Rimbaud – El frío hizo al poeta

Hace pocos meses fue publicado por la cordobesa Editorial Brujas dentro de la colección Fénix el libro In tristitia hilaris – Cuaderno de traducciones de Ricardo H. Herrera. Consiste en una introducción general sobre al arte de traducir poesía, intitulada “Las vacilaciones del traductor de poesía”, y después se van presentando los poetas y sus poemas traducidos, en orden de aparición –que es cronológico: Blake, Dickinson, Yeats, Stevens, Auden, Leopardi, Montale, Bertolucci, Merini. Muchas de estas secciones del libro fueron oportunamente publicadas por Hablar de Poesía. Reproducimos aquí la sección referida a Auden (mínimamente modificada, porque compartimos solo uno de los tres sonetos que Herrera traduce del libro Otro tiempo de Auden).

por Ricardo Herrera

 

En las consideraciones finales de su renombrado ensayo “Reflexiones sobre el vers libre” (1917), T. S. Eliot manifestaba sus dudas en relación con la supervivencia del soneto; decía “el verso rimado en estrofas no perderá su puesto. (…) En lo que atañe al soneto, ya no estoy tan seguro. (…) Sólo en una sociedad bien trabada y homogénea, donde hay muchos que trabajan en los mismos problemas, sólo en una sociedad como las que produjeron el coro griego, la lírica isabelina y las canciones de trovador, podría llegarse a la perfección en el desarrollo de esas estrofas”. A la luz de la perfección alcanzada por Auden en el soneto que aquí presento, publicado dos décadas después de emitido el dictamen eliotiano –esto es: en plena fragmentación y derrumbe de la sociedad europea de posguerra–, queda claro que el pronóstico de Eliot no se cumplió; tampoco el fundamento teórico de su vaticinio era correcto. La forma del soneto no nació en “una sociedad bien trabada y homogénea”, sino en la convulsionada Italia medieval, mosaico de ciudades-estado que guerreaban entre sí, tiempos tormentosos en los que el autor de la Divina Comedia alojaba en su “Infierno” a los papas de la época, entregándolos al infamante suplicio destinado a los sicarios. Por otra parte, el soneto tiene un origen popular, se derivó de la fusión de dos estrambotes o rispetti sicilianos, de ahí que sea considerada forma de ínfimo rango en la jerarquía de las formas que Dante establece en De vulgari eloquentia.

       Lo interesante de la aproximación de Auden a esta forma canónica radica en el uso que hace de ella, muy cercano al propósito para el que fue concebida en el medioevo: transmitir información de modo sintético. No le exige al soneto por lo tanto que sea expresión de lirismo puro, a la manera simbolista; no lo considera únicamente como una composición cerrada en sí misma, con un valor propio, sino como una invitación a la discusión, como una llamada al intercambio de ideas. Auden domina el soneto con la aguerrida soltura de los primitivos italianos, generando poesía intelectual de gran eficacia comunicativa, sorprendente síntesis de crítica cultural y elegancia expresiva, de artificio formal y lucidez especulativa.

       Ninguna de estas cualidades es ajena a nuestra mejor literatura; muchos sonetos de Borges responden a la misma premisa constructiva, trazando retratos críticos de poetas, novelistas y músicos que podrían ponerse a la par de los de Auden, sin sufrir menoscabo alguno. Véase, por ejemplo, el comienzo de “Camden, 1892”, un retrato de Whitman:

 

El olor del café y de los periódicos.
El domingo y su tedio. La mañana
y en la entrevista página esa vana
publicación de versos alegóricos
de un colega feliz…

 

       Más allá de las diferencias métricas (versos alejandrinos en vez de endecasílabos), ¿no guardan estas líneas un asombroso paralelismo tonal, léxico y temático con las del comienzo del “Rimbaud” de Auden?:

 

Las noches, los andenes, el firmamento tóxico,
Sus fieros compañeros ignoraban su meta;
Pero en ese muchacho la estafa del retórico
Explotó como un caño: el frío hizo al poeta.

 

            Otro tanto sucede en el poema de Borges dedicado “A Johannes Brahms”, pieza que invita al cotejo con “The Composer”, destinada por Auden a Benjamin Britten. Aquí la concordancia es de orden más profundo, ya que ambos poetas coinciden en que “la trascendencia de la poesía, como la de cualquier otro arte, se encuentra en su capacidad para decir la verdad, para desencantar y desintoxicar”, consigna de Auden que, aun sin conocerla, Borges sigue al pie de la letra:

 

Soy un cobarde. Soy un triste. Nada
podrá justificar esta osadía
de cantar la magnífica alegría
–fuego y cristal– de tu alma enamorada.
Mi servidumbre es la palabra impura,
vástago de un concepto y de un sonido;
ni símbolo, ni espejo, ni gemido,
tuyo es el río que huye y que perdura.

 

       Ignoro si alguien ha señalado antes la correlación que percibo entre las poéticas de Auden y de Borges, sólo he encontrado en el Borges de Bioy Casares una única pero valiosa mención al poeta de Otro tiempo; puede leerse en la entrada correspondiente al 23 de mayo de 1962: “En cada poema se juega a todo o nada”. Afirmación concisa y categórica que irrumpe mientras Borges discute con Bioy acerca de los alcances y los límites de la obra de Chesterton, reconocida autoridad intelectual que nuestro poeta comparte con W. H. Auden.

       Unas pocas palabras sobre la versión. Suele afirmarse que la poesía es el culmen del idioma, la tentativa más ardua a que puede someterse una lengua, lo cual es cierto siempre y cuando el poeta se sujete a la rigurosa ley de una forma. Es por efecto de esa voluntaria atadura, de ese necesario yugo, que la lengua alcanza su máxima ligereza y flexibilidad. La trasmisión de las formas de una cultura a otra responde a un fin lógico: alcanzar con idénticas reglas realizaciones estéticas de similar jerarquía. Tradicionalmente, la traducción poética fue el vehículo que reguló con provecho ese intercambio entre las literaturas de distintos idiomas; siguiendo esa línea, he traducido el soneto de Auden con los mismos instrumentos que utilizó el poeta: verso medido y rima obligada.

RIMBAUD

Las noches, los andenes, el firmamento tóxico,
Sus fieros compañeros ignoraban su meta;
Pero en ese muchacho la estafa del retórico
Explotó como un caño: el frío hizo al poeta.
  Su endeble y tierno amigo pagaba la bebida
Que metódicamente desarregló su vida;
Rehuyó la proverbial idiotez de la época
Y al fin les dijo adiós al vicio y a la estética.
  El verso era un extraño trastorno del oído;
No bastó ser sincero; eso era casi igual
Al dolor de la infancia; intentó otro camino.
Galopando por África, soñó algo más real:
  Un hijo, el ingeniero; el fin de la condena;
Su verdad compatible con la mentira ajena.

 

Rimbaud // The nights, the railway-arches, the bad sky, / His horrible companions did not know it; / But in that child the rhetorician’s lie / Burst like a pipe: the cold had made a poet. // Drinks bought him by his weak and lyric friend / His senses systematically deranged / To all accustomed nonsense put an end; / Till he from lyre and weakness was estranged. // Verse was a special illness of the ear; / Integrity was not enough; that seemed / The hell of childhood: he must try again. / Now, galloping through Africa, he dreamed / Of a new self, the son, the engineer, / His truth acceptable to lying men.


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