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José Martí – su poesía y nuestro destino

José Martí – su poesía y nuestro destino

por Nara Mansur

El símbolo más amado de la patria, José Martí: hombre y mujer, niño y niña, tal es la fuerza y el encanto, la vulnerabilidad y la decisión, engendrador, parturiento: “Desatar a América y desuncir al hombre”, dice en su vocación libertaria, desencadenante y a un mismo tiempo, de seminal difuminador.

            Fernando Pérez el director de la película Martí, el ojo del canario, se preguntaba antes de empezar a filmar cuál era el Martí que iba a emprender, a investigar, porque “como sabemos”, dice, “hay muchísimos”. Recordó la infancia y la adolescencia de Martí, momentos en los cuales podía encontrar el proceso de la formación de un carácter. La película entonces intenta mostrar cómo se forjó la personalidad de ese niño que luego fue un ser excepcional.

            “Yo pienso, cuando me alegro / Como un escolar sencillo, / En el canario amarillo, / Que tiene el ojo tan negro”, escribe en uno de los textos de los Versos sencillos. José Lezama Lima habla de Martí como “ese misterio que nos acompaña”. El poema continúa: “Yo quiero, cuando me muera, / Sin patria, pero sin amo, / Tener en mi losa un ramo / De flores, -¡y una bandera!”

            Martí ha nombrado, a través de la poesía, casi todo lo que nos acontece.

            El director teatral Carlos Celdrán en pleno proceso del montaje de Hierro expresaba en una entrevista –porque no quería adelantar el laboratorio que venía sosteniendo con su equipo de Argos Teatro–, “¿Martí? No quiero aleteos de aves rapaces”. Hierro es también en la metáfora popular dureza de carácter, sobriedad, discreción, ética finalmente. Hierro como forja del carácter, como espíritu martillado épicamente.

            Rogelio Orizondo en su obra Antigonón un contingente épico compone a partir del original: “El amor no es el ridículo / El amor no es la yerba / El amor a la patria no es el odio / El amor al rencor no es la patria”. Natalia Blanc en la crítica publicada en La Nación, a propósito de las presentaciones del espectáculo como parte del FIBA de 2015, manifestaba: “El planteo sobre qué es la Patria, las críticas a la dura vida cotidiana en la isla, la denuncia a través del humor sobre la discriminación a los homosexuales y las prostitutas, la reflexión sobre la educación, entre otros temas, tienen para el público cubano un vínculo directo con su realidad. Pero para otros públicos, como el del viernes pasado en el Teatro 25 de Mayo, la propuesta puede desconcertar. En este caso, el desconcierto inicial desembocó en una duda inquietante: ¿qué tiene que ver Martí con un cantante travestido y un dúo de raperos que hablan con un léxico callejero inentendible para el oído porteño?” El espectáculo junto a la tragedia griega que reversiona y hace convulsionar trabaja con dos poemas de Martí “El padre suizo” y “Sueño con claustros de mármol”.

            “El padre suizo” se inicia con un telegrama: “Little Rock, Arkansas, Septiembre 1. El miércoles por la noche, cerca de París, condado de Logan, un suizo, llamado Edward Schwerzmann, llevó a sus tres hijos, de dieciocho meses el uno, y cuatro y cinco años los otros, al borde de un pozo y los echó en el pozo, y él se echó tras ellos. Dicen que Schwerzmann obró en un momento de locura.” Y ya en el poema, Martí: “¡Padre sublime, espíritu supremo / Que por salvar los delicados hombros / De sus hijuelos, de la carga dura / De la vida sin fe, sin patria, torva / Vida sin fin seguro y cauce abierto, / Sobre sus hombros colosales puso / De su crimen feroz la carga horrenda! / ¡Los árboles temblaban, y en su pecho / Huesoso, los seis ojos espantados / De los pálidos niños, seis estrellas / Para guiar al padre iluminadas, / Por el reino del crimen, parecían! / ¡Ve, bravo! ¡Ve, gigante! ¡Ve, amoroso / Loco!”. El cartel de Antigonón, un contingente épico, diseñado por Robertiko Ramos, parodia, en ese recurso tan recurrente de nuestra cultura, la imagen de la cartelística revolucionaria, y el universo de una organización de masas como la Federación de Mujeres Cubanas, aquí estas dos mujeres trabajadoras, pala en mano (constructoras pero también enterradoras) están mediadas, separadas por el rostro de Martí, no del todo dibujado, un siluetazo a medias también.

            El modelo pedagógico, el espíritu de denuncia de la poesía martiana lo acompaña junto a esa oscuridad, ambivalencia, ambigüedad de la que habla Lezama Lima. Sus héroes, como aparecen en Abdala, una obra teatral de juventud, suelen padecer a un mismo tiempo de centralidad y marginalidad. En esa obra Francisco Morán ha visto también la paradoja implícita siempre en “el clamor de defender a la patria”. Patria en esta obra es una mujer que debe ser defendida por hombres, por ejemplo. ¿Y no es la guerra donde se han realizado más plenamente los valores masculinos? ¿Y no es también la guerra noble la de virtud espartana? ¿Y no es la descripción del cuerpo del héroe, de sus atributos, deseo homoerótico, admiración estatuaria, devoción del cuerpo del hombre en la guerra?

            En Claustros de mármol escribe –pero cuando escribe él suele soñar, es una escritura en muchos momentos onírica, delirios que en Cuba no tiene connotación psicoanalítica (nada de nuestra terminología tiene conexión psicoanalítica, cosa recurrente aquí): “Sueño con claustros de mármol / Donde en silencio divino / Los héroes, de pie, reposan: / ¡De noche, a la luz del alma, / Hablo con ellos: de noche!”.

            Martí encarna la tensión, la paradoja, la separación entre el silencio (lo no visto, noche también de la escritura en el gabinete u escritorio) y el discurso de la acción, interpelándonos –a él mismo antes que a nadie– sobre cuáles serían ahora mismo los posicionamientos de las guerras posibles y cuáles los de una conducta que va “hacia” y “no contra”, como le oí cantar al poeta cubano Omar Pérez, inspirado en Lao Tse y su énfasis en el tao o dao –el camino– expandiéndose a “la acción a través de la inacción”, o como Roberto Fernández Retamar escribe en su poema “El otro”: “Nosotros, los sobrevivientes, /¿A quiénes le debemos la sobrevida? / ¿Quién se murió en la ergástula, / Quién recibió la bala mía / La para mí, en su corazón?/ ¿Sobre qué muerto estoy yo vivo, / Sus huesos quedando en los míos, / Los ojos que le arrancaron, viendo / Por la mirada de mi cara, / y la mano que no es su mano…”. Ese muerto primordial es Martí en el imaginario cubano, antes incluso que los muertos de su generación, los que no llegaron vivos al triunfo de la Revolución de 1959, o sus contemporáneos de otras latitudes.

            Historia y poesía van de la mano en nuestra construcción nacional. Poesía y soberanía. Confrontación y redención. Sacrificio y sensualidad. Erótica y heroísmo. Pueblo y cultura popular. Cristianismo y revolución. Rafael Rojas habla del proyecto martiano de escribir “una auténtica epopeya”, una Iliada cubana que eternizaría nuestra summa de martirios, sacrificios, heroicidades, mitologías.

            “Ganado tengo el pan: hágase el verso, / y en su comercio dulce se ejercite / la mano, que cual prófugo perdido / entre oscuras malezas, o quien lleva / a rastra enorme peso, andaba ha poco / sumas hilando y revolviendo cifras”. Pareciera que estos versos de “Hierro” interactúan por estos días de debate del estatuto del escritor como trabajador.

            “El apóstol de la Independencia de Cuba”, “El maestro”, el gestor de una revolución democrática y popular, el fundador del Partido Revolucionario Cubano, adhiere fervorosamente la ética al discurso político y a la crítica literaria (“Amar, he ahí la crítica”). Apóstol en sus dos acepciones: discípulo de Jesús que, según los evangelios, fue testigo de su resurrección y anunciador del evangelio y, como persona que propaga o divulga una idea o una doctrina. Martí nombra a la Organización de Pioneros, al aeropuerto internacional en La Habana, al pie de su monumento se enclavó la Plaza Cívica, actual Plaza de la Revolución, se erige en su honor el mausoleo fúnebre de más concurrida peregrinación en nuestro país.

            En las artes visuales nuestros artistas lo han visto como ángel, así en el cuadro de Sandra Ramos:

            Un ángel expandido en múltiples retratos en las composiciones pop que firmó Raúl Martínez en la serie titulada “Homenajes”:

O llorando una lágrima negra con la forma de la isla de Cuba, según Michel Blázquez:

O apoyados sobre su cabeza, clavos, picos, cruces de cementerio, palmas, según Roberto Fabelo:

En el paroxismo de la parodia, Sandra Antonia Riera propone una mujer se cubre con un tapado de animal print aleopardado invirtiendo lo versos que rezan “Tiene el leopardo un abrigo / En su monte seco y pardo: / Yo tengo más que el leopardo, / Porque tengo un buen amigo.”:

El pintor Jorge Arche en 1943 lo pinta apoyado en el marco del cuadro, en ese estadio al límite, cruzando, atravesando ni aquí ni allá, detenido en la acción de lo que hoy puede ser imaginado como un cruzador de fronteras, de muros… aunque la sensación es que viene de regreso hacia un afuera donde está el espectador, el paseante del museo:

La crítica ha visto en esta figuración de Arche familiaridad con El caballero de la mano en el pecho (1580) de El Greco. Pero antes evoca al Sagrado Corazón de Jesús, imagen tan común en los hogares cubanos; aquí Martí como hijo de Dios, enviado, misionero, medium.

            El tono martiano identifica a amplias zonas de la literatura cubana, un ejemplo encumbrado es la novela Jardín, de Dulce María Loynaz. Yo misma lo hago presente –a la manera de una segunda voz– en mi libro Manualidades: “Llama la atención el hecho aparentemente contradictorio de que, aunque el eco martiano se halla en el fondo de todo el poemario […], es como si la frase martiana […] cobrara argumentos, tramos largos imaginados: ´hijo soy de mi hijo, él me rehace´. El hijo revisa y juzga al padre, hay un tono de burla que sobresale por encima de la posible conmiseración y el sentimiento, acción que se enarbola como nuevo parecer globalizado. Tal asunto es novedoso en Manualidades, donde se abraza una manera del sentimiento contemporáneo: seco, burlado, burlesco, contenido, inadvertido, muerto”, sostiene Caridad Atencio.

            Legna Rodríguez Iglesias lo interpela en su poema “Una piedra viva con los brazos cruzados”: “José Martí / como la homeopatía / actúa sobre el problema / desde la causa / hasta la solución… / solucionado el problema / aparece otro problema…”

            Los ejemplos podrían multiplicarse. Martí crea a un mismo tiempo un modelo de ciudadano, de escritor poeta y de lector de poesía. Instaura en nuestra literatura el paradigma de la poesía sobre los otros géneros literarios. La construcción de un lector de poesía, de llevar adelante operaciones de lectura como las que la poesía propone, es de una contundencia y vigencia absolutas, junto al modelo del héroe sensible, que discursea metafóricamente, frágil, muerto en la primera contienda. Ese lector de poesía, ese ciudadano que hoy, aquí y ahora intenta descifrar, asociar, potenciar, acompañar una frase como “Con todos y para el bien de todos”, pronunciadas desde el exilio en 1891, hoy, ahora, en un mundo globalizado que no se detiene en la construcción de las políticas del odio y los binarismos irreconciliables.


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