonio Martínez Sarrión:

 

        CORRESPONDENCIAS

        La Creación [la Nature] es un templo donde vivos pilares
        Dejan surgir a veces unas voces oscuras;
        Allí los hombres pasan a través de espesuras
        De símbolos que observan con ojos familiares.

        Como confusos ecos que a lo lejos se ahogan
        En una tenebrosa y profunda unidad,
        Vasta como la noche, como la claridad,
        Perfumes y colores y sonidos dialogan.

        Y así hay perfumes frescos como recién nacidos,
        Verdes como los prados, dulces como el oboe,
        Y hay otros triunfadores, densos y corrompidos,

        Todos de una expansión infinita movidos,
        Como el Almizcle, el ámbar, el incienso, el aloe,
        Que cantan los transportes del alma y los sentidos. [2]

 

        Escribe Leo Bersani: “Así ‘Correspondances’ se presenta como un poema doctrinal (de ahí los incontables esfuerzos críticos realizados con miras a extraer la doctrina, a encontrar sus fuentes en la estética, la filosofía y la psicología del siglo XIX) pero la doctrina que el poema sustenta y traza vagamente tiene mucho menos que ver con el simbolismo latente en la Naturaleza que con una unidad metafórica dentro de la misma. En las dos estrofas centrales hay seis comparaciones cuyo enlace esa la palabra como. Pensamos que se trata (suscribo) de una puesta en escena estilística de esos ‘ecos’ de una semejanza distante que el poeta quiere que podamos oír en cada una de nuestras experiencias.”

 

 

[1] The bight // At low tide like this how sheer the water is./ White, crumbling ribs of marl protrude and glare/ and the boats are dry, the pilings dry as matches./ Absorbing, rather than being absorbed,/ the water in the bight doesn’t wet anything,/ the color of the gas flame turned as low as possible./ One can smell it turning to gas; if one were Baudelaire/ one could probably hear it turning to marimba music./ The little ocher dredge at work off the end of the dock/ already plays the dry perfectly off-beat claves./ The birds are outsize. Pelicans crash/ into this peculiar gas unnecessarily hard,/ it seems to me, like pickaxes,/ rarely coming up with anything to show for it,/ and going off with humorous elbowings./ Black-and-white man-of-war birds soar/ on impalpable drafts/ and open their tails like scissors on the curves/ or tense them like wishbones, till they tremble./ The frowsy sponge boats keep coming in/ with the obliging air of retrievers,/ bristling with jackstraw gaffs and hooks/ and decorated with bobbles of sponges./ There is a fence of chicken wire along the dock/ where, glinting like little plowshares,/ the blue-gray shark tails are hung up to dry/ for the Chinese-restaurant trade./ Some of the little white boats are still piled up/ against each other, or lie on their sides, stove in,/ and not yet salvaged, if they ever will be, from the last bad storm,/ like torn-open, unanswered letters./ The bight is littered with old correspondences./ Click. Click. Goes the dredge,/ and brings up a dripping jawful of marl./ All the untidy activity continues,/ awful but cheerful. 

[2] Correspondances // La Nature est un temple où de vivants piliers/ Laissent parfois sortir de confuses paroles;/ L’homme y passe à travers des forêts de symbols/ Qui l’observent avec des regards familiers.// Comme de longs échos qui de loin se confondent/ Dans une ténébreuse et profonde unité,/ Vaste comme la nuit et comme la clarté,/ Les parfums, les couleurs et les sons se répondent.// II est des parfums frais comme des chairs d’enfants,/ Doux comme les hautbois, verts comme les prairies,/ — Et d’autres, corrompus, riches et triomphants,// Ayant l’expansion des choses infinies,/ Comme l’ambre, le musc, le benjoin et l’encens,/ Qui chantent les transports de l’esprit et des sens.


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