Issa – Haikus de Primavera

Tal vez el más querido de los poetas de haiku sea Issa Kobayashi (1762-1826). Su obra trasunta una ternura y un humanismo que nos dominan; porque Issa ama al mundo y a sus más pequeñas criaturas, al cantarlos canta también su propia vida, su euforia y su desgracia. El mundo de la naturaleza que él conoce le habla de lo que él mismo es.

            Issa siempre es directo en su poesía. Su visión de la vida no cuadra en máximas. Para él la vida es más importante que el arte, y es la vida diaria donde hay que encontrar la belleza. La creación poética brota así espontánea y natural. El hecho de que la naturalidad lleve a Issa a una poesía genial, y no a la trivialidad, nos habla de su delicadeza de alma y de su fino sentido del lenguaje y del ritmo.

(Fragmento de El haiku japonés, Fernando Rodríguez-Izquierdo; las versiones de los haikus son de Alberto Silva, en El libro del haiku)

 

HAIKUS DE PRIMAVERA

El año nuevo
¡quién pudiera, de nuevo,
hacerse niño!

 

Día del año
y porque estoy con suerte,
¡cielo azulado!

 

El primer cielo
del año será el humo
quien lo dibuje.

 

Hasta mi sombra
se ve más rubicunda
¡mañana clara!

 

Todo un lacayo:
se baña el cuervo
en las aguadas
puras del año.

 

¡Felices fiestas!
¿El año nuevo?
Ni carne, ni pescado.

 

En los zaguanes
sandalias embarradas:
¡ya es primavera!

 

En el bajío,
luna sobre unas manos
que lavan ollas.

 

Calma soleada
en la montaña:
un monje espía
entre las ramas.

 

La paz se anuda
al humo del volcán Asama
y la luna al día.

 

Sermón en plena esquina
galimatías
onda tranquila.

 

Al que envejece,
hasta los días largos
lo entristecen.

 

El día no quiere despedirse
por eso, se demora
entre los charcos.

 

Los sombreros de paja
se inclinan: adiós, adiós
en la neblina.

 

Nace la primavera
en cambio, soy el mismo,
en la misma covacha
destartalada.

 

Cloc, cloc: ¿de quién son
esos pasos ocultos
en la nube de niebla.

 

Día en la bruma
en el gran cuarto del fondo,
solitario, tranquilo.

 

Sigo vivo otro día
en mi pequeño antro
de calima.

 

El durazno
parece que flotara
en el río brumoso
de la primavera.

 

Hacia el templo de Zenkô
me lo avisa una brisa
me lo indica una vaca.

 

Entre lloviznas
primaverales,
la niña al gato
le enseña bailes.

 

Llueve en primavera:
una chica bonita
y un enorme bostezo.

 

Espesa, pegajosa,
la nieve, en primavera,
todo es borra.

 

¡Cómo si fuera poco,
a la primavera
se le ocurre nevar!

 

En mi choza sin tejas
la nieve se desploma
con alguna torpeza.

 

Apenas
la nieva se vaya
se rellenan de niños
las calles.

 

Dos muñecos
cubiertos de hollín
una mujer y un hombre
arrinconados.

 

Jugando a ser humanos,
pájaros chapoteando
al bajar la marea.

 

Miro al mendigo que mira
empinar la cometa
desde su hogar maltrecho.

 

Para los gatos,
amar es revolcarse
y entre grandes bostezos
levantarse.

 

Sin dejar de cantar
el ruiseñor inspecciona
con aire crítico
mi domicilio.

 

Llaman a comer:
la alondra se zambulle
sin decir ni pío.

 

Sale volando
de la nariz del buda
la golondrina.

 

Gorriones
jugando a la escondida
entre flores de té.

 

Vente a jugar conmigo,
huérfano,
gorrioncito.

 

Gorrión acosado
por un enjambre
de jovencitos.

 

Sé amable con las crías
de gorriones:
¡te cagarán encima!

 

Ayúdame,
gorrioncito
¡comete ese piojo!

 


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