por León Vila[1]
El deseo de este número de Hablar de Poesía de invitar a acercarse a la obra de Wallace Stevens no es una novedad. Son muchos los artículos, traducciones y libros sobre Stevens escritos en la Argentina desde la mitad del siglo pasado. Como muestra de ese extendido interés, nos detendremos brevemente en cuatro momentos del siglo XX, a saltos de más o menos veinte años: (i) la traducción por parte de Borges y Adolfo Bioy Casares del poema “Sunday Morning”, publicada en la revista Sur en el año 1944; (ii) el libro Poemas de Wallace Stevens de Alberto Girri, de 1967; (iii) el fascículo número 33 de la serie “Los grandes poetas”, publicado en 1988 por el Centro de Editores de América Latina; y (iv) el libro Cartas a Hi Simons publicado por Selecciones de Amadeo Mandarino en 2000.
Si se quisiera extender la línea desde este listado mínimo[2] hasta nuestros días, podrían nombrarse, entre otras publicaciones de las últimas dos décadas, las antologías de Wallace Stevens traducidas por Gervasio Fierro y por Laura Crespi (para Editorial Serapis y para Cuadernos de Traducción, respectivamente), la publicación en Alción Editora de una selección de ensayos de Stevens traducida por Patricia Gola bajo el título El elemento irracional en la poesía (uno de ellos, “La figura del joven como poeta viril”, había aparecido en 1988 en el número 8 de Diario de Poesía), y la publicación de los Adagia, con introducción y traducción de Patricio Grinberg en la editorial Zindo & Gafuri.
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CARTAS A HI SIMONS
En el año 2000, Selecciones de Amadeo Mandarino publicó en traducción de Darío Rojo y Jorge Salvetti una selección de 27 cartas que Wallace Stevens le envió al crítico literario Hi Simons entre 1938 y 1944. Hasta donde sé, es la primera publicación en nuestro país de una parte sistemática del epistolario.
Compartimos un centón con algunos fragmentos de esas cartas:
Querido Sr. Simons:
Estoy inmensamente complacido de haber recibido su telegrama de cumpleaños. Es mi cumpleaños, no hay duda, y uno bastante bueno, ahora que todo parece estar mejorando. Pero un poeta debería tener 30 años y no 60. Me resulta increíble tener 60 años.
No puedo imaginarme nada más grato que leer un análisis competente de uno de mis propios poemas en un cuarto agradable cuando afuera hace cero grados. Hace una o dos noches su artículo en la Southern Review me brindó esa experiencia.
Hace mucho tiempo tomé la decisión de no explicar, porque la mayoría de la gente tiene tan poca sensibilidad para la poesía que en cuanto se explica un poema se lo destruye: es decir, ya no son capaces de captar el poema. Además, incluso en un caso como el suyo o el de cualquier crítico, creo que está obligado a basar sus comentarios en lo que tiene enfrente. No se trata de lo que un autor quiso decir, sino de lo que dijo. Si es un buen crítico, el autor puede llegar a descubrir muchas cosas de sí mismo y de su obra. Incluso hasta se puede afirmar que es legítimo que un crítico haga afirmaciones respecto al propósito de la obra de un autor aunque sean totalmente contrarias a sus verdaderas intenciones.
Debo decir que tengo el hábito mental de buscar un sustituto de la religión. No me refiero necesariamente a un sustituto de la iglesia, porque nadie cree tanto como yo en la iglesia como institución. Mi problema y el problema de muchísima gente es la pérdida de la creencia en la clase de Dios en que fuimos educados para creer. El humanismo sería el sustituto natural, pero cuanto más conozco al humanismo menos me gusta. Este tipo de cosas no ha de ser juzgada por representaciones ideales, si no por lo que realmente son. En su forma más aceptable es probablemente un juego de baseball con todos los carteles de cerveza, de coca cola, etc. Si es así, deberíamos ser capaces de prescindir de él.
El “clima siempre festivo” del poema no es un símbolo. Somos seres físicos en un mundo físico; el clima es una de las cosas que disfrutamos, una de las realidades no filosóficas. El estado del tiempo enseguida se vuelve un estado mental. En el mundo hay muchas cosas “inmediatas” que disfrutamos; un poema perfectamente logrado debe ser una de esas cosas. A la gente le debería gustar la poesía como a los chicos les gusta la nieve y esto sucedería si los poetas la escribieran.
Ahora el mundo en general está pasando desde el estadio del fatalismo a la indiferencia: un estadio en que el sentido primario es el sentido del desamparo. Pero el mundo es mucho más vigoroso que la mayoría de sus individuos, lo que el mundo anhela es un nuevo romanticismo, una nueva creencia.
La poesía es el espíritu, como el poema es el cuerpo. Dicho con crudeza la poesía es la imaginación. La poesía es una pasión, no un hábito.
De los poetas franceses que usted menciona [Mallarmé, Verlaine, Laforgue, Valery y Baudelaire] leí un poco de todos, pero si tomé algo de ellos fue inconscientemente. Es normal que cuando el carácter de alguien coincide con el propio carácter, o incluso lo acentúa, uno tome mucho del otro sin proponérselo. Esto, de hecho, es una de las cosas que hace posible la literatura.
No soy un buen conversador y no disfruto particularmente intercambiando ideas en una charla. En casa éramos una familia bastante extraña, cada uno estaba en una habitación distinta leyendo.
En mayo fui a Princeton y di una conferencia que se publicará en otoño en una pequeña colección de la Editorial de Princeton. Nadie al leer la conferencia podría sospechar cuanta lectura hay detrás y cuánto tiempo me llevó. Valió la pena hacerlo (al menos para mí) aunque la visita a Princeton me dio un vistazo de una vida que me alegra profundamente no compartir. Las personas que conocí eran las personas más agradables del mundo, pero no logro imaginar cómo hacen para sobrevivir.
Un día de estos me gustaría hacer algo por la Torre de Marfil. Hay un montón de gente excesivamente estúpida que dice cosas sobre la Torre de Marfil y habría que hacer que se arrepientan de eso.
Sobre las reseñas: es difícil hablar del valor de las reseñas. Si las miro solamente desde mi punto de vista, el único valor que tienen es el de producir un cierto grado de aceptación. La gente nunca lee poesía bien hasta que la ha aceptado; la leen tímidamente o se ponen tensos, temen que algo ande mal dos versos más adelante.
Posiblemente uno nunca tenga más que unos poquísimos lectores que capten los sentimientos que uno puso en sus poemas. En mi caso creo que usted es uno de esos dos o tres. Me parece una verdad incuestionable que los críticos lo subestiman a uno durante mucho tiempo hasta que uno es aceptado y entonces lo sobreestiman.
Su carta de cumpleaños es difícil de contestar; porque después de todo, ni soy Goethe, ni nada que se le parezca. Durante mucho tiempo Goethe fue para mí lo que Sainte Beuve fue, o es para usted. El otro día por ejemplo estaba diciendo algo de uno de mis abuelos cuando me di cuenta que él había nacido en 1809. Automáticamente pensé: “Goethe todavía vivía”.
Después de todo, escribo poesía porque es parte de mi devoción: porque para mí es lo bueno de la vida y no tengo la intención de mover un dedo para promover mis propios intereses, porque no quiero pensar la poesía de esa manera.
[1] Este artículo es un fragmento del artículo que con el mismo título se publicó en el número 45 en papel de Hablar de Poesía.
[2] Queda afuera, por ejemplo, la publicación en 1989 por parte de la Editorial Fraterna de la traducción de un estudio del académico norteamericano Milton J. Bates: Mitología del yo. El poeta Wallace Stevens, un cruce entre biografía y ensayo literario de 382 páginas. La traducción es de Aníbal Leal, y el libro fue comentado en Diario de Poesía n° 10 (Primavera 1991) por Ángel Faretta, que recomienda “fervorosamente” su lectura