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Gonzalo Rojas – La rosa es todavía

Gonzalo Rojas – La rosa es todavía

Gonzalo Rojas nació en 1916 en Lebu, un pueblo costero de la Patagonia chilena. El padre murió en 1921 y la familia se trasladó a Concepción. Concluido el bachillerato, Rojas viajó a Santiago, donde estudió Derecho, aunque abandonó pocos años después la carrera para comenzar sus estudios en Filología Clásica. Tuvo una vida trashumante: vivió en el desierto al norte de Chile, vivió un año en China y en Cuba. Fue profesor en diversos lugares de Chile y, luego del golpe a Allende, del mundo (en los 70, en Alemania y Venezuela; en los 80, en U.S.A.). Publicó su primer libro en 1948: La miseria del hombre. Su siguiente libro es de 1964, Contra la muerte. A partir de 1977, con la edición de Oscuro, comenzó su fama internacional: a partir de entonces editó numerosos libros y viajó dictando seminarios y brindando lecturas poéticas por Europa y América. En 2003 recibió el premio Cervantes. Murió en 2011.

Es considerado unánimemente uno de los poetas más deslumbrantes del siglo XX, y de eso dan sobra cuenta los poemas que compartimos. Era además muy buen lector de sus poemas: incluimos algunos links donde puede escuchárselo leyéndolos.

 

 

AL SILENCIO

Oh voz, única voz, todo el hueco del mar,
todo el hueco del mar no bastaría,
todo el hueco del cielo,
toda la cavidad de la hermosura
no bastaría para contenerte.
Y aunque el hombre callara y este mundo se hundiera
oh majestad, tú nunca,
tú nunca cesarías de estar en todas partes,
porque te sobra el tiempo y el ser, única voz,
porque estás y no estás, y casi eres mi Dios,
y casi eres mi padre cuando estoy más oscuro.

 

Acá lo lee Rojas.

 

 

POR VALLEJO

Ya todo estaba escrito cuando Vallejo dijo: —Todavía.
Y le arrancó esta pluma al viejo cóndor
del énfasis. El tiempo es todavía,
la rosa es todavía y aunque pase el verano, y las estrellas
de todos los veranos, el hombre es todavía.

Nada pasó. Pero alguien que se llamaba César en peruano
y en piedra más que piedra, dio en la cumbre
del oxígeno hermoso. Las raíces
lo siguieron sangrientas cada día más lúcido. Lo fueron
secando, y ni París pudo salvarle el hueso ni el martirio.

Ninguno fue tan hondo por las médulas vivas del origen
ni nos habló en la música que decimos América
porque éste únicamente sacó el ser de la piedra más oscura
cuando nos vio la suerte debajo de las olas
en el vacío de la mano.

Cada cual su Vallejo doloroso y gozoso.
No en París
donde lloré por su alma, no en la nube violenta
que me dio a diez mil metros la certeza terrestre de su rostro
sobre la nieve libre, sino en esto
de respirar la espina mortal, estoy seguro
del que baja y me dice: —Todavía.

 

Acá lo lee Rojas. 

 

 

RIMBAUD

No tenernos talento, es que
no tenemos talento, lo que nos pasa
es que no tenemos talento, a lo sumo
oímos voces, eso es lo que oímos: un
centelleo, un parpadeo, y ahí mismo voces. Teresa
oyó voces, el loco
que vi ayer en el Metro oyó voces.

¿Cuál Metro si aquí no hay Metro? Nunca
hubo aquí Metro, lo que hubo
fueron al galope caballos
si es que eso, si es que en este cuarto
de tres por tres hubo alguna vez caballos
en el espejo.

Pero somos precoces, eso sí que somos, muy
precoces, más
que Rimbaud a nuestra edad; ¿más?,
¿todavía más que ese hijo de madre que
lo perdió todo en la apuesta? Viniera y
nos viera así todos sucios, estallados
en nuestro átomo mísero, viejos
de inmundicia y gloria. Un
puntapié nos diera en el hocico.

 

Acá lo lee Rojas.

 

 

CARBÓN

Veo un río veloz brillar como un cuchillo, partir
mi Lebu en dos mitades de fragancia, lo escucho,
lo huelo, lo acaricio, lo recorro en un beso de niño como entonces,
cuando el viento y la lluvia me mecían, lo siento
como una arteria más entre mis sienes y mi almohada.

        Es él. Está lloviendo.
        Es él. Mi padre viene mojado. Es un olor
        a caballo mojado. Es Juan Antonio
        Rojas sobre un caballo atravesando un río.
        No hay novedad. La noche torrencial se derrumba
        como mina inundada, y un rayo la estremece.

        Madre, ya va a llegar: abramos el portón,
        dame esa luz, yo quiero recibirlo
        antes que mis hermanos. Déjame que le lleve un buen vaso de vino
        para que se reponga, y me estreche en un beso,
        y me clave las púas de su barba.

        Ahí viene el hombre, ahí viene
        embarrado, enrabiado contra la desventura, furioso
        contra la explotación, muerto de hambre, allí viene
        debajo de su poncho de Castilla.

        Ah, minero inmortal, ésta es tu casa
        de roble, que tú mismo construiste. Adelante:
        te he venido a esperar, yo soy el séptimo
        de tus hijos. No importa
        que hayan pasado tantas estrellas por el cielo de estos años,
        que hayamos enterrado a tu mujer en un terrible agosto,
        porque tú y ella estáis multiplicados. No
        importa que la noche nos haya sido negra
        por igual a los dos.
        —Pasa, no estés ahí
        mirándome, sin verme, debajo de la lluvia.

 

Acá lo lee Rojas.

 

¿QUÉ SE AMA CUANDO SE AMA?

¿Qué se ama cuando se ama, mi Dios: la luz terrible de la vida
o la luz de la muerte? ¿Qué se busca, qué se halla, qué
es eso: amor? ¿Quién es? ¿La mujer con su hondura, sus rosas, sus volcanes,
o este sol colorado que es mi sangre furiosa
cuando entro en ella hasta las últimas raíces?

¿O todo es un gran juego, Dios mío, y no hay mujer
ni hay hombre sino un solo cuerpo: el tuyo,
repartido en estrellas de hermosura, en particular fugaces
de eternidad visible?

Me muero en esto, oh Dios, en esta guerra
de ir y venir entre ellas por las calles, de no poder amar
trescientas a la vez, porque estoy condenado siempre a una,
a esa una, a esa única que me diste en el viejo paraíso.

 

Acá lo lee Rojas.

 

 

AL FONDO DE ESTO DUERME UN CABALLO

Al fondo de todo esto duerme un caballo
blanco, un viejo caballo
largo de oído, estrecho de
entendederas, preocupado
por la situación, el pulso
de la velocidad es la madre que lo habita: lo montan
los niños como a un fantasma, lo escarnecen, y él duerme
durmiendo parado ahí en la lluvia, lo
oye todo mientras pinto estas once
líneas. Facha de loco, sabe
que es el rey.

 

Acá lo lee Rojas.


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