José Pedroni – Nivel

por Santiago Venturini

 

NIVEL

Este es el nivel de mi padre;
su nivel de albañil.
Tiene una gota de aire.

Mi padre está hecho polvo. De aquel hombre
ya no se acuerda nadie.
Vive conmigo cada vez más solo
en esta gota de aire.

Más olvidado cada día;
más recordado cada tarde;
cada vez más lejano y más cercano
en este mundo grande.

Todas las casas de mi pueblo,
todas las casas de antes;
todo perdurará mientras perdure
esta burbuja de aire.

Plano solado de los patios;
suma igualdad de los umbrales;
suelo de nuestra casa,
hecha para esperarte…

Todo perdurará mientras perdure
esta burbuja de aire.
Ven a mirar el transparente mundo
que me ayudó a encontrarte;
ven a mirar la fuente de mi verso,
llano, simple, constante.

Hacia ti y hacia mí se mueve el mundo
en esta gota de aire.

 

Cuando era chico, una señorita de la Escuela San Martín nos hizo copiar en nuestros cuadernos un poema de José Pedroni. Era el poema dedicado a la ciudad en la que Pedroni pasó la mayor parte de su vida, la misma en la que nací; el título del poema es “Nacimiento de Esperanza (8 de setiembre de 1856)” y el día del aniversario es el mismo que el de la Virgen Niña, elegida como patrona de la ciudad en 1863 por los inmigrantes europeos que formaban el Concejo Municipal. En mi recuerdo, hay un aula donde leímos el poema en voz alta, ¿o tal vez lo recitamos? Unos versos quedaron en mi cabeza: “fue el día de la Virgen / No fue un día cualquiera (…) Fue el ocho de setiembre. ¡Alabado sea!”. Años después, mi madre murió en esa misma fecha y me di cuenta de que el futuro ya estaba en el pasado.

            Pedroni fue para mí, durante un tiempo, ese poeta escolar que escribía versos rimados fáciles de memorizar. Me parecía aburrido. En mi adolescencia, sacudida un poco por la intensidad de la poesía y por otras intensidades que experimentan todos los adolescentes, Pedroni era incapaz de competir con el magnetismo oscuro que ejercían sobre un chico de dieciséis años los poemas de Alejandra Pizarnik o los de Sylvia Plath traducidos en los fascículos del CEAL. Hace un tiempo, por una propuesta de trabajo, volví a Pedroni. Y aunque ya lo conocía, lo leí por primera vez. Sí, estaba esa maquinita romancesca que tira octosílabos o versos más bien cortos; estaba el machaque de la rima (esa rima que abandonamos muchos poetas de hoy y que los freestylers tiran a la cara de sus adversarios en las batallas de gallos); pero había también algo que yo había sido incapaz de ver, tal vez porque Pedroni no es un poeta para alguien joven, o no lo era para el joven que fui: había toda una perspectiva, una visión.

            “Nivel” no es uno de mis poemas preferidos de Pedroni. Pero algo ahí me llama. Muchas veces, los lectores de poesía somos egoístas, queremos leer algo que tenga que ver con nosotros. Y “Nivel” tiene que ver conmigo. Aparece el padre, o mejor dicho el fantasma de un padre, que yo también cargo. En el caso de Pedroni, un padre albañil, “constructor de cuchara en mano” al que define, en una carta biográfica, como “un hombre trabajador, nervioso, dominante y de poco discurso”. En mi caso, un mecánico de manos enormes, las mismas que heredé y que escriben esto. En los dos casos, un padre “hecho polvo”.

            En una entrevista de 1967, Pedroni habla sobre El nivel y su lágrima, libro que incluye este poema: “Allí canto todas las herramientas del hombre y de la mujer. Tengo debilidad por los utensilios de trabajo: el nivel, la plomada, el compás, la cuchara de albañil, o sea por aquello que representa la civilización manual del hombre”. Esa percepción de las cosas como una extensión, una parte de los humanos que las tocan y las usan es muy común en Pedroni, y la asociación del padre con su utensilio de trabajo ya estaba en un poema anterior, más famoso: “Palabras a mi padre y su digna herramienta”, donde el poeta reclama esa cuchara de albañil que pusieron a los pies de su progenitor cuando murió. Los muertos quedan en sus cosas, a eso lo sabe cualquiera que haya perdido a alguien. Cuando mi padre murió, abandonó todas las herramientas de su taller, que lo reclamaban calladas. Nunca supe usarlas ni me interesaba hacerlo; en algunas, como llave inglesa, todavía está él. En “Nivel”, lo que está encerrado en la gota de aire es el padre pero también el pasado entero: “todas las casas de antes”. Es un encierro tranquilizador, como si la gota de aire fuera una de esas bolas de nieve de las películas yanquis que conservan todo un universo en miniatura. El pasado en miniatura de una ciudad que yo conozco muy bien. Como esperancino -aunque todas las ciudades chicas son la misma- conozco bien el “plano solado de los patios”, la “suma igualdad de los umbrales”. Todavía hoy, cuando camino por esas calles, miro las casas: algunas bajas, altas las más antiguas, mezcladas con las casas del futuro y unos pocos edificios; miro esas fachadas contra la intemperie, esas construcciones que una vez se levantaron en el medio de la nada para decir: acá hay una ciudad. Como el banco Nación, clavado en una de las esquinas de la plaza. Si uno se aleja para mirarlo, ve esa construcción de aires europeos y renacentistas pero ve, sobre todo, la extensión del campo que está detrás. O las dos iglesias enfrentadas en la llanura: la católica con sus dos torres ambiciosas, y cruzando la plaza la otra, con la torre sencilla que permite la discreción arquitectónica de los protestantes.

            “Nivel” es un poema de madurez donde Pedroni, un escritor ya consagrado, define el verso, su propia herramienta, con las mismas palabras con que lo definió más de una vez: “llano, simple, constante”. También en 1967, año en que recibió el Gran Premio de Honor de la SADE, grabó “Nivel” y otros de sus poemas para la Radio de la Universidad Nacional de La Plata (el audio, acá). En la grabación se lo escucha leer un poema tras otro, sin parar. Tiene una voz decidida. Es, como siempre lo dijo, el poeta del pueblo, por eso es serio. Su lectura: una dosis de solemnidad, otra de gravedad, pero también una cadencia o un cantito en el que, por un segundo, la voz se vuelve más blanda. Pronuncia milimétricamente las palabras (su pronunciación de las “ll” no es yeísta; cuando dice “llano” hay algo líquido). Escucho la grabación del poema otra vez, trato de atravesar el sonido para saber si algo de Pedroni quedó encerrado ahí, como su padre en la gota de aire.  


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