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López Velarde & Vallejo – Dos regresos

López Velarde & Vallejo – Dos regresos

Ramón López Velarde (mexicano, 1888-1921) y César Vallejo (peruano, 1892-1938) son dos de los mejores poetas del castellano. Los dos poemas que compartimos, sin perder nada de su singularidad (el de Velarde tiene una dimensión política evidente, con esos “negros y aciagos mapas” que los fusiles grabaron en las paredes blancas; y el de Vallejo es más íntimo, familiar, con esas “hermanas, canturreando sus ilusiones/ sencillas, bullosas,/ en la labor para la fiesta que se acerca”) tienen una afinidad profunda: en ambos alguien vuelve a la casa de su infancia y mira en esas ruinas lo que fue. El irrevocable paso del tiempo, la dulzura del recuerdo que de algún modo sigue existiendo pero que a la vez hace patente la desolación actual, son algunos de los elementos comunes a ambos poemas.

El primero, del mexicano, es del libro Zozobra (1919):

 

EL RETORNO MALÉFICO

                                            A don Ignacio I. Gastélum

        Mejor será no regresar al pueblo,
        al edén subvertido que se calla
        en la mutilación de la metralla.

        Hasta los fresnos mancos,
        los dignatarios de cúpula oronda,
        han de rodar las quejas de la torre
        acribillada en los vientos de fronda.

        Y la fusilería grabó en la cal
        de todas las paredes
        de la aldea espectral,
        negros y aciagos mapas,
        porque en ellos leyese el hijo pródigo
        al volver a su umbral
        en un anochecer de maleficio,
        a la luz de petróleo de una mecha
        su esperanza deshecha.

        Cuando la tosca llave enmohecida
        tuerza la chirriante cerradura,
        en la añeja clausura
        del zaguán, los dos púdicos
        medallones de yeso,
        entornando los párpados narcóticos,
        se mirarán y se dirán: “¿Qué es eso?”

        Y yo entraré con pies advenedizos
        hasta el patio agorero
        en que hay un brocal ensimismado,
        con un cubo de cuero
        goteando su gota categórica
        como un estribillo plañidero.

        Si el sol inexorable, alegre y tónico,
        hace hervir a las fuentes catecúmenas
        en que bañábase mi sueño crónico;
        si se afana la hormiga;
        si en los techos resuena y se fatiga
        de los buches de tórtola el reclamo
        que entre las telarañas zumba y zumba;
        mi sed de amar será como una argolla
        empotrada en la losa de una tumba.

        Las golondrinas nuevas, renovando
        con sus noveles picos alfareros
        los nidos tempraneros;
        bajo el ópalo insigne
        de los atardeceres monacales,
        el lloro de recientes recentales
        por la ubérrima ubre prohibida
        de la vaca, rumiante y faraónica,
        que al párvulo intimida;
        campanario de timbre novedoso;
        remozados altares;
        el amor amoroso
        de las parejas pares;
        noviazgos de muchachas
        frescas y humildes, como humildes coles,
        y que la mano dan por el postigo
        a la luz de dramáticos faroles;
        alguna señorita
        que canta en algún piano
        alguna vieja aria;
        el gendarme que pita…
        …Y una íntima tristeza reaccionaria.

 

El de Vallejo es de Trilce (1922). No es imposible que Vallejo haya leído el de López Velarde y lo tuviera oscuramente presente mientras escribía el suyo.

 

LXI

Esta noche desciendo del caballo,
ante la puerta de la casa, donde
me despedí con el cantar del gallo.
Está cerrada y nadie responde.

El poyo en que mamá alumbró
al hermano mayor, para que ensille
lomos que había yo montado en pelo,
por rúas y por cercas, niño aldeano;
el poyo en que dejé que se amarille al sol
mi adolorida infancia… ¿Y este duelo
que enmarca la portada?

Dios en la paz foránea,
estornuda, cual llamando también, el bruto;
husmea, golpeando el empedrado. Luego duda,
relincha,
orejea a viva oreja.

Ha de velar papá rezando, y quizás
pensará se me hizo tarde.
Las hermanas, canturreando sus ilusiones
sencillas, bullosas,
en la labor para la fiesta que se acerca,
y ya no falta casi nada.
Espero, espero, el corazón
un huevo en su momento, que se obstruye.

Numerosa familia que dejamos
no ha mucho, hoy nadie en vela, y ni una cera
puso en el ara para que volviéramos.

Llamo de nuevo, y nada.
Callamos y nos ponemos a sollozar, y el animal
relincha, relincha más todavía.

Todos están durmiendo para siempre,
y tan de lo más bien, que por fin
mi caballo acaba fatigado por cabecear
a su vez, y entre sueños, a cada venia, dice
que está bien, que todo está muy bien.


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