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Rimbaud – Canción de la torre más alta

Rimbaud – Canción de la torre más alta

por Carlos Rey

 

Ha pasado tiempo de mi última lectura de la obra de Rimbaud. Con los años fui adquiriendo otros gustos y descubriendo nuevos poetas, que son los que ahora me acompañan en mi camino. Sin embargo, a la hora de tener que pensar en un poeta que me haya marcado el primero que se me vino a la cabeza fue Arthur Rimbaud. Fue él quien despertó en mí el deseo de convertirme en poeta. Yo tenía entonces trece años, mucho acné y una gran ignorancia de todo. Nunca antes había pensado en esa posibilidad: la poesía era un mundo completamente indiferente para mí. Salvando alguna enciclopedia de saldo, comprada con fines estrictamente pedagógicos, en mi casa no había libros. Lo que sabía de literatura, y en especial de poesía, era lo que me habían enseñado en la primaria, es decir, nada. Tampoco tenía amigos por fuera de la escuela a quienes les gustara la literatura. La poesía y mi mundo corrían sin tocarse por senderos paralelos, pero a los trece años eso cambió.

           Como dije, no tenía amigos que les gustara la literatura, pero sí la música, y en especial el rock. Fue precisamente en una de esas recomendaciones musicales que cayó en mis manos un disco de The Doors, junto con una biografía de su cantante, Jim Morrison. Allí leí por primera vez el nombre de Rimbaud, y no sólo el suyo, sino también el de otros poetas, tan desconocidos como aquél para mí: William Blake, Charles Baudelaire, Paul Verlaine, Stéphane Mallarmé, Isidoro Ducasse, y toda una gama de autores malditos (después lo sabría) de la literatura. Rimbaud despertó mi curiosidad de inmediato. Su corta edad, su abandono de la poesía, su huida definitiva a África, referencias que se hacían al pasar hicieron que al terminar la biografía de Morrison no quisiera otra cosa que leer a Rimbaud.

           Mi magra economía de entonces (que no ha cambiado mucho hasta el presente), no me permitía comprar libros, por lo que mis primeras lecturas de Rimbaud fueron en bibliotecas. Lo bueno de leer en bibliotecas es que uno puede, si la biblioteca es grande y de amplio catálogo, acceder a distintas ediciones y traducciones de un mismo autor. Por supuesto que eso lo advertí con los años, en mis comienzos no tenía idea de cómo leer a un poeta. Por ejemplo, ni me preocupó el original. A mis trece años mi francés era prácticamente nulo, y no es que ahora haya mejorado mucho, pero aprendí lo suficiente para disfrutar al poeta en su idioma original. Confieso que al principio ponderé su prosa por encima de sus versos; hoy, en cambio, si tengo que elegir algo de la obra de Rimbaud me quedo sin dudar con su poesía en verso, y más concretamente con sus últimos poemas, los fechados en 1872, por su tono levemente infantil e ingenuo, pero no exento de ironía, su musicalidad y un talento especial para hacer del infortunio algo exquisito.

           Me alegro que haya sido Rimbaud quien me iniciara en la poesía, y que lo hiciera en el comienzo de mi adolescencia. Despertó una pasión que me sigue acompañando. Copio, para cerrar, uno de sus poemas que más me gustan, su Chanson de la plus haute tour en la traducción de J. F. Vidal-Jover, que mantiene el tono infantil y la musicalidad del original. Además se trata del primer libro que yo compré en edición bilingüe y por el que siento especial cariño:

 

 

CANCIÓN DE LA TORRE MÁS ALTA

Juventud indolente
a todo sujeta
yo perdí mi vida
por delicadeza.
¡Si el día volviera
en qué se quisiera!

Yo me dije: deja,
que nadie te vea,
y sin la promesa
de goces más altos,
augusto retiro,
nada te detenga.

Con mi paciencia
jamás he olvidado;
temores y penas
al cielo han marchado.
Y la sed malsana
apagó mis venas.

Tal es la pradera
al olvido dada,
en auge y florida
de incienso y de grama.
Bordoneo osco
de cien feas moscas.

¡Ay, mil viudedades
de tan pobre alma
no tiene otra imagen
que la Virgen Santa
¿Es que se le reza
a la Virgen Madre?

Juventud indolente
a todo sujeta
yo perdí mi vida
por delicadeza.
¡Si el día volviera
en qué se quisiera

 

CHANSON DE LA PLUS AUTE TOUR / Oisive jeunesse / A tout asservie / Par délicatesse / J’ai perdu ma vie. / Ah! Que le temps vienne / Où les cœurs s’éprennent. // Je me suis dit: laisse, / Et qu’on ne te voie: / Et sans la promesse / De plus hautes joies. / Que rien ne t’arrête, / Auguste retraite. // J’ai tant fait patience / Qu’à jamais j’oublie; / Craintes et souffrances / Aux cieux son parties. / Et le soif malsaine / Obscurcit mes veines. // Ainsi la Prairie / A l’oubli livrée, / Grandie, et fleurie / D’encens et d’ivraies / Au bourdon farouche / De cent sales mooches. // Ah! Mille veuvages / De la si pauvre âme / Qui n’a que l’image / De la Notre-Dame! / Est-ce que l’on prie  / La Vierge Marie? // Oisive jeunesse / A tout asservie, / Par delicatesse / J’ai perdu ma vie. / Ah! Que le temps vienne / Où les cœurs s’éprennent.


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