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Mary Oliver – Lo que los poetas dicen sobre la poesía

No es un decálogo de escritura, pero en el ensayo “Getting Ready” que presentamos a continuación, Mary Oliver escribe sobre la que considera la primerísima lección que debe aprender el futuro poeta.

Si Romeo y Julieta hubieran quedado en encontrarse en el huerto iluminado por la luna, con todos los peligros y los encantos de la conspiración, y al final no hubieran logrado verse la mayoría de las veces —porque alguno de los dos estaba retrasado, asustado u ocupado en otra parte—no habría existido nada del romanticismo, nada de la pasión, nada del drama que nos hace recordarlos y celebrarlos. Escribir un poema no es tan diferente: es como un romance posible entre, digamos, el corazón (esa fábrica de emociones valiente y tímida al mismo tiempo) y las habilidades adquiridas de la mente consciente. O quedan en encontrarse y los dos van, y entonces algo empieza a pasar. O quedan en encontrarse, pero no se lo toman muy en serio y no siempre van a la cita: entonces, es un hecho, no pasa nada.

La parte de la psique que trabaja en conjunto con la conciencia y provee una parte necesaria del poema (pongámosle, el calor de una estrella en vez de la forma de una estrella) está en una zona misteriosa, no identificada: ni inconsciente, ni subconsciente, sino prudente. Entiende enseguida cómo va a ser el proceso de seducción. Imaginemos que ustedes prometen sentarse a escribir de siete a nueve. Ella espera, vigila. Si cumplen siempre, empieza a revelarse: va a llegar un poco después que ustedes. Pero si a veces cumplen y a veces no, y si muchas veces llegan tarde o no están concentrados, va a aparecer fugazmente o no va a aparecer para nada.

Total, ¿para qué se va a mostrar? Puede esperar. Puede quedarse callada durante toda una vida. ¿Y además quién sabe bien qué es esa parte agreste y delicada de nosotros mismos sin la cual ningún poema puede existir? Pero hay algo que sí sabemos: para que se decida a empezar una relación apasionada y a decir lo que guarda ese rincón de la mente, la parte consciente y responsable tiene que portarse como un Romeo. No importa si hay riesgos, porque siempre hay riesgos alrededor. Pero ella no va a involucrarse sin un compromiso absoluto.

Esto es lo primero y lo más importante que tiene que entender el futuro poeta. Está en primer lugar, incluso antes que la técnica.

Muchas ambiciones —terminar el poema, verlo publicado, tener la gratificación de que alguien escriba sobre él— sirven en cierta medida como motivaciones para el escritor. Pero por más que sean lógicas, también representan una amenaza para esa otra ambición del poeta, que es la de escribir tan bien como Keats o Yeats o Williams, o que cualquiera que haya garabateado un par de versos en la página y cuya fuerza el lector haya sentido y jamás olvidado. La ambición de todo poeta debería ser escribir igual de bien. Aspirar a menos es nada más que un coqueteo.   

Y nunca antes hubo tantas posibilidades de ser poeta, en público y rápido, y de alcanzar así las metas más sencillas. Hay montones de revistas y literalmente cientos de talleres de poesía. Hay interlocutores, como nunca antes, para los que quieren hablar sobre poesía y escribir poemas.

Son todas cosas buenas. Pero como mucho pueden encaminarlos hacia la meta real e increíblemente difícil de escribir algo memorable. Ese trabajo se hace despacio y en soledad, y es tan raro como transportar agua en un colador.

Una observación final. La poesía es un río, en ella viajan muchas voces; los poemas avanzan en el río por las crestas y rompientes de las olas. Ninguno existe fuera del tiempo; cada uno llega en un contexto histórico y casi todo, a fin de cuentas, pasa. Pero el deseo de hacer un poema y la voluntad del mundo para recibirlo —mejor dicho, la necesidad del mundo—, esas cosas nunca pasan.  

Si es toda la poesía, y no únicamente los logros propios, la que nos saca de este mundo verde y mortal, la que abre la puerta y nos deja vislumbrar un paraíso superior, entonces quizás tengamos esa sensibilidad: una gratitud que va más allá de la autoría, un fervor y un deseo que cruzan los márgenes del ser.

(MARY OLIVER, A Poetry Handbook, 1994. En traducción de Eleonora González Capria)


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