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Luz de una nueva estrella

Luz de una nueva estrella

por Sofía de la Vega

LUZ DE UNA NUEVA ESTRELLA (DANIEL DURAND)

Miro una foto en la que soy muy joven.
Los ojos muy abiertos y claros. Un rostro
sonriente a pesar que trato de ocultarlo.

          Sé que en esta época pensaba que era viejo.
          Sé que lo mismo pasa ahora.

          En diez años más pensaré que hoy era joven
          y sin embargo estoy mirando fotos viejas
          y recordando el pasado.

          Es imposible no caer en este abandono.

          El deleite de saberse fuera de todo movimiento,
          el placer de sentir el cuerpo hostigado por drogas,
          deportes y complejos vitamínicos que lo electrizan
          y después lo dejan blandamente
          sobre las superficies y moldes que lo contienen.

          La alimentación natural nos deja buenos y tontos.
          La carne y el alcohol activan el cuerpo y la mente
          y matan pronto.
          El amor nos enloquece más rápido que el arte.
          Los viajes nos dejan transparentes, los amigos pueden
          traspasarnos con el dedo.
          Vivir siempre en el barrio nos asegura un error duradero.

          El trabajo aniquila nuestra voluntad.
          La pareja aniquila el deseo y engendra
          poderosas frustraciones.
          Sólo podemos desplazarnos libremente
          de derrota en derrota, real movimiento:
          luz de una antigua estrella.

 

Cuando me invitaron a compartir un poema favorito se me vinieron muchos a la cabeza: poemas perfectos en sonido, otros poemas con imágenes únicas, pensé en compartir incluso alguno de los que he traducido de forma amateur. Y de pronto me acordé de un poema de Daniel Durand, del libro Ruta de inversión. Un poema que nunca diría que es mi favorito porque es mucho más punk de los que suelo leer.

           Es un poema que habla del movimiento, de no quedarse quieto, de navegar de derrota en derrota. Y aunque suene pesimista para mí es todo lo contrario: abrazar la derrota es también abrazar la juventud y las cosas de la vida que nos hacen felices. Por eso siempre me encuentro leyendo este poema cuando la vida me está por cambiar: cuando mi papá estuvo enfermo, cuando me recibí, cuando me mudé a Buenos Aires, cuando corté con alguna relación, cuando me embarco en algo nuevo.

           Durante lo peor pandemia no encontraba motivación, nada cambiaba, todo estaba estático, sin embargo, el poema estuvo sobrevolando mi cabeza todos estos meses. En el momento de más encierro sentí todo lo que había logrado estos años no había servido porque había vuelto a lo mismo de siempre, había vuelto a “un error duradero”, había vuelto a lo más domesticado de mi juventud, no estaban los desafíos que yo misma me había impuesto. Sentía que estaba decepcionando a Daniel Durand, no estaba inspirándome en su guía poética vital llena de riesgos: no estaba practicando deportes, ni saliendo, ni viajando, ni enamorándome.

          Después de pensar eso, leí de vuelta el poema y no me sentí igual, en lugar de la derrota, apareció la luz de un viejo astro y a partir de ahí dispuse que iba a volver a Buenos Aires después de ocho meses de estar en mi provincia. Iba a vivir la vida que había proyectado, todo se trataba de arriesgarse y quizás pasarla un poco mal pero qué importaba.

          Daniel Durand es de esos poetas que te transforman sin que te des cuenta, que te levantan como chamanes del futuro. que escriben poemas que parecen inocentes pero que se instalan y muchos años después caen inesperadamente como granizo en verano. ¿Qué mejor que un poema que le sirve de brújula a quien está perdido? Aunque ese norte sea la luz de una estrella que se está apagando.


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