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Katherine Mansfield – una torta y una manzana

Katherine Mansfield – una torta y una manzana

Sopa de ciruela, editado por Eterna Cadencia, con selección, prólogo, notas y traducción de Eleonora González Capria e ilustraciones de Josefina Schargorodsky es una excelente oportunidad para aventurarse por los encantadores márgenes de la obra de la neozelandesa Katherine Mansfield. El volumen está compuesto ante todo por textos inéditos en castellano y otros tantos que circulan en nuestra lengua en versiones expurgadas, recogidos en los más de cincuenta cuadernos que llevó Mansfield en vida. El recorrido, que avanza por anotaciones y cartas y recetas, tiene a la comida como hilo conductor.

Aquí una torta y una manzana por adelanto.

UNA TRISTE VERDAD

Como era tanta el hambre que sentimos,
sin saber ya qué hacer ni él ni yo,
resolvimos comprarnos una torta.
Fue más que suficiente para dos.

Despacio la comimos, poco a poco,
y no dejamos ni un solo bocado.
Era la mejor torta, nos dijimos,
que en nuestra vida hubiéramos probado.

Muchos años pasaron desde entonces,
ricos y viejos somos hoy en día,
pero ni uniendo nuestras dos fortunas
comprar aquella torta se podría.

 

[A Dorothy Brett]
[Church Street 141A, Chelsea, Inglaterra]
[11 de octubre de 1917]
Jueves

Querida Brett:

Hoy hace un frío penetrante. Alcanzo a ver el sol on­deando en el cielo como una pálida bandera lejana. Mi muñeco japonés ya se puso las botas de invierno y el es­tudio huele a membrillo. Tengo que escribir todo el día con los pies pegados al fuego… y ¡ay! me da pena pen­sar que pasaré calor por delante y frío por detrás desde ahora hasta junio del año próximo. Me parece de lo más apropiado que estés pintando naturalezas muertas en este momento. ¿Qué otra cosa se puede hacer ante la mara­villosa caída de tantas frutas redondas y relucientes, sino recolectarlas y jugar con ellas, y transformarse en ellas, por así decirlo? Cuando paso por un puesto de manza­nas, no puedo reprimir el impulso de detenerme y mi­rarlas hasta que siento que me estoy transformando en una manzana yo también y que de un instante a otro, por obra de un milagro, voy a hacer aparecer una manzana que saldrá de mi propio cuerpo, como el prestidigitador hace aparecer el huevo. Cuando pintas manzanas, ¿sien­tes que tus pechos y tus rodillas también se convierten en manzanas? ¿O piensas que estoy diciendo un disparate total? Yo no. Tengo la certeza de que no lo es. Cuando escribo sobre patos, juro que soy un pato blanco con un ojo redondo, y voy flotando en un estanque bordeado de charcos amarillos y le lanzo una mirada ocasional al otro pato de ojo redondo, que flota hundiendo la cabeza bajo la superficie… Es más, el proceso entero de trans­formación en pato (¡algo que Lawrence quizás llamaría consumación con el pato o la manzana”!) me emociona tanto que me falta el aire de solo pensarlo. Porque, si bien la mayoría no es capaz de ir más allá, en realidad se trata apenas del “preludio”. Después, llega el momento en que se deviene más pato, más manzana o más Natasha[1] de lo que cualquiera de esos objetos podría ser en toda su vida, y así se llega a crearlos de cero.

Brett (apagando el aparatejo):[2] “Katherine, por favor, basta. Debes contárnoslo todo en la Iglesia de la Herman­dad un domingo por la tarde”.

K.: “Perdón, pero por esa razón creo en la técnica (tú me lo preguntaste si creía). Y creo precisamente por­que no entiendo cómo podría el arte dar ese salto divino al contorno limitado de las cosas si no ha pasado por el proceso de transformarse en esas mismas cosas antes de recrearlas”.

Dejé tu carta sin respuesta durante más días de los que hubiera deseado. Pero no pienses que fue solo por­que soy muy despreocupada & desleal. No, de verdad que no. Disfruté quedarme callada con la carta igual que se disfruta caminar acompañada en silencio hasta que lle­ga el momento de darse la vuelta, extender una mano y comenzar a hablar.

Arrojé mi bebé a los lobos,[3] y se lo devoraron y me sirvieron tantos elogios en un tazón tan dorado que no conseguí ser modesta. Pensé que no les iba a gustar para nada y todavía me asombro de que no haya sido así. “¿A qué género pertenece?”, me preguntas. Ah, Brett, es muy difícil de explicar. Hasta donde yo sé, es más o menos mi invención. “¿Cómo lo compuse?”. No puedo decir mu­cho más al respecto. Sabes qué, lo cierto es que tengo una tremenda pasión por la isla donde nací. Uf, ¡si yo supero a Chili[4] cualquier día del año! Bueno, siempre recuerdo sentir, temprano en la mañana, que esa islita se volvía a hundir en el mar azul oscuro durante la noche solo para resurgir al alba, toda adornada de lentejuelas brillantes y gotas resplandecientes. (Siempre que corría sobre el pasto salpicado de rocío, sentía que mis pies tenían gusto a sal). Traté de captar ese momento, con algo de su chispa y su sabor. Y así como en aquellas mañanas, la niebla blanca como la leche se eleva y revela alguna belleza, antes de volver a sofocarla y revelarla nuevamente, me propuse barrer la niebla de mis coterráneos para que pudieran verlos antes de volver a ocultarlos… Se me hace muy difícil describirlo y quizás suene demasiado ambicioso y vanidoso de mi parte. Pero no siento más que un pro­fundo deseo de ponerme al servicio de mi tema lo mejor que me sea posible. ¡La emoción indescriptible del oficio del arte! ¿Qué hay que se le compare? ¿Y qué más pode­mos desear? No se trata de mantener el fuego de la casa ardiendo para mí. Se trata de mantener el fuego de la casa, pero una llama modesta, más bien pequeña. Si no vienes pronto a visitarme, no quedará más que un montoncito de cenizas con dos plumas cruzadas encima.

¿Vienes pronto a Londres? Avísame. Encontrémonos. ¿Te veré flotar por mi ventana sobre una carroza hecha de resplandecientes paraguas?[5]

“Venus riendo desde los cielos”. ¿No te parece un tí­tulo hermoso, al fin y al cabo? Adiós, adiós, adiós. Todo es demasiado maravilloso.

Katherine

 

 

[1] Seguramente, en referencia a la heroína de La guerra y la paz de Tolstoi. En sus memorias, Ottoline Morrell refiere el amor de Mans­field por esta novela y sus personajes femeninos.

[2] Brett era sorda.

[3] Una referencia irónica a Virginia y Leonard Woolf, quienes publicarían Preludio.

[4] Álvaro “Chili” Guevara (1894-1951), pintor chileno, amigo de Brett.

[5] Posible referencia a una de las obras de Brett, “Umbrellas” (1917).